domingo, 28 de marzo de 2010

UNA RELIGIOSIDAD BIEN ENTENDIDA

Escribo a la hora en la que muchas personas de este país andan por la calle en procesión, comenzando la Semana Santa. Es Domingo de Ramos y hoy se inicia oficialmente esta semana tan peculiar en la que los fieles católicos de este país (¿cuántos?, ¿de qué calidad?) representan algunas escenas de su religión en un contexto de inicio de primavera y de primeros impulsos naturales. Sospecho que son en número muchísimos menos de los que los medios de comunicación nos dejan ver. Pero también me parece evidente que siguen pesando mucho en las costumbres y tradiciones de esta comunidad. Es, de nuevo, otro proceso que se me escapa de las manos y que me deja confuso y hasta enfadado. Son demasiadas las comunidades que trabajan para que sus celebraciones, en forma de procesiones, alcancen notoriedad y terminen por atraer a gente a las localidades en las que se celebran. Entonces se colgará “felizmente” el cartel de no hay billetes y todos quedarán satisfechos. Todos salvo el Cristo con el que procesionan que, sospecho, los cogería con una vara de fuego y los perseguiría a palo limpio por fariseos y por egoístas.

Lo pienso, por supuesto, no en el fiel sencillo que pone sus actos al servicio de su fe, sino en las estructuras en las que nos obligan a vivir y con las que nos engañan de nuevo. En Salamanca casi no quedan plazas hoteleras, Zamora está al completo, Málaga y Sevilla otro tanto… ¿Qué tiene que ver eso con la expresión de una religiosidad sentida y verosímil? Y, puestos a simplificar y a hacer groseras y mostrencas estas consideraciones, por mirar sobre todo al dinero, sigo sin recibir información por parte de nadie acerca de qué sucede con las poblaciones que envían a sus habitantes a otros lugares mientras que ellas se quedan vacías; no estoy nada seguro de que el panadero de un pueblo que mande de vacaciones a Benidorm a varios de sus vecinos esté demasiado contento: ¿quién le compra a él el pan estos días?


Y todo esto en medio del maremoto de las acusaciones de pederastia, otro asunto que me vuelve a dejar de piedra y sin reacción. Para mi desgracia, también en este asunto tengo bastantes dudas. Voyons.

Los representantes de la iglesia tienen que ser juzgados igual que el resto de los ciudadanos, ni con más ni con menos rigor: cuidado con eso de la justicia ejemplarizante.

Si civilmente encubrir es delito, que se castigue: para eso están los códigos legales.

Que la iglesia perdone a sus miembros está en la base de sus ideas. A sus miembros y a cualquier otra persona, algo que no parece realizar y que le hace perder toda credibilidad, toda base moral y cualquier confianza en ella. La celebración de estos días de Semana Santa no es otra cosa que una fiesta de perdón, de redención, de vuelta a la gracia, del acto de un Dios que, para redimir y perdonar, manda a su hijo en sacrificio (y quien sepa desentrañar toda esta red de incongruencias que por favor me la explique) y proclama la vía del amor y no tanto de las leyes.

No entiendo en absoluto por qué, en vez de tanto señalar con el dedo, no se analizan las causas que favorecen los contextos en los que aparece y se propicia la pederastia. Esa sí sería la mejor forma de corregirla. A mí los pederastas me merecen compasión (no tanta como los niños, pero compasión), como me la merecen todos los demás seres humanos y, por eso, quiero que los castiguen, pero no me apetece ensañarme en señalarlos con el dedo ni exigirles más que a otras personas ¿Por qué no se describen serenamente cuáles son los contextos de los colegios de niños, las separaciones de sexos en edades infantiles, el celibato de los eclesiásticos, los semidogmas y leyes no escritas que prohíben la crítica dentro del seno de las iglesias, la discriminación de la mujeres en las tareas litúrgicas y representativas, la necesidad del misterio para que se mantenga el sistema, la imbecilidad esa de la infalibilidad del papa, la falta de reconocimiento de que el clérigo es un apersona como todas las demás…?

Acaso procesionar por estos temas sería dejar demasiado al descubierto un proceso que se ha venido fraguando durante dos mil años y que ha adquirido tal cantidad de sobreentendidos y de “verdades” que no se discuten, que no hay manera de enfrentarse a la procesión del rey desnudo, del Dios al que se la han puesto tantas vestiduras que termina por no poder con ellas.

Tal vez esta semana no sería mala para intentar orear la ropa y vestir a los santos de primavera. El sol del sentido común está ahí esperando, los tendederos también. Veremos.

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