miércoles, 8 de julio de 2009
ATHOS II
En Madrid me aguarda, como casi siempre, Pedro, que me lleva en el coche hasta casa. Allí está ya Sergio y más tarde llegan mis hermanos Fide y Leopoldo, con Pilar y Rocío. Y comemos alegres un cocido estupendo, de los de mi hermana, que no hay más que decir. Athos va despertando pues ellos me preguntan por el lugar y por las intenciones del viaje. Yo sigo simplemente dejándome llevar por mi imaginación y hasta por un poco de desconcierto.
Cuando aún no hemos terminado de comer, una llamada me anuncia que Jesús ha llegado de Málaga y está en el aeropuerto. Decidimos ir a buscarlo para que pase un rato con nosotros en ese intermedio vacío hasta la hora del avión. Lo encontramos alegre y con las pintas del peregrino: mochila y sombrero con cruz. Le doy un fuerte abrazo. Es mi amigo y le debo casi todo en este viaje. Un ratito de charla y de puesta al día y vuelta al aeropuerto pues hay que estar a tiempo para echarnos a volar contra el espacio y contra la luz.
Nos queda aún el engorro del embarque y de la facturación. Llevamos solamente dos mochilas e irán con nosotros; pero nos acompañan también dos bastones para el camino a pie, y su pincho de metal nos obliga a facturarlos. Vaya fastidio. Pues venga, a facturarlos. Seis euritos del ala para nada. Nos sentamos un rato aguardando la llamada en ese tráfago que resulta ser un aeropuerto tan grande como es Barajas, antesala de todas las Españas y vestíbulo de todas las Europas. Todo multicolor, todo multiculturalidad, todo diverso.
Terminal uno, arriba, al avión. Anuncio de despegue, abróchense los cinturones, no fumen, esos móviles, el trayecto durará aproximadamente…, les saluda el comandante. Arriba, que nos vamos. Se produce el milagro físico del despegue y estamos en el aire. Primero el aeropuerto, enseguida Madrid como ciudad tan grande, la región centro luego, España en poco tiempo. Nosotros en el aire, con esa sensación de no hacer pie, de andar colgados en unos sitios raros, flotando entre las nubes. Qué extraña sensación, qué desvarío. Los campos aparecen allá abajo, amarillos, transidos por el fuego del verano; se ven las autopistas diminutas, los pantanos son manchas en medio del estío
Volamos hacia Zurich, donde haremos escala antes de sumergirnos en la Grecia profunda. Desde el cielo contemplamos con calma esa barrera natural que forman los Pirineos. Conservan en sus crestas los restos de las nieves del invierno. Miro y compruebo la certeza de estas fronteras naturales y me apena el empeño en poner como tales a otras formas que realmente niega la naturaleza y que algunos se empeñan en hacer de ellas la razón casi de su existencia. Del otro lado de la cordillera, el paisaje ha cambiado de color. Hay más nubes y el campo se ofrece en sus colores verdes. Volamos sobre Francia y no tardan en aparecer majestuosos los Alpes. Nos quedan a nuestra derecha. Los glaciares, las nieves, los lagos, el Montblanc en su trono. Qué cantidad de nieves. Y qué ríos, caudalosos y eternos. Nosotros contemplamos, comentamos, describimos, mezclamos nuestras visiones con comentarios varios, adelantamos sucesos del viaje, imaginamos sitios, andamos como niños que aguardan un regalo sin saber muy bien en qué consistirá tal agasajo. Desde arriba recuerdo las montañas de mi Béjar, tan pequeñitas comparadas con las que veo ahora, tan redondas y ya con tan poquita nieve; pero con la mismas señales de eternidad y de reposo, esas que experimento cuando salgo a mi encuentro semanal con ellas.
