sábado, 11 de julio de 2009
ATHOS V
DÍA 29/6/09: Lo de roncar no es broma. Nos han colado a un peregrino en la habitación que ya se nos había descolgado mendigando dinero, y ahora se hace notar con sus ruidos intempestivos. Desde mi duermevela, agarro la cayada que habíamos comprado y que nos ayudaba en los caminos y dejo un suave golpe en un lugar indefinido de su cama. Allí fue Troya pues el colega montó en cólera y comenzó una larga letanía de improperios no se sabe a quién pues mi silencio (nuestro silencio) se hizo en aquellos minutos sepulcral. Con un ojo abierto y otro cerrado, seguí la perorata y los pasos del susodicho, que se levantó y se fue a la terraza para mirar el mar y desperezarse los ronquidos. Tanta gloria lleve como pena deje el infeliz. Todavía habíamos de encontrarlo en otro monasterio, pero no merece tanto honor en este diario.
¿Era solo él el que roncaba? No sé si la cayada no anduvo alguna vez más de ronda por los pies de alguna cama.
Es plena noche. Los guerreros descansan y los peregrinos hacen lo propio. En Occidente es aún hora temprana para pensar en recogerse e ir a dormir en una noche clara de verano como esta. Pero eso es al otro lado del mar Mediterráneo. Esto es Athos. El mar está ahí mismo, a nuestros pies, sereno y encalmado, como sirviendo de alfombra al silencio y al espíritu.
De pronto, como salido de una cueva, crece un sonido producido por el golpeo que sobre una madera se hace con un palo. Son golpes rítmicos que parecen congregar a los individuos de cualquier tribu. ¿Jesús, esto qué es?... Es la primera llamada a la oración… ¿Y qué busca esta gente a estas horas tan intempestivas?... Me quedo pensando en este hecho mientras me desperezo un poco. Deben de ser las tres y media de la mañana. El fraile del pandero primitivo sigue dando vueltas con su sonsonete al catolicón, ahora sí de verdad, levantando frailes de la cama. ¿Y peregrinos? Estos andan con sueño y se lo piensan. Además, hay que cuidar con tino al de los ronquidos. Pero hay que estar en todo, que las ocasiones son escasas. Así que arriba, amigo. Mejor algo que cubra los brazos para no desentonar con el ambiente. Una última llamada de pandero y al catolicón. Deben de ser los maitines, o como ellos lo llamen.
Y vuelve como un coro la salmodia. Primero muy despacio, después en tono un poco más notorio. La noche lo domina todo; solo las velas bien delgadas, clavadas en un suelo de arena, dan una tenue luz en el recinto, Los monjes aparecen y desaparecen, siempre besando iconos y haciendo reverencias. Y otra vez la salmodia, la melodía zumbona, la armonía de los besos. Kirieleison, kirieleisón, kirieleisón… Agios Azánatos, Agios Cristos…. Kirieleison, kirieleisón, kirieleisón… Las invocaciones rompen con suavidad el ritmo despistado de la noche. Una voz se oye a un lado en una dulce melopea y otra le responde desde enfrente con un tono distinto; enseguida se suma el coro, que llena de voz la noche y que se aquieta hasta dejar un son indefinido como base y cuna de una nueva salmodia… Solo las velas lucen en la noche. Acaso también la imaginación de cada uno, que se irá vete a saber adónde. Nosotros nos hemos aposentado en el tercer compartimento y desde allí la melodía se escucha un poco más lejana y misteriosa.
El rezo dura una hora y no sé si alguna cabezada no habrá dado conmigo en algún instante. ¡Coño, es que no son horas! Volvemos a las habitaciones. Un ratito de tregua y a dormir un ratito. No ha de ser mucho, pues el monje del pandero sagrado vuelve a hacer su ronda un poquito antes de las seis. Ya nos asusta menos pues sabemos qué quiere con sus golpes. Es la hora de la misa ortodoxa.
No me importa pensar en las diferencias entre una y otra, ni siquiera glosarlas. Solo sé que esta ortodoxa me pareció más solemne, que el cántico, el rezo y el sándalo en el incienso lo dominaban todo, que el misterio reinaba en esas horas, que aquí todo es ceremonioso hasta casi el misterio y que los monjes y los peregrinos se sienten sumergidos en un infinito número de imágenes, de cruces y de inciensos. Una especie de lámpara (sin luz) octogonal, cargada de cruces y de remedos de incensarios, domina la estancia en la que se asientan los monjes, como si pendiera sobre ellos todo el simbolismo llegado desde el cielo. La misa termina con una comunión extraña en la que se reparten pequeños trozos de pan entre los asistentes. Y todo en el silencio de la noche, de la más honda noche.
