viernes, 29 de abril de 2011

LAS PENAS DE DON BALÓN

La exposición continuada a los rayos solares produce insolación y nos saca los colores a la cara y a la piel; a veces incluso produce hasta tumores. Lo mismo sucede cuando nos sometemos a la repetición de cualquier hecho; entonces resulta más complicado esconder nuestras debilidades y todo nos queda al descubierto por una u otra razón, se vulgariza y se vuelve hasta inocuo.

Hoy me sirve como ejemplo el deporte, y, en concreto, el fútbol. Llevamos casi un mes con el mantra monotemático de los partidos Madrid-Barcelona y Barcelona-Madrid. El empacho está a la vuelta de la esquina, pero sobreviviremos.

No me interesan demasiado los asuntos estrictamente deportivos de estos choques, aunque no me da igual cualquier resultado. Parece que la serie terminará decantándose a favor de la forma de juego del Barcelona. Enhorabuena y a otra cosa.
Me llaman mucho más la atención las variables de tipo social. Creo que la repetición de las estructuras y la visualización de los enfrentamientos nos permiten extraer alguna consecuencia un poco más importante. Veamos.

Hay un entrenador -en este caso el del Madrid- que parece haber perdido un poco el decoro en sus declaraciones, al margen de algunas razones particulares. Enseguida, cualquier detalle se magnifica y con él se hace un mundo en el que embarcar a las mejores mentes de cada casa. Como si no tuviéramos otra cosa que hacer. Pero, ojo, a ningún entrenador he visto hacer nada diferente cuando su equipo es el que ha sido derrotado; cualquier rueda de prensa de cualquier entrenador en cualquier sala de prensa de cualquier campo de fútbol es testigo de que esto es como se afirma aquí.

Siempre se busca la excusa oportuna para justificar la derrota del equipo propio, incluso en las ocasiones en las que esa justificación no hace otra cosa que ahondar el ridículo y tratar de velar la evidencia.

¿Por qué se tiene que producir esto siempre? ¿Cuáles son las razones? ¿Por qué los que se dedican a estos asuntos no investigan un poco y tratan de razonar y de darnos algún alimento diferente del que nos publicitan cada día y cada hora. ¿Por qué no se parte siempre de algo tan elemental como es el hecho de que, para que uno gane, tiene que haber otro que pierda? Es sencillamente de cajón. ¿Cuál es la razón que no nos permite admitir esta verdad tan elemental?

Yo tengo alguna intuición casera (o eso puede parecer)pero que me encaja bastante bien. Me parece que en el mundo del deporte viene a reproducirse, como en pocas situaciones, la estructura vital en la que nos movemos. Se trata del enfrentamiento continuo, de la necesidad de anular al contrario para poder sobrevivir, de la esperanza de la ruina del vecino para que nuestro negocio o nuestra tienda se lleve todos sus clientes, de la obligación de responder mejor que el de al lado para que la plaza que está en juego nos sea adjudicada.

En este nivel absoluto de enfrentamiento (puro capitalismo, brutal capitalismo, inhumano capitalismo), todo vale con tal de conseguir el fin previsto y que las estadísticas te coronen.

Poco puede extrañar entonces que los excesos se repitan por una parte y que resulte más sencillo resistir la apariencia de la sensatez cuando uno anda sobrado en el enfrentamiento. Cuando las lanzas se tornan cañas, los estilos se modulan de otra forma y los modales parece que cambian de acera con todo el descaro. Si todo ello es aplaudido por la masa que dispone toda su vitalidad en aplaudir esa superestructura que la aplasta -pues solo deja sacar cabeza al vencedor-, entonces todo no hace otra cosa que apuntalarse, dar cerilla a la estopa e imbecilizar el día a día de todos nosotros. Es el grupo social el que no permite otro tipo de actuación. ¿Alguien se imagina a los socios de un equipo aplaudiendo que su entrenador reconozca como algo normal que el equipo contrario es mejor que el suyo? No duraría ni un mes. Este sistema está pensado solo para el triunfador, y el que no lo sea al menos tiene la obligación de simular que lo es.

Que gane el mejor, sobre todo si propone espectáculo más agradable. Que el mejor no reboce nada al perdedor porque hay más días que longaniza. Y que el perdedor tenga el decoro de agachar la oreja, sobre todo si su día a día responde a la escala de valores que luego tanto critica.

Se seguirá concentrando la atención en no sé qué jugada, se reirá sobre todo por ver llorar al de enfrente y seguiremos asistiendo a un triste espectáculo en el que vale más la pena ajena que la risa propia. Pobrecitos.

jueves, 28 de abril de 2011

HIDALGO Y PRÍNCIPE

HIDALGO Y PRÍNCIPE

Cambió a un delirio que llevar pudiera
la gloria y la etiqueta de la fama
y fue Alonso Quijano el que entendiera
que en don Quijote el nombre permutara

de la Mancha, un lugar que se extendiera
en gloria a los confines por que hablara
a los siglos futuros y ofreciera
ejemplo al que sus hechos contemplara.

Hidalgo entre los tuyos, don Alonso,
príncipe del honor y de la gloria,
Don Quijote, tu luz para mis ojos.

Yo seré servidor de tu memoria
e iré a correr los mundos por locura
de todo lo que ofrece su hermosura.

miércoles, 27 de abril de 2011

DE LOS TIEMPOS DEL TIEMPO

He afirmado varias veces que acaso lo único que traiga el ser humano al mundo sea la medida del tiempo. Se esfuerza en ajustar sus actos a medidas, a cuarteos artificiales de un continuo que se le escapa de las manos y que tal vez como concepto solo exista en sus pequeñas y paupérrimas mentes. Al fin y al cabo, si realmente existieran el concepto y la realidad, el ser humano apenas vendría a atisbar un mínimo señuelo de lo que el tiempo pueda significar.

Yo creo ser buena prueba de que es el tiempo una de mis obsesiones; sobre él caigo una y otra vez para sentir sin remedio mi flaqueza y mi impotencia. Estoy seguro de que entre las ya muchísimas páginas que he dado a la luz, este núcleo de significado aparece machaconamente y viene a ser como un mantra para mí.

Pero aun en esa mínima muesca que le hacemos con nuestras vidas a la vara interminable del tiempo, nos movemos de manera indefinida y cambiante. Podríamos hablar, sin temor a equivocarnos demasiado, de muchos tipos de tiempos. Me fijaré solo en una de esas distinciones: El tiempo de la memoria cuestiona al tiempo de la Historia.

La memoria es el hilo que nos mantiene vivos y que, a la vez, nos retrotrae al pasado, al segmento de la vida que nos mira con nostalgia desde lo detenido, desde lo estancado, desde lo clasificado. Sea, por ejemplo, el segmento de la niñez. Sobre él hacemos selección con el recuerdo, detenemos la Historia, la acomodamos a nuestra personal vivencia, eliminamos todo lo que no nos concierne de manera directa, o sea, prácticamente todo, mientras que la Historia es total, nuestra historia es parcial y personal. La sociedad no víctima o gozadora directa continúa con su historia, con otras muchas historias, de las que nosotros no tenemos tampoco conciencia.

Cuando el paso del tiempo -si es que el tiempo pasa- va dejando un poso cada vez más difuso y esquelético, nos solemos refugiar en la historia académica, que no es más que otra historia parcial de la suma de historias, el cuerpo se va esqueletizando hasta quedarse en números y estadísticas. Cualquier período nos puede servir de ejemplo, incluso los más recientes: los gobiernos de Aznar andan ya en los papeles casi solo con los números del paro y del empleo, o con unos cuantos y simplicísimos referentes más; muy poca gente analizaría ya la intrahistoria de divisiones, enfados, maneras, manipulaciones… que tanto se prodigaron. Lo que no son cuentas, para mucha gente, solo son cuentos.

