domingo, 12 de julio de 2009

ATHOS VI





Recogemos deprisa y salimos sin pausa al camino. A unos escasos kilómetros nos aguarda otro impresionante monasterio. La mañana está clara, nuestros ánimos altos. Brota enseguida la conversación: las opiniones sobre todo lo que hemos visto y hemos experimentado, las diferencias con occidente, la ausencia de algunos de nuestros amigos, la bondad del monte y del camino, los olores, el anacronismo de este tipo de vida, todo el mundo clásico en torrentera, nuestras lecturas, los horarios, el Egeo y sus aguas… En medio del camino se hace obligatoria una parada. Y con el mar al fondo del precipicio, a nuestros pies, calmado, invocamos el cántico solemne: Veni, creator spiritus, mentes tuorum visita… Aquello suena a gloria en medio del espacio tan abierto. Yo no sé si los dioses escucharían las voces pero, si así lo hicieron, seguro que descansaron un rato en sus correrías y en sus luchas para escuchar a estos intrusos en el monte sagrado ¿Y Yahvé? Porque aquí no se sabe quién es quién. Yo al menos me confundo. O hago como que me confundo.

Ahí está, majestuoso: AGHIOS PANDELEIMONOS. Arrimado a la costa y en un remanso que deja la montaña, se yergue un impresionante edificio que alza al cielo sus cúpulas redondas orientales. Es este un monasterio de origen ruso que, a primera vista, bien podría pasar por la Plaza Roja o por un hermoso palacio de invierno de los zares. Qué grandeza, qué enormidad, qué poderío. ¿De dónde sale todo este parné necesario para las edificaciones y para el mantenimiento?

Aquí no dimos con el arcontiki, tal vez porque no lo buscamos. Ya nos notamos diestros y fisgoneamos aquí y allá como si lleváramos en Athos muchos días. Mi vista se solaza en todo aquel complejo. Hay grúas poniendo al día toda un ala inacabable para el peregrino. Y jóvenes monjes pintando unas ventanas. Subimos a una torre y rompemos las normas haciendo nuestras fotos, admiramos las enormes campanas (jamás había visto algo tan pesado) y miramos desde arriba buena parte de las edificaciones. No era hora de plegarias y el catolicón no estaba abierto; así que miramos y miramos, salimos a la puerta y visitamos la zona de peregrinos, volvemos a la puerta principal y nos sentamos, como se sienta siempre el peregrino, cansado y satisfecho, a descansar.

Allí estaba la tentación en forma de fruta madura y bien sabrosa. Tres hermosísimas cajas de melocotones estaban depositadas a la puerta…. Jesús, estas bien podrían estar aquí para ofrecérselas al peregrino… Sonrisas. A comer. Primero uno, luego dos, después a puñados. Alguien debió de observarlo porque en algún momento desaparecieron las cajas de la puerta. Para entonces el estómago ya había tomado suficiente ración de los sabrosos melocotones.

No debió de ser el joven italiano el que los retirara pues su timidez no se lo habría permitido. Solo logró soltarse un poquitín para asentir cuando le dijimos que allí podría llevar a Berlusconi “e lasciarlo qua”. Pero el mastodóntico monasterio es edificación y son los peregrinos. Un grupo reducido dejaba oír sus voces bien cerca de nosotros. Hacia ellos nos fuimos tranquilos y comidos. Una fuente abundosa y fresquita, a escasos metros de la playa, los acogía en charla y descanso. Saludos macarrónicos ¿en francés, en inglés, en griego? Por fin en español. Un señor ya maduro y animoso nos comunicó que había estado en España. Y se las dio de que Lorca era más conocido en Francia que en España. Bueno, vale, si tú lo dices… Intercambiamos agua y aguardiente. Y a puntito estuvimos de darles gato por liebre pues llevaban una enorme botella de aguardiente del mismito color que nuestra agua. Se dieron cuenta a tiempo y sonreímos. Fue un rato distendido.

Bebiendo agüita fresca me preguntaba qué razones habrían llevado a aquel grupo de peregrinos hasta lugar tan alejado y extraño. Tal vez alguno de ellos pensaría en las que a mí me tenían al lado de la fuente, en el extremo este del Mediterráneo.
Y otra vez el camino, el sol, la memoria del mundo clásico, la charla distendida, un canto en la ladera, la eterna comparación de dos mundos distintos, el recuerdo de las personas que podían estar aquí y no están… Y el mar siempre a los pies, siempre tendido, siempre en calma. También el mar aquí es sagrado.

