Sigo asistiendo, entre entusiasmado y perplejo, a la expresión multiforme de la lengua, al intercambio de ideas a través de la confusión de la palabra, al crecimiento y hasta a la ceba de determinadas palabras y de algunos conceptos, a la matanza de otras y a su castigo en la celda del olvido, al parto sin cesárea de opciones que se abren paso y a algunos otros que se resisten y que necesitan los fórceps… En fin, que sigo dando fe de que permanezco atento al espectáculo grandioso del circo de la palabra, de que me sigo asombrando con la semejanza de la lengua con la vida. Al fin y al cabo, aquella no es más que el reflejo de esta, y, así como cambia esta, se modifica aquella para poder seguirla sirviendo como fiel portavoz.
El fenómeno es, por supuesto, bien conocido, está muy estudiado y aquí yo no aporto nada nuevo; solo insisto (porque lo repito con frecuencia) en que lo sigo mirando y hasta contemplándolo cada día. Se produce en todos los apartados y en todas las variables pero en algunos resulta especialmente visible.
Me sigue deslumbrando el campo de los deportes, ese nuevo circo clásico al que llevamos a los espectadores para que contemplen las fieras -o a que los deportistas contemplen a los espectadores como fieras, que eso es largo de contar- y en el que entretenemos el tiempo que robamos a cualquier pensamiento, que, por otra parte, podría resultar peligroso para las estructuras de poder. Aquí cualquier tonto conoce los nombres de los gladiadores correspondientes, a los que ensalza hasta el nivel de los héroes y está dispuesto a rendirles pleitesía con cualquier esfuerzo, mientras que se pierde en los primeros intentos de enlazar cualquier relación de causa y consecuencia, se olvida de que la cabeza se tiene también para pensar y todo lo fía a una patada bien o mal dada o a un golpe dado con mayor o menor acierto. Si con ello conseguimos además humillar al enemigo, entonces se suelta el instinto y se produce la catarsis más infrahumana imaginable. Así andamos.
Los encargados de encauzar todos esos mundos han logrado que la atención se concentre de tal manera en ellos, que ejercen un poder de convicción y de adiestramiento que para sí lo querrían los que dedican toda la vida a organizar cualquier parte de los razonamientos y de las investigaciones humanas. Como los dueños de las acciones, o en su caso del poder para nombrarlos, tienen escaso interés en que las formas sean correctas y cuidadas, muy poco importan esas formas y sí todo lo que comporte resultados de audiencia y cuenta positiva de beneficios.
El resto es ya aplicación de este trasfondo que se ha esbozado aquí. Por eso lo que importa es la exageración, la hipérbole, las burdas imitaciones del que habla y no sabe lo que dice, la tontería hecha categoría. Por ello, lo que podía ser camino para la riqueza de la lengua se convierte en innovación innecesaria, en suelta de exabruptos imprecisos en esnobismos que hacen a la lengua esclava de las modas de los imbéciles y mar de lodo en el que no siempre se puede beber agua limpia.
Después los modelos de exageración del circo de los deportes se trasladan al mundo de la moda, al de la política, al de la publicidad… y terminan por crear un ambiente polucionado, lleno de ruidos, de voces altas, de imprecisiones, de malos modos y hasta de enfrentamientos físicos. En todo caso, siempre de falta de serenidad y de pensamiento.
Hace muy pocos días, en un resumen -tal vez no más de un minuto-, oía todo esto: “X regresa de una lesión”, “X viene de ganar”, “X ha tumbado a un equipo”, “X ha regalado un gol”, X gana y recauda (refiriéndose a la recuperación de un balón)”, “la taladradora atlética”…
Después me doy una vuelta por las nuevas cadenas de la derecha casposa y ya mejor me doy una ducha de agua fría.
Pero no pasa nada. Solo existen el PIB y la subida de la bolsa. Y lo que no son cuentas son cuentos. Pues vale.
lunes, 11 de abril de 2011
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