Por si fuera poco, la Historia es siempre la de los vencedores; son ellos los que la escriben y es su visión la que vela las demás, la que trata de dejarlas en el olvido. La Historia de los perdedores reivindica siempre la memoria de los hechos más concretos: las injusticias, las hambres, las violencias.

Sería para Congreso analizar un hecho bajo estas perspectivas. Podría ser, por ejemplo, eso que hoy se llama la Memoria Histórica. Qué resultados tan espectaculares. Pero, si se quiere ser más inmediato y sencillo, analícese la pequeña historia de lo que haya sucedido en una agrupación social o política local durante un corto período. Y que cada cual extraiga consecuencias.

En este río revuelto de tiempos y de Tiempo, ¿cómo se puede uno desenganchar de la Historia, si es que realmente merece la pena desengancharse de ella? ¿A qué debemos atender más, a la Historia o a nuestra historia?

La tendencia general a olvidar pone por encima las conveniencias generales frente a las particulares; la memoria general y la justicia de los casos individuales se encogen para dar cabida y preeminencia a los asuntos generales; y casi siempre el individuo se diluye en medio de la masa y de los referentes superestructurales.

Y, sin embargo, mi historia es la Historia para mí, sin ella no hay Historia; es más, las otras historias no son la Historia. MI tiempo es el Tiempo, aunque no exista realmente eso a lo que me aferro y que llamo Tempo.

lunes, 25 de abril de 2011

SER PERSONA

Mi nieta Sara va vocalizando cada día mejor porque su órgano fonador va consolidándose y el ejercicio le va dando naturaleza y apariencia de normalidad. Cuando la oigo al teléfono pronunciar varias veces la palabra “hola”, noto cómo redondea la vocal “o” y abre la boca para pronunciar la vocal “a”. Como, además, le gusta repetir la palabra -tal vez porque empieza también a reconocerse en su capacidad de articular los sonidos-, yo me quedo contentísimo y repito sus mismos sonidos, como en un eco gozoso. Sara empieza a ser una personita, digo a los que están cerca de mí.

SER PERSONA, ¡qué evocación tan extraordinaria! Tal vez solo a primera vista. Voy a darle unas vueltas.

La etimología vuelve a jugarnos una mala pasada. La palabra latina persona –ae significa “máscara de actor”. Por eso, en nuestro teatro, las DRAMATIS PERSONAE. Y eran las personas del drama porque representaban con máscara una realidad que no les pertenecía, eran, por unas horas, actores. El DRAE también recoge como primera acepción esta de la etimología, pero enseguida acoge la que utilizamos casi todos: “Individuo de la especie humana”.

¿Cómo se ha llegado a este cambio de significado? Porque los significados cambian, como lo hacen las formas y lo hace el resto de la realidad. Mucho tendrían que decir las palabras hombre y mujer, especializadas para sexos, y el empuje significativo del término mujer como ser equivalente. Tal vez ahí encuadre el genérico para persona.

Pero lo importante tal vez no sea el rastreo que ponga negro sobre blanco el cambio de significado sino la importancia del propio cambio. ¿Por qué se habla de persona en realidad solo cuando el ser humano ha transitado ya algún trayecto de su vida, tiene algún año y empieza a desenvolverse por sí mismo? Es verdad que empieza a desarrollar autonomía pero -y aquí puede estar la clave- la ejerce solo en relación con los demás; su círculo empieza a ampliarse y el mundo reducido se ensancha: las respuestas tienen que ser, entonces, continuas. Y, ojo, las respuestas tienen que ser respuestas a las situaciones que le planteen los otros.

De ese modo, un ser humano, a medida que se hace mayor, cuando se va haciendo persona, tiene que perder buena parte de lo que es suyo y solo suyo, de lo que es más individual, de lo que es más absoluto, y tiene que ir conformando su propia vida a las respuestas y a lo que le permitan los demás. De tal manera que se es hombre o mujer, pero uno se hace persona. Y, en ese hacerse persona, en este ir cediendo cada día, en esa socialización, el ser humano se va enmascarando, se va vistiendo de otros, va perdiendo autenticidad par diluirse inevitablemente en la masa que condiciona su propia vida. En ese camino, el ser humano está en cada momento representando, está vestido de máscara, está ejerciendo de persona en el sentido etimológico.

Bien sé que la lengua es caprichosa y que el término ha sido llevado en dirección muy distinta. Tanto, que separamos persona de personaje, precisamente para tratar de conceder a la persona exactamente eso que le niega su étimo, de manera que individualizamos persona frente al enmascaramiento de personaje. Incluso ampliamos la familia fortaleciéndola con personalidad como individuo de ideas propias.

La persona no es concebible sino como un ser social, como un elemento que vive de su roce, querido o evitado, con los otros elementos de la comunidad. Como esa relación social le obliga a compartir, a fingir, a ceder, a representar, tal vez no anda demasiado desencaminado el término “persona”, incluso pensando en su individualidad, porque, también en su individualidad, está siempre representando una función (nunca “jugando un papel” pues lo que se juega son partidos), está con la máscara puesta, se diluye en la variedad y en la masa, se adapta a la comunidad.

Efectivamente, Sara empieza a ser personita. Veremos en qué medida representa su función con la máscara a cuestas. Será primera actriz, seguro.

domingo, 24 de abril de 2011

RESUCITAR

Agradezco a Manuel Vicent este texto tan lúcido y a la vez tan sencillo y tan hondo. En esencia, es lo mismo que pienso. El día lo merece. No es la peor reflexión que se puede hacer. A ella me someto y a ella invito.

Manuel Vicent: “RESUCITAR”

“En la historia universal de la infamia existen 10 formas muy acreditadas de ejecutar la pena capital: por lapidación, crucifixión, hoguera, horca, decapitación con hacha o guillotina, garrote vil, fusilamiento, silla eléctrica, cámara de gas e inyección letal. Alrededor de esta ceremonia cruel aletea la culpa o la inocencia, la justicia o la venganza, pero no existe mayor crueldad ni injusticia que la muerte natural en plena juventud o como remate de una larga vida feliz. Hoy es Domingo de Resurrección y aprovechando que los barrancos están llenos de espárragos silvestres, inmejorables para hacer una tortilla de Pascua, hay que recordar las veces que uno se ha salvado de la pena de muerte, amnistiado por la suerte. Por poco que se haya vivido no hay nadie que no pueda contar en la barra del bar al menos una ocasión en que estuvo a punto de irse al otro mundo. Fue cuando el coche derrapó, dio tres vueltas de campana, cayó en un barranco y no pasó nada, o cuando de niño en la piscina te salvó un ángel que gritó que te estabas ahogando, o cuando resbalaste en el cuarto de baño y por un centímetro no te desnucaste con el grifo como en un descabello, o cuando fuiste al médico por una simple mancha en la mejilla, te mandó un análisis y te descubrieron un cáncer incipiente que pudo ser curado. En estos casos siempre se dice que uno se ha salvado de milagro, lo cual significa que has realizado tú mismo el prodigio de resucitar. No es necesario bajar antes al infierno y al tercer día salir del sepulcro como un tapón de champán. La resurrección también sucede con el despertar de cada mañana. Si tal día como hoy, Domingo de Pascua, al salir del sepulcro Jesús de Nazaret se hubiera encontrado con que María Magdalena le había preparado un zumo de naranja, una tostada con aceite virgen del huerto de los olivos y un café humeante no habría tenido ninguna prisa de volver al cielo. No se tome a mal esta metáfora. El crimen del Gólgota se repite todos los años. Con el periódico oliendo a linotipia, el Nazareno hubiera podido leer su caso en primera a cinco columnas mientras desayunaba y sin necesidad de calvarios, tal vez, la humanidad habría sido redimida por el placer y el milagro de sorprenderse vivo ante un buen café y una tostada con el sol en el árbol.”

