Asistí ayer por la noche a un espectáculo en el que se escenificaba, teatralizándola, parte de la obra de Benedetti. Me sorprendió la respuesta positiva de la gente. Seguramente eso significa que otras veces también pueden acudir pero que algún mecanismo falla porque casi siempre este tipo de actuaciones encuentran las butacas vacías. Vale, estupendo.
No es frecuente ver escenificada la poesía, aunque se mezclaron también relatos, y la sensación que a mí me produjo todo aquello fue bastante desigual. Lo más positivo tal vez sea la novedad de aplicar la vista directamente a la concreción de lo que dicen las palabras. Es como cuando pasamos un guión a la imagen. Lo menos positivo, paradójicamente, resulta ser lo mismo, pues es esa concreción la que te roba tu propia visión y tu representación imaginativa personal. Tenía la impresión de que se le robaba buena parte de valor a las palabras. Una hora antes había estado releyendo textos de Benedetti -algunos se representaron y se recitaron allí- y me encontré con actualizaciones bien distintas a las que yo mismo había hecho poco rato antes. Es, seguramente, algo inevitable pero que a mí me dejó un sabor de boca irregular. En numerosas ocasiones yo mismo he preparado recitales en los que la palabra se acompañaba de la música y de las imágenes. Y el conjunto siempre me había funcionado. Estaba menos acostumbrado a que los gestos y los movimientos robaran protagonismo a la palabra. Y me quedé un poco cortado. A pesar del buen hacer de casi todos los que estaban en el escenario.
La palabra poética es esencialmente polisémica y ese tajo al que es sometida cuando se traslada a la imagen o al gesto es como si a un pájaro le cortaran las alas y lo mandaran volar en línea recta, sin poder aprovecharse de las corrientes de aire para planear a su gusto en el cielo. Por eso hacía un ejercicio de ida y vuelta desde el escenario a mi terraza, donde una hora antes yo había estado poniendo cuerpo a esas palabras, y el escenario del teatro, donde me obligaban a mirar una propuesta única.
Dejémoslo todo en que se trata de una propuesta diferente simplemente. Tan diferente como la que puede ser la del propio creador y la de cada lector particular.
Se podría hacer la prueba con este poema, por ejemplo, del propio Benedetti
SI DIOS FUERA UNA MUJER
¿y si Dios fuera una mujer?
-Juan Gelman
¿Y si Dios fuera mujer?,
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya, si Dios fuera mujer,
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay, Dios mío, Dios mío,
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer,
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
viernes, 24 de julio de 2009
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3 comentarios:
Coincidimos en la sensación, y es que, en la poesia todos buscamos algo que nos falta o algo que queremos expresar y no todos percibimos lo mismo en la palabra, la palabra tiene su propia interiorización personal
e incluso, a veces, distinta del indicio del autor.
La imaginación es muy poderosa, incontrolable y personal, tiene que ver con nuestros actos y vivencias, nunca puede igualarse en los humanos, y al ver teatralizado en escenas algo que has interiorizado al leer el poema se produce un choque frontal y desigual que nada tiene que ver con el buen hacer del actor.
Yo también me quedé con una sensación rara, Antonio. Parecía como si algunos poemas de Benedetti naciesen medio asesinados y, habiéndolos leído muchas veces antes, en soledad, hubieran bajado a los infiernos de lo vulgar (llegué a pensar por un instante... es que a lo mejor son poemas vulgares).
No quiero con estás palabras minusvalorar el trabajo teatral de los actores, que no estuvo mal, pero sí ldarle un toque de atención a quien los dirigía... creo que una de las premisas para lograr un buen espectáculo teatral consiste en, por lo menos, no restarle valor al texto original... ahí creo que está el fallo, y es ahí donde se deben cargar las tintas... o se trabaja para igualar o superar al texto que se teatraliza o, mejor, no se hace nada.
Claro, no fue magnífico para quienes hemos leído a Benedetti... pero a lo mejor si tiene sentido la cosa para quienes no lo han leído y que este acto pueda llevarlos al autor... ellos fliparán, estoy seguro.
Intentar darle visualidad al poema, siempre le roba el indicio... eso es inevitable.
Un fuerte abrazo a los actores, que conozco a algunos, y mi enhorabuena por todo su trabajo, que me parece encomiable... mezclar géneros es muy complicado, y más si se trata de llevar la poesía a lo teatral... eso conlleva un riesgo elevado que hay que asumir con valentía y decisión... y todos ellos lo han hecho. Mi sincera enhorabuena por ello.
Buenos días, D. Antonio Gutiérrez Turrión:
- Para leer y sentir la poesía, como para ver buen cine o escuchar buena música, necesito soledad. Si quiero río y si quiero lloro, y si luego me apetece lo cuento o lo comparto. Pero en el momento del descubrimiento no quiero espectadores de mis sentimientos.
- De todos modos, me parece estupendo todo lo que se haga para iniciar la curiosidad y quien se sienta atraído que continue del modo que quiera.
- Los poemas de Benedetti no son vulgares, son sencillos, cercanos. Como era él.
Saludos. Gelu
P.D.: (Con permiso). Para LFC: Me es imposible estar más de un minuto en su blog. Se me apaga el ordenador, ¿le ocurre a más personas?.
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