viernes, 31 de julio de 2009

MI LAGO DE SANABRIA






Los espacios son lo que ven cada par de ojos que los miran. No hay un Gredos o una sierra de Béjar o un campo de lechugas o un cuadro de las Meninas. Quiero decir que no existe esa realidad inmutable y siempre la misma, sino la realidad que perciben los sentidos de cada persona que ve, huele, o toca esos elementos.

Hace ya muchos años, tántos años… Yo me había acercado hasta este lago del que ahora hablo porque el azar lo puso en mi camino y unos buenos amigos decidieron prestarme (prestarnos) el asiento de su pobre automóvil para poner tierra de por medio y experimentar la mieles de una nueva situación. Unos breves e intensos días se encargaron de dejar viva huella en nosotros. Después llegó el invierno de la lejanía y aquello se fue apagando hasta quedar en un rescoldo mortecino.

Pero hubo dos hilillos que mantuvieron el recuerdo prendido a este sitio tranquilo y apartado. Jesús y Sinda suelen pasar cada año unas semanas a la orilla del lago de Sanabria, enfrascados en la frescura del lugar, sumergidos en el interior del paisaje y haciéndose un poco unos habitantes ocasionales más del pueblo último. Ellos me hablaban de vez en cuando de lo que allí encontraban, y siguen encontrando, del contraste entre el duro calor de la meseta o del sur y el fresquito y verdor de aquellos rincones escondidos que ya hacen de vecinos con Galicia y que se han colocado por encima de la frontera norte de Portugal. Y siempre hablaban bien de su experiencia. Ahí había una llamita que no se apagaba del todo.

Otra llama, esta casi producto de un incendio, es la que ha provocado en mí siempre la lectura de un breve e intensísimo texto de Unamuno: “San Manuel Bueno, mártir”. Lo he leído con fruición bastantes veces, he rumiado muchísimo bastantes de sus frases, he comentado incluso profesionalmente su contenido, he creado un poema con base en sus páginas… me he entrañado bastante entre sus páginas. Y “San Manuel” nació y vive pegadito a este lago, acaso en las laderas verdes que lo circundan, tal vez en el interior de sus aguas, en ese Valverde de Lucerna que duerme eternamente en sus fondos. Esa llama me ha quemado bastante y muchas veces.

Por eso, en cuanto se presentó propicia la ocasión, nos pusimos en marcha y nos fuimos a él, a ver los destellos del sol en la superficie de sus aguas, a soñar que también iluminaba las salas sumergidas y escondidas de ese pueblo, de las gentes sencillas de ese pueblo a las que don Manuel quiso hurtar sus verdades personales para no hacerles daño.

Mi lago de Sanabria, por lo tanto, volvió a ser don Miguel y su Lucerna, don Manuel y su Ángela Carballino, sorprendida y perpleja, su hermano Lázaro, resucitado al fin pero, ay, para el sueño, Blasillo y su repetición idiota de fórmulas mecánicas, él sí abandonado de la razón (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), y todos los habitantes de aquel pueblo de gentes buenas a las que había que hacer vivir y soñar, por lo terrible que podría suponer que despertaran. Que despertaran a la razón y a la evidencia de las tristes miserias del espacio y del tiempo como últimas razones, por supuesto. Este pueblo, y el otro, y aquel de más allá… Todos los pueblos que en el mundo han sido.

Se dice de don Manuel: “Su vida era activa, y no contemplativa… Huía de pensar ocioso y a solas, que algún pensamiento le perseguía.” Yo me hice don Manuel por unos ratos pero quise ser contemplativo y pensador. Y lo imaginé trabajando con la gente del pueblo, fingiendo siempre y callando la verdad, su verdad, la verdad de su razón. Y me senté a su lado por un rato en lo alto de la montaña, allí en los amplios jardines que rodean el monasterio Bernardo de San Martín de Castañeda, o en Bouzas, que lame el lago. Y miramos el valle y soñamos el agua y sus gentes, y las gentes de todos los lagos del mundo. Y quisimos hablar pero desistimos para no echar más leña a la hoguera y porque nos apabullaba la verdad y nos parecía tan terrible que decidimos no nombrarla.

Para charlar un rato con Unamuno me llevé un ejemplar de su San Manuel con la promesa de leerlo junto a él. Y lo hice, pues claro que lo hice, contemplando las aguas y los vastos paisajes que lo cuidan y lo acunan, y que también lo miran sorprendidos. Cumplí con la promesa y arranqué otra lectura distinta y muy sabrosa. Creo que, en este caso sobre todos, leí el texto y no lo releí, pues tenía a mi lado al autor y sentía cómo se moldeaban los materiales hasta dejar un cuerpo tembloroso y perplejo, de un dramatismo intenso y un sentido muy hondo.

Un folleto decía que, en su parte más honda, el lago mide algo más de cincuenta metros de profundidad. Yo creo que en su suelo guarda muy dentro un extenso resumen de la historia preñado de silencios y de andares que acaso no llevan a ninguna parte definida. Aunque sentí el agua fría, el último día me ungí con sus aguas a primera hora de la mañana. No quería marcharme de allí sin llevarme algo del espíritu y aun de la realidad que encierra el Lago de Sanabria, mi Lago de Sanabria.

lunes, 27 de julio de 2009

VENGA, VAMOS

Me marcho de corrido y sin pensarlo tres o cuatro días a Sanabria, a las orillas del lago sagrado y misterioso. Tengo unas cuentas pendientes desde hace muchos años con estos parajes. Voy a saldarlas.

¿Podría yo ir al lago sin mi San Manuel bajo el brazo? Allí lo leeré plácidamente –lo releeré: otro clásico para mí- mirando los destellos de la superficie y tratando de indagar algo del fondo de las aguas.

San Manuel Bueno Mártir. Y la Odisea. Y la amistad. ¿Hay quien dé más?
Hasta luego.

LA ODISEA, UNA OBRA CLÁSICA

Pues que sin darme cuenta me he visto en un clásico. ¿Cuál? De este no hay duda: LA ODISEA. Nadie discutirá sobre sus cualidades y menos sobre su inclusión en la nómina de los llamados clásicos. Porque ponerle este marbete a un libro no es sencillo. ¿Todo el mundo acepta las características apuntadas por Italo Calvino? Supongo que todo eso da para mucha discusión. Y, si las admitiéramos, ¿cuáles son los libros que las cumplen?. Seguramente La Odisea saque sobresaliente en el examen.

Yo hoy estoy releyendo (cogí casi al azar el libro de la estantería para que me diera compañía durante un rato al lado de la piscina y pensaba leer solo un par de cantos. Es lo que he hecho, pero me conozco y sospecho que ya no pararé hasta los últimos versos del canto XXIV) La Odisea, pero realmente es cierto que la estoy leyendo porque, si no es mi ceguera de las primeras veces que pasé por ella, muchos de los detalles dormían en el olvido y muchos otros los interpreto ahora como si aparecieran nuevos a mis ojos y a mi entendimiento.

¿Se ha mimetizado en mi subconsciente esta historia? Realmente he tenido la oportunidad de comprobarlo en mi reciente viaje a Athos donde puedo asegurar que veía a Ulises por demasiados sitios. Mis referencias a La Odisea las reconozco frecuentes y próximas. Claro que se ha mimetizado en mí y que duerme su estructura en mi cabeza y se despierta cuando le parece bien.

¿Será un descubrimiento tan importante esta lectura como el de la primera que realicé? Asunto discutible. Sí es seguro que seguiré descubriendo elementos y, sobre todo, interpretaciones. Por cierto, ¿cuándo fue la primera vez que yo descubrí este libro?

El apartado quinto se me muestra como algo evidente. ¿Cómo no va a ser siempre la lectura de un clásico una relectura? Aunque fuera la primera vez que navegara por sus páginas. En un clásico siempre se articula el esqueleto de algunas verdades universales. O falsedades. Por eso leer un clásico es como confirmar o desmentir siempre una teoría o una visión global del mundo.

Si un clásico nunca termina de decir todo lo que lleva dentro, lo hace por dos razones. La primera es porque el lector no está a la altura del autor y de la obra. La segunda -siempre más importante- es porque los asuntos universales poseen tantas variantes y tantas posibilidades que son, por naturaleza, inagotables.

En mi lectura de La Odisea pesan todas las opiniones que he leído antes y todos los añadidos que me puedan haber llegado de mi cultura general. Cuántas cosas se me vienen a la mente. Como ocurre con todas las obras importantes, son lo que son y, sobre todo, lo que los lectores han ido haciendo de ellas.

¿Hay todo un universo incluido en la estructura de La Odisea? Claramente sí. Una forma de comportamiento, una escala de valores, unos ejemplos que pueden servir de cabecera…, un modelo de vida.

¿Me deja la actualidad leer La Odisea con autonomía? ¿La lectura de La Odisea me impide ver la realidad? ¿Cómo podría yo separar ambas cosas si siempre ando buscando los terminales que conecten todo con mi vida? Esta obra se alza muy por encima del nivel de los actos de cada día y, a la vez, sirve para iluminar muchos de ellos.

He repasado los apartados principales del catálogo propuesto por Italo Calvino, aunque lo haya hecho a vuelapluma y sin reposo. La Odisea es una obra clásica, una gran obra clásica. A por ella.

domingo, 26 de julio de 2009

LOS CLÁSICOS

Pues que ni Santiago, ni cierra España, ni Candelario, ni nada de nada, coño, que hoy (ayer) ha venido mi Sara y la he estado exhibiendo orgullosamente por ahí. Y en ello se me ha ido casi todo el tiempo. En eso y en mirarla, que cada día se me está poniendo más bonita.

Fin de semana feliz casi del todo. Mi familia toda aquí con nosotros, y nosotros tan contentitos y tan alegres. Con poquita cosa se siente uno a veces, muchas veces, satisfecho. Por eso, aunque el día me ha dado para mis ratos inevitables de lectura, no tengo demasiadas ganas de aportar ideas propias ni de resaltar y rescatar del olvido un minutito, tal vez porque hoy los tendría que salvar de la hoguera a todos.

Me quedo con algunas ideas escuetas de Italo Calvino acerca de la lectura de los clásicos. Otro día merecerán más comentario personal.

“1.- Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: “Estoy releyendo…” y nunca “Estoy leyendo”.

2.-Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menos para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

3.-Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

4.- Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5.- Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.

6.- Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

7.- Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).

8.- Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra sacude continuamente de encima.

9.- Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

10.- Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

11.- Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.

12.- Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquel reconoce enseguida su lugar en la genealogía.

