viernes, 10 de julio de 2009

ATHOS IV








Desembarcamos y nos quedamos casi solos. ¿Y ahora qué? Jesús está solícito. Echa mano del mapa de la isla y sitúa el primer convento: ZOGRAFOU. Ojo, está nada menos que a cinco kilómetros monte arriba e istmo adentro. Pero estamos con fuerza y hay que ganarle la partida al tiempo. Arriba con el cuerpo y el espíritu. Enseguida aparecen dos peregrinos con cara de orientales. Claro, son rusos, sus caras los delatan. ¿Y las nuestras? ¿Qué pensará esta gente de nosotros? También van a Zografou. El sol aprieta y el sudor se convierte en nuestro compañero. Seguimos por la senda que ahora es sendero pero muy pronto será pista forestal. Empiezan los contrastes: un lugar solitario y olvidado, tan solo para monjes, al amparo del silencio, del cielo y de los mares… ¡y con pistas abiertas! Muy pronto comprendimos la utilidad de esas pistas pues un camión muy viejo rugía monte arriba. Una seña oportuna nos invitó a subir en él. Ya habían hecho lo mismo los dos rusos a los que habíamos dejado atrás. Venimos para andar y mirar todo, pero este sol de justicia y esta sed. Anda, vamos en camión que es cuesta arriba y el sol nos acobarda. Así que en traqueteo sin descanso, nos pusimos arriba en unos minutos después de habernos ahorrado al menos tres de los cinco kilómetros de camino y de haber soportado todos los baches que en el mundo han sido.

Zografou es un convento de origen búlgaro que aparece de repente allí en el monte, sobre una loma verde. Da toda la impresión de una fortaleza en medio del silencio. Sus edificaciones son desmedidas. Y muy viejas. Sabemos que son todos monasterios milenarios o casi milenarios. Este parece que va de vuelta y que le va a costar mucho volver al esplendor. Todo refleja vejez y falta de adecentamiento. Los primeros frailes descansan a la puerta del monasterio y charlan vete tú a saber de qué. Pedimos como podemos entrar a ver las edificaciones. Ningún problema, por supuesto. Allí empezamos a descubrir lo sagrada que es para ellos la ley de la hospitalidad. Ningún peregrino sin atención, jamás. Y las primeras impresiones sobre la identidad de los edificios que habitan estos monjes ortodoxos. Sus monasterios son fortalezas que parecen construidas en edificaciones que no obedecen a un proyecto unitario sino que son añadidos que se van adosando a lo largo del tiempo.

Con esa impresión de que aquello olía solo a nostalgia y a pasado y después de husmear por el recinto durante un rato, volvimos sobre nuestros pasos, pedimos información para caminar hacia el siguiente monasterio y un joven monje nos indicó la vuelta por la misma pista hasta el nivel del mar… El otro camino no es adecuado para vosotros… Vaya por Dios, qué cara habremos puesto para que nos diga esto… Nos entendemos en francés y le hacemos caso. Nos invita a quedarnos esa tarde y esa noche allí, pero nuestra impresión no ha sido la mejor y preferimos seguir camino a pesar del calor de media tarde. Antes de atajar por un sendero que nos ahorrará casi un kilómetro, nos quedamos con la imagen panorámica de este monasterio de origen búlgaro, viejo y destartalado y “levantamos a un fraile” que dormitaba sobre un banco de madera. A esto también se llama levantar frailes de siesta. Será vago el colega…

Y fuimos descendiendo, con las primeras impresiones a cuestas, con el sol en todo lo alto, con las imágenes en nuestras retinas y con las impresiones de estas personas de barba larga y de pelo no menos largo, vestidas con hábito talar ennegrecido y un poco pardo, y ese gorro especial que cubre la cabeza de los monjes ortodoxos cuyo nombre desconozco. El camino se nos fue en el sudor y en el pensamiento acerca de la misión de estas personas en esos lugares, en las conjeturas acerca del valor o el contravalor de estos esquemas de vida, en el contraste que veíamos entre la vida retirada de estos monjes y la presencia de vehículos, aunque solo fuera en pistas forestales, entre la aparente austeridad de vida y la presencia de cables y de edificaciones sólidas en piedra y, en general, en el anacronismo que, a primera vista, suponía todo aquello.

