Sara camina gozosa cuando sale a la calle. Le gusta contar (ya domina hasta diez) pero siempre hace cuenta hacia atrás, de modo que su número talismán es el tres. Vaya por donde vaya, si se para y repite el número tres, entonces inicia un trotecillo en busca de los brazos de cualquiera de nosotros o simplemente con la intención de darnos alcance.
Hoy es día de Ramos, de inicio de Semana Santa. Sara está con nosotros. Nosotros estamos felices con ella. Yo creo que ella está feliz con nosotros.
Esta mañana, su abuela se empeñó en llevarla a ver la Procesión de la Borriquilla. Debe de ser la que en esta ciudad da paso a las demás de la semana. El día se mostraba complaciente en la temperatura y en la luz. La calle Mayor acogía hoy a mucha más gente que en cualquier día de diario. Muchos venían con su ramo de olivo; algunos llevaban palmas en sus manos. Mediado el paseo, nos detuvimos en una recoleta plazuela, salpicada por una fuente y unos bancos en los que me apoyé para descansar.
No habían pasado muchos minutos cuando apareció un coche de la policía a una velocidad apresurada. ¿Qué caminos quería abrir ese vehículo? ¿Qué razón sustentaba esa velocidad tan alta? Enseguida se dejaron oír unos tambores que encabezaban la procesión. Sara concentró su oído primero y después su mirada, pues no tardaron en hacerse más potentes los ruidos y los sonidos de las trompetas. Con ellos, los capuchones escondiendo los rostros y las cabezas de los penitentes. Y el Paso, que anunciaba la entrada de Jesús glorioso en Jerusalén. Por alguna razón que a mí se me escapa, ya no acompañan los niños este paso de Semana Santa; tan solo un grupo de fieles cerraba el cortejo mostrando un reguero que mediaba la fe y la curiosidad.
Sara no perdía detalle de lo que allí se oía y de lo que allí se veía. Cuando la procesión se escurrió calle Mayor arriba y dio paso a las conversaciones de los curiosos, la niña musitó literalmente: “miedo”. Después, cuando llegamos a casa y su tío Juan Pablo la recibió con un beso, repitió de nuevo: “miedo”.
Me pregunto si los que procesionaban reproducían con exactitud el espíritu y la realidad de aquello que querían mostrar. Y, si realmente su manifestación se correspondía con esa realidad, ¿qué tipo de religión es la que alimenta estos cultos?
Las palabras del Libro no dejan en muy buen lugar o a los procesionantes o a mi lectura de las mismas: “Envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a la aldea de enfrente y, entrando en ella, hallaréis un pollino atado; desatadlo y traedlo… Lo llevaron a Jesús, y echando sus mantos sobre el pollino, montaron a Jesús. Según Él iba, extendían sus vestidos en el camino. Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, comenzó la muchedumbre de los discípulos a alabar alegre a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: “!Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” Algunos fariseos de entre la muchedumbre le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él contestó y dijo: Os digo que, si ellos callasen, gritarían las piedras.” Lucas 19,29-40.
Leo y releo y no encajo la parafernalia negativa de esta celebración, el ocultamiento, la hipérbole y la rigidez del compás casi de guerra, la sensación de oscuridad y de pecado, el recelo por el castigo. Y recuerdo al maestro: “!Oh, no eres tú mi cantar! / !No puedo cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”
Sara se asustó y dijo por dos veces “miedo”. A ella nadie la había condicionado y nadie podría dudar de su espontaneidad. Que cada cual extraiga sus consecuencias.
domingo, 17 de abril de 2011
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1 comentario:
Buenos días, profesor Gutiérrez Turrión:
Gozosos días en compañía de Sara. Hace años que no asisto a una procesión de la borriquilla, pero era algo festivo y para niños. No había capirotes, claro que hablo de otro siglo. Los días siguientes ya era algo distinto, como ésto:
La saeta
Saludos
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