13.- Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14.- Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Sabrosonas todas estas ideas. La octava me parece insuperable. Para comentar con calma y rumiar un poquito con ellas. Lo haremos.

viernes, 24 de julio de 2009

LA IMAGEN Y LA PALABRA

Asistí ayer por la noche a un espectáculo en el que se escenificaba, teatralizándola, parte de la obra de Benedetti. Me sorprendió la respuesta positiva de la gente. Seguramente eso significa que otras veces también pueden acudir pero que algún mecanismo falla porque casi siempre este tipo de actuaciones encuentran las butacas vacías. Vale, estupendo.

No es frecuente ver escenificada la poesía, aunque se mezclaron también relatos, y la sensación que a mí me produjo todo aquello fue bastante desigual. Lo más positivo tal vez sea la novedad de aplicar la vista directamente a la concreción de lo que dicen las palabras. Es como cuando pasamos un guión a la imagen. Lo menos positivo, paradójicamente, resulta ser lo mismo, pues es esa concreción la que te roba tu propia visión y tu representación imaginativa personal. Tenía la impresión de que se le robaba buena parte de valor a las palabras. Una hora antes había estado releyendo textos de Benedetti -algunos se representaron y se recitaron allí- y me encontré con actualizaciones bien distintas a las que yo mismo había hecho poco rato antes. Es, seguramente, algo inevitable pero que a mí me dejó un sabor de boca irregular. En numerosas ocasiones yo mismo he preparado recitales en los que la palabra se acompañaba de la música y de las imágenes. Y el conjunto siempre me había funcionado. Estaba menos acostumbrado a que los gestos y los movimientos robaran protagonismo a la palabra. Y me quedé un poco cortado. A pesar del buen hacer de casi todos los que estaban en el escenario.

La palabra poética es esencialmente polisémica y ese tajo al que es sometida cuando se traslada a la imagen o al gesto es como si a un pájaro le cortaran las alas y lo mandaran volar en línea recta, sin poder aprovecharse de las corrientes de aire para planear a su gusto en el cielo. Por eso hacía un ejercicio de ida y vuelta desde el escenario a mi terraza, donde una hora antes yo había estado poniendo cuerpo a esas palabras, y el escenario del teatro, donde me obligaban a mirar una propuesta única.
Dejémoslo todo en que se trata de una propuesta diferente simplemente. Tan diferente como la que puede ser la del propio creador y la de cada lector particular.

Se podría hacer la prueba con este poema, por ejemplo, del propio Benedetti

SI DIOS FUERA UNA MUJER

¿y si Dios fuera una mujer?
-Juan Gelman

¿Y si Dios fuera mujer?,
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya, si Dios fuera mujer,
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay, Dios mío, Dios mío,
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer,
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

jueves, 23 de julio de 2009

LAS TIERRAS DE LA CAMORRA

“En tierras de la Camorra, conocer los mecanismos de financiación de los clanes, sus cinéticas de extracción, sus inversiones, significa comprender cómo funciona el propio tiempo en toda su proporción, y no solo en el perímetro geográfico de la propia tierra. Ponerse en contra de los clanes se convierte en una guerra por la supervivencia, como si la propia existencia, la comida que comes, los labios que besas, la música que escuchas, las páginas que lees, no lograran darte el sentido de la vida, sino sólo el de la supervivencia. Y así, conocer ya no es un indicio de compromiso moral. Saber, entender, se convierte en una necesidad. La única posible para considerarse aún nombres dignos de respirar.”

Son estas las palabras del penúltimo párrafo del libro “Gomorra”, escrito por Roberto Saviano, un joven napolitano de treinta años, que, desde la publicación, anda huido y escondiéndose de una más que probable venganza de cualquiera de los seres de ese mundo que tan bien refleja y denuncia en el texto. La solapa del libro recoge una fotografía del autor en la que muestra una mirada sentida y fija, vete a saber en qué, pensativa y triste, oscurecida y pesimista.

Las 336 páginas del libro resultan una crónica apabullante, casi una nómina de integrantes de ese mundo, con sus posesiones, sus aficiones, sus formas de actuar, sus asesinatos, su escala de valores y hasta sus ideales, si es que los tienen.
Me resulta alucinante pensar en qué medida algo de lo que se refleja en el texto existe en cualquier otro lugar en el que nos movemos, acaso también entre nosotros. Naturalmente que hay que eliminar las muertes de la estructura, lo que no es poco. Pero tengo la impresión de que otros niveles empiezan a asomarse a nuestra vista a poco que agucemos la mirada y estemos dispuestos a unir causas y consecuencias.
Pienso por ejemplo en la extorsión como método para obtener concesiones y contratas y acaso ya hasta podría sospechar sobre casos concretos. Hay variantes comerciales que se prestan tanto a esto. A los éxitos injustificados me remito y que cada cual extraiga conclusiones. Y pienso también en el tráfico de influencias o en la información privilegiada. Y se me viene a la mente la actuación de cualquiera que esté en situación privilegiada frente a otro, por volumen de negocio, por situación de mercado o por liquidez económica.

Hago un ejercicio más de concreción y me quedo, por ejemplo, con el mundo del textil. ¿No es extorsión que una marca poderosa amenace con no comprar la producción entera de otra menos poderosa y, de esa manera, obligarla a vender a precios ruinosos? ¿Y esto no se practica siempre, en todo lugar y a toda hora? ¿Quién tiene la posibilidad de poner unos precios de ruina para el comerciante si no es el que puede resistir por su poder y fondo económico? ¿Hace falta concretar más? ¿Es necesario dar nombres? ¿Y qué sucede en el mundo de la alimentación? ¿Y en el de los paquetes turísticos? ¿Y en el de la construcción? ¿Y en el de…?

Los hombres de la Camorra se mueven en unos parámetros en los que lo que sirve es la ley del más fuerte, en los que los medios siempre están justificados con tal de alcanzar el fin inmediato de la supremacía y del monopolio para imponer voluntades que casi siempre responden a instintos primitivos y poco duraderos, porque el sistema obliga a eliminarse entre sí, de manera que se construye una rueda que no para de girar y que, inevitablemente, tiene que llevarse por delante también a los momentáneos triunfadores.

No son pocas las personas vinculadas a la Camorra y, en general, a los métodos mafiosos, y convendría analizar las causas que explican esa integración y esa permanencia del fenómeno. Como sucede siempre, no es tan sencillo el esquema como para tirarlo a la basura sin antes analizarlo. Este libro ofrece los datos para que cada lector se detenga un rato a pensar en lo que significa todo esto y en las razones que lo explican.

A mí me interesa, como quiero hacer siempre, trasladar el fenómeno a mis alrededores, por si encuentro alguna semejanza o alguna aplicación a mi vida y a la de los que me rodean. En el fondo, creo que el sistema capitalista no obedece a normas distintas y todo lo que hace es dulcificar el método con leyes que lavan la cara al sistema y que ponen sobre la mesa un referente al que se agarran siempre con más fuerza los que tienen más poder para interpretarlo en su beneficio, a través de sus bufetes y de sus divisiones de interpretaciones legales, de estudios de oportunidades y de burlarse de esa ley por el artículo y versículo correspondientes.
Los altavoces públicos (medios de comunicación, publicidad, fuerzas del orden…), siempre en sus manos, ya se encargan de aplaudirlos y de convertir en milagro lo que no es más que un extraño pasaba por allí.

Las terminales de la cadena, los compradores y sufridores abnegados del sistema, tampoco están muy por la labor y prácticamente todos andan (andamos) buscando un sitio algo confortable en el sistema, para sobrevivir. No sé cuántos se plantean, no el aprovechamiento egoísta del sistema, sino la bondad o la maldad del propio sistema. Sospecho que muy pocos. Y los que lo hacen deben de ver como un gigante que se te cae encima y al que es mejor atusarle el lomo que tirarle un dardo a la frente.

El panorama que se esboza es feo. Ojalá fuera excesivo o mentiroso.

miércoles, 22 de julio de 2009

ESTARÉ ALLÍ CON ELLOS

Ando engolfado en la lectura del libro “Gomorra”. El tiempo del verano me lleva a velocidades muy diversas y así, mientras un día doy un empujón enorme a algo, al día siguiente me encuentro con que casi todo sigue en el mismo sitio que el día anterior.

Hoy, por ejemplo, puede ser un día de escaso rendimiento en el asunto de la lectura; asuntos domésticos me han tenido ocupado media mañana y las primeras horas de la tarde las he dedicado a una afición que me viene de antaño, la de ver el tour de Francia. Lo hago sobre todo porque practico el sillón-ball divinamente y porque mis ojos se llenan de esos paisajes verdes del centro de Europa que tanto contrastan con el secarral veraniego de este país. Y eso que yo tengo mi terraza, y tengo mi sierra, y tengo mi cielo, y tengo mi agua, y tengo….

La casualidad me llevó esta mañana a coincidir con un pequeño grupo de personas que forman parte de la comisión provincial en Salamanca para la memoria histórica de los desaparecidos y represaliados en la dictadura. Andan afanados en colocar un monolito, el sábado uno de agosto, en la entrada al cementerio. En estos mismos días lo hacen también en otros lugares de la provincia.

Me reconforta mucho observar en directo cómo se preocupan y cómo van venciendo todos los obstáculos que se les van presentando con tal de rendir homenaje y recuerdo a todas esas personas que durante tanto tiempo no han contado para nada en esta sociedad. Y me reconforta mucho más el tono con el que lo hacen, la serenidad con la que hablan del tema y la certeza de que el objetivo único que les mueve es el de honrar esa memoria y nunca remover pasiones ni odios contra los verdugos. Que nadie espere aplausos para los que empuñaron la pistola o el desprecio continuado; sería una contradicción. Pero yo no he visto el odio a flor de piel, ni el deseo de venganza, ni el grito de revancha. Es otra cosa la que los mueve y la que lleva a ofrecer tantos esfuerzos a esta gente: es el recuerdo de sus seres más queridos, la compasión por los abatidos, la solidaridad con los represaliados de todo tipo, la sangre de su sangre que los convoca y los empuja.

Siempre me he preguntado cómo puede haber alguien que se oponga a estos sentimientos. Y, sin embargo, ahí están las manifestaciones públicas de cada día en los dirigentes, todas provenientes sospechosamente del mismo bando político. ¡Cómo se puede negar ese sentido de la compasión y del recuerdo –-aunque habría que gritar que se trata de un acto de justicia-?! ¡Cómo se puede negar! Y lo más grave es que demasiadas veces esa prevención procede de ámbitos religiosos, en los que cabría esperar que ese sentimiento de compasión y de justicia tendría que estar en la base de sus actuaciones.

