Hoy tengo el gusto de dedicarme el minuto. Quizá debería pedir disculpas por ello.
Leyendo en internet alguna reflexión acerca de los asuntos sobre Cuba, esos tan traídos y tan llevados de los presos políticos y de las declaraciones de algún actor, me encuentro con un artículo, publicado en rebelión.org por Luis Martín Cabrera, en el que tiene a bien acordarse demasiado elogiosamente de mí. Le doy las gracias y reproduzco un párrafo del mismo. Hace mucho que no lo veo y le tengo un poco perdida la pista, pero ya noto que anda vigoroso y con ganas de no callar lo que considera de justicia: me alegro de ello. Espero que los yanquis con los que trabaja en no sé exactamente qué universidad no le echen mal de ojo.
“…Pero hay también otro Delibes: el que nos dio un lenguaje, por más que sea precario y limitado, para nombrar las injusticias brutales y la violencia sorda de los campesinos y los humillados de Castilla. Leí la primera novela de Delibes, Las Ratas, a los catorce años y causó en mí un profundo efecto. En aquella época yo era, como ahora, el hijo de un maestro de un pueblo donde la industria textil seguía siendo la fuente principal de la riqueza. A nuestro instituto de Béjar también llegaban estudiantes de los pueblos del sur de la provincia de Salamanca y del norte de Extremadura; pueblos de nombres tan sonoros como Baños de Montemayor, La Garganta, Sangusín, Valdesangil o Candelario. Aquella historia de un ratero que vivía en una cueva con su hijo —el Nini— y vivía de matar y vender las ratas a unos campesinos diezmados por el hambre, se parecía mucho a otras historias vistas y oídas en Béjar y en los pueblos de alrededor. Miguel Delibes captó como nadie la mirada torva y hosca de los pueblerinos, el tiempo congelado en su devenir, la brutalidad y la dureza del campo, los inviernos interminables, la misa de once, el señoritismo de vermú y carné de Falange… A los catorce años, Antonio Turrión, el profesor de lengua de primero de BUP, nos mandó escribir durante las vacaciones de navidad un trabajo sobre Las Ratas. Allí se forjó para siempre mi vocación de profesor de literatura, allí empecé a comprender, leyendo el final brutal de Las Ratas —la descripción impresionista de aquel ratero que le clava a su competidor del pueblo de al lado el punzón con el que cazaba las ratas— que la literatura no era sólo exaltación estética de la belleza burguesa, sino también el instrumento y el lenguaje para hablar del mundo de los oprimidos y los humillados.”
lunes, 15 de marzo de 2010
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