Por mi parte, añadiré una duda-angustia poética que no me deja quieto ni tranquilo y que ahonda en estos asuntos que se dilucidan o se conmemoran o se celebran estos días:

SI SUPIERA QUÉ CULPA ES REDIMIDA

Si mostraras las causas de esta herida
que me duele, me aflige, me delata
como autor de una culpa desmedida
que te empujó a morir con esas ganas…

Si supiera qué culpa es redimida
por un amor tan grande que amenaza
con dar luz a la noche oscurecida
y los cargos que como juez me achacas…

Dime por qué apeteces mi consuelo,
enséñame la causa del pecado
y entenderé por fin lo que deseo.

Si he sido pecador y Tú has salvado
tanta culpa, Señor, déjame al menos
saber los sufrimientos que merezco.

viernes, 22 de abril de 2011

OTRAS PROCESIONES

Oía, hace unos días, defender a un tertuliano la idea de que el Jueves Santo era de los cristianos. Lo hacía en referencia a una manifestación atea planteada y luego prohibida para ese mismo día. El hombre lo afirmaba con convencimiento y sin duda alguna. Pobrecito. Como él los hay por todas partes.

Es Viernes Santo, es día en el que se celebra (¿se celebra?) nada menos que el sacrificio en cruz de un hijo de un dios que necesita dar muerte a su hijo, nada menos que a su hijo, para redimir de culpa a los humanos (¿a todos, a una parte, a un pueblo, a los de aquel tiempo, a los de los tiempos posteriores, también a los de los anteriores…?). Por cierto, ¿de qué culpa? ¿Cada uno de ellos (y de nosotros) tiene conciencia de esa culpa? ¿De verdad? Anda que aquel Adán y aquella Eva nos metieron en unos berenjenales… ¿Y a ellos quién los metió en aquel laberinto? ¿Seguro que eran conscientes de lo que estaban propiciando? ¿Estos ya sabían adivinar el futuro? Realmente, esto de los caminos de Dios son insondables lo mismo vale para un roto que para un descosido. No voy a seguir por el camino de la confusión y de la perplejidad pero con buenas ganas me quedo. Sirva al menos como pequeña prueba de que no quiero atacar a nadie, pero también de que no me gusta que ataquen mi sentido común.

El caso es que, una vez más, un grupo social se siente insultado y atacado por otro grupo que quiere hacer lo mismo, exactamente lo mismo, que ellos invocando otras verdades. El asunto se va a plantear inevitablemente cada vez con más frecuencia, porque la lógica del sentido común así lo dicta.

La historia de esto que llamamos Occidente, y con mucha mayor intensidad este país llamado España, está cuajada de hechos que muestran la supremacía y la imposición violenta de ese grupo que dice ser insultado. Seguramente no es más que la inercia de quien tan mal acostumbrado está y cree que todo el monte es orégano y no es capaz ni de contemplar siquiera otras posibilidades.

Es verdad que una costumbre muy arraigada no se desarraiga fácilmente, pues las raíces han buscado lentamente su aposento en el interior de la tierra y han hecho causa común con el humus que las sostienen. Convendría, por tanto, actuar con cautela, con mimo incluso. Pero alguna vez habrá que alzar la voz para hacer notar que, además de no cobrar, no tendríamos que pagar la cama. Nadie debería arrogarse el derecho de prohibir a nadie que manifieste sus creencias, sus devociones ni sus representaciones populares, sea en procesiones o en cualquier otro formato. Pero, a la vez, todos deberíamos entender que cualquiera tiene la posibilidad, y hasta el deber, de analizar lo que sucede a su alrededor y de emitir opinión razonada y cortés acerca de eso mismo.

Y, aun más, conviene considerar que el insulto intelectual y hasta afectivo se puede producir en ambas direcciones, no solo en la de los ateos hacia los cristianos. ¿O no puede manifestar cualquiera que se siente escandalizado porque alguien defienda, proclame y profese creencias basadas en criterios no racionales y, por tanto, de difícil encaje en la razón, que nos implica, esta sí, a todos?

Hasta ahora y durante toda la Historia -qué doloroso es recordarlo y constatarlo- todo ha sido sufrimiento, apartamiento, esconderse y sentirse apestados, vivir en soledad, pagar con la vida, estar condenados al ostracismo y estar sometidos a un sentimiento de culpa absolutamente intolerable de los que, desde su razón, entendían que los criterios religiosos no eran los mejores. Lo que sucede cada día ahora nos demuestra que no se ha avanzado demasiado y que quedan muchos sufrimientos por delante.

Apearse de las verdades absolutas para compartir posibilidades no es sencillo, retraer nuestras manifestaciones a los ámbitos que les son propios, tampoco. La salida de pata de banco del poderoso es casi siempre la de evitar la confrontación de ideas y la de creer que el absoluto, sobre todo si le favorece, no admite más vías de escape. Si, además, se les plantean alternativas inconvenientes y que admitan alguna interpretación de enfrentamiento, la respuesta intransigente e irracional está servida.

Los medios de comunicación -siempre los medios-, en manos de los poderosos, hacen hoy el resto, que es casi todo. De esta manera, el camino se hará más tortuoso y lento, se desbrozará con más penosidad. Pero la senda apunta hacia la llanura y hacia la amplitud de todas las vías. Tiene que haber otras formas de convivencia y de entendimiento. Tiene que haberlas.

jueves, 21 de abril de 2011

ESTAR PERPLEJO

Hoy me detengo un rato en un concepto abstracto y no sé si muy repetido ni concretado en su expresión lingüística. Como para jugar; o para reflexionar un poco. Se trata de la PERPLEJIDAD.

Dice el criterio etimológico que procede del latín perplexitas, -atis, y que viene a equivaler a irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo (DRAE). Hasta aquí es asunto de primeros latines y de simple bachiller.

Asomarse a su familia significativa, a sus sinónimos, nos presentaría a extrañeza, asombro, sorpresa, vacilación, indecisión, duda, desconcierto, desorientación… Y situar el término en relaciones sintagmáticas nos ofrecería toda una panoplia de resultados en la que nos perderíamos. En todo este cuerpo de similitudes significativas, se pueden rastrear dos elementos fundamentales. El primero es el de cierto estado de afectación producido por algo que nos deja con el ánimo alterado. El segundo se refiere a algún grado de impotencia para actuar, para decidir ante ese estado de ánimo alterado.

Y es a partir de esta precisión cuando podemos intentar indagar algo más acerca de este término que, si bien se mira, tiene una producción más frecuente en ambientes más cultos que en circunstancias más inmediatas y espontáneas.

¿De dónde procede ese hecho que nos deja sobrecogidos, perplejos? Seguramente, lo importante es que sea extraño al desarrollo normal de la vida del individuo que queda perplejo. No sería necesario, por tanto, que el hecho fuera espectacular, bastaría con que fuera extraordinario en el sentido etimológico, ajeno a lo ordinario. Hay una segunda condición obvia pero imprescindible, se trata de que esa posibilidad de perplejidad exista en el tiempo y en el espacio. Quiero decir que el ser humano que queda perplejo solo lo puede ser por su acopio de tiempo libre y por su capacidad intelectual para dejarse sorprender. Hay, por tanto, que tener el terreno abonado para que la semilla pueda fructificar. Y, por muy obvio que parezca, no vivimos en una sociedad que favorezca este tipo de situaciones, pues no andamos más que en el vértigo, en la apariencia y en el dejarnos llevar por lo inmediato. No pidamos, entonces, perplejidad a quien apenas sobrevive siguiendo el impulso de lo que se le da hecho y cocinado, o a quien físicamente no tiene ni espacio ni tiempo para sí mismo pues lo gasta en lo que el ambiente le exige a cada momento; tampoco, por supuesto, al que no ha cultivado su mente lo necesario para poder discernir y comparar antes de decidir.