Me comentaban que, en cuanto se desciende a los niveles más locales, las diferencias entre los representantes de un signo y de otro para facilitarles su trabajo no son tan acusadas. Uno piensa qué pegas puede poner cualquier alcalde de un pueblo para entorpecerles el trabajo y no encuentra ninguna. Aunque cuelgan hilachos y la cabra tira al monte en cuanto le sueltas la cuerda. Y, por supuesto, en cuanto tiras del hilo, los nombres empiezan a salir con sus apellidos. Porque las pistolas no se dispararon solas ni los desprecios acumulados se borran de la memoria fácilmente.

Salamanca fue territorio comanche desde el primer momento y los “perdedores” lo pasaron muy mal. La lista de represaliados es muy amplia. Y la de despreciados durante las cuarenta años de dictadura, mucho más. Cualquier homenaje será corto y pequeño. Estaré allí aquel día. Con ellos. Y ellos son todos ellos, los de ahora y los de antes.

martes, 21 de julio de 2009

ATHOS Y XV





El aeropuerto de Zurich es amplio y muy dotado. Tenemos unas horas para esperar el enlace del vuelo y no queremos perderlas. La ciudad aguarda nuestros pasos. Hay una cinta transportadora kilométrica que nos lleva hasta los andenes desde los que el transporte público nos dejará en el centro de la ciudad. Jesús, que aquí no hay euros. Cambiaremos lo mínimo para pagar el transporte y para tomar un café. Que sean veinte euritos… Al cambio nos entregan veinticinco francos suizos del ala. Compramos dos billetes de ida y vuelta. ¡Veinticuatro francos!!! Nuestro gozo en un pozo y nuestro enfado en toda la superficie. Otro timo más. Será ya el último.

Zurich es la ciudad de los tranvías, de las bicicletas y del silencio. Descansamos a la orilla del lago. Mis recuerdos se alejan en el tiempo hasta aquel verano que pasé metido en la cocina de un restaurante de esta ciudad. Cuánto tiempo de aquello. Y hasta la realidad de aquellos inmigrantes que conocí en barracones, pensando siempre en los seres queridos y haciendo piña siempre. Alguno de mis hermanos bien conoce lo que digo. Cuando vuelva a casa tengo que enseñarles las fotografías. Tampoco tenemos mucha suerte con los edificios que queremos ver. Se nos va el tiempo en un largo paseo por algunas de sus calles, por el descanso a la orilla del lago contemplando los verdes y lánguidos alrededores y en un parque cercano a la gran estación de transporte. Otra vez la amistad en la palabra, los ritmos de la vida, la muerte, la familia, la inconsistencia de todo, o casi todo, las geografías diversas. Anoto la presencia de una estatua dedicada a Zuinglio, que, en país calvinista, parece lo adecuado. Y anoto también, a pesar del atraco, la solidez y la modernidad de los transportes públicos en Suiza.

Con las escasas horas de descanso y visitas, volvemos al aeropuerto para seguir viaje a Madrid. Lo hacemos con bastante tiempo, pero nuestra dejadez nos lleva a sentarnos en una puerta de embarque que poco tiene que ver con la que realmente nos corresponde. Cuando aguardamos turno en una fila, nos damos cuenta de nuestra equivocación. Allí vierais carreras sin aliento, transportador a saco y al galope. Aún faltaba otro susto. El detector de metales la tiene tomada conmigo y suena sinfonía cada vez que paso por él. Y el tiempo que se agota. Me cachea un policía. Y el tiempo que se agota. Y Jesús, el muy capullo, que se ha ido a la cola de embarque. Y el tiempo que se agota. Me obliga el inspector a descalzarme. Y el tiempo que se agota, Me magrea con un detector de metales dentro de una cabina. Y el tiempo ya agotado. ¡Que se va mi avión y me quedo en Suiza, aquí solito! Y el tipo del detector que no descubre nada. Y yo corriendo con mis botas arrastrando por el pasillo para llegar a la puerta de embarque. Debería de parecer cualquier muñeco de feria. Y llego resollando y descubro asombrado en el papel que ¡!aún nos queda media hora para que salga el avión!!! Qué sofoco, Dios mío. Átate las botas, ponte a la cola, deja de sudar, arregla la mochila, relájate, colega. Aún me da tiempo para avisar a Pedro por teléfono y que no tenga que esperar demasiado en Barajas. Qué sustito final en el viaje…

El viaje a Madrid es muy cómodo y suave, contemplando los lagos de Suiza, volviendo a sobrevolar la majestuosidad de los Alpes, con el Montblanc como espadaña, sintiendo bien llegar los Pirineos, adentrándonos en el color más seco de las tierras de España.

Cerca de las tres. Tomamos tierra en Barajas. El círculo de viaje en común ha terminado. Solo el último fastidio de recoger los bastones nos detiene otros minutos en la sala interior. Después, el exterior. Fide y Pedro a la espera. Jesús se queda allí para enlazar con otro vuelo a Málaga.

Lo abrazo con fuerza pues he sentido en todo momento el calor de la amistad, de la elegancia, de la cultura, del bien hacer y del mejor parecer con su presencia. Sin él nada se hubiera hecho; con él se puede ir al fin del mundo. Aunque de vez en cuando ocurra lo de la cayada (creo que exageró un poco al narrarlo). Es un tío estupendo. En alguna línea creo que he dicho que me iban a quedar como principal poso del viaje los ratos en el catolicón. No soy del todo justo. La amistad es más fuerte que todo lo demás. Nosotros la teníamos ya bien fundada. Este viaje no ha hecho más que reforzarla. Un fuerte abrazo, amigo.

Un viaje lento y fatigoso (el autobús paraba en todos los pueblos) me acerca desde Madrid a Ávila. Allí me esperan Nena, Miguel Ángel y Merce, Juan Pablo, Francisco y Carmen. Y Sara, mi Sarita, mi niña, mi tesoro. Ellos saben cómo los quiero a todos. Beso muy fuerte a Nena (la he echado de menos cada vez que la mente me daba un descansito) y recojo el carrito de mi Sara para comérmela con mis ojos por las calles de la ciudad vieja de Ávila. Cuando se hace de noche, Nena y yo volvemos hasta Béjar. Venimos felices y contentos. Otra vez a la vida. Otra vez juntos a ver pasar el tiempo, que es lo que siempre pasa. Qué lejos queda Athos cuando cierro físicamente el viaje y entro en mi casa.

¿Qué me traigo de Athos? ¿Qué fui a buscar a Athos? ¿Qué me encontré en lugares tan lejanos? ¿Acaso de verdad valió la pena? Lo rumiaré despacio cuando el tiempo repose y las imágenes vuelvan a fluir solitas. Ellas dirán la hora.

lunes, 20 de julio de 2009

ATHOS XIV





Un viaje demasiado tedioso nos plantó en Salónica. ¿Y ahora qué? ¿Ya se acabó el viaje? Quia, muchacho, que España (o Hispanía en su fonética) queda todavía muy lejos. Autobús y al centro de la ciudad. Mapa y preguntas. Estamos en el centro más antiguo de la segunda ciudad griega.

Una primera sensación me asalta y hasta me acongoja. Hace muy escasas horas estábamos en Athos y ahora mismo me parece distante, muy distante de nosotros. ¿Por qué esta sensación tan extraña? Se me empiezan a colar en la mente otras imágenes y otras ocupaciones anteriores y posteriores al viaje. Sé muy bien que volverán en torbellino sin que yo las reclame, pero ahora estoy en blanco.

Dedicamos unas horas a reconocer algunos monumentos de la ciudad antigua, paso obligado hacia oriente y cruce de caminos de la historia. San Demetrio es un espectacular templo ortodoxo en pleno centro de Salónica, todo majestad y plenitud. Otras iglesias están cerradas a esta hora de la tarde. Visitamos algún otro edificio civil y decidimos marcharnos hacia la parte baja, hacia el puerto.

Aquí la vida bulle aunque sea un día de diario. Yo no observo ninguna diferencia entre Salónica y cualquier otra ciudad occidental. Hermosísimas jóvenes en mínimos trajes de verano volvían a recordarme a los personajes femeninos de los textos clásicos griegos en los que he buceado muchas veces. La noche se echó encima y nuestro estómago pidió su ración de alimento. En una calle céntrica, muy próxima al mar y repleta de jóvenes, cenamos (sin pepino) y charlamos, afirmamos el valor sagrado de la amistad, trazamos un primer resumen del viaje y pusimos rumbo mental hacia el otro lado del Mare Nostrum.

Y en paseo tranquilo volvimos hasta el lugar en el que paraba el autobús. Ya somos expertos en comunicaciones y no habrá otro latrocinio como el de los taxis del primer día. ¿O sí? Ya era noche cerrada y avanzaban las horas del reloj. El aeropuerto estaba casi solitario. Había que descansar. ¡Pero con despertador muy cerca del oído! No, otra vez dormidos no, que esta vez se trataba del avión.

En algún momento y con tiempo suficiente, me lancé a la oficina para reclamar los bastones perdidos en el viaje de ida. Una llamada de teléfono me había indicado que debía pasar por allí en aquellas horas. Más dificultades de las previstas para la recuperación, pero allí estaban los palos envueltos en mil plásticos. Con el buen servicio que nos habían hecho las cayadas de tres euros… Otra vez a facturarlos y en Madrid a esperar para recogerlos. Qué lata con los bastones.

A una hora indefinida se animó la sala de espera del aeropuerto con la llegada de un numeroso grupo de jóvenes que, sin duda, iban de excursión a algún lugar. Ya todo fue bullicio, filas, llamada sin carraca, embarque y vuelo. Salíamos de Salónica, nos íbamos de Grecia, poníamos rumbo hacia el origen de nuestro viaje… Nos alejábamos de un montón de recuerdos, de un silo de vivencias, de unos días muy especiales. Mi mente seguía dando vueltas a ese revolutum que yo había fabricado en mi interior, en el que cabían la Grecia clásica de mis lecturas y de mis estudios, con la religión cristiana de mis ambientes y de mi educación, los paisajes frondosos por los que habíamos caminado fatigosos, Athos y sus misterios, las liturgias extrañas, mis creencias difusas y en secano… Y todo en un espacio y en un tiempo tan concretos.

¿Jesús, qué hacemos aquí arriba en medio de la noche?... El avión seguía suavemente su camino. El cielo estaba denso y cubierto de nubes. Sobrevolamos los países balcánicos huyendo de la luz del día. Cuando la luz nos pudo y el día amanecía, aterrizamos de nuevo en Zurich.

