lunes, 20 de julio de 2009

ATHOS XIV





Un viaje demasiado tedioso nos plantó en Salónica. ¿Y ahora qué? ¿Ya se acabó el viaje? Quia, muchacho, que España (o Hispanía en su fonética) queda todavía muy lejos. Autobús y al centro de la ciudad. Mapa y preguntas. Estamos en el centro más antiguo de la segunda ciudad griega.

Una primera sensación me asalta y hasta me acongoja. Hace muy escasas horas estábamos en Athos y ahora mismo me parece distante, muy distante de nosotros. ¿Por qué esta sensación tan extraña? Se me empiezan a colar en la mente otras imágenes y otras ocupaciones anteriores y posteriores al viaje. Sé muy bien que volverán en torbellino sin que yo las reclame, pero ahora estoy en blanco.

Dedicamos unas horas a reconocer algunos monumentos de la ciudad antigua, paso obligado hacia oriente y cruce de caminos de la historia. San Demetrio es un espectacular templo ortodoxo en pleno centro de Salónica, todo majestad y plenitud. Otras iglesias están cerradas a esta hora de la tarde. Visitamos algún otro edificio civil y decidimos marcharnos hacia la parte baja, hacia el puerto.

Aquí la vida bulle aunque sea un día de diario. Yo no observo ninguna diferencia entre Salónica y cualquier otra ciudad occidental. Hermosísimas jóvenes en mínimos trajes de verano volvían a recordarme a los personajes femeninos de los textos clásicos griegos en los que he buceado muchas veces. La noche se echó encima y nuestro estómago pidió su ración de alimento. En una calle céntrica, muy próxima al mar y repleta de jóvenes, cenamos (sin pepino) y charlamos, afirmamos el valor sagrado de la amistad, trazamos un primer resumen del viaje y pusimos rumbo mental hacia el otro lado del Mare Nostrum.

Y en paseo tranquilo volvimos hasta el lugar en el que paraba el autobús. Ya somos expertos en comunicaciones y no habrá otro latrocinio como el de los taxis del primer día. ¿O sí? Ya era noche cerrada y avanzaban las horas del reloj. El aeropuerto estaba casi solitario. Había que descansar. ¡Pero con despertador muy cerca del oído! No, otra vez dormidos no, que esta vez se trataba del avión.

En algún momento y con tiempo suficiente, me lancé a la oficina para reclamar los bastones perdidos en el viaje de ida. Una llamada de teléfono me había indicado que debía pasar por allí en aquellas horas. Más dificultades de las previstas para la recuperación, pero allí estaban los palos envueltos en mil plásticos. Con el buen servicio que nos habían hecho las cayadas de tres euros… Otra vez a facturarlos y en Madrid a esperar para recogerlos. Qué lata con los bastones.

A una hora indefinida se animó la sala de espera del aeropuerto con la llegada de un numeroso grupo de jóvenes que, sin duda, iban de excursión a algún lugar. Ya todo fue bullicio, filas, llamada sin carraca, embarque y vuelo. Salíamos de Salónica, nos íbamos de Grecia, poníamos rumbo hacia el origen de nuestro viaje… Nos alejábamos de un montón de recuerdos, de un silo de vivencias, de unos días muy especiales. Mi mente seguía dando vueltas a ese revolutum que yo había fabricado en mi interior, en el que cabían la Grecia clásica de mis lecturas y de mis estudios, con la religión cristiana de mis ambientes y de mi educación, los paisajes frondosos por los que habíamos caminado fatigosos, Athos y sus misterios, las liturgias extrañas, mis creencias difusas y en secano… Y todo en un espacio y en un tiempo tan concretos.

¿Jesús, qué hacemos aquí arriba en medio de la noche?... El avión seguía suavemente su camino. El cielo estaba denso y cubierto de nubes. Sobrevolamos los países balcánicos huyendo de la luz del día. Cuando la luz nos pudo y el día amanecía, aterrizamos de nuevo en Zurich.

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