Pero es la segunda condición la que me parece más definitiva en el concepto en el que hoy he reposado unos momentos. La perplejidad solo se puede producir al final de un proceso, aquel que hace referencia a la constatación de varias posibilidades y a la dificultad de elegir una entre todas. Si no se han dado las condiciones reales para quedarse perplejo, no se puede considerar esta segunda condición. Pero si se dan, es el ser humano, desde sus conocimientos, el que tiene que elegir. Y no se atreve, duda, las aristas le pueden, la complejidad le domina, seguramente sabe que cualquier solución le obligará a la renuncia de partes y le llevará a la defensa de algo en lo que confía pero no del todo.

En ese sentido, la perplejidad sería como una duda positiva a la que se llega desde el conocimiento y desde la falta de creencia en la verdad absoluta. Un perplejo tiene ideas, conoce posibilidades, pero le falta el último empujón que le incita a decir allá vamos.

¿Es la perplejidad, entonces, una debilidad del ánimo? Es muy posible. Pero es una debilidad condicionada y permeable, tolerante y comprensiva, reconocedora de las debilidades propias después del análisis de las posibilidades. ¿Es el perplejo un inactivo? No, es un intelectual y no un fanático, un buscador de la verdad por comparación de posibilidades, un razonador. ¿Tiene peligros la perplejidad continua? Por supuesto, porque el ser humano tiene que tomar decisiones continuamente y tiene que ejercer su libertad de elección. La exageración nos llevaría al inmovilismo y a la inacción. Pero resulta enfermedad más grave el impulso y el fanatismo, la acción por la acción, el movimiento buscando solo el favor propio y elemental, el entregarse en manos de cualquier imagen, costumbre o proceso que nos venga impuesto.

Un perplejo, por ejemplo, tal vez ande contemplando e indagando en las varias posibilidades que ofrece la realidad de la Semana Santa; un fanático seguramente no pueda alcanzar ningún grado de perplejidad por no plantearse siquiera diversas posibilidades. Sirva solo de ejemplo.

Me gustaría encontrarme, pues, en el grupo de los perplejos, por el uso del término, pero sobre todo por la realidad que encierra. Vale.

miércoles, 20 de abril de 2011

TENER RAZÓN

Confieso que este ejercicio de hoy (quizás también el de los demás días) es una huida por la válvula que se dejó dar vuelta en su rosca para que el agua saliera sin medida y a su antojo. Porque también confieso que mi mente anda envuelta en la ausencia de Sara, que acaba de dejarme después de unos días de gozo y de sensaciones positivas, con el no estar de mis hijos, a los que les atribuyo las mismas cualidades curativas en mi ánimo, con el cuadro de fondo de la Semana Santa y todo lo que ella representa para tantos y las ideas contradictorias que en mí concita, y hasta con esta atmósfera de vacaciones que a mí el clima me ha chafado a última hora.

El caso es que me escapo y me refugio en cualquier consideración de tipo lingüístico, en cualquier celdilla de esas que componen nuestro apresamiento de la realidad, nuestro mundo de ideas y, sobre todo, el código de transmisión de pensamientos a los que conviven con nosotros.

Por ejemplo TENER RAZÓN. ¿Qué viene a significar esta expresión? ¿Cuál es su origen? ¿La utilizamos con precisión?

Automatizar un uso no significa precisamente que tengamos conciencia de la intensidad que encierra su significado. Algún uso que se me ocurre como frecuente pude ser “tengo razones para…”; “Realmente tienes razón”; “Tendré que darte la razón”… Todos son usos espontáneos e instintivos

Tener razón se distanciaría tal vez de tener impulsos, de decidir por intuición, de dejarse llevar por alguna fuerza externa al ser humano. Porque la clave está en el concepto de razón, en su delimitación y en el origen del mismo. El origen y los límites habría que buscarlos en la capacidad que adquiere el ser humano de organizar elementos, de argumentar, de tal suerte que alcanza la posibilidad de la explicación desde las causas unidas a sus correspondientes consecuencias. Y esas causas y consecuencias solo se entrelazan desde las cualidades de la mente humana.

¿Existe, pues, la razón desde que el hombre es hombre? Por supuesto. ¿Se ha utilizado siempre como tal? En absoluto. La historia de las ideas nos muestra el intento clásico de superar el mundo del mito y el de superarlo por el del mundo de la razón. Habría que reconocer que muy a su manera, pero ahí están los escritos para ser analizados.

Y tal vez, después del corte del cristianismo, en el que las razones vienen impuestas por otras fuerzas externas a la capacidad humana, deberíamos detenernos en Descartes para encontrar el hito que nos marca el camino, ya ininterrumpido, que nos guía por la senda de la razón, de la conciencia racional, de la debilidad y de la fortaleza racionales, de la hermosa aventura del humanismo.

Por eso, en puridad, no tenemos razón -o, mejor, no tenemos razones- hasta ese momento, hasta el día en el que se nos abrieron los ojos y comimos sin miedo del árbol de la ciencia del bien y del mal, el momento en el que nos expusimos a caernos y a levantarnos con nuestras propias fuerzas. Desde entonces, en los intercambios humanos, tenemos la oportunidad de reconocernos partícipes de un mismo método, de unas mismas premisas y de unas semejantes conclusiones. Ahora es cuando ya, convencidos por nuestros semejantes, serenamente, humanamente, podemos reconocer sin sonrojos: TIENES RAZÓN.

El resto es una suma sin tregua, pues ese convencimiento desde la razón que yo también alcanzo me empujará a actuar en un sentido determinado, iluminado por la nueva realidad que domino y quiero.

Hoy busco a personas a las que decirles al final del silogismo TIENES RAZÓN.

domingo, 17 de abril de 2011

SARA DIJO "MIEDO"

Sara camina gozosa cuando sale a la calle. Le gusta contar (ya domina hasta diez) pero siempre hace cuenta hacia atrás, de modo que su número talismán es el tres. Vaya por donde vaya, si se para y repite el número tres, entonces inicia un trotecillo en busca de los brazos de cualquiera de nosotros o simplemente con la intención de darnos alcance.

Hoy es día de Ramos, de inicio de Semana Santa. Sara está con nosotros. Nosotros estamos felices con ella. Yo creo que ella está feliz con nosotros.

Esta mañana, su abuela se empeñó en llevarla a ver la Procesión de la Borriquilla. Debe de ser la que en esta ciudad da paso a las demás de la semana. El día se mostraba complaciente en la temperatura y en la luz. La calle Mayor acogía hoy a mucha más gente que en cualquier día de diario. Muchos venían con su ramo de olivo; algunos llevaban palmas en sus manos. Mediado el paseo, nos detuvimos en una recoleta plazuela, salpicada por una fuente y unos bancos en los que me apoyé para descansar.

No habían pasado muchos minutos cuando apareció un coche de la policía a una velocidad apresurada. ¿Qué caminos quería abrir ese vehículo? ¿Qué razón sustentaba esa velocidad tan alta? Enseguida se dejaron oír unos tambores que encabezaban la procesión. Sara concentró su oído primero y después su mirada, pues no tardaron en hacerse más potentes los ruidos y los sonidos de las trompetas. Con ellos, los capuchones escondiendo los rostros y las cabezas de los penitentes. Y el Paso, que anunciaba la entrada de Jesús glorioso en Jerusalén. Por alguna razón que a mí se me escapa, ya no acompañan los niños este paso de Semana Santa; tan solo un grupo de fieles cerraba el cortejo mostrando un reguero que mediaba la fe y la curiosidad.

Sara no perdía detalle de lo que allí se oía y de lo que allí se veía. Cuando la procesión se escurrió calle Mayor arriba y dio paso a las conversaciones de los curiosos, la niña musitó literalmente: “miedo”. Después, cuando llegamos a casa y su tío Juan Pablo la recibió con un beso, repitió de nuevo: “miedo”.

Me pregunto si los que procesionaban reproducían con exactitud el espíritu y la realidad de aquello que querían mostrar. Y, si realmente su manifestación se correspondía con esa realidad, ¿qué tipo de religión es la que alimenta estos cultos?