ATHOS XIII




Aghios Pavlo seguía allí sumiso, a sus pies. Alguno de los días anteriores habíamos escuchado algún trueno y Jesús se apresuró a cambiarle el nombre al Dios convirtiéndolo en Júpiter Tonante. Ahora yo lo veía más celestial que nunca. Y más simbólico también. Que serene y dé paz a todos aquellos territorios, a todas aquellas aguas y a todos los que han dedicado su vida a vivir junto a él.

Después llegaron todos los demás paisajes y los otros monasterios de los días anteriores: Aghios Dionysiou, Grigoriou, el impresionante Simonos Petras, tan alto y tan esbelto, la parada de Dafne, Xiropotamou, Aghios Pandeleimonos, Xenofondos, Dochiariou, Zografou, en el interior del monte y con el haragán todavía durmiendo la siesta del otro día… En fin, toda la costa meridional de Athos, del Aghios Orous, de aquel lugar extraño y alejado al que habíamos ido casi sin equipaje y del que volvíamos con la mochila llena de sensaciones varias. Parecía aquello un crucero religioso por el Egeo.

Quise confundir, de nuevo y de manera consciente, en mi mente los elementos clásicos y los de la religión ortodoxa. Y qué almacén tan desigual y hermoso: los dioses, los filósofos, la doctrina cristiana, los santos, los cismas, los monjes, las sirenas, las ninfas, los poetas, los conductores de ejércitos, los pueblos primitivos, los guerreros, los rezos sempiternos, los cantos melodiosos, los paisajes frondosos, las aguas encalmadas, el abismo, el discurrir del tiempo, el espacio estancado…, la vida en sus capítulos, mi vida en buena parte. Porque los dioses y los tiempos son fábrica del ser humano. Y yo los había creado muchas veces desde lejos y los había fabricado y gozado un poco en estos densos días.

Nos íbamos acercando a Ouranópolis con la sensación de que todo iba quedando atrás y de que todo revertía hacia la vuelta. En el barco nos acompañaban peregrinos, trabajadores de los monasterios, monjes de toda clase -algunos desastrados en sus hábitos-, vehículos y objetos. Todo volvía al mundo de la civilización. De otra civilización, la de las prisas. Porque ya nos aguardaba el autobús de vuelta en un enlace rápido con nuestro barco. Antes el espectáculo insólito, a pesar de su falta durante tan pocos días: ¡!Mujeres, hay mujeres!! ¡!Mira, Jesús, mujeres!! Bellísimas mujeres exponiendo sus cuerpos semidesnudos en la arena. Por fin las sirenas, coño, y estas de verdad.

Nos traen los horarios como fámulos del tiempo: no hay derecho a dejar esas postales tan deprisa. Uno compra algo de fruta y otro se acerca sin respiro a comprar los billetes de autobús. Y enseguida la carretera de vuelta hacia Salónica. Ahora es otro trayecto pero poco me importa. Solo importa el descanso en la zona de sombra del autobús. Con nosotros viajan también algunos monjes de Athos. ¿Adónde irá esta gente tan lejos de su sitio natural? Alguien nos ha dicho que estos monasterios acumulan mucho poder y bienes y que en un reciente litigio con uno de ellos hasta dos ministros griegos habían tenido que dimitir. El poder, ya se sabe. No el de los Diógenes, sin duda, pero sí el de los grande monasterios que hemos visitado y que tan bien nos han acogido durante estos días. Hoy no tenemos conductor que nos cante y nos arrulle con sus sones, pero cerramos cortinas y dormimos un rato.

sábado, 18 de julio de 2009

ATHOS XII

ATHOS XII

DÍA 1 de julio
Apenas nos da respiro la noche. Tampoco el silencio, tan denso y tan misterioso.
Las tres y media y el tío del pandero, con perdón, anda otra vez de fiesta, levantando a los frailes de la cama. Aquí se duerme bien, pero, coño, se duerme poco. Ahora ya no nos coge nada de sorpresa y conocemos el sonido en cuanto empieza con su porreo rítmico: tá-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-tá/-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-tá/-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-tá. Y vuelta a empezar. Sencillísimo este ritmo para quien quiera danzar con él. Nosotros andamos a estas horas solo para ir abriendo el ojo, para incorporarnos con torpeza y para bajar hasta el catolicón. ¡Las cuatro!! Dios mío. Habrá a estas horas algún Dios despierto para escuchar las preces y atender a las invocaciones. Kirieleison, kirieleison, kirieleison. Allí nos mantenemos hasta casi las cinco de la mañana. Con todas las peticiones requeteformuladas. No puede haber Dios que se nos resista. Es el último repaso a la salmodia y yo ando bien atento, a pesar de mi sueño, que el cansancio se acumula y las fuerzas van mermadas. Vuelvo a pensar en todo aquello, en lo extraño que me parece todo, en la escala de valores que mantiene a esta gente aquí y a tanta gente como esta durante tantos siglos. No es fácil despacharlo en dos palabras, a pesar de que no sea mi caso ni mi ilusión. Dejaré la reflexión serena para los montes bejaranos y para las calles occidentales.

Aprovechamos el ratito que nos queda para dormir un poco. Poco rato, por cierto. El aprendiz de juglar no nos da tregua. De nuevo la tamborrada en torno del catolicón. Y de nuevo al templo. Es la hora de la misa. Las seis.

Por alguna razón mi mente anda un poco despistadilla y se va hacia la costa. Nos aguarda un viaje de recreo y ya me lo adelanto en la imaginación. Pero sigo escuchando la salmodia, la liturgia excesiva, miro el templo abigarrado con las imágenes y las velitas que se encienden ad maiorem Dei gloriam y se van consumiendo poco a poco mientras las preces suben hacia el cielo, en medio de la noche.

Esta vez no nos quedamos a desayunar: andamos escaldados con eso de las horas de los barcos. Nos vamos a la costa y aguardamos hasta que llega uno que nos acerca a Dafne. Se mueve la mañana y hay ajetreo de personas y de víveres. No nos vamos de Athos; queremos volver ya en barco hasta la zona más al este para volver contemplando desde el mar todas estas laderas y el vértice gigante del monte allá en el cielo. Qué descansada vida la del que mira sentado en una silla. ¿Dónde están los caminos y los soles?

Hacemos transbordo en Dafne para volver sobre nuestros pasos. Ahora el barco es bien cómodo y empieza su travesía. Jesús y yo nos sentamos en sitios estratégicos pues tenemos trabajo por delante: fotos, miradas, paisajes, skites, Diógenes, mitos, charla y altura del gigante.

El barco va surcando lentamente las aguas del Egeo a una distancia escasa de la costa. Desde ese sillón húmedo y tranquilo, nuestra vista se ensancha. Tenemos noticias de la existencia, en esta zona de la península, de residencias pequeñas en las que viven monjes casi solos. Y bien pronto aparecen esas casas. Son las llamadas Skites: Nea Skiti, Aghios Annas, Katounakia, Kerasias… peñón de Aghios Hristóforos… y vuelta a empezar en dirección contraria.

Jesús me había hablado de la existencia de monjes aislados en las laderas de más al este de la península, monjes que vivirían como eremitas en medio del monte. Las Skites muestran un aspecto muy diverso pues, al lado de edificaciones que, desde el mar, podrían pasar en su aspecto por un chalecito cerca de la costa, vemos otras con aspecto totalmente ajado y ruinoso. Alguna casa pequeñita -tal vez residencia de alguno de estos monjes solitarios, llamados Diógenes (qué nombre tan ajustado)- se ve colgada en un peñasco del que parece que se va a desplomar en cualquier momento.

La vida de estos monjes tiene que ser bien distinta de la que llevan los que viven en comunidad. Pero el barco descarga materiales de todo tipo en las distintas dársenas diminutas. También los monjes van y vienen desde Athos hacia el exterior y desde el exterior hasta Athos. Unas pequeñas recuas de mulos suben y bajan penosamente por los estrechos caminos que se han consolidado como única forma de llegar desde la costa hasta las Skites.

Ahora ya todo es contemplación, fotografías y comentarios. Es volver a ver la península de Athos desde otra perspectiva bien distinta. Primero las Skites y, a medida que vamos retornando, la mole del infinito y misterioso monte Athos. Lo contemplamos lentamente, como si quisiéramos escudriñar en su interior y arrancarle algún misterio. Como sucede en la iconografía católica, en un momento determinado, el sol quiso clavar sobre las nubes que lo rodeaban en la cumbre unos rayos de luz que llegaban hasta las laderas. ¿Era Zeus? ¿Era Dios? ¿Pero es que no se ve que se trata de la misma palabra?


ATHOS XII: Letanía (Jesús Majada)

Es hermoso salir al alba de Agios Paulou, levantar la cabeza y ver que en la cumbre de Athos, entre nubes, Theos-Zeus despereza sus rayos vivificadores…

Es hermoso caminar por la orilla hasta un punto en que mar y montaña te cierran el paso, suponer que has errado el camino y, en el último momento ya a punto de volver, encontrar la escondida senda que se pierde monte arriba…

Es hermoso subir por la vereda hasta alcanzar la arista que separa dos hondonadas, detenerse, beber agua fresca y descansar mientras vuelves la vista atrás para ver lo recorrido o alargas el cuello para calcular lo que queda por andar…

Es hermoso, allí mismo, junto a la cruz que da fe del vértice, ponerse en pie y con el verde de las aguas abajo, el azul del cielo en lontananza, el rumor de las olas de fondo y la brisa matutina en derredor entonar “Veni, Creator Spiritus”, sin importarte si vendrá o no vendrá el espíritu …

Es hermoso llegar de buena mañana a Agios Dionisiou y aceptar el frugal desayuno-comida que los monjes están a punto de iniciar…

Es hermoso caminar hasta Grigoriou el día ya bien entrado, aceptar el vaso de agua fría, la taza de café y la copa de aguardiente que al arkontari te ofrece, y tenderse un rato en la umbrosa y austera celda en que nos hospedan…

Es hermoso decidir trepar hasta Simonos Petra, el monasterio perdido allá arriba en la montaña, y a las tres de la tarde atacar aquellas imposibles cuestas…

Es hermoso “hacer monasterio” una hora más tarde con el sudor en el cuerpo, decir al arkontari que hemos subido para asistir a los oficios vespertinos y recibir su agradecimiento en forma de sonrisa, agua fresca, más aguardiente e invitación a cenar…

Es hermoso asomarse a la balconada de Simonos Petra, mirar el abismo por entre las rendijas de las endebles tablas que sostienen nuestros pies, sentir que se te encogen las entrañas y salir de allí apresuradamente porque temes lo peor…

Es hermoso iniciar, entre sombra y brisa, entre charla y charla, el regreso camino abajo hacia Grigoriou…

Es hermoso sentir que ya está casi cumplido el viaje, después de caminos, sudores, monasterios, maitines, kirielisones, popes y pepinos…

Es hermoso bajar hasta la deshabitada orilla del mar poblada otrora de nereidas, náyades y sirenas. Es hermoso imaginar que tal vez la misma Venusafrodita, tímida muchacha recién nacida de las olas, pueda aparecer en cualquier momento…

Y es hermoso desnudarse, lanzarse al agua prohibida, dejarse caer en la tentación y que nadie nos libre del mal… Amén.

viernes, 17 de julio de 2009

ATHOS XI




Así que monte abajo, cambiando perspectivas y cansancio: lo que antes era todo cuesta arriba se desploma ahora mismo en el abismo. Y el mar siempre en su sitio, como si fuera eterno y anduviera dormido en sueño interminable. Ya el sol va declinando y el sudor se acompasa y no nos agobia tanto.

