Veo llena la fecha con dos imágenes repetidas hasta la saciedad: la derrota del Madrid en la liga de fútbol europea y el aniversario del 11-M. Sigo pensando que, en esta comunidad de cerca de cincuenta millones de personas, suceden a diario cosas más importantes y que repercuten en un gran número de sus componentes. Pero, como siempre, será más cierto que mi mente divaga y se pierde con demasiada facilidad.
Me gustaría que alguien hiciera descripción de los actos de homenaje que hoy se rinden a las víctimas del terrorismo. ¿A las víctimas? Tal vez nos asustaríamos. En todo caso, todas las instancias superiores andan ocupadas en ello, y todos sus componentes pierden la pierna por no faltar y salir en la foto, en este caso por miedo a que alguien los eche en falta y les señale con el dedo. Nada que ver todo esto con los homenajes espontáneos y sentidos que siempre son aplaudidos.
Creo que varias veces he dado noticia de mis sentimientos y de mis aportaciones para con este hecho execrable. Nada más que añadir. Y nada menos, porque han sido varias aportaciones.
También en este asunto desearía que alzáramos la mirada y que no nos dejemos llevar por los impulsos más inmediatos, y mucho menos por la demagogia más barata: no podemos vivir a golpe de gesto y de satisfacción de intereses oscuros.
El odioso y terrible crimen fue juzgado y sentenciado. Cualquier nuevo descubrimiento que se produzca puede llevar a reabrir el caso si la justicia lo considera oportuno. La justicia, no los intereses comerciales y políticos de los que han comerciado con cada gramo de sangre de los muertos hasta forrarse y mantener a este país enfrentado durante todos estos años desde una escala de valores que la historia tendrá que juzgar algún día. Si solo hace falta estar alfabetizado para entender que lo menos horrible para el país habría sido que la autoría hubiera sido de los malnacidos de la ETA porque no hubieran podido sobrevivir después del horror y además no se habría confirmado la existencia de otro terrorismo aún más peligroso como es el internacional y religioso. Las víctimas merecen todo nuestro respeto y todo nuestro apoyo. Lo mismo que lo merecen los demás ciudadanos: los enfermos, los más necesitados, los parados, los pobres, los analfabetos (tan gran legión), los drogadictos, los discapacitados, los… Todos, todos, todos. No entiendo por qué la ayuda ha de ser tan desigual y se tiene que concretar en congresos para el lucimiento de los asistentes, en encuentros en los que lo único que interesa es la crítica política y el rédito partidista. No sé cómo es posible que algunos de los dirigentes de asociaciones se hayan elevado al rango de referentes nacionales pues yo no conozco aportaciones suyas de tipo intelectual, ético o moral. No sé por qué no se considera que hay que regular los esfuerzos y los resultados, por ejemplo midiendo las participaciones en los homenajes y no paralizando la actividad con tal de no quedar mal a la luz pública y de las imágenes. Tengo la sensación de que hemos entrado en una espiral, provocada, como tantas otras, por los medios de comunicación, en la que interesan ya solo los gestos y la manera en la que se controle la reacción de los que levantan, miden y crean la realidad, o sea, de los medios de comunicación de masas. Y esos medios responden a un principio comercial, no de verdad absoluta, su interés último es la cuenta de resultados, con mayor o menor grado de honradez, que grados los hay en todo.
Quiero dirigentes sociales templados, no negociantes del dolor ajeno, radicales y no seres que dan toda su energía al servicio de lo políticamente correcto porque, si no, haremos un país de enclenques y de supersticiosos. En ese nivel ya llevamos muchos siglos.
Lo mismo que quiero conciudadanos que hagan de su vida un ensalzamiento de sus gustos y que esa defensa la pongan por encima del deseo de que se hunda el de enfrente. Ahora me refiero a lo del fútbol, claro. Qué país.
jueves, 11 de marzo de 2010
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