Las palabras del Libro no dejan en muy buen lugar o a los procesionantes o a mi lectura de las mismas: “Envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a la aldea de enfrente y, entrando en ella, hallaréis un pollino atado; desatadlo y traedlo… Lo llevaron a Jesús, y echando sus mantos sobre el pollino, montaron a Jesús. Según Él iba, extendían sus vestidos en el camino. Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, comenzó la muchedumbre de los discípulos a alabar alegre a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: “!Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” Algunos fariseos de entre la muchedumbre le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él contestó y dijo: Os digo que, si ellos callasen, gritarían las piedras.” Lucas 19,29-40.

Leo y releo y no encajo la parafernalia negativa de esta celebración, el ocultamiento, la hipérbole y la rigidez del compás casi de guerra, la sensación de oscuridad y de pecado, el recelo por el castigo. Y recuerdo al maestro: “!Oh, no eres tú mi cantar! / !No puedo cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”

Sara se asustó y dijo por dos veces “miedo”. A ella nadie la había condicionado y nadie podría dudar de su espontaneidad. Que cada cual extraiga sus consecuencias.

viernes, 15 de abril de 2011

"ROPA DE CALLE"

“ROPA DE CALLE”: una estupenda combinación de creador y antólogo.

“Ropa de calle” es el título significativo y metafórico que José Luis Morante ha dado a la antología poética que de Luis García Montero ha preparado para Cátedra. En ella recoge una cuidada selección de la obra del poeta granadino que abarca desde la primera entrega (“Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn”, 1980) hasta su “Vista cansada”, 2008.

Antologar a un poeta vivo, al que le queda un largo recorrido por delante, no tiene que resultar nada sencillo. Yo lo hice una vez, y de un corpus breve, y no quedé demasiado satisfecho. En todo caso, Morante es un lector impenitente y un crítico ya cuajado; eso le da ventajas y le ofrece más probabilidades de acertar en sus quinielas.

Porque antologar es elegir con el ánimo de poner en la alineación a los mejores jugadores, o al menos a los más representativos, algo que no siempre coincide. Y, por regla de analogía, cada antólogo hace su propia alineación y pone en procesión a poemas diferentes.

En este caso se suman dos factores que a mí me satisfacen: el poeta y el seleccionador.

Luis García Montero es, para mí, uno de los poetas en activo que mejor domina las imágenes, los ritmos y el léxico que utiliza. Su base teórica y lectora es muy amplia y eso se nota. Pero nada vendría a dejar cosquilla y tirón anímico en el lector si no hubiera un sustento anímico y de impulso vital que lo hiciera creíble.
Siempre he afirmado que buena parte del sustento de la creación poética está en el ambiente que la ha hecho crecer, en la escala de valores que defienda el creador y hasta en la acción vital e ideológica que desarrolle. Esto hace a la creación más verosímil, más aceptable y atractiva.

Me parece que Morante ha sabido ver muy bien cuál es la vena que entraña y que conduce el impulso creador de Luis García Montero, persona comprometida consigo misma, pero también con una conciencia social evidente y con una manera de ver el mundo que invita a compartir y a extraer de la realidad las pulsiones más escondidas de los elementos más normales, del quehacer diario, de los que pasa en la calle o en el corazón de cualquiera.

El título de la antología lo expresa muy bien. Ropa de calle es lo que el autor se pone para acercarse poéticamente a la realidad, a esa realidad que comparte con cualquiera de la calle, pero de la que él sabe extraer las aristas más emocionales, a medio camino entre la emoción y la razón de ser de las mismas.

Aunque este seleccionador, como cualquier otro, habría confeccionado su propio equipo de poemas, lo que he revisado estas dos últimas tardes me ha dejado con el gusto de estar entre gente que sabe lo que hace, que sabe lo que dice, y que siento muy cercana a lo que yo mismo entiendo desde la creación y desde la lectura crítica.

Ahí sigue todo el asunto de los marchamos: poesía de la experiencia, la otra sentimentalidad, y hasta, jocosamente, la otra sementalidad. Estos marbetes a mí me interesan menos. Me quedo con la pulsión del traje de calle, aunque para saber sacarle hasta el último jugo a cada acera.

Vaya una respuesta casi directa a preguntas de García Montero desde uno de sus poemas de “Vista cansada”.

RESPUESTAS A UN CREADOR CELOSO
(El lector responde a “Preguntas a un lector futuro”,
poema de Luis García Montero en “Vista cansada”).

NO LLUEVE, es primavera en los cristales
y hoy no me acuno en brazos
del bienestar confuso de los tiempos.
Luce un sol jubiloso en el paisaje
y hasta el hombre del tiempo
anuncia sol sin tregua
para toda la próxima semana.

Hace ya tanto tiempo que no fumo
que apenas si recuerdo ni la fecha
del último pitillo,
he bebido cien copas
a sorbo lento y plácido
en el amplio sillón de mi terraza
-no soy hombre de bares-
y mi edad me ha cosido la costumbre
de mirar hacia atrás con gran frecuencia
-qué le vamos a hacer:
son gajes de la vida
y de esa muletilla que apodamos
el paso inevitable de los tiempos-.

Nunca me encuentro solo sino conmigo mismo
cuando se abren las páginas
del libro que me ocupa en cada caso.

Pero he de ser sincero y reconozco
que a veces necesito
que suene el timbre abajo
y que vengan las hadas a tocarme
con su varita mágica:
la soledad es buena si se busca
y abruma si persigue su suicidio.

Entonces cambia el ritmo,
se aceleran las horas
en las lentas agujas del reloj,
toma color el cielo
y se agitan las líneas de los libros,
que me miran contento y alterado.

Después, quién sabe cuando
-los tiempos no se mueven en ritmos paralelos-,
se serenan las hojas,
las hadas se acurrucan en sus sillas,
cerquita de mi asiento, ¡qué a gustito!
y yo vuelvo a las páginas del libro,
y me dejo llevar por sus llamadas
que me invitan a viajar sin tregua
a lugares lejanos.
Entonces, reconozco, no voy solo,
van mis hadas conmigo.

No te sientas celoso; es privilegio
ver cómo nos amamos en el departamento.

martes, 12 de abril de 2011

COMO LEYENDO LISTAS ELECTORALES

COMO LEYENDO LISTAS ELECTORALES

Para negar la lista están los listos,
para darle más lustre los listillos,
para pedir un puesto entre visillos
los de menos valor y los más pillos.

Qué afán de salvar vidas y qué brío,
qué ganas de crecer entre el gentío,
qué fuerzas, qué ilusión, qué poderío
los que declinan yo, mi, me, conmigo.

Y cómo me complace el pío pío
cuando entra en campaña el ”mocerío”,
y eleva al infinito el griterío.

En estos versos solamente río,
solo esbozo un soneto monorrimo
y acaso digo más de lo que digo.

lunes, 11 de abril de 2011

POR DECIR ALGO

Sigo asistiendo, entre entusiasmado y perplejo, a la expresión multiforme de la lengua, al intercambio de ideas a través de la confusión de la palabra, al crecimiento y hasta a la ceba de determinadas palabras y de algunos conceptos, a la matanza de otras y a su castigo en la celda del olvido, al parto sin cesárea de opciones que se abren paso y a algunos otros que se resisten y que necesitan los fórceps… En fin, que sigo dando fe de que permanezco atento al espectáculo grandioso del circo de la palabra, de que me sigo asombrando con la semejanza de la lengua con la vida. Al fin y al cabo, aquella no es más que el reflejo de esta, y, así como cambia esta, se modifica aquella para poder seguirla sirviendo como fiel portavoz.

El fenómeno es, por supuesto, bien conocido, está muy estudiado y aquí yo no aporto nada nuevo; solo insisto (porque lo repito con frecuencia) en que lo sigo mirando y hasta contemplándolo cada día. Se produce en todos los apartados y en todas las variables pero en algunos resulta especialmente visible.

