miércoles, 15 de julio de 2009

ATHOS IX





Así que hacia AGHIOS DIONYSIOU, un nuevo monasterio que se asienta a los pies del mar. El camino es de nuevo un festejo de mar y de vegetación, de charla y de sudor, de recuerdos de amigos, de contraste de ideas, de ver pasar algún barco bien cerca de la costa pero lejos de lo que allí se vive. Los regatos que bajan del monte se están agotando por momentos pero conservan fuentes y destilan hilillos de agua fresca que nos sirven de gozo y de reparación.

Mira, mira, Jesús, ahí está ya Aghios Dionysiou. ¿Es el nombre de un santo? ¿Es el lugar lo que es sagrado? ¿Y Dionisos, el dios de la alegría y del vino bueno, aquel hijo de Zeus y de Sémele? ¿Esto qué es?... Yo prefiero, como siempre en este lugar, confundirlo todo y dejar que en mi imaginación se mezclen elementos sagrados del mundo clásico y de la religión cristiana. Qué follón más bonito para mí. Si se enteraran los monjes…

Pasada la liturgia y el desayuno, los monjes se disgregan y cada uno acude a sus ocupaciones. Pero debemos haber andado bien deprisa pues en este lugar los monjes están acudiendo al refectorio. ¿Por qué no aprovechamos? Total, serán verduras otra vez. Y pepino, claro. Así que solo ver, comer y beber. Nos guardamos, como de cada sitio, un buen recuerdo de fotos y de sensaciones. Pero paramos poco. Siempre andamos con cuenta de lo que queremos andar cada jornada y, hasta que no la tenemos mediada por lo menos, parece que no nos entra del todo la calma. Aquí las sensaciones son parecidas a las de otros sitios, trasladadas a la luz de la media mañana en el Egeo. Repasamos el mapa, calculamos las horas. Tendríamos que calcular también las dosis de sol y de calor en el verano mediterráneo. Y de las muchas fuentes, que contrarrestan ese calor.

Que no se enfaden los Dionisios santos ni que se enfade Dionisos con su vino y sus fiestas. Nos lo llevamos todo en el recuerdo. Y en las prisas.

A OSIO GRIGORIOU llegamos a mediodía, tras una travesía ya cansada y fatigosa. Subimos fuertes cuestas y bajamos hasta casi la cota del mar. Por el medio quedaron unos cantos de religión católica en medio de las reglas ortodoxas. Esos cantos católicos evocaban los años de niñez, también de rigideces y de espantos, de sustos y de amenazas. Qué tiempos tan ridículos. Y qué religiones estas que basan su estrategia en asustar a todos. ¿Cómo puede concebirse la idea de un Dios omnipotente, eterno y bondadoso, con el castigo eterno y con la amenaza continua? ¿Pero cómo puede caber eso en el sentido común? Si Dios es el tal Dios, solo puede clamar y proclamar la fuerza del amor y de la alegría, el valor de la solidaridad y del reparto, la infinita sonrisa y el gozo en cada instante… ¿A qué aspira esta gente que asusta y que vive asustada?

Andan el pie y la mente. No sé si acompasados. Porque el cuerpo se cansa un poquito más que la mente en estas aguas limpias y azuladas, pero la mente sigue engolfada en sus cosas. Y la razón se pierde en cuanto quiere darle un poquito de cancha a los sentidos.

El monasterio Grigoriou da la impresión de ser un poco más pobre en sus construcciones, aunque siempre sólidas y ancladas a la orilla del mar, como desafiándolo. No nos faltan el agua, el aguardiente y los dulces empalagosos de cada recepción. Nos sentamos un rato en una amplia sala destinada a los peregrinos. Aparece un sujeto que no nos dice nada. Pronto llega el abad (¿lo llamarán abad?) con una cruz al cuello, acompañado por otro monje de su misma categoría, a juzgar por los adornos y su porte. Además del clásico aguardiente, nos ofrecen garbanzos bien blanditos. Estamos suspendidos encima del mar, mirando al horizonte y descansando.

Nunca sabemos muy bien qué hacer en el medio del día. Por eso caminamos de un sitio a otro hasta que nos coge la tarde y nos paramos. Parece que anduviéramos empeñados en correr y correr, en andar y andar, en ver y ver.

Ya nos han ofrecido habitación para dormir y amparo para cenar por la tarde. Se nos aleja la intranquilidad y reposamos. Podríamos quedarnos allí el resto de la jornada. Reposaríamos, charlaríamos, escribiríamos un poco, indagaríamos, seríamos por casi un día peregrinos de un solo lugar. Pero no estamos por la labor porque no sabemos cómo encajar las horas y no queremos estar parados. Nos puede el síndrome del tiempo.

