domingo, 10 de abril de 2011

DESDE EL PRIMER NIVEL

El ser humano anda empeñado durante casi todo el tiempo en encajar su situación en la sociedad en la que, como despojo de todos los despojos, le ha tocado vivir, en pasar un rato al retortero, en mirarse el ombligo y en dejarse llevar por la naturaleza para caer en el olvido.

Muchos, además, aspiran a modificar su nivel, su casilla predestinada, para intentar salirse de los parámetros normales, aquellos que definen al ciudadano normal, del montón, aquel que nace, crece, deja alguna descendencia y en un día como tantos…

Esta fórmula de intento para ponerse en el escaparate, de dejar alguna huella, de servir de modelo para otras gentes, de realizar acciones menos naturales, no siempre obedece al impulso del individuo protagonista. Con frecuencia un ser cualquiera se ve abocado, por causas múltiples y externas a una rueda que, sin remedio, lo conduce monte abajo, como una bola de nieve que ya no puede detenerse y que se hace informe y llamativa.

Ese es el momento en el que podría parecer que está naciendo un héroe, un dios menor, un adelantado, un prócer, un ejemplo en un pedestal, un mito o simplemente un famosete.

Pero ese es también el momento en el que empieza tal vez a perderse un ciudadano, un simple mortal, una estructura de carne y hueso sometida a dolores y placeres de los de andar por casa, uno más entre todos los otros, uno de tantos, un par entre los pares y no un primus, uno más en las calles y en las aceras, un referente en el mismo nivel, un ser digno de amar y de ser amado sin recelos y sin sometimiento.

Los códigos de conducta tienen siempre una parte de aplicación individualizada pero en las sociedades se conocen las prácticas más frecuentes y se adivinan sin necesidad de aplicarles estudio alguno.

Habrá, tal vez, que meterse en la piel del héroe de vez en cuando, pero sin perder de vista el peligro de convertirnos en héroes de humo y de perdernos para la vida “normal” en cuanto nos dejamos llevar por una falsa corriente de aire favorable.

Cada vez que nace un héroe, muere en alguna medida el ciudadano.

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