XIROPOTAMOU se aleja un poco de la costa y se encarama en la ladera. ¿Potamou? ¿Río? Aquí no hay río, solo regatos que ya han quedado casi exhaustos a finales de junio. Ellos sabrán por qué este nombre. Otro vehículo tan sólido como viejo nos ayuda en los últimos metros del camino, ahora pista forestal o algo parecido. En el monasterio descubrimos la misma estructura, la misma hospitalidad y el primer cementerio de la zona. Unas simples cruces en el suelo anunciaban la presencia de unas tumbas austeras. Y un osario cercano guardaba los restos de toda una larga historia de monjes y de siglos.
Tampoco aquí es hora de liturgia, por lo que vemos, descansamos, bebemos, tomamos nuestras fotos, sentimos un ratito la presencia y la ausencia de los monjes y volvemos camino de la costa.

Bajamos hasta DAFNE. Dafne no es monasterio, es un nudo sencillo desde el que se distribuye hacia los centros de la península lo que viene de afuera y lo que va hacia afuera. Allí hay hasta aduana. Y un bar. Y unas tienditas. Es sitio de reposo para nosotros y de estirar el mapa para asentar los planes de la tarde. Hasta allí llegan barcos que atracan a su modo en un pequeño saliente robado al mar. Pues vengan las cervezas y la sombra. Y vengan los recuerdos: “A Dafne ya los brazos le crecían…” O aquella evocación jocosa que yo mismo imaginé no hace tampoco mucho: “…Y le crecen los brazos y se arruga / en corteza y raíz, en tronco y rama. / Y hasta allí llega Apolo con sus lloros / a lamentar aquello que perdiera / en aciaga disputa contra Eros.”

Uffff, qué ratito, con cerveza y con mitos.

Pero aquí hay que seguir, que no hay respiro. Un barco colectivo nos hace perder muchas horas y no tenemos tiempo. Otro atraco al bolsillo. Venga, arriba y afloja la pasta. Hasta OSIOU GRIGORIOU, please, que luego ya veremos. Y de nuevo en las ondas del Egeo. Solo son diez minutos. Estamos a los pies de un nuevo monasterio. Hay que subir la cuesta en pleno calor del mediodía. Y otra vez algún dios se compadece de nosotros. La barca vuelve sobre sus pasos para indicarnos que el monasterio celebra su fiesta y que hoy no recibe. Vaya por Dios. ¿Por qué Dios?¿Y ahora qué hacemos? Ya nada nos arredra. Tire usted adelante. Hasta Aghios Pavlou, el último monasterio de esta costa. Desde allí ya veremos.




ATHOS VI: Cuestiones bizantinas (Jesús Majada)

Si el vino no falta en la mesa de los monasterios, el agua de Athos, tan gratificante para el peregrino, merece al menos un minuto de atención. A finales de junio ya poca queda en los cauces de los arroyos, pero se intuye oculta bajo sus piedras. Sin duda esta descomunal Montaña Santa guarda en sus interioridades provisión suficiente para todo el verano, pues en algún recodo del camino y en distintos rincones de cada monasterio fluye continua, fresca y sin aliño para alivio de los caminantes. Sin embargo, el tratamiento que allí recibe es bien diferente del de Andalucía, pues mientras aquí –sin duda por herencia árabe- gusta que borbotee, choque con el agua de la pileta y suene, en Athos se coloca un canto rodado allí donde cae para que silenciosamente se pierda por el sumidero. No obstante, junto al caño, “do mana el agua pura”, siempre hay un caneco sujeto a una cadeneta para mejor dar de beber al sediento. Y por si fuera poca frescura la que por naturaleza tiene, en cada monasterio hay un grifo con agua previamente refrigerada.

En el monasterio de Agiou Pandeleimonos, junto al puerto, hay una hermosa fuente: se atunela en la roca por espacio de tres metros de radio y de profundo, está presidida por un fresco que representa el bautismo de Cristo y dispone a su alrededor de un poyo cubierto de rejilla de madera. Es un buen sitio para descansar y charlar con quien se tercie. Y allí tuvimos la suerte de encontrar media docena de peregrinos, dos de los cuales hablaban francés. En ambiente distendido cambiamos impresiones, y cuando les dijimos que éramos españoles, uno de ellos dijo: “¡Ultracatólicos!”. La clasificación, al menos a mí, me pilló desprevenido y quise matizar; pero Antonio, más ágil, contestó en español: “Ay, si tú supieras”.

No sé cuál es la imagen que de los españoles tienen por allí: tal vez herederos del franquismo ultracatólico, tal vez guardianes papistas de la reserva espiritual de occidente, tal vez nos asocien con los almogávares catalanes, aquellos atroces facinerosos que a principios del XIV arrasaron Tesalia y Macedonia, y en Athos saquearon e incendiaron los monasterios y asesinaron a sus monjes… Pero nuestra plática con los peregrinos en todo momento fue amigable y distendida, y poco después encaminábamos nuestros pasos hacia Xiropotamou.

