A veces me dan ganas de abrir en esta ventana una sección que analice algunos de los usos y abusos más frecuentes que se hacen del sistema lingüístico. Si uno tuviera la más mínima sospecha de que las recomendaciones se iban a tener en cuenta, no tendría el menor reparo en emprender la defensa de la causa. Pero esto lo lee quien lo lee y no estoy nada seguro de que, aun leyéndolo, se hiciera el más mínimo caso.
El sistema lingüístico tiene sus reglas, estas reglas son producto de un acuerdo social y su uso correcto debe ser una aspiración común y una exigencia para todo aquel que se mueva en niveles públicos y cobre de la bolsa colectiva. No estoy por la labor de afear un mal uso porque un descuido lo tiene cualquiera, incluso de trazos gruesos, pero sí me preocupa el abuso de los errores entre aquellos que son modelo para el resto de la comunidad.
Sentarse a ver un telediario y empezar a ver cómo desfilan ministros del Gobierno, representantes de la oposición y personajes de diverso pelaje dando patadas al diccionario, organizando oraciones como mejor les viene en gana, practicando el anacoluto como quien toma cafés, vendiendo imprecisiones en rebajas o haciendo concordancias a su antojo es casi inmediato.
Hoy mismo afirmaba un ministro, !en periódico nacional y serio!, que “en estos últimos meses en el que…”, y un articulista, ex presidente de Comunidad Autónoma, escribía, más de una vez, “en la campaña norteamericana, donde John MacCain…” Son ejemplos tomados al azar en la última hora.
¿Nadie puede prohibir el paso a un ministerio a quien no usa las elementales reglas de concordancia? ¿Y qué se puede decir del ex presidente que no conoce que el valor de la forma donde es espacial y se refiere a un lugar físico y no mental?
Me gustaría huir del prurito intelectual y de la actitud puntillosa. Reitero que un error se le escapa a cualquiera (el mejor escribiente echa un borrón, aliquando dormitat Homerus, quien tiene boca se equivoca, un fallo lo tiene todo el mundo…) y hay que disculparlo. Hablo de usos frecuentes, de descuidos continuados, de imprecisiones que se convierten en norma, de conciencias flojas y pendulonas en todo lo que se refiere al uso del lenguaje.
Y una lengua es el mejor reflejo de una sociedad y el mejor retrato de una persona, la mejor muestra de su pobreza y de su riqueza. Porque pobreza y riqueza no son solo el PIB o el número de parados. Que no, coño, que no, que lo que no son cuentas no tiene por qué ser cuentos. ¿Es tan difícil entenderlo? ¿Y ceder espacio y protagonismo a aquellos que mejor ejemplo puedan dar? Debe de serlo. A las pruebas me remito.
martes, 2 de marzo de 2010
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1 comentario:
Jo, hoy no me atrevo ni a replicar.
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