Aterrizamos en Zurich. Todo por poco tiempo pues ya nos aguarda un nuevo avión que irá hasta Tesalónica. Cuando bajamos del pájaro volador ya me siento distante, en otro ambiente. Aquí se habla alemán y es otra barrera que nos deja solos ante el peligro. Tenemos la suerte de que embarca también un grupo de griegos dirigido por una señora que habla español. Es un pequeño respiro para cualquier necesidad en el trayecto. El carácter positivo de Jesús y a veces la osadía harán el resto.
Ahora ya es todo noche. ¿Te das cuenta, Jesús, de que andamos perdidos en el espacio? No importa, pues somos peregrinos, y peregrinar sin el misterio y lo imprevisto no es el guión previsto. Será mejor dormir hasta Salónica. Así intentamos hacer. Yo apenas lo consigo. Ya solo pienso en Athos y en sus montes, en lo que me ha enseñado Jesús en el trayecto. Sumo estos datos en los que yo había adquirido en lecturas y mapas. Estamos acercándonos a la puerta del misterio. España queda lejos. Las puertas del Oriente andan cercanas. Imagino en el un mapa los países por los que pasamos. Pronto ya será Grecia. Y misterio, misterio, más misterio. Pasamos por encima del Olimpo. El monte de los dioses. Y nosotros aún más arriba. Aquí se mezcla todo, los dioses y el dios, lo clásico y lo místico, el caos y el mito, el dios del amor y la razón más pura. Qué sensación tan rara. Y yo en medio de todo. Jesús dormita en otro asiento de una fila trasera. ¿En qué piensas, amigo?
Por fin en Salónica. Es este un aeropuerto más manejable. No podemos perder tiempo pues nuestra hoja de ruta nos dice que tenemos que estar en una estación de autobuses muy pronto. Buscamos nuestros bastones y no aparecen: se han perdido. Vaya por dios con los dichosos bastones. Reclamación al canto y en busca de un taxi. Dificultades varias con el idioma. Llegada a la estación. Aquí no hay nadie. Please, the bus station… He is the bus station… We want to go Ouranopolis… Yes, here is the station for Ouranopolis… Que no, coño, que aquí no hay nadie y es media noche, qué coño va a ser esta la estación de autobuses de una ciudad si la de Béjar está mejor que todo esto… Jesús, volvámonos al aeropuerto y durmamos allí un buen rato, después pensaremos qué hacer. Además llueve y no tenemos donde cobijarnos… Vuelta a montar en taxi y a pagar tasa doble. Nos aguarda un ratito de descanso sobre unos bancos de hierro. Ya volveremos cuando se aproxime la hora del autobús a la estación.
El sueño nos puede y acabamos por dormirnos. A mí me puede tarde, pero me puede en el momento más inoportuno. Es límite del día y de jornada. Mañana, ya, enseguida, es otro día. Lo mejor y lo peor están por llegar. A dormir un ratito.
CRÓNICA paralela del viaje a Athos a cargo de Jesús Majada Neila, mi amigo y compañero de fatigas, artífice de casi todo esto.
ATHOS II: CONFUSIÓN DE LENGUAS
Ligeros de equipaje y no casi desnudos pero sí con lo puesto y poco más en la mochila (dos camisas, dos calzoncillos, dos pares de calcetines, una sudadera, unas chanclas, una toalla- vileda, elementales utensilios de aseo, unas barritas energéticas por si apretaba el hambre, una botellita de agua, cámara de fotos, documentación, libreta y bolígrafo) subimos al avión. En total, 4’6 kilos. Tampoco necesitábamos más. Sabíamos de la hospitalidad de los monjes, que tienen por costumbre secular dar a los peregrinos cobijo y alimento gratuitos: así es que cena y desayuno estaban cubiertos; quedaba la comida… pero eso lo dejamos al devenir de los acontecimientos, al azar o a lo que Dios quisiera, pues en Athos todo gira alrededor de Dios. En cuanto a lo ropa de más uso no había problema: con lavarla cada día y prenderla de la mochila con unos imperdibles para que se secara mientras caminábamos era suficiente.