El asunto religioso en Athos (y en toda la iglesia ortodoxa) es un problema serio y capital. Es una obviedad lo que digo, pero me refiero a lo que les separa de los católicos. Para empezar, ellos son los orto-doxos (los de la recta doctrina) y los católicos son heterodoxos, ni más ni menos que herejes que se alejaron del dogma establecido. La cuestión clave, el meollo teológico que separó a una y otra iglesia, la agarrada que provocó –previa excomunión recíproca del papa y el patriarca de Constantinopla- el llamado Cisma de Oriente es un asunto de mucha enjundia: el “Filioque” (y del Hijo). Los romanos añadieron al Credo la expresión “y del Hijo” cuando se afirma “creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo…” Ahí está la gran cuestión: ¿procede sólo del Padre, como dicen los orientales? ¿o procede también del Hijo, como afirman los romanos? Me ha sido imposible profundizar más.

Pero las consecuencias de discusión tan bizantina llegan hasta hoy, y el peregrino a veces las siente: discriminación en el katholikón, en el refectorio, trato distante, incluso rechazo ( o miedo) evidente. Claro que, como siempre, el verdadero problema (me lo llegó a decir un joven monje que se acordaba muy bien de una antigua estancia en Benidorm) es de poder: ellos consideran que el jefe de la Iglesia es Cristo y no aceptan la supremacía excluyente del Papa sobre todos los cristianos. Así es que, entre los ortodoxos, el papa viene a ser algo así como la encarnación del mal, y sus seguidores, una banda de empecatados demonios.

Y así, bien sudorosos, empecatados y endemoniados, llegamos sobre mediodía a Xiropotamou, que se asienta a media montaña sobre una explanada que mira al mar. A la puerta estaba sentado un monje joven, un poco retraído, como temeroso. Nos desprendimos de las mochilas y, tras nuestro “kalimera”, intentamos iniciar conversación. Antonio conservaba la gorra puesta y se apoyaba en su cayado. Es sabido que los curas de la iglesia ortodoxa, especialmente los de la rusa, son conocidos como “popes”, y como veníamos de un monasterio ruso, y en el monasterio al que llegábamos también había letreros en cirílico, Antonio, deseoso de saber algo sobre el monasterio y de romper el hielo con el monje medroso, le preguntó: “How many popes are here?”. El muchacho hundió un poco la cabeza entre los hombres, frunció el ceño, y contestó: “Popes here?”. Antonio se sentía seguro en su inglés y pisaba firme; para hacerse entender mejor, elevó la voz y recalcó despacio: “Yes. How many popes are here?”. El monje negó con fruición, bajó la cabeza y fijó los ojos en el suelo. Como dedujimos que sabía menos inglés que nosotros, le saludamos, entramos en el monasterio, nos sentamos a la sombra junto a una fuente tan refrescante como todas las de Athos, y allí echamos, entre trago y trago, muy larga conversación sobre lo humano y lo divino.

Al día siguiente fue el monje de Benidorm el que, hablando del cisma, se refirió al papa, y lo llamó “pope”. Nosotros ni idea de que papa en inglés se dijera “pope”. Inmediatamente rebobiné e imaginé el encuentro desde la perspectiva del joven monje de Xiropotamou: unos satánicos papistas españoles –el que hablaba con yelmo y azcona de almogávar-, se plantaron a la puerta del monasterio y le preguntaron:

-¿Cuántos papas hay aquí?
El monje: -¿?????
Y el almogávar, con voz estentórea: -¿Que cuántos papas hay aquí?

Pobre novicio…

3 comentarios:

antonio merino dijo...

¡Vaya par de dos!. ¡Cómo estoy disfrutando de vuestro viaje y cómo me he reído con la lectura de algunos episodios!. En algún momento me he alegrado de quedarme aquí, entre papeles y expedientes, porque vuestra narración es tan buena que hace que me sienta en Athos y que conozca cada rincón de los monasterios recorridos sin haber tenido que sufrir los avatares que habéis pasado. Bueno, tengo que confesaros que trato de animarme a cada instante con ese pensamiento, pero sigo rabiando por haberme quedado en tierra.
Sigo esperando con ansiedad nuevas entregas.

mojadopapel dijo...

Tiene razón Antonio Merino, abro el ordenador todos los días después de "enmandilarme" y vengo a esta vuestra casa, de Jesus y tuya, mientras transcurra el interesante relato que me tiene atada...porque si Antonio lo comienza...casi no existe distinción ninguna, cuando jesus lo termina, teneis una continuidad tal que pareceis la misma persona,se nota vuestros intereses comunes y vuestra gran amistad, que lujo.

Sinda dijo...

A mí me ocurre lo mismo que a mojadopapel. En cuanto puedo abro la ventana "DESDE MI TERRAZA", y dejo que entre el aire fresco (es un decir) de Athos. Vaya jodío par de intelectuales a través de los montes.
Qué bueno lo que contáis y cómo lo contáis!
Me encanta el punto de compenetración y de buen rollo que destilan vuestros relatos.
Antonio, no sabía que fueras tan políglota jajajaja.
En tu vida habrán podido llamarte de todo, pero alguien antes te había llamado "almogávar"?
Me partí de la risa con lo de los popes.

Hasta el próximo.