Me sigue deslumbrando el campo de los deportes, ese nuevo circo clásico al que llevamos a los espectadores para que contemplen las fieras -o a que los deportistas contemplen a los espectadores como fieras, que eso es largo de contar- y en el que entretenemos el tiempo que robamos a cualquier pensamiento, que, por otra parte, podría resultar peligroso para las estructuras de poder. Aquí cualquier tonto conoce los nombres de los gladiadores correspondientes, a los que ensalza hasta el nivel de los héroes y está dispuesto a rendirles pleitesía con cualquier esfuerzo, mientras que se pierde en los primeros intentos de enlazar cualquier relación de causa y consecuencia, se olvida de que la cabeza se tiene también para pensar y todo lo fía a una patada bien o mal dada o a un golpe dado con mayor o menor acierto. Si con ello conseguimos además humillar al enemigo, entonces se suelta el instinto y se produce la catarsis más infrahumana imaginable. Así andamos.

Los encargados de encauzar todos esos mundos han logrado que la atención se concentre de tal manera en ellos, que ejercen un poder de convicción y de adiestramiento que para sí lo querrían los que dedican toda la vida a organizar cualquier parte de los razonamientos y de las investigaciones humanas. Como los dueños de las acciones, o en su caso del poder para nombrarlos, tienen escaso interés en que las formas sean correctas y cuidadas, muy poco importan esas formas y sí todo lo que comporte resultados de audiencia y cuenta positiva de beneficios.

El resto es ya aplicación de este trasfondo que se ha esbozado aquí. Por eso lo que importa es la exageración, la hipérbole, las burdas imitaciones del que habla y no sabe lo que dice, la tontería hecha categoría. Por ello, lo que podía ser camino para la riqueza de la lengua se convierte en innovación innecesaria, en suelta de exabruptos imprecisos en esnobismos que hacen a la lengua esclava de las modas de los imbéciles y mar de lodo en el que no siempre se puede beber agua limpia.

Después los modelos de exageración del circo de los deportes se trasladan al mundo de la moda, al de la política, al de la publicidad… y terminan por crear un ambiente polucionado, lleno de ruidos, de voces altas, de imprecisiones, de malos modos y hasta de enfrentamientos físicos. En todo caso, siempre de falta de serenidad y de pensamiento.

Hace muy pocos días, en un resumen -tal vez no más de un minuto-, oía todo esto: “X regresa de una lesión”, “X viene de ganar”, “X ha tumbado a un equipo”, “X ha regalado un gol”, X gana y recauda (refiriéndose a la recuperación de un balón)”, “la taladradora atlética”…

Después me doy una vuelta por las nuevas cadenas de la derecha casposa y ya mejor me doy una ducha de agua fría.

Pero no pasa nada. Solo existen el PIB y la subida de la bolsa. Y lo que no son cuentas son cuentos. Pues vale.

domingo, 10 de abril de 2011

DESDE EL PRIMER NIVEL

El ser humano anda empeñado durante casi todo el tiempo en encajar su situación en la sociedad en la que, como despojo de todos los despojos, le ha tocado vivir, en pasar un rato al retortero, en mirarse el ombligo y en dejarse llevar por la naturaleza para caer en el olvido.

Muchos, además, aspiran a modificar su nivel, su casilla predestinada, para intentar salirse de los parámetros normales, aquellos que definen al ciudadano normal, del montón, aquel que nace, crece, deja alguna descendencia y en un día como tantos…

Esta fórmula de intento para ponerse en el escaparate, de dejar alguna huella, de servir de modelo para otras gentes, de realizar acciones menos naturales, no siempre obedece al impulso del individuo protagonista. Con frecuencia un ser cualquiera se ve abocado, por causas múltiples y externas a una rueda que, sin remedio, lo conduce monte abajo, como una bola de nieve que ya no puede detenerse y que se hace informe y llamativa.

Ese es el momento en el que podría parecer que está naciendo un héroe, un dios menor, un adelantado, un prócer, un ejemplo en un pedestal, un mito o simplemente un famosete.

Pero ese es también el momento en el que empieza tal vez a perderse un ciudadano, un simple mortal, una estructura de carne y hueso sometida a dolores y placeres de los de andar por casa, uno más entre todos los otros, uno de tantos, un par entre los pares y no un primus, uno más en las calles y en las aceras, un referente en el mismo nivel, un ser digno de amar y de ser amado sin recelos y sin sometimiento.

Los códigos de conducta tienen siempre una parte de aplicación individualizada pero en las sociedades se conocen las prácticas más frecuentes y se adivinan sin necesidad de aplicarles estudio alguno.

Habrá, tal vez, que meterse en la piel del héroe de vez en cuando, pero sin perder de vista el peligro de convertirnos en héroes de humo y de perdernos para la vida “normal” en cuanto nos dejamos llevar por una falsa corriente de aire favorable.

Cada vez que nace un héroe, muere en alguna medida el ciudadano.

viernes, 8 de abril de 2011

ROMANCE, EN DOS ACTOS, DE LA PUENTE DE MANTIBLE

ROMANCE DE LA PUENTE DE MANTIBLE
(Para mis amigos Jesús Majada y Antonio Merino,
que llevan muchas horas de entrañamiento mantiblero).

EN TIERRAS de Extremadura,
Extremos del Duero y llanos
de los lugares de Hispania
y del país lusitano,
se han escondido unos moros
con los tesoros robados
en Roma y allí escondidos
en tiempo de Carlomagno.
Fueron traídos del Oriente,
como reliquias y marco
que a las pasiones de Cristo
forma visible le han dado.

¿Dónde fueron a esconderse
los visires y soldados,
con botines y tesoros,
con reliquias y bordados?
A la puente de Mantible
que es lugar muy apartado
y de las aguas del Tajo
campamento muy cercano.

El río llega allí siempre
cadencioso, lento y claro
pues en tierras extremeñas
las aguas miran al Tajo
y aun en las honduras corre
recogido y olvidado,
aunque su nombre de Extremos
el Duero no lo ha olvidado.
Una puente muy antigua
sobre sus aguas se ha alzado
que da paso a fortaleza
con castillo blasonado.
Allí esconden sus tesoros,
allí viven disfrutando
las riquezas y despojos
que de Roma han transportado.
A todos manda y dirige
como señor soberano
un llamado Fierabrás,
de todos el más forzado.
Poco sospechan los moros
que hasta allí vienen cristianos,
los pares del rey de Francia
que sirven a Carlomagno.
Vienen con muchos guerreros,
con soldados de a caballo,
y en el lugar de Marmionda
hacen campamento al lado.

Allí viérades la lucha
de Fierabrás, mahometano,
y del temible Oliveros
de parte de los cristianos.
Mucho hieren en la lucha,
mucho se han herido en campo,
mucho admiraba a sus huestes,
la fortaleza de ambos.
En un golpe Fierabrás
ha desnudado la mano,
y la espada de Oliveros
en el campo la ha arrojado.
No lo mata en la contienda,
que matarlo no es su agrado,
le ofrece a cambio remedio
de su misterioso bálsamo,
aquel que tantas heridas
cura en tan pequeño espacio,
ungüento con el que Cristo
fuera un día embalsamado
y que guarda sigiloso
el arzón de su caballo.
No lo escuchaba Oliveros,
que caballero cristiano
no admite remedio ajeno
si no es por él conquistado.
Por eso torna a la lucha,
a prestar armas al campo;
tras larga lucha y fatiga
el bálsamo ha conquistado.
Ya se cura sus heridas,
ya su valor ha tornado,
ya derrota a Fierabrás
y lo convierte en cristiano.