Ya tenemos la idea: haremos la subida a Simonos Petras, acudiremos a la liturgia de la tarde y cenaremos allí; inmediatamente después descenderemos para dormir en Grigoriou. Será un día completo si lo hacemos. La oferta es tentadora, a pesar del camino y de las horas. ¿Serán las dos? ¿Las tres?

Extendemos el mapa en la mesa. Asusta pensar en la subida que nos aguarda. Ya puestos… ¿Y el calor? Ya puestos… Pero si ese monasterio está en el cielo casi… Ya puestos…Pues ya que estamos puestos, lo haremos al menos con un poquito menos de carga en las espaldas. Nos llevamos tan solo las cámaras y una mochila con agua; lo demás sobra y pesa. Pleno sol y camino. Subida pronunciada que nos sumerge en el mar del sudor. Bajada pronunciada que nos desconcierta y nos desanima al mirar hasta dónde tenemos que encaramarnos.


ATHOS IX: Diógenes el can (Jesús Majada)
(Mañana salgo de vacaciones, ya sin ordenador, ni internet al alcance de la mano. Por ello mañana aparecerá mi última entrada sobre Athos. La tarea de rematar en solitario la narración de los sucesos de este viaje queda para Antonio, quien sin duda lo hará tan cabal y cumplidamente como tiene por costumbre).

La población de Athos es de muy distinto pelaje. Aunque toda es masculina, las diferencias jerárquicas, profesionales e incluso sociales son manifiestas. No obstante, los matices –especialmente entre los clérigos- se nos escapaban.

El grupo de paisanos que pululan por Athos no es pequeño. Dejando aparte los peregrinos, de los que ya hemos hablado, hay funcionarios (aduanas, correos, policía de fronteras), personal dedicado a servicios (tiendas, bares, banco) y trabajadores de la construcción. Como en todos los monasterios se están llevando a cabo obras de remozamiento y restauración, éstos últimos son muchos. Parecen dominar los procedentes de los países del este (rumanos, rusos, búlgaros…). De vez en cuando vimos también muchachos, pero no supimos qué hacían por allí. Recuerdo a dos de ellos, furtivos bañistas entre unas rocas junto al embarcadero de Agios Paulou: a un monje no se le escapó el pecado cometido, y ni corto ni perezoso cogió sus ropas y se las llevó. Nunca fue tan plásticamente lo de “nadar y guardar la ropa”.

Más compleja es la estructura social de los monjes. Lo que más llama la atención es su juventud. Todos llevan hábito. Unos, de impecable planta y corte; en otros, polvorienta, sucia o raída, se nota que su sotana es su mono de trabajo. Vimos monjes pescadores, monjes hortelanos, monjes carpinteros, locos monjes conductores de camiones-todoterreno. Sacerdotes son pocos: en el monasterio de Agios Paulou sólo había seis, de un total de treinta y cinco monjes. Los hay que viven en los monasterios (comunidades de unos treinta o cuarenta); los hay que viven en las skite, pequeños cenobios de cuatro o seis; y los hay que, eremitas perdidos en la montaña, viven de las limosnas que los caminantes que por allí pasan les ponen en un caldero que ellos tienden con una soga desde la pared en que se encuentra su cueva. No pudimos ver a ninguno de estos individuos, aunque esa era mi intención, pues me recordaban los versos de Campoamor, que aprendí del padre de Sinda:

Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro el rey.
- Y yo Diógenes el can.
- Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí?
- Yo, nada;
que no me quites el sol.
-Mi poder… es asombroso,
-Pero a mí nada me asombra.
- Yo puedo hacerte dichoso.
- Lo sé, no haciéndome sombra…

2 comentarios:

antonio merino dijo...

Espero veros mañana y daros un abrazo. Aunque, si es cierto lo de comer pepino a todas horas (no lo pondré yo en duda), no sé si encontraré carne a la que abrazar. Con tanto pepino y tanta verdura, estaréis como unas sílfides y se habrá puesto en forma vuestro colesterol; además, tendréis bien cebado el espíritu y eso os hará tirar una larga temporada. Todo tiene sus ventajas, que no solo de pan vive el hombre. Pues eso, que nos vemos mañana en el Castañar ante un buen plato de calderillo, para ir reponiendo fuerzas.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenos días:

- Anoche se me voló un comentario cuando ya lo tenía escrito. Echaba en falta las fotos de este ATHOS IX. Como luego las ví, ya no volví a repetirlo. Preciosas como todas.

- El viaje creo que duró lo justo, pues unos días más y se hubieran hecho transparentes o invisibles.
- Les veo caminando por el Castañar y entonando, junto con Antonio Merino que se añadirá al coro y algún amigo más, el Kirieleisón en ortodoxo. Y si no, al tiempo.

Saludos. Gelu