Llegamos a la altura del mar (el mar no tiene altura) y ponemos en práctica el asalto a una de las pocas prohibiciones que se pueden transgredir en estos lugares. Es el mar un peligro, sereno como está junto a la playa y los acantilados. Las aguas del Egeo no son aguas cualesquiera, la tarde está tranquila y sosegada. Jesús, ¿a qué aguardamos?... Por si esto fuera poco, han aparecido por allí tres individuos en una motora y se han lanzado al agua. Al agua, patos… Había que ungirse físicamente de todo lo que la historia ha dejado como poso en estas aguas. Era este otro bautizo iniciático y extraño. Y con aquel calorcito… Y con el cielo mirándonos celoso. Y con la luz diáfana encendiéndolo todo. Al agua, al agua, patos… Qué fresquito, qué gusto, qué hermoso placer el de romper la norma… ¿Cómo nos íbamos a ir de aquí sin darnos un buen chapuzón en el Egeo?... Yo creo que Zeus y Yahvé nos miraban y se reían desde lo alto del monte Athos. Y los demás dioses también. Las sirenas somorgujaron a nuestro alrededor, que yo las sentía por allí cerca.

Nos sentamos serenos en las rocas aguardando que nuestras escasas ropas se secaran para poder proseguir camino. ¿Cómo pueden resistir estas gentes todo el tiempo sin sumergirse en etas sagradas aguas? Me pareció en este momento que casi todo estaba ya cumplido: un poco de inmersión en la naturaleza, otro poquito en la realidad litúrgica y el bautismo de agua en el mar que rodea al monte Athos.

En cuanto pusimos pie en camino, observamos cómo una lancha de la policía se acercaba al lugar. Allá con los que allí se quedaron bañándose; nosotros habíamos puesto tierra de por medio. Y en medio del camino aparecieron dos personas que habían hecho en camino en sentido inverso y un par de monjes que a punto estuvieron de cazarnos en pleno baño. Seguro que, si nos hubieran visto, no habrían resistido la tentación de bucear un rato entre las aguas. Ay tontitos, tontitos, no sabéis lo que es bueno.

El sol y el sudor nos tomaron de nuevo, pero yo creo que ahora nos sorprendieron con otra piel y con otra mirada. Yo tenía la impresión de que me llevaba un poquito de todo lo que guarda el mar Egeo.

Subida pronunciada y vuelta a la cota de Grigoriou, el monasterio en el que habían quedado a buen recaudo casi todas nuestras escasas pertenencias. Volvemos la vista hacia el poniente y hacia el cielo y allí seguía lejano y misterioso, colgado en el abismo Simonos Petras. Desde allí arriba parecía que nos cobijaba y que cuidaba de nosotros. Pero bien sabíamos que, un poco más al este seguía el verdadero gigante de estas tierras, el Agios Orous, el misterioso Athos. Que todos nos guarden mientras descansemos del cansancio del día.

Para hacer un recuento somero de este día, aún tenemos tiempo de sentarnos un rato sobre las dulces aguas que lamen los pies de este monasterio sin llegar a alcanzarlas: caminos, rezos, charla, baños, naturaleza, reflexión, cánticos…Y todo en el ambiente misterioso de estas tierras, en las que sigo viendo mezclas de dioses de todas clases refugiados en el monte y en las aguas, en la fronda y en los acantilados. Que todos nos acojan y que velen nuestros sueños.


ATHOS XI: Delicias monacales (Jesús Majada)

Hasta ahora nuestras referencias culinarias se han reducido a notas salteadas aquí y allá. Quizá el asunto merezca un poco más de pausa, con información a la carta.
Ya he señalado que la cena y la comida-desayuno de Xenofontos, el monasterio de nuestra primera noche, fueron las mejores, con pescado tanto por la noche como por la mañana.

A partir de ese momento nuestra dieta siguió siendo mediterránea, pero sólo vegetariana.

Recuerdo el desayuno de nuestro segundo día, lentejas (muy bien guisadas) y un pepino. Recuerdo también la situación: en una mesa alargada nos situábamos diez comensales, con sendas escudillas delante y cruzados junto a ellas sendos pepinos enteros, como de cuarto de kilo. No era el típico pepino regordete y rugoso que en España suele utilizarse para el gazpacho, sino un fino y alargado pepino tipo holandés. Desde que nos sentamos a la mesa y el monje comenzó la lectura, me di cuenta de la expresión desconcertada de todos: primero, la vista fija en el pepino, y luego, cada cual mirando a los ojos de los de enfrente como pidiendo auxilio para cómo meter diente a la hortaliza. En medio del silencio, el escenario no dejaba de ser divertido.

He de confesar que soy devoto de estos pepinos holandeses. Tanto en invierno como en verano suelo prepararlos en rodajas muy finas y condimentarlos con aceite crudo, pimienta y sal. Así es que me encontraba en situación ventajosa sobre el resto de la concurrencia y, aunque allí no tenía a mano ni pimienta ni aceite, decidí tomar la iniciativa, más que nada por epatar a los demás. Cogí la cuchara con la derecha y el pepino con la izquierda: una cucharada de lentejas y un bocado de pepino; otra de lentejas y otro de pepino… Todos tenían la cabeza baja, sobre los platos, pero miraban de reojo, un poco asombrados.

Comí así hasta medio pepino y, viendo que nadie me seguía y el silencioso escándalo ya había surtido efecto, opté por dar un paso más, y pasar de devorador sin miramientos a hedonista refinado: lo partí a lo largo por la mitad, le eché un poco de sal, comencé a comer los barquichuelos, sujetándolos con el pulgar y el índice, mientras extendía levemente el resto de dedos en abanico. Y a cada bocado cerraba los ojos y levantaba la cabeza, como para mejor paladear aquel manjar de dioses…

ATHOS X






ATHOS X
Ya vemos SIMONOS PETRAS, Simón Pedro, el emblema físico de todos estos lugares por lo espectacular de su edificación, colgada en el espacio, allá en el cielo. ¿Sabes lo que te digo? Por mucho lugar santo que sea esto, a la vuelta un bañito en esta cala de piedras será un buen sacrilegio que honrará a los dioses más osados. Que venga Ganímedes con algo de ambrosía y nos la sirva a la orillita de este mar Egeo, que se acerquen a vernos las sirenas. Al fin y al cabo, aquí no ponen pie las mujeres y solo serán ellas, las sirenas, las que anden a su antojo en estas aguas. Y que no se enfaden ni Zeus ni Yahvé. Que se mueran de envidia simplemente…
Pero ahora hay que subir. Muy lentamente, claro, que el calor es muy fuerte y el sol está en su carro resplandeciente.

Simonos Petras está colgado en el cielo, ya lo he dicho. Cualquiera sube allí con el calor que hace. Casi desde dentro de las aguas, sale un camino bien empedrado, continuación del que ya traemos desde Grigoriou. Vamos allá. El sudor es nuestro más estrecho compañero. Enseguida ganamos altura y nos detenemos contemplando las diferentes perspectivas que se nos ofrecen, tanto en nuestra vista hacia arriba como dejando que se desplome hacia el mar. Mis ganas y deseos se dividen entre echar a volar hacia el mar y enterrarme en sus aguas o ascender hacia el refugio de Simonos Petras. Hay fuentes en la escalada, porque esto es una escalada más que una subida. Y en cada fuente, un vaso para ayuda del peregrino. Cuánto siglos y vidas se habrán diluido por esta cuesta… Venga, Jesús, arriba, que ya está más cerca este gigante… Vamos, Antonio, adelante, que ya nos mira desde más cerca…. La fatiga nos puede, pero el deseo de llegar también. Descansamos, bebemos, hablamos un poquito, miramos hacia el mar y hacia el monasterio, que se nos cae encima, volvemos a empujar otro poquito, renegamos del calor, desconectamos de la razón y nos dejamos llevar tan solo por las ganas de llegar arriba. Venga, un poquito más, que está ahí ya mismo.
Y se dejan ver y tocar los primeros paredones cultivados. Una fuentecilla más, un nuevo trago, una mirada al fondo del abismo en donde sigue el mar tranquilo y refrescante. Quién pudiera. Y allí, a la vera de la fuente, se me vinieron encima los versos de san Juan: “Que bien sé yo la fonte / que mana y corre, / aunque es de noche”. La luz era diáfana, como de media tarde, pero se trataba de otras oscuridades. Y acaso también de otras fontes. Pero por allí andaba también el espectro de este nuestro frailecillo y nuestro gran poeta.

Así que, ligeros de equipaje, sin toxinas en el cuerpo, pues todas las habíamos echado en sudores, pero muertos de fatiga y de cansancio, llegamos a la altura de Simonos Petras. ¿Por qué este edificio pétreo colgado en estos montes? ¿De qué se guarda esto? Algo tendrá que ver con la defensa frente a los enemigos. Siempre los enemigos, qué fastidio. La Historia es una historia de recelos, de dominios y luchas, de disputas de lesa religión. Qué desvarío. Almogávares, turcos, orientales. ¿Por qué no hay más amor y menos lucha y muerte entre los hombres? Puede que tenga origen este monasterio en alguna huida individual hacia la soledad del monte y a la dulzura del panorama inmenso que desde allí se contempla. Qué sé yo. Allí sigue perenne por los siglos este cíclope pétreo.

