martes, 9 de marzo de 2010

EL AUTOR DEL LAZARILLO

Vaya un revuelo que se ha montado con el asunto de la autoría del embrión de la novela moderna. Desde hace más de cuatro siglos y medio venimos leyendo una obra anónima y ahora parece que se desvela el misterio.

Como si fuera esta la primera vez que se le atribuye la obra al tal Diego Hurtado de Mendoza, del que ahora cualquiera puede conocer datos con solo apretar un botón en internet y así fardar de cultureta. A Hurtado de Mendoza y a otros, por supuesto.

Nunca he leído esta obra (y lo he hecho muchas, muchísimas veces) con la comezón de saber el nombre del autor. El nombre del autor aporta contexto, explicaciones y precisiones a diversos pasajes y expresiones, algunas últimas intenciones… Pero la obra se alza solita por encima de cualquier persona y se agiganta por su cuenta, sin necesidad de firma ni autoría. El fresco histórico que pinta la obra y la cantidad de conceptos que analiza deja muy pequeñito y sin interés el nombre de cualquier firmante. De manera que, a mí al menos, poco me preocupa ni me ocupa este hallazgo.

Cuando yo leía capítulos del texto para mí, o se lo leía a mis hijos mientras comían, nada me preocupaba este asunto; más bien andaba intentando diversión, descripción y algo de reflexión sobre las formas y los contenidos. Por cierto, no tengo ninguna seguridad de haber conseguido mis objetivos.

Así que, Diego Hurtado, si lo escribiste, gracias por hacerlo. Y si no (no estoy seguro de que el hallazgo vaya a zanjar definitivamente la polémica), pues a seguir leyendo, a seguir divirtiéndose y a la vez compadeciéndose de los estereotipos que en la obra aparecen. Y a extraer consecuencias para nuestras propias vidas y para nuestros tiempos.

¿Cómo anda la iglesia de ahora en comparación con la que se analiza en el Lazarillo? ¿Y la tropa de vividores que se mueven en la apariencia y que andan desnudos en cuanto raspas el primer barniz? Ufffffff: famosetes, famosotes, oscarizados, asalesianados de antiguo, bejarahuis, funcionarios aposentados y sacapechos, pequeñonegociantes… Quita, quita, mejor no seguir con la enumeración.

¿Y las formas? ¿Y el léxico? ¿Y las imágenes? ¿Y los diminutivos? ¿Y la distribución significativa? ¿Y la evolución del personaje principal?

¿Y las preocupaciones y los esfuerzos ímprobos en asuntos de tan poca enjundia al lado de todo lo que sucede a diario? Es que hay gente ´pa to´. Y en todos los campos.

“Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar.(…) Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, senteme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que ahora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con toda su fuerza alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.”

Delicioso y antológico. A pesar de los leísmos.

Gloria y honor para el autor del Lazarillo. Pero poco me importa si el autor es uno y otro.

N.B. Por cortesía: La autora de la investigación y del descubrimiento se llama Mercedes Agulló.

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