Hasta llegar a Salónica (en griego Thessaloniki) todo fue como la seda. Bueno, todo no, pues nada más subir al avión se nos hizo presente uno de los problemas que más temíamos: el idioma. Nosotros íbamos aparejados con nuestro español (la segunda lengua más importante del mundo, pero inútil en aquellos pagos), buenos recursos en francés e italiano, rudimentos de griego clásico (conocíamos el alfabeto, leíamos con cierta soltura y redescubríamos con satisfacción términos aprendidos en nuestros estudios juveniles, más de los esperados) y nociones elementales de inglés, más útiles para comprender que para hacernos entender. No era mal pertrecho, pero claramente insuficiente para nuestras necesidades. Como volábamos con Swiss Air, la información a través de pantallas y altavoces nos llegaba en cinco idiomas: el inglés más los cuatro lenguas oficiales suizas (alemán, francés, italiano y romanche). Ya en el avión de Zurich a Salónica oímos hablar griego sin entender nada, pero con la agradable satisfacción de escuchar una fonética de sonidos límpidos, iguales a los de nuestro castellano.
Al aterrizar en Salónica la diosa Tyké, la Fortuna helénica, cambió de giro su rueda y las cosas comenzaron a torcerse. Los bastones que habíamos facturado no aparecieron: reclamación y pérdida de mucho tiempo, porque allí ya sólo se hablaba griego e inglés. Frustrado viaje de ida y vuelta, bajo la lluvia a las dos de la mañana, desde el aeropuerto a una estación de autobuses desierta y perdida en una especie de polígono industrial. Y rotura de una de mis viejas botas: la suela desde medio pie para atrás se despegó, y a cada paso sentía más que oía el clac como de una sorda castañuela. Apenas habíamos empezado el viaje y todavía nos quedaban cuatro días de caminar por montes, valles y barrancas. De momento no dije nada a Antonio, por no preocuparle, y me acordé de Sinda y de Nena. En contra de la opinión de Sinda, y sin que ella lo supiera, había dejado en casa unas botas casi nuevas por amor y fidelidad a las que me calcé, compañeras de tantos viajes y caminos. En la lista de cosas para llevar que había enviado a Antonio incluía un trozo de cuerda; el día antes de salir mientras hablaba con Nena por teléfono me preguntó el porqué de llevar la cuerda, y yo le dije que no pesaba y que podría venirnos bien para cualquier imprevisto. ¡Bendita cuerda! Até la bota desde el empeine hasta el tacón, y la suela se calló.
Pero el idioma seguía siendo el problema medular: el inglés del taxista era tan paupérrimo como el nuestro, y al poco nos íbamos a encontrar en un monasterio cuyos monjes hablaban búlgaro, y en otro, ruso… Recordé lo que aprendí de niño sobre la confusión de lenguas e hice propósito de releerlo en el Libro, una vez volviera a casa. Lo he localizado en el Génesis. El texto de la Biblia de Jerusalén tiene un matiz bien distinto al que me enseñaron de pequeño, que me ha dejado estupefacto: “Después del diluvio todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente hallaron una vega en el país de Babilonia y allí se establecieron. Entonces se dijeron los unos a otros: “Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego”. Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: “Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos, por toda la tierra”. Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y dijo Yahveh: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Pues, bajemos y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se llamó Babel, porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo y desde allí los desperdigó por toda la haz de la tierra”.
¡Y nosotros, como dos alelados, a punto de iniciar un peregrinaje de monasterio en monasterio a mayor gloria del todopoderoso (Panto-krátor) y de la madre que lo parió (Theo-tokos)!
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3 comentarios:
Cómo me he reido con vuestras peripecias,jajajaja....lo de la bota y la cuerda es genial,Jesús como se debió acordar de Sinda...si es que no nos haceis caso!!, cabezones.Me alegro saber que el consejo sobre la toalla-vileda funciono.Mañana más.
Siempre que se viaja suceden cosas, pero si se saben contar como lo he leído, la anécdota toma una gran relevancia.
Un abrazo
¡Es la leche, y yo no estaba! Estoy muerto de envidia. Seguid, seguid contando, porfa.
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