Unos obreros trabajan en una edificación. Pero en la parte sur un inmenso andamio nos anuncia también trabajos nuevos en aquella fachada. ¿Cómo ha podido anclarse si todo está en el aire. Pronto aparece el arkonti (tal vez arkontariki, me señala Jesús fechas más tarde, sea el nombre reservado al edificio de peregrinos: este Jesús es un tío competente, está en todo y habrá que hacerle caso) que nos regala nuestra copita, nuestros dulces y nuestro vasito de agua. Si supiera el buen hombre cuánta hemos bebido en la ascensión… Aparece un jovencito vestido sin los hábitos de monje. Lleva allí cinco años. Es rumano de origen. Es seguramente algo así como un novicio en occidente. Uno entiende mal las vocaciones tardías para encerrarse en estos lugares, pero estas vocaciones tan tempranas se escapan de toda razón. Él sabrá lo que hace.

Nos sigue llamando la curiosidad de examinar la distribución del monasterio, aunque no esperamos edificaciones diferentes a las que ya hemos visto. ¡Pero es que esto está colgado sobre el precipicio!! De modo que bordeamos pasillos muy estrechos y dimos con nuestros cuerpos en una balconada, también estrecha, que nos dejaba a la intemperie y en el más infinito vacío. Jesús, esto no es cuestión de vértigo, es asunto de peligro… Yo por aquí no paso… Ninguno de los dos se atrevió a buscar la salida natural. Volvimos sobre nuestros pasos asustados, tras unas miradas casi furtivas al inmenso mar que seguía acostado allá en el fondo. Coño, ni los astronautas ingrávidos en el espacio…

Nos salvó la hora. Tal vez se apiadó de nosotros Cronos (sigo jugando con los dioses griegos más antiguos) y su reloj de arena porque era la hora de la oración, el momento de vísperas. Sentarse en el catolicón, en este caso, era, además, como olvidarse de que andábamos suspensos en el aire o algo así. Tal vez esta liturgia tendría que haber resultado un poco más etérea y celestial. No me atrevo a afirmar yo tal cosa. A mí me seguía pudiendo el recuerdo del abismo.

Pero de nuevo regresó el rezo y la salmodia se apoderó de todo. Nunca los coros celestiales se afinaron las gargantas como el primer día que se dejaron oír por nosotros, pero hoy también estaban en concierto, aquí, si cabe, en una cota más alta y luminosa. Aquí Dios no puede poner excusas de no haber oído las invocaciones de los hombres ni los dioses clásicos se podrían esconder de los humanos. De nuevo el kirieleison sempiterno, la dulce melopea repetida, el corazón en calma “estando ya mi casa sosegada”, el silencio reinante, la bóveda del cielo, la luz en las alturas, Agios Cristos, Agios Azánatos, kirieleison, kirieleison, kirieleison… Se repiten los rezos, se repiten las sensaciones. Son estos los momentos más sagrados.

Y enseguida la cena, como siempre. Y otra vez las verduras como plato único, y el pepino de postre. Coño con el pepino. (La casualidad quiere que, cuando redacto esta línea vuelva de la compra y -mira tú por dónde- el tendero me ofrece pepino fresquito por si me interesa incorporarlo a mi compra. No, por Dios, no quiero pepinos). La rapidez y el rezo en el silencio, los otros peregrinos, el fondo luminoso de los mares, los frescos en todas las paredes, la sensación de estar en el vacío.

La amable reverencia de estos monjes al salir del comedor nos sirve de despedida pues hemos de volver sobre nuestros pasos hacia Grigoriou.

ATHOS X: Diógenes el can (Jesús Majada)

(Mañana salgo de vacaciones, ya sin ordenador, ni internet al alcance de la mano. Por ello mañana aparecerá mi última entrada sobre Athos. La tarea de rematar en solitario la narración de los sucesos de este viaje queda para Antonio, quien sin duda lo hará tan cabal y cumplidamente como tiene por costumbre).

La población de Athos es de muy distinto pelaje. Aunque toda es masculina, las diferencias jerárquicas, profesionales e incluso sociales son manifiestas. No obstante, los matices –especialmente entre los clérigos- se nos escapaban.

El grupo de paisanos que pululan por Athos no es pequeño. Dejando aparte los peregrinos, de los que ya hemos hablado, hay funcionarios (aduanas, correos, policía de fronteras), personal dedicado a servicios (tiendas, bares, banco) y trabajadores de la construcción. Como en todos los monasterios se están llevando a cabo obras de remozamiento y restauración, éstos últimos son muchos. Parecen dominar los procedentes de los países del este (rumanos, rusos, búlgaros…). De vez en cuando vimos también muchachos, pero no supimos qué hacían por allí. Recuerdo a dos de ellos, furtivos bañistas entre unas rocas junto al embarcadero de Agios Paulou: a un monje no se le escapó el pecado cometido, y ni corto ni perezoso cogió sus ropas y se las llevó. Nunca fue tan plásticamente lo de “nadar y guardar la ropa”.

Más compleja es la estructura social de los monjes. Lo que más llama la atención es su juventud. Todos llevan hábito. Unos, de impecable planta y corte; en otros, polvorienta, sucia o raída, se nota que su sotana es su mono de trabajo. Vimos monjes pescadores, monjes hortelanos, monjes carpinteros, locos monjes conductores de camiones-todoterreno. Sacerdotes son pocos: en el monasterio de Agios Paulou sólo había seis, de un total de treinta y cinco monjes. Los hay que viven en los monasterios (comunidades de unos treinta o cuarenta); los hay que viven en las skite, pequeños cenobios de cuatro o seis; y los hay que, eremitas perdidos en la montaña, viven de las limosnas que los caminantes que por allí pasan les ponen en un caldero que ellos tienden con una soga desde la pared en que se encuentra su cueva. No pudimos ver a ninguno de estos individuos, aunque esa era mi intención, pues me recordaban los versos de Campoamor, que aprendí al padre de Sinda:

Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro el rey.
- Y yo Diógenes el can.
- Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí?
- Yo, nada;
que no me quites el sol.
-Mi poder… es asombroso,
-Pero a mí nada me asombra.
- Yo puedo hacerte dichoso.
- Lo sé, no haciéndome sombra…

miércoles, 15 de julio de 2009

ATHOS IX





Así que hacia AGHIOS DIONYSIOU, un nuevo monasterio que se asienta a los pies del mar. El camino es de nuevo un festejo de mar y de vegetación, de charla y de sudor, de recuerdos de amigos, de contraste de ideas, de ver pasar algún barco bien cerca de la costa pero lejos de lo que allí se vive. Los regatos que bajan del monte se están agotando por momentos pero conservan fuentes y destilan hilillos de agua fresca que nos sirven de gozo y de reparación.

Mira, mira, Jesús, ahí está ya Aghios Dionysiou. ¿Es el nombre de un santo? ¿Es el lugar lo que es sagrado? ¿Y Dionisos, el dios de la alegría y del vino bueno, aquel hijo de Zeus y de Sémele? ¿Esto qué es?... Yo prefiero, como siempre en este lugar, confundirlo todo y dejar que en mi imaginación se mezclen elementos sagrados del mundo clásico y de la religión cristiana. Qué follón más bonito para mí. Si se enteraran los monjes…

Pasada la liturgia y el desayuno, los monjes se disgregan y cada uno acude a sus ocupaciones. Pero debemos haber andado bien deprisa pues en este lugar los monjes están acudiendo al refectorio. ¿Por qué no aprovechamos? Total, serán verduras otra vez. Y pepino, claro. Así que solo ver, comer y beber. Nos guardamos, como de cada sitio, un buen recuerdo de fotos y de sensaciones. Pero paramos poco. Siempre andamos con cuenta de lo que queremos andar cada jornada y, hasta que no la tenemos mediada por lo menos, parece que no nos entra del todo la calma. Aquí las sensaciones son parecidas a las de otros sitios, trasladadas a la luz de la media mañana en el Egeo. Repasamos el mapa, calculamos las horas. Tendríamos que calcular también las dosis de sol y de calor en el verano mediterráneo. Y de las muchas fuentes, que contrarrestan ese calor.

Que no se enfaden los Dionisios santos ni que se enfade Dionisos con su vino y sus fiestas. Nos lo llevamos todo en el recuerdo. Y en las prisas.

A OSIO GRIGORIOU llegamos a mediodía, tras una travesía ya cansada y fatigosa. Subimos fuertes cuestas y bajamos hasta casi la cota del mar. Por el medio quedaron unos cantos de religión católica en medio de las reglas ortodoxas. Esos cantos católicos evocaban los años de niñez, también de rigideces y de espantos, de sustos y de amenazas. Qué tiempos tan ridículos. Y qué religiones estas que basan su estrategia en asustar a todos. ¿Cómo puede concebirse la idea de un Dios omnipotente, eterno y bondadoso, con el castigo eterno y con la amenaza continua? ¿Pero cómo puede caber eso en el sentido común? Si Dios es el tal Dios, solo puede clamar y proclamar la fuerza del amor y de la alegría, el valor de la solidaridad y del reparto, la infinita sonrisa y el gozo en cada instante… ¿A qué aspira esta gente que asusta y que vive asustada?

Andan el pie y la mente. No sé si acompasados. Porque el cuerpo se cansa un poquito más que la mente en estas aguas limpias y azuladas, pero la mente sigue engolfada en sus cosas. Y la razón se pierde en cuanto quiere darle un poquito de cancha a los sentidos.

El monasterio Grigoriou da la impresión de ser un poco más pobre en sus construcciones, aunque siempre sólidas y ancladas a la orilla del mar, como desafiándolo. No nos faltan el agua, el aguardiente y los dulces empalagosos de cada recepción. Nos sentamos un rato en una amplia sala destinada a los peregrinos. Aparece un sujeto que no nos dice nada. Pronto llega el abad (¿lo llamarán abad?) con una cruz al cuello, acompañado por otro monje de su misma categoría, a juzgar por los adornos y su porte. Además del clásico aguardiente, nos ofrecen garbanzos bien blanditos. Estamos suspendidos encima del mar, mirando al horizonte y descansando.

Nunca sabemos muy bien qué hacer en el medio del día. Por eso caminamos de un sitio a otro hasta que nos coge la tarde y nos paramos. Parece que anduviéramos empeñados en correr y correr, en andar y andar, en ver y ver.

Ya nos han ofrecido habitación para dormir y amparo para cenar por la tarde. Se nos aleja la intranquilidad y reposamos. Podríamos quedarnos allí el resto de la jornada. Reposaríamos, charlaríamos, escribiríamos un poco, indagaríamos, seríamos por casi un día peregrinos de un solo lugar. Pero no estamos por la labor porque no sabemos cómo encajar las horas y no queremos estar parados. Nos puede el síndrome del tiempo.