Otra vez en la playa y otra vez al camino. Hay que seguir andando, que aquí solo hay camino y desconocimiento.

Habíamos venido a andar y a sentir lo que ocurre en esta esquina del Mediterráneo en la que la historia ha escondido a unos centenares de monjes ortodoxos rigoristas dedicados a la oración y a la liturgia. Y queríamos los aromas, las especias, la liturgia, los horarios, la vida. Y yo quería sentir lo que había leído muchas veces, que poco o nada tenía que ver con la liturgia ortodoxa porque se hundía en lo más alejado de la historia, en ese límite impreciso entre la historia y la leyenda, entre el mito y la razón. Me bastaba con la tierra y con la imaginación. ¡Y estaba en Athos! Hollábamos los montes bien cerca de las playas y sentía la presencia de Ulises, perdido en su regreso (bien poco me importaba que ni siquiera en sus relatos la geografía se detuviera en estos sitios: lo traía yo y basta), o los paseos de Aristóteles, estos más verosímiles, o cualquier episodio de los clásicos, cualquier paso hacia oriente, cualquier imperio antiguo, tal vez el paso hacia Troya o el regreso de ella… Qué se yo. O incluso divagaba con los tiempos más próximos: san Pablo, con sus viajes y sus cartas, el límite de Oriente, el vislumbre de Atenas… Todo, todo a los pies de mi imaginación.


A la orilla del mar, apareció DOCHIARIOU, un nuevo monasterio que se abalanza sobre los primeros metros del mar. Qué edificio tan hermoso. ¡Si pudiéramos quedarnos para descansar y dormir…! Como otros que veremos, su aspecto es de una solidez enorme, algunas de sus alas cuelgan sobre las playas y sentarse en alguno de sus balcones es notar que el agua literalmente se acuesta a nuestros pies.

Muy pronto descubrimos algo bueno, que viene a dar certeza definitiva a la ley de la hospitalidad en todo Athos: hay siempre un monje encargado de la recepción del peregrino. Y tiene nombre propio: arkontariki (transcribo como suena). Enseguida recuerdo a los arcontes y asocio sus funciones. Todos los monasterios tienen una edificación exclusivamente dedicada a la atención de los peregrinos. Y la recepción, después siempre repetida, nos sorprende: un vaso de agua fresca, una copa de aguardiente (he dicho de aguardiente) y unos dulces melosos de la zona. Después viene el descanso, el aseo, la visita a la iglesia, la comida si tercia o el sueño si es la hora. No hay ninguna excepción: el peregrino es también sagrado, como ellos, y el trato que se le dispensa es exquisito.

Así que descansamos, tomamos las bebidas y aceptamos los dulces, y nos vamos a visitar el monasterio. De nuevo la estructura se repite. En medio de la fortaleza, como centro de todo, se alza su iglesia, su templo, el lugar de oración.

Curiosamente lo llaman, ellos, que son tan celosos de la ortodoxia, catolicón. Y es su catolicón un lugar sagrado en su construcción y en su uso. Tres, a veces cuatro, compartimentos ocupan su extensión. El edificio tiene forma de cruz griega. Es el primero de esos recintos el más sagrado. A él acceden solo los oficiantes. En el segundo se concentran los monjes para las ceremonias y resulta el más adornado. Ni una sola luz eléctrica, solo velas alumbrando el silencio y la penumbra. Los cantos, la salmodia, el rezo cotidiano, la liturgia barroca, abigarrada en todos sus extremos, se concreta en este recinto. Hasta allí nos colamos siempre que pudimos, que no fue siempre pues hay monjes celosos en separar ortodoxos y católicos (o pretendidamente católicos para no desentonar). La tercera estancia parece más de paso o de entrada en el sancta sanctorum. Los monjes van y vienen como sin causa cierta. Y siempre las reverencias y los besos a todos los símbolos sagrados. Tanta reverencia resulta empalagosa para mí. Catolicón, ese centro de toda la liturgia, de toda la oración, tal vez la razón de ser de esta edificaciones. Más tarde diré más de este recinto.