Las luchas se reproducen
en el campo de batalla.
Cinco pares quedan presos
y en la mazmorra se hallaban;
si Foripes no ejerciera
como linda enamorada.
Hermosa entre la hermosas,
de Fierabrás es hermana
y de Guido de Borgoña
había quedado prendada.
Por eso de la mazmorra
a los pares liberaba
y con el tesoro oculto,
el mayor que hay en España,
se refugia con los pares
en torre bien resguardada.
Allí viven sus amores,
allí sus canciones cantan,
allí Floripes y Guido
sus amores degustaban.
Pero los moros con fuerza
empujan, luchan y atacan
pues la que piensan traición
nunca piensan perdonarla.
Se suceden los ataques,
se suceden las batallas,
se suceden estrecheces
de sol, de sed y de agua.
El asedio es ya muy largo,
la moral es ya muy baja
pues incluso entre los pares
deja huella la batalla.

No puede negar su auxilio
Carlomagno, el que los manda,
y emprende lucha y asedio
que a los moros hiere y mata.
Su fuerza es grande, su guardia,
sus gentes y sus mesnadas
invocan su fe en su Cristo,
como gente de cruzada.
Los campos son ríos de sangre
que bajan de la montaña.
Por la puente de Mantible
el emperador pasaba
cuando el grito sarraceno
llamaba a la retirada.
No permite Carlomagno
que tal se considerara
y toma presos a todos
los que en el campo hallara.
Cuando declina la tarde,
la batalla terminaba.

Casi todos se convierten
a la religión cristiana
y al que no acepta su acuerdo
la cabeza le cortaba.
Floripes, solemne, en misa,
su cabeza bautizaba,
los Pares, agradecidos,
“Gloria Patri” recitaban
y al otro día con don Guido
Floripes se desposaba.

Ya el emperador reúne
a la flor más codiciada:
sus pares y sus reliquias
que tan bien reconquistara.
En ocasión tan solemne,
pues como en corte se hallaba,
allí reparte ese reino
que Hispania todos lo llaman.
La mitad para Floripes,
con don Guido desposada,
para que conozcan todos
que Floripes ya es cristiana,
a Fierabrás la otra media
con condición bien sellada
de otorgarle de su bálsamo
la fórmula que ocultaba.

Ya todos gozan y ríen,
ya todos cantan y bailan
en fiesta que dura alegre
varios días y semanas.
A la puente de Mantible
gentes moras y cristianas
guardan memoria por siglos,
en cuenta de tanta hazaña.
Y en el siglo veintiuno
este juglar que les habla
requiere a vuestras mercedes
la bendición, la soldada
y un traguito de buen vino
para que la sed saciara.

miércoles, 6 de abril de 2011

EN FIN, HOY NO HAY EN FIN QUE VALGA

Ayer dediqué un rato (el texto no lleva ni una hora de ocupación) a la lectura del librito “!INDIGNAOS!”, escrito por Stéphan Hessel y prologado por José Luis Sampedro. Viene a ser algo así como un grito intenso e inmediato a los jóvenes franceses -y, por extensión, a los jóvenes del mundo- para que reflexionen y actúen después de mirar, de ordenar y de extraer consecuencias. Apenas hay elaboración ni desarrollo de la idea; el autor lo ve todo tan evidente, que no se contiene y grita, grita sobre lo sencillo, sobre lo que en la vida le apabulla, sobre lo que le parece que no puede continuar en los parámetros actuales.

El autor y el prologuista andan en las últimas etapas de su camino vital y parece que no quieren dejar pasar sus últimas oportunidades sin desahogarse, sin dejar el lastre de conciencia de no haber gritado lo que le estalla en su interior.

Empujan ambos a mirar y a ver la dictadura de los mercados y del dinero en toda nuestra cultura, la deshumanización en la que la avidez de consumo nos está anegando y la falta de perspectiva en la que nos estamos estrellando. Es tan fácil como ver, pensar y decidir.

Están convencidos -yo también- de que una mirada interesada en comprender nos tiene que llevar a una visión negativa de nuestros días y de nuestra sociedad, y que esa visión negativa nos obligará a INDIGNARNOS contra el estado de cosas. No proponen fórmulas concretas de indignación; si acaso las restringen en el sentido de renegar de la violencia física. Por lo demás, hay tantas formas y posibilidades de indignarse…

Reniegan sobre todo de la indiferencia, del “paso de todo y ya me las apaño”, del que me dejen en paz porque son todos iguales, del ya me ocupo de lo mío y que cada uno se ocupe de lo suyo… Reniegan, en el fondo, del egoísmo mal entendido.

Acuden a elementos generales, a principios desde los que empezar a construir; exactamente desde el contenido de los derechos humanos. Parece nada pero es todo. Y Hessel ejemplifica con la situación de Palestina.

Me gusta que esta gente, desde la última madurez de su vida, desde el cenit de sus posibilidades, desde la atalaya que ya ve la noche, se desnude, aunque sea de esta manera tan elemental e impulsiva. Su autoridad moral los avala, su experiencia vital los sostiene, su sabiduría los ilumina, su sentido común los convierte en ejemplos.

Muchos dirán que son solo palabras y no hechos (no sé por qué me acuerdo ahora de un eslogan del PP). Benditas palabras las suyas y las de todos aquellos que nos empujan a recordarnos, en el sentido del étimo, a espabilarnos, a velar y a no dormirnos, a dar alguna voz de vez en cuando, a gritar en otras, a quitarnos la modorra, a abrir la mirada, a pensar que algo mejor nos aguarda, a cambiar algo de lo que nos corroe, a que la serenidad sea fruto de la incertidumbre aceptada pero no consecuencia del egoísmo, del desinterés y de la comodidad del imbécil.

Qué jóvenes tan estupendos estos nonagenarios que siguen en la brecha y en la agitación de las conciencias. Qué buenos senados de ancianos harían y cuántos buenos consejos nos darían siempre. Qué poco que ver sus gritos con los de los boceras de los medios a los que se les conceden todos los altavoces del mundo. En fin, hoy no hay en fin.

martes, 5 de abril de 2011

PARA NO TOMARLO A BROMA

Anoto, de un solo día, de un solo periódico y de un solo artículo, algunas lindezas aplicadas al Presidente Zapatero: “zombi”, “muerto”, “estofa socialista”, “…catastrófico infantilismo”, “colmillo afilado”, “walking dead = muerto andante”.

Todos en un solo artículo de unas cuantas líneas.

Pero esto no es un caso aislado. Si tomara como ejemplo otro periódico, me saldrían seguramente más insultos en cantidad y en espesor. Añádase el dato de que prácticamente todos los periódicos son de derechas (las acciones son del capital y el capital es lo que ha sido siempre) y el sumando de que los demás medios obedecen a las mismas órdenes, y nos da como resultado un espectáculo extraordinario de zafiedad, de encabronamiento y de mala baba insoportables.

Y esto que en medios escritos podría quedar circunscrito a minorías (en este país se lee lo que se lee), si lo pensamos para los medios oídos y vistos, nos da un resultado todavía más desastroso. Hoy mismo leo que el tal Miguel Ángel Rodríguez anda en juicios, una vez más, por insultos asquerosos al doctor Montes.

Así andamos, así anda el patio y así se bebe el café de cada día. El ambiente se enrarece hasta la polución más absoluta y todo se contamina mucho más que los alrededores de las centrales nucleares en Japón. Después todo se traslada al día a día y hasta subvierte la manera de comprar el pan o de dar un paseo en estas tardes primaverales, la gente huye de la noble dimensión política y el campo queda propicio para que los poderes del dinero se adueñen de las lindes y del campo entero.

Se escudan en una llamada libertad de expresión. Como si la libertad de expresión tuviera algo que ver con la zafiedad, con la inquina, con la chulería y con el matonismo.

No les condenarán casi nunca porque la condena por manifestaciones verbales parece difícil de concretar y de trasladar a sentencias condenatorias. De hecho yo también pienso que las palabras no ofenden, lo que realmente ofende son las intenciones, los tonos, la chulería, y todas las circunstancias fangosas en las que se pronuncian.

