Aún he llegado a tiempo de mis trabajos capitalinos para enterarme de la parafernalia en el imperio del 11-S. Hace seis años ya, se dice pronto. Honrar a los muertos es una sana costumbre y ennoblece al ser humano; andar de pantomima desnaturaliza y vuelve a la ostentación y al ridículo. Pero sea todo por ellos. El comentario más agudo que he visto tenía rostro de mujeres pues una llevaba tatuado en la frente el número de fallecidos en el atentado, otra el número de soldados del imperio muertos en Irak, y una tercera el número de iraquíes muertos en su país. A esta tercera no le cabían los ceros en el cogote.
Se suele decir que aquel nefando día es hito de una nueva era. Son éstos apuntes didácticos, pero, aunque exageren mucho, no dejan de mostrar la verdad de un cambio profundo en las relaciones y en la convivencia. Me parece que fundamentalmente hemos cambiado en la velocidad de la pendiente, que nos lleva sin freno a un estado casi de sitio, de sitio por el miedo que nos meten en el cuerpo, más los imperiales que los indios tabajara del turbante. De modo que hemos dado tres pasos atrás en el asunto de la libertad para dar uno adelante en la presunción de la seguridad. Sólo en la presunción porque los números cantan; y, si no, que se lo pregunten a la señora de los ceros en el cogote y en la frente. Pero es que, sobre todo, los demás mortales, los que no somos imperio ni lo queremos ser, pero que nos acatarramos cuando estornuda el visionario, sentimos el corazón como encogido, nos dejamos llevar por la corriente, nos secamos la boca con tal de no acercar ni un líquido a un aeropuerto y trasladamos, al pairo de lo que la inercia y la derecha nos enseña, el mismo miedo a nuestras vidas, a nuestras posesiones, y a las de ellos, que son casi todas.
Y los del otro lado no escarmientan, a medialunazos y a matar elefantes con perdigones. Entre la pasta y los rezos, nos tienen a todos envahídos y alelados, nerviosos y atormentados. La madre que los alumbró, qué a gusto se debió de quedar.
De modo que no estoy muy seguro de que nos cambiara el 11-S como seres humanos, sencillamente hizo escandalosamente públicas la miserias que llevamos dentro, dispuestas siempre a aflorar, como si siempre fuera primavera. ¿Os habéis dado cuenta de que, en el vértice de las dos organizaciones antagónicas, están dos iluminados absolutamente peligrosos? Los dos visionarios, los dos salvadores, los dos gilipollas. ¿Y esto es el ser humano? !Esto es el ser humano!
Mientras hacía como que cuidaba a los examinandos, he releído a Karmelo C. Iribarren. Otro día diré cosas de él. Hoy dejo aquí uno de sus minipoemas:
"!Houston!,
tenemos
un poema."
martes, 11 de septiembre de 2007
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