Hoy aún queremos más. Aún otro monasterio, otro recinto, otra experiencia nueva.

Seguimos caminando. XENOFONDOS. Dios mío, que recuerdos. Si la fonética ha cambiado T en D. Ya lo tenemos: Xenofondos = Jenofonte. Un ratito para darle cuerda a la imaginación y a las lecturas de otros días. Ahí está, Xenofondos.

Llegamos a la hora justa para acudir a la ceremonia de la tarde y para que la hospitalidad nos obsequie con la cena y el descanso reparadores. Y suena la campana, y aparecen los frailes por todas las esquinas, vestidos con sus hábitos talares, y entramos a la iglesia, y se recoge todo en el silencio, y empieza la salmodia… Y sigue la salmodia, y crece la salmodia de los rezos, y se elevan los tonos, y sigue la salmodia, y responden las voces solitarias, una a una, por todas las esquinas, y sigue la salmodia… Kirieleison, kirieleison, kirieleisón… y vuelve la salmodia, y se mantiene un eco desde el fondo, y vuelve a salmodiar cualquier monje ortodoxo, y yo me quedo mudo oyendo la salmodia repetida, y así durante un rato que se pierde en el tiempo y anula los espacios… y sigue la salmodia en melopea común, y en medio del silencio se escucha la oración, y sigue la salmodia, y asciende y se desploma hasta el silencio, y sigue la salmodia… Kirieleison, kirieleisón, kirieleisón… y así hasta el número sagrado y agotador de cuarenta veces kirieleisón, y sigue la salmodia que lo domina todo hasta que ya no hay nada, solo el ritmo y la voz de la salmodia…
Cada cual andará en sus pensamientos. Yo sé que ese momento me resultó increíble, absolutamente mágico y fecundo. Ahora ya estamos dentro de este monte, de este monte sagrado, ya sabemos a qué habíamos venido. El mundo anda alejado de nosotros, muy lejos, allá, en el horizonte. Ahora yo no lo necesito. Ha pasado tal vez más de una hora y sigue la salmodia en el catolicón.

Son acaso las seis de la tarde y la cena ya aguarda. El comedor está al lado del centro religioso, del catolicón. Los monjes se aposentan en sus mesas acaso por edades o por cargos, que hay mucha jerarquía. Los peregrinos ocupamos mesa aparte. Es el refectorio sitio lujoso, decorado con frescos en todas las paredes, sin duda reflejo de otros tiempos en los que los monasterios estuvieron más poblados. La cena se hace en silencio, al amparo de nuevo de una nueva salmodia, la que crea un lector de textos sagrados. Mientras el lector recita, los comensales dan buena cuenta de los alimentos en los que no se incluyen ni leches ni carnes. Dos comidas al día y en ninguna ni un poquito de carne. El silencio apresura el ritmo de la comida y hay que andar bien despierto para apurarlo todo pues en cualquier momento el lector se detiene y el abad da por terminada la sesión. Entonces todos se levantan y salen en orden muy estricto, siguiendo los pasos del abad, que parece investido de poderes casi absolutos. Hay unos cuantos monjes que despiden a la puerta del comedor a todos los comensales con reverencias, mientras uno de ellos levanta la mano en una acción cuyo significado se me escapa. Ando yo todavía pensando en el sabor de los pepinos, que me gustan muy poco, y no tengo paciencia para indagar en esto.

