Confieso que este ejercicio de hoy (quizás también el de los demás días) es una huida por la válvula que se dejó dar vuelta en su rosca para que el agua saliera sin medida y a su antojo. Porque también confieso que mi mente anda envuelta en la ausencia de Sara, que acaba de dejarme después de unos días de gozo y de sensaciones positivas, con el no estar de mis hijos, a los que les atribuyo las mismas cualidades curativas en mi ánimo, con el cuadro de fondo de la Semana Santa y todo lo que ella representa para tantos y las ideas contradictorias que en mí concita, y hasta con esta atmósfera de vacaciones que a mí el clima me ha chafado a última hora.
El caso es que me escapo y me refugio en cualquier consideración de tipo lingüístico, en cualquier celdilla de esas que componen nuestro apresamiento de la realidad, nuestro mundo de ideas y, sobre todo, el código de transmisión de pensamientos a los que conviven con nosotros.
Por ejemplo TENER RAZÓN. ¿Qué viene a significar esta expresión? ¿Cuál es su origen? ¿La utilizamos con precisión?
Automatizar un uso no significa precisamente que tengamos conciencia de la intensidad que encierra su significado. Algún uso que se me ocurre como frecuente pude ser “tengo razones para…”; “Realmente tienes razón”; “Tendré que darte la razón”… Todos son usos espontáneos e instintivos
Tener razón se distanciaría tal vez de tener impulsos, de decidir por intuición, de dejarse llevar por alguna fuerza externa al ser humano. Porque la clave está en el concepto de razón, en su delimitación y en el origen del mismo. El origen y los límites habría que buscarlos en la capacidad que adquiere el ser humano de organizar elementos, de argumentar, de tal suerte que alcanza la posibilidad de la explicación desde las causas unidas a sus correspondientes consecuencias. Y esas causas y consecuencias solo se entrelazan desde las cualidades de la mente humana.
¿Existe, pues, la razón desde que el hombre es hombre? Por supuesto. ¿Se ha utilizado siempre como tal? En absoluto. La historia de las ideas nos muestra el intento clásico de superar el mundo del mito y el de superarlo por el del mundo de la razón. Habría que reconocer que muy a su manera, pero ahí están los escritos para ser analizados.
Y tal vez, después del corte del cristianismo, en el que las razones vienen impuestas por otras fuerzas externas a la capacidad humana, deberíamos detenernos en Descartes para encontrar el hito que nos marca el camino, ya ininterrumpido, que nos guía por la senda de la razón, de la conciencia racional, de la debilidad y de la fortaleza racionales, de la hermosa aventura del humanismo.
Por eso, en puridad, no tenemos razón -o, mejor, no tenemos razones- hasta ese momento, hasta el día en el que se nos abrieron los ojos y comimos sin miedo del árbol de la ciencia del bien y del mal, el momento en el que nos expusimos a caernos y a levantarnos con nuestras propias fuerzas. Desde entonces, en los intercambios humanos, tenemos la oportunidad de reconocernos partícipes de un mismo método, de unas mismas premisas y de unas semejantes conclusiones. Ahora es cuando ya, convencidos por nuestros semejantes, serenamente, humanamente, podemos reconocer sin sonrojos: TIENES RAZÓN.
El resto es una suma sin tregua, pues ese convencimiento desde la razón que yo también alcanzo me empujará a actuar en un sentido determinado, iluminado por la nueva realidad que domino y quiero.
Hoy busco a personas a las que decirles al final del silogismo TIENES RAZÓN.
miércoles, 20 de abril de 2011
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