martes, 21 de julio de 2009
ATHOS Y XV
El aeropuerto de Zurich es amplio y muy dotado. Tenemos unas horas para esperar el enlace del vuelo y no queremos perderlas. La ciudad aguarda nuestros pasos. Hay una cinta transportadora kilométrica que nos lleva hasta los andenes desde los que el transporte público nos dejará en el centro de la ciudad. Jesús, que aquí no hay euros. Cambiaremos lo mínimo para pagar el transporte y para tomar un café. Que sean veinte euritos… Al cambio nos entregan veinticinco francos suizos del ala. Compramos dos billetes de ida y vuelta. ¡Veinticuatro francos!!! Nuestro gozo en un pozo y nuestro enfado en toda la superficie. Otro timo más. Será ya el último.
Zurich es la ciudad de los tranvías, de las bicicletas y del silencio. Descansamos a la orilla del lago. Mis recuerdos se alejan en el tiempo hasta aquel verano que pasé metido en la cocina de un restaurante de esta ciudad. Cuánto tiempo de aquello. Y hasta la realidad de aquellos inmigrantes que conocí en barracones, pensando siempre en los seres queridos y haciendo piña siempre. Alguno de mis hermanos bien conoce lo que digo. Cuando vuelva a casa tengo que enseñarles las fotografías. Tampoco tenemos mucha suerte con los edificios que queremos ver. Se nos va el tiempo en un largo paseo por algunas de sus calles, por el descanso a la orilla del lago contemplando los verdes y lánguidos alrededores y en un parque cercano a la gran estación de transporte. Otra vez la amistad en la palabra, los ritmos de la vida, la muerte, la familia, la inconsistencia de todo, o casi todo, las geografías diversas. Anoto la presencia de una estatua dedicada a Zuinglio, que, en país calvinista, parece lo adecuado. Y anoto también, a pesar del atraco, la solidez y la modernidad de los transportes públicos en Suiza.
Con las escasas horas de descanso y visitas, volvemos al aeropuerto para seguir viaje a Madrid. Lo hacemos con bastante tiempo, pero nuestra dejadez nos lleva a sentarnos en una puerta de embarque que poco tiene que ver con la que realmente nos corresponde. Cuando aguardamos turno en una fila, nos damos cuenta de nuestra equivocación. Allí vierais carreras sin aliento, transportador a saco y al galope. Aún faltaba otro susto. El detector de metales la tiene tomada conmigo y suena sinfonía cada vez que paso por él. Y el tiempo que se agota. Me cachea un policía. Y el tiempo que se agota. Y Jesús, el muy capullo, que se ha ido a la cola de embarque. Y el tiempo que se agota. Me obliga el inspector a descalzarme. Y el tiempo que se agota, Me magrea con un detector de metales dentro de una cabina. Y el tiempo ya agotado. ¡Que se va mi avión y me quedo en Suiza, aquí solito! Y el tipo del detector que no descubre nada. Y yo corriendo con mis botas arrastrando por el pasillo para llegar a la puerta de embarque. Debería de parecer cualquier muñeco de feria. Y llego resollando y descubro asombrado en el papel que ¡!aún nos queda media hora para que salga el avión!!! Qué sofoco, Dios mío. Átate las botas, ponte a la cola, deja de sudar, arregla la mochila, relájate, colega. Aún me da tiempo para avisar a Pedro por teléfono y que no tenga que esperar demasiado en Barajas. Qué sustito final en el viaje…
El viaje a Madrid es muy cómodo y suave, contemplando los lagos de Suiza, volviendo a sobrevolar la majestuosidad de los Alpes, con el Montblanc como espadaña, sintiendo bien llegar los Pirineos, adentrándonos en el color más seco de las tierras de España.
Cerca de las tres. Tomamos tierra en Barajas. El círculo de viaje en común ha terminado. Solo el último fastidio de recoger los bastones nos detiene otros minutos en la sala interior. Después, el exterior. Fide y Pedro a la espera. Jesús se queda allí para enlazar con otro vuelo a Málaga.
Lo abrazo con fuerza pues he sentido en todo momento el calor de la amistad, de la elegancia, de la cultura, del bien hacer y del mejor parecer con su presencia. Sin él nada se hubiera hecho; con él se puede ir al fin del mundo. Aunque de vez en cuando ocurra lo de la cayada (creo que exageró un poco al narrarlo). Es un tío estupendo. En alguna línea creo que he dicho que me iban a quedar como principal poso del viaje los ratos en el catolicón. No soy del todo justo. La amistad es más fuerte que todo lo demás. Nosotros la teníamos ya bien fundada. Este viaje no ha hecho más que reforzarla. Un fuerte abrazo, amigo.
Un viaje lento y fatigoso (el autobús paraba en todos los pueblos) me acerca desde Madrid a Ávila. Allí me esperan Nena, Miguel Ángel y Merce, Juan Pablo, Francisco y Carmen. Y Sara, mi Sarita, mi niña, mi tesoro. Ellos saben cómo los quiero a todos. Beso muy fuerte a Nena (la he echado de menos cada vez que la mente me daba un descansito) y recojo el carrito de mi Sara para comérmela con mis ojos por las calles de la ciudad vieja de Ávila. Cuando se hace de noche, Nena y yo volvemos hasta Béjar. Venimos felices y contentos. Otra vez a la vida. Otra vez juntos a ver pasar el tiempo, que es lo que siempre pasa. Qué lejos queda Athos cuando cierro físicamente el viaje y entro en mi casa.
¿Qué me traigo de Athos? ¿Qué fui a buscar a Athos? ¿Qué me encontré en lugares tan lejanos? ¿Acaso de verdad valió la pena? Lo rumiaré despacio cuando el tiempo repose y las imágenes vuelvan a fluir solitas. Ellas dirán la hora.
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1 comentario:
Supongo que sí habrá valido la pena, aunque solo haya servido para comprobar el valor de la amistad. Tienes razón en que Jesús, ahora de vacaciones, perdido por el lago, sin acceso a internet, lo que le impedirá leer este comentario, es un gran tipo. Es un compañero de viaje ideal: lo lleva todo estudiado, nada le espanta y no le arredra ninguna dificultad. Además de ser una persona muy cercana y siempre dispuesta a la ayuda. He tenido muchas ocasiones de comprobarlo. De ti no voy a decir nada, por si lo lees y te pones tonto. Siento un orgullo inmenso de teneros a los dos como amigos. A veces me pregunto qué he hecho yo para merecer tanto.
No conocía Athos hasta que Jesús me habló de ello, allá por el verano pasado. Ahora, gracias a vuestro extraordinario relato, he conocido la parte occidental de la península, pero tengo por conocer la oriental. ¿Habría alguna posibilidad, en ocasión no demasiado lejana, de un nuevo viaje? Esta vez, pase lo que pase, me apunto. Seguro.
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