viernes, 29 de abril de 2011

LAS PENAS DE DON BALÓN

La exposición continuada a los rayos solares produce insolación y nos saca los colores a la cara y a la piel; a veces incluso produce hasta tumores. Lo mismo sucede cuando nos sometemos a la repetición de cualquier hecho; entonces resulta más complicado esconder nuestras debilidades y todo nos queda al descubierto por una u otra razón, se vulgariza y se vuelve hasta inocuo.

Hoy me sirve como ejemplo el deporte, y, en concreto, el fútbol. Llevamos casi un mes con el mantra monotemático de los partidos Madrid-Barcelona y Barcelona-Madrid. El empacho está a la vuelta de la esquina, pero sobreviviremos.

No me interesan demasiado los asuntos estrictamente deportivos de estos choques, aunque no me da igual cualquier resultado. Parece que la serie terminará decantándose a favor de la forma de juego del Barcelona. Enhorabuena y a otra cosa.
Me llaman mucho más la atención las variables de tipo social. Creo que la repetición de las estructuras y la visualización de los enfrentamientos nos permiten extraer alguna consecuencia un poco más importante. Veamos.

Hay un entrenador -en este caso el del Madrid- que parece haber perdido un poco el decoro en sus declaraciones, al margen de algunas razones particulares. Enseguida, cualquier detalle se magnifica y con él se hace un mundo en el que embarcar a las mejores mentes de cada casa. Como si no tuviéramos otra cosa que hacer. Pero, ojo, a ningún entrenador he visto hacer nada diferente cuando su equipo es el que ha sido derrotado; cualquier rueda de prensa de cualquier entrenador en cualquier sala de prensa de cualquier campo de fútbol es testigo de que esto es como se afirma aquí.

Siempre se busca la excusa oportuna para justificar la derrota del equipo propio, incluso en las ocasiones en las que esa justificación no hace otra cosa que ahondar el ridículo y tratar de velar la evidencia.

¿Por qué se tiene que producir esto siempre? ¿Cuáles son las razones? ¿Por qué los que se dedican a estos asuntos no investigan un poco y tratan de razonar y de darnos algún alimento diferente del que nos publicitan cada día y cada hora. ¿Por qué no se parte siempre de algo tan elemental como es el hecho de que, para que uno gane, tiene que haber otro que pierda? Es sencillamente de cajón. ¿Cuál es la razón que no nos permite admitir esta verdad tan elemental?

Yo tengo alguna intuición casera (o eso puede parecer)pero que me encaja bastante bien. Me parece que en el mundo del deporte viene a reproducirse, como en pocas situaciones, la estructura vital en la que nos movemos. Se trata del enfrentamiento continuo, de la necesidad de anular al contrario para poder sobrevivir, de la esperanza de la ruina del vecino para que nuestro negocio o nuestra tienda se lleve todos sus clientes, de la obligación de responder mejor que el de al lado para que la plaza que está en juego nos sea adjudicada.

En este nivel absoluto de enfrentamiento (puro capitalismo, brutal capitalismo, inhumano capitalismo), todo vale con tal de conseguir el fin previsto y que las estadísticas te coronen.

Poco puede extrañar entonces que los excesos se repitan por una parte y que resulte más sencillo resistir la apariencia de la sensatez cuando uno anda sobrado en el enfrentamiento. Cuando las lanzas se tornan cañas, los estilos se modulan de otra forma y los modales parece que cambian de acera con todo el descaro. Si todo ello es aplaudido por la masa que dispone toda su vitalidad en aplaudir esa superestructura que la aplasta -pues solo deja sacar cabeza al vencedor-, entonces todo no hace otra cosa que apuntalarse, dar cerilla a la estopa e imbecilizar el día a día de todos nosotros. Es el grupo social el que no permite otro tipo de actuación. ¿Alguien se imagina a los socios de un equipo aplaudiendo que su entrenador reconozca como algo normal que el equipo contrario es mejor que el suyo? No duraría ni un mes. Este sistema está pensado solo para el triunfador, y el que no lo sea al menos tiene la obligación de simular que lo es.

Que gane el mejor, sobre todo si propone espectáculo más agradable. Que el mejor no reboce nada al perdedor porque hay más días que longaniza. Y que el perdedor tenga el decoro de agachar la oreja, sobre todo si su día a día responde a la escala de valores que luego tanto critica.

Se seguirá concentrando la atención en no sé qué jugada, se reirá sobre todo por ver llorar al de enfrente y seguiremos asistiendo a un triste espectáculo en el que vale más la pena ajena que la risa propia. Pobrecitos.

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