Ya tenemos la idea: haremos la subida a Simonos Petras, acudiremos a la liturgia de la tarde y cenaremos allí; inmediatamente después descenderemos para dormir en Grigoriou. Será un día completo si lo hacemos. La oferta es tentadora, a pesar del camino y de las horas. ¿Serán las dos? ¿Las tres?

Extendemos el mapa en la mesa. Asusta pensar en la subida que nos aguarda. Ya puestos… ¿Y el calor? Ya puestos… Pero si ese monasterio está en el cielo casi… Ya puestos…Pues ya que estamos puestos, lo haremos al menos con un poquito menos de carga en las espaldas. Nos llevamos tan solo las cámaras y una mochila con agua; lo demás sobra y pesa. Pleno sol y camino. Subida pronunciada que nos sumerge en el mar del sudor. Bajada pronunciada que nos desconcierta y nos desanima al mirar hasta dónde tenemos que encaramarnos.


ATHOS IX: Diógenes el can (Jesús Majada)
(Mañana salgo de vacaciones, ya sin ordenador, ni internet al alcance de la mano. Por ello mañana aparecerá mi última entrada sobre Athos. La tarea de rematar en solitario la narración de los sucesos de este viaje queda para Antonio, quien sin duda lo hará tan cabal y cumplidamente como tiene por costumbre).

La población de Athos es de muy distinto pelaje. Aunque toda es masculina, las diferencias jerárquicas, profesionales e incluso sociales son manifiestas. No obstante, los matices –especialmente entre los clérigos- se nos escapaban.

El grupo de paisanos que pululan por Athos no es pequeño. Dejando aparte los peregrinos, de los que ya hemos hablado, hay funcionarios (aduanas, correos, policía de fronteras), personal dedicado a servicios (tiendas, bares, banco) y trabajadores de la construcción. Como en todos los monasterios se están llevando a cabo obras de remozamiento y restauración, éstos últimos son muchos. Parecen dominar los procedentes de los países del este (rumanos, rusos, búlgaros…). De vez en cuando vimos también muchachos, pero no supimos qué hacían por allí. Recuerdo a dos de ellos, furtivos bañistas entre unas rocas junto al embarcadero de Agios Paulou: a un monje no se le escapó el pecado cometido, y ni corto ni perezoso cogió sus ropas y se las llevó. Nunca fue tan plásticamente lo de “nadar y guardar la ropa”.

Más compleja es la estructura social de los monjes. Lo que más llama la atención es su juventud. Todos llevan hábito. Unos, de impecable planta y corte; en otros, polvorienta, sucia o raída, se nota que su sotana es su mono de trabajo. Vimos monjes pescadores, monjes hortelanos, monjes carpinteros, locos monjes conductores de camiones-todoterreno. Sacerdotes son pocos: en el monasterio de Agios Paulou sólo había seis, de un total de treinta y cinco monjes. Los hay que viven en los monasterios (comunidades de unos treinta o cuarenta); los hay que viven en las skite, pequeños cenobios de cuatro o seis; y los hay que, eremitas perdidos en la montaña, viven de las limosnas que los caminantes que por allí pasan les ponen en un caldero que ellos tienden con una soga desde la pared en que se encuentra su cueva. No pudimos ver a ninguno de estos individuos, aunque esa era mi intención, pues me recordaban los versos de Campoamor, que aprendí del padre de Sinda:

Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro el rey.
- Y yo Diógenes el can.
- Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí?
- Yo, nada;
que no me quites el sol.
-Mi poder… es asombroso,
-Pero a mí nada me asombra.
- Yo puedo hacerte dichoso.
- Lo sé, no haciéndome sombra…

martes, 14 de julio de 2009

ATHOS VIII






DÍA 30 de junio: ATHOS VIII
Qué bien se duerme en buena cama cuando hay sueño. Bueno, y hasta en mala, que todo sabe bueno cuando el hambre aprieta. Lo malo es que por aquí esto del sueño lo tienen por castigo y no quieren dejarse castigar. Estamos en San Pablo, a los pies de Athos, en su falda mismita y a su amparo. Dulces pero cortos los sueños.

Las tres y media y el tío del pandero anda ya haciendo la ronda: tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá, tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá. Los golpes en la madera resuenan en el centro de la noche, en el más intenso misterio de la noche… ¿Jesús, adónde vamos a estas horas? Recuerda, en España esta es hora de duda para irse a dormir o quedarse otro ratito, pero no para levantarse… Venga, arriba, colega, que estamos en Athos y hemos venido a esto.

Con los ojos semicerrados, nos vestimos como para no desentonar y nos presentamos en el catolicón. Se repite la escena del día anterior, con los monjes dispersos y desiguales en acudir al acto de plegarias, con la melopea eterna de los rezos y con la sensación de que estamos rompiendo la noche por el medio. ¿Es que los dioses no duermen? Recuerdo aquella anécdota que cuenta Julio Llamazares en un relato y que describe a un visitante evangelista que aparece en la puerta de una casa y suelta: “Dios te ama”. Y el paisano, muerto de sueño, le responde: “Pues no se nota, bien podía dejarme dormir tranquilamente para mostrarme su amor” (la cita no es exacta en la letra pero sí en el sentido). Y luchan el sueño y la ilusión del peregrino. Vence la fuerza de lo nuevo y nos sentamos en la iglesia, en su iglesia, dejándonos llevar por el ritmo externo e interno de las plegarias.

Han terminado los rezos matutinos y hay un tiempo vacío. Nosotros lo vamos a vaciar más. A dormir otro rato. El arkontiki de San Pablo es un tipo muy majo. Un poquito antes de las seis hace una ronda por las habitaciones y nos avisa de que hay misa enseguida. No hacía falta que se molestara pues de nuevo el monje del pandero de madera está dando la tabarra en torno del catolicón, levantando frailes de la cama.

Por supuesto, a la misa no podemos faltar. Es tan misteriosa y tan dulce esta liturgia… Se cuela un poquito de luz por algún ventanal. El día va tomando posiciones. Pero todo es silencio solo roto por la salmodia eterna de estas voces que parecen gastarse en alabanzas y en peticiones de perdón a su Dios, que es el único del Libro, el mismo que el de los católicos. ¿Qué pensará este Dios si repasa la historia de la Historia y se ve disputado con guerras todo el tiempo, por su interpretación y sus liturgias?... Seguro que mucho de esta duda tiene luz en la idea de que ese Dios no es otra cosa que la construcción personal o colectiva del ser humano. Pero esto se desvía hacia caminos de la filosofía, y esto es liturgia pura, sentimiento sin causa, deliquio, olvido. Lo otro, para el camino o para el aula. Ahora a escuchar las voces de los monjes, a dejar que la salmodia lo acapare todo, a sentir que el espacio está denso y que esa oscuridad queda más clara con la voz y el espacio de la imaginación. Es la misa ortodoxa, tan ceremoniosa, tan musical, tan reverencial. Yo creo que ya la controlamos en su esencia. Lástima que no entendamos más que palabras aisladas del griego moderno y que no podamos salmodiar con ellos.: Kirieleison, kirieleison, Aghios Hristos, Aghios Azánatos… Pero la escucha me da espacio para la imaginación, para dejarme anegar de sensaciones, para sentir y más sentir.

Se agota la misa e inmediatamente nos llevan al comedor, al reluciente y decoradísimo comedor. Deben de ser las seis y media de la mañana o las siete. ¿Por qué siempre me tienen que dar pepino? Estoy hasta los pepinos de él. Pero no se puede uno andar con remilgos ni malos paladares, que son dos comidas al día y bien frugales… ¡Es que lo ponen no solo como componente del plato único sino de postre también!! Viva el pepino, y la madre que lo parió. Mientras desayuno contemplo a los monjes en sus mesas y descubro que se sientan por categorías y acaso por edades. Sería estupendo indagar en todo esto porque nos daría las claves de su quehacer diario. Pero hay lo que hay y lo que no cubre la certeza lo tienen que hacer la observación y el sentido común.

Son las ocho de la mañana y ya nos ha dado tiempo a asearnos, a recoger nuestras escasas pertenencias, que caben en una mochila, y a volver a contemplar y a fotografiar al gigante, que siempre está en pie y que nunca duerme. Athos es una flecha hacia el cielo, un anhelo celeste, un altar en las nubes, un pico que se escapa de los mares, un aspirar constante hacia otras vidas. Lo contemplamos con calma y acaso conjugamos (no debería hablar tantas veces en plural) la esencia de este monte y las formas de vida de los monjes.

Hoy el camino toca en dirección contraria. Lo que anduvimos en barco lo desandaremos a pie y por los senderos de la ladera.


ATHOS VIII: La corte de los milagros (Jesús Majada)

Hasta que he ido a Athos no he sabido que en la corte celestial hay muchos, muchísimos, santos naturales. Entre ellos, por ejemplo, nada menos que Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Teresa de Jesús o nuestro siempre querido y admirado Juan de la Cruz. Es verdad que, desde pequeño, intuía yo que santos como Domingo Savio, Juan Bosco o Teresita de Lisieux no tenían el empaque, ni la condición, ni siquiera el nombre de los auténticos santos celestiales. Pero que la santidad de Francisco (un ecologista adelantado ocho siglos a su tiempo) o la de nuestros sublimes místicos fuese bastarda, ha sido para mí un durísimo golpe, del que todavía no me he recobrado…

Estoy convencido de que si algún día Antonio decidiera abrazar la vida monástica pronto llegaría a padre abad, y ya lo imagino honorable y lleno de dignidad en el katholikón ocupando el sitial preferente, con gran crucifijo y gruesa cadena dorada colgada al cuello. Siempre he pensado y alguna vez he escrito que Antonio pertenece al género contemplativo: habíais de verlo en pie, descansando sus antebrazos ligeramente en los apoyos altos de su asiento, la cabeza reclinada hacia delante en actitud meditativa. Así lo he visto una y otra vez durante estos cuatro días cuando asistíamos a vísperas.

En cambio, yo creo pertenecer a los activos, menos capacitado para la reflexión y más inclinado al pragmatismo sensorial. Por eso, durante las largas ceremonias de los oficios litúrgicos, cuando el cántico se asalmodiaba tanto que llegaba a simple recitación, he dedicado largos ratos a inspeccionar la iconografía bizantina que decoraba los templos.

