lunes, 17 de septiembre de 2007

QUE VOY DE VUELO

Con alguna dificultad que tiene que ver con la informática y con el estrés de la repetición, doy por finalizado mi trabajo en la Selectividad. Mañana llevré los exámenes a la city, esperaré el cheque y a otra cosa. A los tres días no me acordaré ni yo mismo de este asunto. Ahora mismo ya a nadie le interesa esto salvo a los alumnos y no a todos, entre otras cosas porque terminarán aprobando como casi siempre el ochenta o el noventa por ciento y porque para elegir carrera bien poco importa.
Sin solución de continuidad, empiezo el curso con otros alumnos, una nueva aventura en ese mundo apasionante de la enseñanza. Sí, a pesar de todo, tan apasionante. Salvo la muerte, no conozco otro hecho más democrático ni más socializador que el de la enseñanza. La verdadera salvación y el auténtico avance de las sociedades está en la educación de sus ciudadanos, en la creación de seres críticos y activos, responsables y racionales, amantes del progreso y del sentido común. Participar en esta tarea es, pase lo que pase, un privilegio. Para ello, naturalmente, hay que tener claras algunas cosas; fundamentalmente una. Esta: que hay que enseñar con algún fin determinado, que la enseñanza no se agota en sí misma y que enseñar Lengua por sí mismo tiene poco sentido y suele frustrar demasiado sin ninguna satisfacción a cambio. Si, en cambio, enseñamos Matemáticas con algún fin y no teoremas por su simple conocimiento, estaremos convirtiendo la enseñanza en un proceso de eso que llamamos educación integral. No estoy nada seguro de que el porcentaje de profesores de enseñanza secundaria, territorio en el que yo me muevo, que ande en esa línea sea muy alto; más bien uno tiene la impresión de que el pie de letra cuenta mucho, demasiado, y de que el ombligo es un lugar demasiado visitado. Y en esto de la enseñanza se manifiesta la ideología de manera muy nítida. La derecha teórica suele defender el genérico de "usted enséñele a mi hijo Historia que ya le enseñaré yo a ser buena persona". Otros defendemos que hay que enseñar Historia para ser buena persona, y que no tiene sentido enseñarla porque sí. Que eso significa enseñanza con ideología. Naturalmente que sí, con dos cojones (perdón). ¿Es que no es ideológica una enseñanza memorística o solo de contenidos? Por supuesto que sí. Y de bobos y clasistas además. Para poner la guinda al pastel, observad y veréis que los que defienden esta última enseñanza no son demasiado competitivos en sus expedientes. O sea, que de nuevo son liberales de boquilla, hasta que nos ponemos a analizar su caso. ¿O no conocéis Consejero de la Junta que tardó entre ocho y diez años en estudiar Derecho? ¿Y Presidenta de Diputación muy escasita en papeles? ¿Y exalcalde balbuciente? Venga ya. Y, en general, ¿no conocéis a personajes cargados de papeles titulados y con la cabeza monda y lironda de ideas?; ¿y a gente sin titulación que echarse al bolsillo y son la cabeza perfectamente amueblada? Pues eso.
El comienzo de curso me deja siempre, además, la presencia de caras nuevas, a las que miro con curiosidad, la repetición de otras que observo con confianza y el cansancio de otras que preferiría no encontrar. C´est la vie.

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