No me acostumbro a ser inexistente. Y, sin embargo, cada día descreo más de casi todo lo que me rodea. Me levanto por las mañanas con la cabeza llena de erratas, con mis articulaciones oxidadas y con mis músculos pidiendo tregua. Solo tengo un sonsonete que me salva y que me anima, el consabido dicho “solo quiero querer y que me quieran”. Pero se me vacía de contenido con demasiada rapidez. Acaso por ser demasiado exigente y esperar del entorno lo que este no me va a ofrecer nunca, tal vez por pensar que las cosas son más atractivas de lo que en realidad son y que los flujos no pueden estancarse. Y pedir demasiado siempre lleva a la frustración y al desengaño. Tal vez sería mejor dejarse llevar corriente abajo, mirar al cielo y verlo siempre azul y soleado, no analizar los espacios y los tiempos, pensar que lo que oyes o lees es producto de broma y no tiene importancia, dar por cierto que uno es el que anda equivocado y acompasar el tranco a la inmensa mayoría, traducir personalmente la expresión latina del aurea mediocritas, decir cada minuto el mundo está bien hecho, pensar egoístamente que nada sucede si a mí no me sucede, decir ancha es Castilla y aquí me las den todas, mirar con amplios ojos y descubrir lo tuyo y no alejar la vista de lo que te es más próximo, andar de estoico un rato o incluso de aprendiz de fatalista, dejar para mañana todo lo que podría haber hecho hoy, quedarme absorto en la geometría de tu cintura y saborear el gusto de unas curvas exactas, orearse con el viento de poniente y tenderse a la vera del camino para tomar el sol en plan lagarto, decir, y quedar bien, que el amor me marca todavía después de tanto tiempo, andar de tapadillo por las calles detrás de un nazareno en tiempo de cuaresma, montarme en un taxi que vaya a las estrellas y quedarme en su seno para ver desde lo alto lo enorme de la noche, mirar la sonrisa floja de los más convencidos, mirar mi propio rostro en el espejo del ascensor y acercarme despacio para no darme miedo de mí mismo, por si acaso me como mi figura, acostarme en el rostro de la luna y besar sin sonrojo sus mejillas, volver temprano a casa y pensar que me aguarda la gloria, engañarme contigo en la distancia, creer que soy el mejor, montarme en el caballo de la vida y cabalgar sin rumbo hacia la nada creyendo que soy dueño del camino, orinar en la esquina de algún templo cuando empieza la noche…
¿Y tú qué te has creído, singular individuo, que eres tal vez un bicho distinto de los otros? Seguro que no, claro, pues no faltaba más, pero tal vez pretendo desdibujarme un poco, no “aprender tantas cosas por si no tengo tiempo de pensar en ninguna”.
jueves, 25 de marzo de 2010
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1 comentario:
¡Qué compendio tan bueno de "instantes" formando vida!.
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