Por eso no espero condenas. Tampoco me alegra nada que nadie sea condenado; sobre todo cuando no hay propósito de enmienda, y estos personajillos a lo único que aspiran es a inflar más aún su globo de mierda y de porquería. Parece que luchan en una competición en la que el ganador (ese concepto que tanto les gusta a ellos, que están hechos de ganadores y de perdedores) es el que más mierda sea capaz de lanzar al muñeco. Pobrecillos. Qué indigencia mental la suya. Qué nivel de miseria en su interior.

Lo peor es el clima que logran crear en el campo en el que siembran a diario tanta cizaña. Hay muchísima hierba a la que no dejarán crecer nunca si no es con la mala baba como caña y con la acidez en cada poro. Y hay otra hierba que, en vez de mirar a todo el horizonte, tiene que echar todo su esfuerzo en no verse contaminada por la que crece a su lado. En términos sociales, consiguen en muchos lo contrario de lo que quieren, si es que quieren algo distinto a su individual beneficio a costa de lo que sea: que no se critique serenamente lo que se crea negativo en la acción del Gobierno por verdadero temor a ser confundidos con esa jauría a la que la comunidad le trae al pairo porque lo que se persigue es un fin a costa de cualquier medio.

Tienen casi todos los medios para ello. Algunas esquinitas como esta todavía no.

Pero hasta en estas nos condicionan con sus hipérboles inmundas y con sus mentiras continuadas.

Necesitamos máscaras para poder respirar. Y un poco de enfado para decir basta.

¿EXISTEN LOS ENFOQUES, NO LOS TEMAS?

Pienso a veces si las cosas nos exceden, si nada es permanente, si todo es según el color, si nada es del todo consistente. Me gustaría rebelarme contra esto pero cada día me siento más inseguro a la hora de opinar sobre casi todo.

Pienso, por ejemplo en una idea. Me sirve cualquiera. Sea la de “pobreza”. Tendría muchas dificultades para definirla. Muchos más para actuar sobre ella. ¿Existe, entonces?

Estoy seguro de que no sería sencillo acercarse a una buena definición de esta idea. Porque existe el etimológico de la palabra, pero también el social, y el político, y el religioso, y el de vecindad, y el simplemente económico. ¿Quién es realmente un pobre? No quiere ser esto ninguna provocación, y menos en los tiempos que corren, pero supongo que también será pobre, y de solemnidad, el pobre de espíritu, y el falto de bagaje intelectual, y el sometido a las imposiciones religiosas, y… ¿O no?

¿Y cómo actuar sobre la pobreza, si tantas dificultades se tienen simplemente para llegar a su definición? El religioso buscará refugio y riqueza, según su criterio, en los consuelos religiosos; el comprometido político hará hincapié en la distribución de la riqueza y de las oportunidades; y el intelectual en las alforjas cargadas o vacías con criterios de razonamiento. Incluso sobre la misma realidad de la pobreza física, cada uno enfocará su mirada hacia una arista diferente.

¿Podría extraer alguna conclusión de este simple esbozo? Puede. Con la misma prudencia que vengo adivinando en el mismo esbozo. ¿Cuál? Acaso esta: Tal vez no existen las cosas –y menos los asuntos, los llamados temas- sino solo los enfoques que cada uno de nosotros da de una pretendida realidad objetiva y externa.

¿Y de aquí no se infiere la necesidad del sentido común y de la buena voluntad, ante la imposibilidad de aferrarse a elementos de verdad absoluta? ¿Cómo casar, si no, tantos enfoques, tan diversos todos, tan imbéciles muchos, tan contrapuestos algunos?

Quizás debería haber cambiado el ejemplo de “pobreza” y haber tenido cualquier ocurrencia, porque, en los minutos en los que he estado redactando estas líneas, la pobreza, con el enfoque que sea, ha matado a muchísimas personas en el mundo. Mea culpa.

domingo, 3 de abril de 2011

PENSAR / SENTIR

Cómo se van los días, entre impulsos confusos y divagaciones parciales que aspiran unos a solucionar exigencias del momento y otras a asentar algunas verdades que duren un poco más en el tiempo y que nos permitan volver a ellas cuando la mente se activa y se ve libre de prisas, urgencias e impaciencias. Y qué diferente proceder el del entendimiento y el de la imaginación. ¿O acaso habrá que decir el del corazón?

Como ser humano, aspiro a dar a mis acciones alguna base racional, algún sustento teórico, que me dé seguridad y me mantenga en un nivel de cierta permanencia. Pero sé también, y muy bien, que la razón es pobre y menesterosa, que la palabra que la explicita lo es más y que la realidad es mucho más compleja y rica en matices que lo que alcanza a organizar la razón.

Por si fuera poco, me resulta apabullante comprobar que los elementos a los q ue intento aplicar la razón se mueven como en una playa en día de olas y que no encuentran sujeción y anclaje duradero, pues, cada vez que las miro, tengo la sensación de que la imagen que me proyectan es distinta a la de la anterior ocasión en la que por ejemplo les había aplicado mi mirada.

Si trato de aplicar a la realidad LUNA mis criterios racionales, me vuelvo confuso al observar su tamaño cambiante ante mis ojos según su cuarto de exposición, o la perspectiva angular de mi mirada, o la engañosa velocidad con la que parece moverse ante mis ojos. Ya sé que son criterios visuales e ilusorios, pero son percepciones diferentes según los casos.

Si trato de aplicar mis sentimientos a la realidad luna, entonces no me acerco a la razón de ninguna manera. ¿Qué tienen que ver mis sentimientos “amorosos”, o pretendidamente románticos, o de iluminadora de sentimientos ciegos cuando la noche oscurece todo, o de guía en la soledad, o de soledad buscada, o de espejo celeste que mantiene la luz eternamente, o…

Si es que es poco, o es nada, lo que hermanan razón e imaginación ante esta realidad.

El esquema se me complica si pienso en la diversidad que se produce si extiendo la posibilidad de inteligencia y de imaginación para otras personas. ¿Cómo puedo pensar que las demás personas van a acercarse a la realidad luna con los mismos parámetros que los míos? Ni en el nivel del raciocinio ni en el de la imaginación.

¿Se esfuma, pues, la realidad por una alcantarilla subterránea? ¿Cómo puedo aprehenderla y hacer de ella bandera con la que poder entenderme con mis semejantes?
Y, si esto no es posible, ¿qué consuelo me queda en el inevitable intercambio con los demás: el aislamiento, la imposición, la petición de auxilio, el descreimiento, el desprecio…?

Añadiré otra especia para que el guiso resulte más sabroso. ¿No soy yo mismo un musgo que se llena de agua o se seca según las circunstancias? Yo soy un ser cambiante, seguramente todos lo somos, y hay momentos de euforia y momentos de desesperación, ratitos de esperanza y ratitos de desesperanza, minutos de amor y minutos de desamor, horas de desahogo y horas de morderte los dientes, a veces se saborea el éxito y a veces se muerde el polvo de la derrota, unas veces perdona uno con sensación de alivio y otras parece que anda con ganas de venganza…

Todo difuso y nublado, todo espumoso y a punto de marcharse por el aire, todo buscando sendas por caminos angostos.

Sigo reivindicando solo dos elementos: el sentido común y la buena voluntad. El primero me aproxima al reconocimiento de que las cosas aspiran a la permanencia desde cierta sencillez y a entender que la vida se mueve muchas veces en parámetros fáciles si aplicamos un poco de analogía y de relaciones simples entre los elementos. La segunda me ofrece consuelo para todas las veces -y son muchas- en las que la solución de base racional me deja insatisfecho o no me ofrece luces suficientes para ver el camino de una supervivencia a la altura del ser humano.

Lo demás, todo es magma que busca su aposento y me lleva a la rastra a su vera para sentirme inerte, pequeño y asustado.

Otra vez en la duda del maestro: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento.”