Después la tarde va perdiéndose en el ocaso y el mar se hace más gris y más cercano. Nos damos un paseo para conocer mejor las otras dependencias y para observar las tierras que, en paredones sólidos, le han ido ganando a la montaña. Allí cultivan legumbres y hortalizas. Su comida es frugal pero sus tierras no dan para todo.
Miramos con placer el horizonte marino sentados en los bancos o en las piedras. La noche va llegando. Estamos en oriente y la tarde es más corta. Cuando llega la noche, se cierran bien las puertas del monasterio. Hay un balcón que mira al mar, que está encima del mar. Es un lugar propicio para ver cómo muere el horizonte. Qué vida tan distinta. Qué lejos anda el tiempo de las prisas. Ahora todo es silencio y armonía. Hay que dejarse en brazos de los sueños. Pero sin roncar, coño.



ATHOS IV: Garrote vil (Jesús Majada)

Zographou es un monasterio monumental, como casi todos los de Athos. Pero qué decepción. Extramuros del monasterio, un pabellón poblado de ventanas con ropa tendida, ofrecía un aspecto completamente ruinoso. A la puerta había tres monjes de astroso aspecto, uno calzado con unas chanclas azul celeste chillón que blasfemaban contra su hábito negro. El patio interior era majestuoso, con dos soberbios cipreses que dejan pequeño al de Silos. Complejos andamiajes ante los muros hablaban de restauración, pero allí nadie trabajaba. Cuando salimos fuera e iniciamos la vuelta al camino, pasamos al lado de un haragán, un perdulario en hábito de monje que sesteaba sobre un banco. ¡La impresión recibida no pudo ser más frustrante: recorrer tres mil kilómetros en avión para… encontrarnos con esto!

Dos horas de camino nos llevaron a Dochiariou, un monasterio a la orilla del mar exquisito, primoroso, bien aseado y acabado. Señoreado por una esbelta torre del homenaje, parecía recién estrenado. Era la morada deseada por cualquiera que pretenda llevar una vida apacible. En la recepción de peregrinos, una estancia fresca y muy umbrosa, el abad, de traje talar impecable y gran cruz dorada sobre el pecho, conversaba muy dignamente con los recién llegados.

Los monasterios de Athos tienen todos una iglesia principal, el katholikón, y más de una docena de capillas, unas intramuros y otras diseminadas por los alrededores. Fue en Dochiariaou donde tuvimos la suerte de poder entrar en una de las más santas. Nosotros estábamos perplejos, nos pusimos a la cola de los peregrinos ortodoxos e imitamos cuanto ellos hacían. Entramos en un lugar recóndito, bastante oscuro, apenas iluminado por dos velas. Lo que parecía concitar todas las miradas era un icono de la Theotokos. Cada uno de los que iba delante de nosotros se santiguó media docena de veces con sendas profundas reverencias, al llegar cerca del icono hincó ambas rodillas en tierra e inclinó la cabeza hasta tocar con la frente el suelo. Luego llegamos nosotros, impíosteófobosracionalistasescéticosapóstatas incrédulosagnósticoslibrepensadoresateos, y –cosas de la peregrinación- nos postramos en tierra durante unos pausados instantes, igual que los musulmanes lo hacen dirigiéndose a La Meca, luego nos levantamos, y siempre marcha atrás salimos respetuosamente del santuario.

También Xenophontos nos resarció ampliamente de la primera impresión en Zographou: la ceremonia religiosa con sus suaves salmodias, el recogimiento del templo, la pulcritud de la cena y nuestra habitación, situada en la fachada noble, sobre el portón de entrada al monasterio y mirando al sol poniente sobre el mar.