Hacemos un ratito de charla en el balcón que cae al mar, en espera del desayuno reparador, cargamos las mochilas, damos esquinazo al colega roncante y realizamos un ejercicio lingüístico apresurado con otros peregrinos que también esperan como nosotros. Para entonces ya hemos aprendido algunos balbuceos: kaliméra, kalispéra, kalinihta, ne, ne, parakaló..., bueno, casi unos políglotos. Ahora ya ha amanecido y el mar va sacando al día del mar muy lentamente. Qué paz en todo el monasterio. Pasa un barco hacia Athos, hacia la parte oriental de la península que es donde se alza gigantesco el monte sagrado. Desde este saliente del monasterio ya se ve erguido allá en el fondo. A desayunar. Verduras, por supuesto. Y pepinos, que ya me salen por las orejas. El mismo silencio, la misma oración, las mismas prisas, las mismas reverencias, el mismo lujo de frescos bizantinos en las paredes. Ya no se usa el púlpito desde el que proclamar la oración, pero allí sigue en lo algo, adosado a una columna, aguardando que resurja lo que tal vez ya no lo hará nunca. El comedor es, sin duda, el segundo espacio noble de los monasterios. A pesar de la frugalidad de las comidas: dos al día y vegetarianos todos. No hemos conocido bibliotecas importantes en estos monasterios pero es seguro que las tienen que tener. ¿A qué otra cosa, si no es a la oración y a cultivar un poco, se pueden dedicar durante toda su vida? Pero no las hemos visto. Como no hemos podido tampoco profundizar en las costumbres de los monjes, en sus jerarquías, en sus diferencias fundamentales con los católicos, en el asunto del Filioque como asunto teológico de división, como… Han sido las horas y los días que han sido: qué le vamos a hacer.
ATHOS V (Jesús Majada)
En muchos sentidos nuestra estancia en Xenophontos superó a las de los restantes monasterios: nunca tuvimos una habitación como aquella, frente al mar; allí fue donde mejor comimos; en ningún otro la ceremonia religiosa y sus cánticos alcanzaron tal perfección; y en ninguna otra parte fueron tan transigentes (tan ecuménicos), pues nuestra condición de presuntos católicos no fue óbice para participar de consuno con ellos en las ceremonias, en la comunión y en un postre especial al final de la comida matutina, una especie de migas dulces muy sabrosas, que allí nos dieron, pero que en otros nos fue negado por el hecho de ser católicos.
La ceremonia litúrgica central, la misa, en esencia no difiere mucho de la católica. Pero la singularidad de muchos pequeños detalles le da un sabor muy particular. La primera impresión que ofrece el katholikón, siempre con planta de cruz griega, es el recogimiento: no son templos excesivamente grandes, y la oscuridad producida por sus escasas ventanas –sólo contrarrestada por luz de velas y lámparas de aceite- parece invitar a la meditación comunitaria. Además, el pavimento está todo diáfano, pues los asientos se disponen sólo alrededor de la pared: son estrechos, apretados unos a otros y con dos posiciones, una para estar sentados y otra mitad sentados y mitad de pie. No parece haber una jerarquía clara en éstos, pues lo mismo los ocupan monjes que peregrinos, en una mezcolanza desconocida en las iglesias católicas. Fue en este monasterio donde vimos cómo un paisano joven (unos veinticinco años), rubio y con el pelo recogido en coleta, invitado por los monjes, se unió a la salmodia: qué voz, que modulación, que seguridad en los textos. Dos días después volvimos a verlo en el barco que nos sacaba (a él y a nosotros) de Athos; nos acercamos a felicitarlo: nos dio las gracias y dijo que era… ¡finlandés!
Lo que más me llamó la atención de las ceremonias es el secretismo mistérico en que están envueltas: al extremo opuesto de la entrada del katholikón se encuentra un compartimento recogido donde tienen lugar los momentos claves de la ceremonia. Así es que al comienzo el oficiante hace la lectura de los textos sagrados en el centro del templo, luego accede al santuario a través de una estrecha puerta, más tarde cierra unos medios portones y finalmente corre unas cortinas y se recluye allí durante unos diez minutos, sin que los asistentes a la liturgia puedan ver nada de cuanto sucede. De allí sale para dar la comunión: vino con una cucharilla sólo para unos pocos peregrinos (no se con qué criterio); y al final de la misa el celebrante ofrece un pedazo de pan a cada asistente, que le besa la mano.
En Xenophontos fue en el único monasterio en que probamos comida no vegetal: la tarde de nuestra llegada cenamos una dorada al horno con patatas fritas, calabacín cocido, sandía, pan y vino. En la comida de la mañana, sobre las ocho, lentejas guisadas, chipirones en salsa, aceitunas, fruta pan y vino. Desde aquel momento no volvimos a probar el pescado, ni la carne, ni los huevos, ni la leche hasta que salimos de Athos: sólo vegetales, y en especial pepino crudo, entero y sin aliño. No es de extrañar el aflautamiento que ofrecía la figura de la mayoría de los monjes.
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1 comentario:
No encontrásteis ningún interprete que os sacara de algunas dudas sobre los ritos?...es raro, con tanto peregrinaje sería lógico que una parte de ellos se implicára más en aportar conocimientos que extendieran su hacer al mundo.
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