Ando engolfado en la lectura del libro “Gomorra”. El tiempo del verano me lleva a velocidades muy diversas y así, mientras un día doy un empujón enorme a algo, al día siguiente me encuentro con que casi todo sigue en el mismo sitio que el día anterior.
Hoy, por ejemplo, puede ser un día de escaso rendimiento en el asunto de la lectura; asuntos domésticos me han tenido ocupado media mañana y las primeras horas de la tarde las he dedicado a una afición que me viene de antaño, la de ver el tour de Francia. Lo hago sobre todo porque practico el sillón-ball divinamente y porque mis ojos se llenan de esos paisajes verdes del centro de Europa que tanto contrastan con el secarral veraniego de este país. Y eso que yo tengo mi terraza, y tengo mi sierra, y tengo mi cielo, y tengo mi agua, y tengo….
La casualidad me llevó esta mañana a coincidir con un pequeño grupo de personas que forman parte de la comisión provincial en Salamanca para la memoria histórica de los desaparecidos y represaliados en la dictadura. Andan afanados en colocar un monolito, el sábado uno de agosto, en la entrada al cementerio. En estos mismos días lo hacen también en otros lugares de la provincia.
Me reconforta mucho observar en directo cómo se preocupan y cómo van venciendo todos los obstáculos que se les van presentando con tal de rendir homenaje y recuerdo a todas esas personas que durante tanto tiempo no han contado para nada en esta sociedad. Y me reconforta mucho más el tono con el que lo hacen, la serenidad con la que hablan del tema y la certeza de que el objetivo único que les mueve es el de honrar esa memoria y nunca remover pasiones ni odios contra los verdugos. Que nadie espere aplausos para los que empuñaron la pistola o el desprecio continuado; sería una contradicción. Pero yo no he visto el odio a flor de piel, ni el deseo de venganza, ni el grito de revancha. Es otra cosa la que los mueve y la que lleva a ofrecer tantos esfuerzos a esta gente: es el recuerdo de sus seres más queridos, la compasión por los abatidos, la solidaridad con los represaliados de todo tipo, la sangre de su sangre que los convoca y los empuja.
Siempre me he preguntado cómo puede haber alguien que se oponga a estos sentimientos. Y, sin embargo, ahí están las manifestaciones públicas de cada día en los dirigentes, todas provenientes sospechosamente del mismo bando político. ¡Cómo se puede negar ese sentido de la compasión y del recuerdo –-aunque habría que gritar que se trata de un acto de justicia-?! ¡Cómo se puede negar! Y lo más grave es que demasiadas veces esa prevención procede de ámbitos religiosos, en los que cabría esperar que ese sentimiento de compasión y de justicia tendría que estar en la base de sus actuaciones.
Me comentaban que, en cuanto se desciende a los niveles más locales, las diferencias entre los representantes de un signo y de otro para facilitarles su trabajo no son tan acusadas. Uno piensa qué pegas puede poner cualquier alcalde de un pueblo para entorpecerles el trabajo y no encuentra ninguna. Aunque cuelgan hilachos y la cabra tira al monte en cuanto le sueltas la cuerda. Y, por supuesto, en cuanto tiras del hilo, los nombres empiezan a salir con sus apellidos. Porque las pistolas no se dispararon solas ni los desprecios acumulados se borran de la memoria fácilmente.
Salamanca fue territorio comanche desde el primer momento y los “perdedores” lo pasaron muy mal. La lista de represaliados es muy amplia. Y la de despreciados durante las cuarenta años de dictadura, mucho más. Cualquier homenaje será corto y pequeño. Estaré allí aquel día. Con ellos. Y ellos son todos ellos, los de ahora y los de antes.
miércoles, 22 de julio de 2009
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