En los tres monasterios en que dormimos las habitaciones eran semejantes: tres camas, una mesilla y sendos pares de chanclas para reposo de los pies peregrinos. Aquella primera noche compartimos habitación con un griego de unos setenta años, que, enseñándome una cicatriz que le atravesaba el pecho, enseguida me pidió dinero para tratarse no sé que enfermedad. Le di largas y al poco también me dijo que le pidiera dinero a Antonio, pero éste cortó por lo sano y dijo que de dinero nada.

Y fue esta primera noche cuando hicieron aparición las primeras incompatibilidades de caracteres entre nosotros: yo suelo roncar, y el sueño de Antonio es muy ligero. Consciente de mi defecto, le dije que, llegado el caso, me chisteara para cambiar de postura y así ahuyentar tan molestosos ruidos. Para más complicación, él había olvidado sus tapones. Ya bien entrado el sueño, percibí la primera admonición, que en Antonio no tiene forma de chisteo, sino del khill, khill que se hace a los burros para que aligeren. Y yo, diligente, me di la vuelta. Así dos veces más. Pero el griego que dormía a nuestro lado era no tan mirado como yo y, desde luego, menos dócil. Antonio -harto de sus ronquidos y de que no atendiera a su khill, khill- dio unos fuertes golpes sobre la madera de la cama: despertose el griego, se sobresaltó y comenzó a clamar, dando grandes voces, pero no comprendimos lo que dijo…

A la noche siguiente dormimos solos en una celda. Las camas no estaban colocadas en paralelo, sino formando una L, los pies de mi cama junto a los de la cama de Antonio. Le dije que, si yo esa noche volvía a las andadas, podía mover mi cama con su cayada de peregrino, y a tal efecto la dejó a su lado. A no sé qué hora sentí un fuerte golpe en mi pie: siguiendo mis instrucciones, Antonio había soltado un palo de ciego que fue a dar donde menos convenía.

Pero la tercera noche superamos las desavenencias. Quizá porque, tras la experiencia del vil garrotazo y huyendo de un segundo “palo y tente tieso”, dormí encogido y aovillado. O tal vez porque la campana del monasterio y un monje con una carraca nos despertó a las tres y cuarto, a las tres y media, y a las cuatro menos cuarto para que, a las cuatro, asistiéramos a maitines.

5 comentarios:

mojadopapel dijo...

Que interesante Antonio!!!, me gusta lo que cuentas...no entraríais en trance con tanta salmodia y kirieleison?.

Antonio Ruiz Bonilla dijo...

Como sigas buscando y encontrando tanta imaginación y tanto arte, acabarás encontrando el olimpo, y la tentación de quedarte hará del fin de los tiempos un mero sueño.
Un saludo

Sinda dijo...

Jajajaja. Lo que me ha reído leyendo lo del garrotazo.
Habéis disfrutado con lo que para muchos (ahí me incluyo) habría sido un viaje-suplicio.
Pero qué maravilla de construcciones y de paisajes, y qué vida tan reposada deben de llevar allí. Espero que no volváis para quedaros.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas tardes:

- Impresionantes las fotografías.
- Divertidísimo lo de los ronquidos. Así antes de la próxima aventura, D. Antonio, no olvidará incluir en la lista los tapones para los oídos.

- Y desde luego, se puede entender lo del aguardiente para el recibimiento en cada monasterio.

Construcción y kirieleison, kirieleisón y construcción...

- ¿La presencia de Ulises?. ¡No!. Ulises de allí pasó de largo. Si lo sabré yo.

Saludos. Gelu

P.D.: No digo poner cortinas en las ventanas, pero se nota que falta la orientación y la mano de una mujer, desde hace más de un milenio. ¡¡¡Pobres!!!

mojadopapel dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA,Sinda que gracioso es tu Jesus, cómo me he reido, con el golpe de vara o "tentetieso", y el Khil,khil de los burros, habria que ver los ojillos que debian tener los dos a las 3 de la mañana levantandose a maitines...anda que las reverencias que no han hecho aquí las hicieron todas juntas,jaja...si es que adonde fueres haz lo que vieres, por muy ateo que seas.