viernes, 15 de abril de 2011

"ROPA DE CALLE"

“ROPA DE CALLE”: una estupenda combinación de creador y antólogo.

“Ropa de calle” es el título significativo y metafórico que José Luis Morante ha dado a la antología poética que de Luis García Montero ha preparado para Cátedra. En ella recoge una cuidada selección de la obra del poeta granadino que abarca desde la primera entrega (“Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn”, 1980) hasta su “Vista cansada”, 2008.

Antologar a un poeta vivo, al que le queda un largo recorrido por delante, no tiene que resultar nada sencillo. Yo lo hice una vez, y de un corpus breve, y no quedé demasiado satisfecho. En todo caso, Morante es un lector impenitente y un crítico ya cuajado; eso le da ventajas y le ofrece más probabilidades de acertar en sus quinielas.

Porque antologar es elegir con el ánimo de poner en la alineación a los mejores jugadores, o al menos a los más representativos, algo que no siempre coincide. Y, por regla de analogía, cada antólogo hace su propia alineación y pone en procesión a poemas diferentes.

En este caso se suman dos factores que a mí me satisfacen: el poeta y el seleccionador.

Luis García Montero es, para mí, uno de los poetas en activo que mejor domina las imágenes, los ritmos y el léxico que utiliza. Su base teórica y lectora es muy amplia y eso se nota. Pero nada vendría a dejar cosquilla y tirón anímico en el lector si no hubiera un sustento anímico y de impulso vital que lo hiciera creíble.
Siempre he afirmado que buena parte del sustento de la creación poética está en el ambiente que la ha hecho crecer, en la escala de valores que defienda el creador y hasta en la acción vital e ideológica que desarrolle. Esto hace a la creación más verosímil, más aceptable y atractiva.

Me parece que Morante ha sabido ver muy bien cuál es la vena que entraña y que conduce el impulso creador de Luis García Montero, persona comprometida consigo misma, pero también con una conciencia social evidente y con una manera de ver el mundo que invita a compartir y a extraer de la realidad las pulsiones más escondidas de los elementos más normales, del quehacer diario, de los que pasa en la calle o en el corazón de cualquiera.

El título de la antología lo expresa muy bien. Ropa de calle es lo que el autor se pone para acercarse poéticamente a la realidad, a esa realidad que comparte con cualquiera de la calle, pero de la que él sabe extraer las aristas más emocionales, a medio camino entre la emoción y la razón de ser de las mismas.

Aunque este seleccionador, como cualquier otro, habría confeccionado su propio equipo de poemas, lo que he revisado estas dos últimas tardes me ha dejado con el gusto de estar entre gente que sabe lo que hace, que sabe lo que dice, y que siento muy cercana a lo que yo mismo entiendo desde la creación y desde la lectura crítica.

Ahí sigue todo el asunto de los marchamos: poesía de la experiencia, la otra sentimentalidad, y hasta, jocosamente, la otra sementalidad. Estos marbetes a mí me interesan menos. Me quedo con la pulsión del traje de calle, aunque para saber sacarle hasta el último jugo a cada acera.

Vaya una respuesta casi directa a preguntas de García Montero desde uno de sus poemas de “Vista cansada”.

RESPUESTAS A UN CREADOR CELOSO
(El lector responde a “Preguntas a un lector futuro”,
poema de Luis García Montero en “Vista cansada”).

NO LLUEVE, es primavera en los cristales
y hoy no me acuno en brazos
del bienestar confuso de los tiempos.
Luce un sol jubiloso en el paisaje
y hasta el hombre del tiempo
anuncia sol sin tregua
para toda la próxima semana.

Hace ya tanto tiempo que no fumo
que apenas si recuerdo ni la fecha
del último pitillo,
he bebido cien copas
a sorbo lento y plácido
en el amplio sillón de mi terraza
-no soy hombre de bares-
y mi edad me ha cosido la costumbre
de mirar hacia atrás con gran frecuencia
-qué le vamos a hacer:
son gajes de la vida
y de esa muletilla que apodamos
el paso inevitable de los tiempos-.

Nunca me encuentro solo sino conmigo mismo
cuando se abren las páginas
del libro que me ocupa en cada caso.

Pero he de ser sincero y reconozco
que a veces necesito
que suene el timbre abajo
y que vengan las hadas a tocarme
con su varita mágica:
la soledad es buena si se busca
y abruma si persigue su suicidio.

Entonces cambia el ritmo,
se aceleran las horas
en las lentas agujas del reloj,
toma color el cielo
y se agitan las líneas de los libros,
que me miran contento y alterado.

Después, quién sabe cuando
-los tiempos no se mueven en ritmos paralelos-,
se serenan las hojas,
las hadas se acurrucan en sus sillas,
cerquita de mi asiento, ¡qué a gustito!
y yo vuelvo a las páginas del libro,
y me dejo llevar por sus llamadas
que me invitan a viajar sin tregua
a lugares lejanos.
Entonces, reconozco, no voy solo,
van mis hadas conmigo.

No te sientas celoso; es privilegio
ver cómo nos amamos en el departamento.

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