La lengua es fiel reflejo de nuestra manera de ser y de pensar. Buscarle las vueltas es lo mismo que buscárnoslas a nosotros mismos. Tal vez porque nuestra última y única realidad sea precisamente esa representación en forma lingüística.
Me gusta gastar algún minuto roneando en expresiones que me dan imagen de mí mismo y de los demás.
Pienso, por ejemplo, en la palabra “natural”. A simple vista, no ofrece demasiadas dificultades su comprensión: “Perteneciente o relativo a la naturaleza o conforme a la cualidad o propiedad de las cosas” (DRAE). Bastaría con reconocer el valor exacto de “naturaleza” y de “cosas” y tendríamos todo el camino andado. Lo malo es que ambos términos me presentan dificultades. Anoto, por el mismo procedimiento, el significado de “cosa”: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal, espiritual, natural o artificial, real o abstracta”. Y el de “naturaleza”: “Esencia y propiedad característica de cada ser”. Y ya me pierdo porque se me abre un abanico de posibilidades y de necesidades de precisión que me hunde en la miseria: “entidad corporal, entidad natural, entidad abstracta, esencia, característica…” Y no quiero intentar concretar estos significados porque ahora se me abre una sinfonía de abanicos y puedo morir en el intento.
Así que me acomodo en la aproximación y en el sentido común para cifrar groseramente mis experiencias, para transmitirlas a los demás y para decodificar lo que me llega de ellos. Para que la comida no se me atragante, le añado unas especias de buena voluntad y me queda un refrito digerible.
Pero, dejando ya las aparentes ayudas, me refugio en mis fuerzas y me pregunto si realmente hay algo natural, o sea, eso de “perteneciente o relativo a la naturaleza de las cosas”. Y no lo tengo nada claro. Parece que entiendo y me entienden cuando uso la palabra natural como aquello que sucede como emanación lógica de las cosas, lo esperable, lo que forma parte de esas cosas y cuya aparición, por tanto, no nos debería causar ninguna extrañeza: es natural que la gente se muera, es natural que la tierra tiemble, es natural que el calor haga sudar… Es natural, está en la potencia de las cosas y, de vez en cuando, se hace realidad, se convierte en acto.
Me surge inmediatamente una duda: ¿Por qué, entonces, hay tantas cosas que me parecen extrañas e incomprensibles? Si todo está en la naturaleza de las cosas, ¿a qué vienen los aspavientos y las caras raras? ¿Acaso es que nada es natural sino solo percepción extraña en cada momento que se produce y en las circunstancias en las que se concreta? ¿Tienen que ver con este desajuste aparente o real las imperfecciones de las palabras? ¿A cualquiera que lea estas breves líneas le parecerán naturales?
Ahí queda este minuto de palabras y este ratito de pensamiento.
lunes, 22 de marzo de 2010
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1 comentario:
¿Cómo van a parecerme naturales tus líneas de hoy? Lo natural es que a las 23,23 de la noche deje uno el coco en reposo y se disponga al descanso, si el tener que madrugar no te exige estar ya dormido. Lo natural es que, como fin primero, la lengua sirva para entendernos y, en segundo lugar, bien utilizada por vosotros, los poetas, para producirnos emociones. Perdernos en más conjeturas acaso solo os interese a los lingüistas. No le des más vueltas. Si algún hecho nos causa extrañeza, es porque se trata de un suceso extraordinario, es decir, “fuera del orden o regla natural o común” (DRAE).
Natural sería que, aprovechando que el campo extremeño está ahora en plena efervescencia, nos juntásemos un día para vernos y compartir charla y mantel, porque también es natural que, de no alimentarla, la amistad se vaya perdiendo. Emplazado quedas. Da un beso a Nena, que también es algo natural.
PD. ¿Qué significa “roneando”?. Quinta línea, párrafo primero de tu entrada.Supongo que será una errata.
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