viernes, 26 de marzo de 2010

"TODO ES INÚTIL"

Leo en un artículo de Roberto Saviano publicado en El País estas palabras: “La sensación de que “todo es inútil” nos arrebata la esperanza del futuro”. Aplica él esta afirmación a asuntos de tipo social y político, a la situación de su querida Italia, controlada hasta los tuétanos por las mafias y por el clientelismo y la extorsión. Leer su obra Gomorra supone toda una catarsis y vale por miles de páginas de historia.

La afirmación hay que tomarla en sentido relativo pues en forma absoluta es inexistente. “Todo es inútil” para algunos fines pero siempre es “útil” para otros fines. Pero no es hora de exquisiteces léxicas: todos entendemos que piensa en esa situación en la que uno tiene la tentación de abandonarse a lo inmediato y de eliminar todo pensamiento que pueda molestar a los demás y de molestar a uno mismo en su discurrir mostrenco y modorro de cada día. A tal situación de desánimo se llega por la vía del desistimiento conceptual o por la evidencia que da la repetición de hechos que no encajan con los principios que deberían sustentarlos.

El común de los mortales suele aplicar esta expresión a asuntos políticos, sobre todo a la calificación de los representantes públicos, cuya actividad parece que nos lleva a pensar que “todo es inútil” y que nada tiene arreglo. Hay deficiencias por todas partes, no creo que solo por parte de esos representantes. Entre ellos hay gente de toda ralea, como en cualquier colectivo; hay también mucho intruso y aspirante innoble que se cuela en listas por meapilas y lameculos, sin preparación y hasta sin vocación, salvo la de figurar, cobrar y levantar el dedo disciplinadamente cuando se lo indican.

Pero hay también medios poderosos que andan interesados en el desprestigio y en la búsqueda de ambientes que favorezcan sus intereses personales, particulares, económicos y de prestigio. Analizar la existencia (necesaria por otra parte) y la actividad de los medios de comunicación y la naturaleza y tendencia de sus accionistas nos daría sin duda mucha luz y nos abriría los ojos a la hora de calificar, de condenar, de absolver y de perdonar a según qué personajes.

En este desánimo y en este agotamiento se nos va media vida; al fin y al cabo, es el que nos presentan los medios y el que nos obligan a rumiar hasta en la sopa. Como esa realidad se nos presenta siempre troceada y cuarteada, e interesa la paletilla o el muslo según qué día, la opinión se dirige, se crean los estados de ánimo que interesan y se toca la música que conviene al momento de la fiesta.

Hay otro estado de desánimo más personal y creo que más fundado. Es el que se produce cuando se piensan teorías y principios que sustenten la actividad individual, que expliquen el sentido último y duradero de la vida, y no se logra dar con ellos, al menos en la medida satisfactoria. También en ese momento todo “se torna inútil y se diluye la esperanza de futuro”. Es el momento de la angustia vital, de la rebelión existencial, de la búsqueda inútil pero desesperada de lo duradero, del relativismo conceptual, del abrazo de alguna forma de consuelo, del asentimiento a lo inevitable e inasible. Y acaso, tal vez, el momento de acostumbrarse serenamente a aceptar lo que hay, a comer un sopicaldo y a degustarlo como se de alta cocina se tratara.

Tal vez no estará de más volver a la precisión del principio y observar la certeza de que no hay nada totalmente inútil, y de que todo depende de los fines que se busquen y de la utilidad que se pretenda. Aunque sea solo para ir matando el tiempo. Nos queda irremediablemente el futuro. Con esperanza y sin esperanza.

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