Es cuestión ardua, pues todas las paredes están cubiertas con frescos, por lo que en tan ingente caterva de santos, ángeles, arcángeles, querubines, serafines, potestades, tronos y dominaciones es difícil separar el polvo de la paja, y –sobre todo- la paja del trigo. Por cierto, que un día (lo recuerdo bien, fue precisamente en el camino de Agios Paulou a Agios Dionisiou) mantuvimos una seria, detenida y matizada charla sobre las diferencias entre las distintas entidades de la corte celestial y llegamos a dos conclusiones: primera, que –como no podía ser menos- se trataba de una discusión bizantina; y segunda, que de ángeles, arcángeles, querubines e incluso serafines algo sabíamos; y que de potestades, tronos y dominaciones no teníamos ni repajolera idea, pero que en todo caso éstos últimos debían de ser unos individuos (o individuas) del copón.

Las pinturas bizantinas me gustan, pero me pareció un arte esclerotizado e inmovilista. No parece haber experimentado ninguna evolución en los muchos siglos de su historia, por lo que a un simple aficionado le resulta muy difícil distinguir una pintura del XIV de otra del XIX. De mis observaciones algo, no mucho, creo haber sacado en claro:

1. Son tantos los santos representados que, al lado de cada uno, se escribe su nombre, para evitar confusiones.

2. Las figuras más representadas son la del Salvador (Soteros) y la de la Madre que lo Parió (Theotokos).

3. Siguiendo la pauta vital de Athos, en su corte celestial no aparecen agias (santas), excepción hecha de la sobredicha Hiperagias Theotokos y de la abuela (Agias Annas). En una ocasión en que escrutaba los frescos de no sé qué monasterio (¡eureka!) encontré otra agias, pero era la Santa… Trinidad.

4. La figuras humanas siempre son de cuerpo estilizado y están representadas con cabeza grande, ojos muy abiertos, nariz larga, boca pequeña y labios finos; las femeninas van cubiertas con un velo, que impide ver el cabello. El paisaje apenas se representa.

5. Descubrí santos muy conocidos: los apóstoles, los padres de la Iglesia, los primeros mártires… De otros jamás había oído el nombre, como san Sisoé o san Focio. Y, sin embargo, otros santos ni aparecían.

Y es que, después del cisma, los santos que desde Roma subieron a los altares, en Oriente son apócrifos, fraudulentos y adulterados. ¡No hay derecho a que a santos tan verdaderos, auténticos y de inmejorable planta como los nuestros les hayan retirado la denominación de origen!

lunes, 13 de julio de 2009

ATHOS VII







AGHIOS PAVLOS: San Pablo en lengua cristiana y macarrónica. San Pablo es el culpable, de lo bueno y de lo malo, de todo este tinglado tan extraño. Sus prédicas, sus cartas (a los de Tesalónica), sus normas, sus consejos… La iglesia le debe seguramente casi todo o todo. ¿Pasaría a pie o en barca por estos lugares del monte Athos?

Con este ronroneo ascendemos hasta las puertas mismas del monasterio. Aghios Pavlos está literalmente a los pies del monte Athos, de la inmensa mole de piedra que se alza en vertical desde la costa hasta más de dos mil metros de altura. Es todo majestad, todo grandeza, todo misterio y soledad, todo desmesura. La parte más elevada aparece entre niebla, como para que todo parezca más misterioso y oculto. Y allí, como rindiéndole homenaje, como en adoración perpetua, se alza la fortaleza de San Pablo.

También este monasterio anda en reformas y por allí deambulan obreros y algún vehículo. Uno se apiada de nuestro calor y nos acerca hasta la puerta. Allí nos recibe un tipo amable y complaciente. Es el arkontiki (no sé muy bien cómo transcribir esta palabra). Ya se sabe: agüita, aguardiente y dulces melosísimos. Descanso por un rato. Aquí podremos descansar, cenar y dormir. Todo arreglado para lo que queda de día y de noche. El mar aquí queda un poquito más abajo pero la vista es más amplia y más sumisa. Y arriba todo el monte, en vertical inmensa. Esto sí que es sagrado y emblemático.

¿Qué hora es?... Media tarde. Hora de vísperas, pues llama la campana. Al catolicón. Está ahí mismo, al lado del pabellón del peregrino. En el catolicón aparece otro grupo de peregrinos un poco más descansados que nosotros. Y se quedan en el primer recinto. Nosotros apuramos y nos metemos en el de más adentro. No por demasiado tiempo pues hay un monje celoso que (vete tú a saber por qué conducto) sabe que no somos ortodoxos. A Jesús me lo sacan hasta el recinto de afuera y yo no aguardo a que me inviten a ello. Menos mal que no conoce la debilidad de nuestra fe, si no, tal vez nos hubiera puesto en un barco en dirección a Ouranópolis. Adonde fueres haz lo que vieres. No es mala máxima y a ella nos acogemos.

De nuevo los monjes acuden a su aire a la iglesia, a su catolicón, y de nuevo las reverencias interminables a las imágenes pintadas en todas las paredes. Nunca vimos ni una sola estatua. Y otra vez la salmodia. Nos vamos haciendo con los tiempos del canto ortodoxo y hasta vamos entendiendo algunas de las palabras. Ay, aquel griego del bachillerato y de los primeros años de facultad universitaria… Con lo bien que creemos controlar la lengua latina y lo lejos que se nos queda la griega. Hemos visto textos en griego moderno y hemos evocado aquellos viejos saberes. Pero ya digo que expurgamos palabras en esta intensísima melopea de sonidos y de rezos. Son sin duda estos momentos los que van a tomar en mí un poso más extraño de este viaje también extraño, todos los que estamos viviendo y sintiendo en el catolicón. Otra hora de rezo y otra hora de recogimiento, de pensamiento, de sentimiento, de reflexión y hasta de análisis. Es ahora el sentido del oído el que está a pleno rendimiento. Y aquel olor a sándalo que sabe a oriente puro. Y con ellos toda la potencia de la imaginación. En verano y al amparo de la sombra del templo, en la oscuridad y en el silencio. Ya todo es personal e interior. Y hay que dejar espacio para el misterio y para lo que quiera cada uno. Esas horas son hondas y distintas. En todos los sentidos. Y eso que los tonos no son tan especiales como los de la primera tarde en estos pagos.

A cenar sin tardanza. ¡Si son solo las seis, las cinco en Hispanía! Cada monasterio tiene sus costumbres y cumple sus horarios especiales. Aquí se cena pronto, desde luego. Hoy tocan lentejas y una raja de sandía. Pues sea lo que sea. Y sin descanso, que el abad come pronto y se levanta, no siendo que nos dejen con la cuchara en la boca. Ya hemos aprendido y no nos pillan. En el lujo del refectorio, con esas paredes pulcramente policromadas, con las ventanas mirando al horizonte del mar, con la lectura melódica de uno de los monjes y el silencio, con nuestras ganas de saciar las necesidades, y con el monte Athos ahí arriba, todo parece pleno y verdadero. Porque, ya lo he dicho, Athos sigue cayendo vertical desde allí arriba hacia nosotros.

Hoy el día ha dado ya su jugo. Queremos alguna noticia desde España. Y la tenemos a través del artilugio técnico del móvil. Solos y conectados, en el otro lado y a la vera misma, en la otra orilla y en la misma playa. La tarde va muriéndose en el mar del Egeo. Nosotros la miramos mientras se diluye en occidente. Todo queda sereno y olvidado. “Cesó todo y déjeme…” Miramos hacia el monte, miramos hacia el mar. Yo ando cansado. Supongo que Jesús también. Charlamos de todo un poco. Sobre las limpias piedras de los paredones. Sobre la balconada que sirve de terraza. Pronto se cerrarán las puertas del monasterio pues empieza a anochecer. A descansar. Mañana será otro día. Hasta mañana.


ATHOS VII: Per agrum (Jesús Majada)

Hemos llegado hasta el último monasterio de la costa oeste, el situado más al sur. La mitad del camino a pie, y la otra mitad en barco. Nuestra intención de hacer todo el recorrido a pie se vio frustrada por la falta de seguridad para poder dormir a mitad de recorrido, en el monasterio de Simonos Petra, en donde pensábamos pasar la segunda noche. Así es que cambiamos de planes, tomamos otro costoso barco-taxi hasta Agios Paulou y decidimos hacer nuestro viaje pedestre en sentido inverso, dirección sur-norte.

El paisaje se ha ido apeñascando. Al principio los caminos y las pistas forestales salvaban los accidentes con cierta suavidad. Pero en estas tierras del sur todo es empinado y fragoso, y para ir por pista forestal de un monasterio a otro hace falta recorrer hasta veinticinco kilómetros, cuando en línea recta sólo les separan dos.
Agios Paulou es nuestro finisterre ortodoxo. Allí la cúspide de Athos se nos hizo realidad física, solemne, misteriosa, casi amenazante. Para alcanzarla con la vista hay que estirar bien el cuello, pues los tres kilómetros imaginarios que nos separan de la vertical de su base, se elevan dos mil metros hasta la cumbre.

Las piedras de los perdidos caminos; el transparente, tranquilo y tentador Egeo; la fresca agua de las fuentes; en fin, la grandiosidad de los monasterios y la hospitalidad de sus monjes parecen habernos infundido confianza, y cada vez nos identificamos más con ese mundo, nos sentimos menos temerosos de lo desconocido, más dispuestos a las andanzas y más satisfechos de nuestras correrías.

Además, el león no es tan fiero. Desde España imaginábamos que aquella república de monjes anacrónicos y misóginos (¡los helenismos brotan por todas partes!) era un mundo sumido en el atraso: en algún lugar leímos la recomendación de llevar una linterna… Pero la austeridad, frugalidad y severidad de costumbres en los monasterios de Athos no están reñidas con la modernidad: en todas partes hay cabinas telefónicas -y en casi todas cobertura de móvil-, luz eléctrica, agua caliente, placas solares, agua refrigerada, calefacción para el invierno, poderosos todoterreno, y una buena y grande lancha motora en cada monasterio para prevenir cualquier contingencia. No vimos televisión, ni tampoco internet, artilugios impropios del retiro monacal…

Pero nosotros somos peregrinos y caminamos “per agrum”, por el campo. En verdad, los auténticos -como nosotros-, los que transitaban aquellos intrincados caminos, apenas se veían. La gran mayoría de los viajeros a Athos iba de un monasterio a otro en barco o en 4x4. Y es que en nuestras mochilas, ligeras de fe, no faltaba una buena carga de voluntad caminante. Los otros acarreaban su devoción en maletas con ruedines.