Conocí no hace mucho los diarios de Sylvia Plath. En ellos descubrí el espíritu de un alma atormentada y entregada a la vida y a la creación literaria con pasión. Ahora leo su "Ariel" como muestra expresiva de su mejor poesía. No es la creación que más me entusiasma, lo debo confesar. A veces me parece la suma de una serie de imágenes unidas por conexiones muy débiles. En ese laberinto me pierdo y no me encuentro; o al menos no me encuentro demasiado a gusto. Otras veces, por el contrario, creo hallarme en la otra esquina, ante una poesía que roza el prosaísmo. Y es que tengo que reconocer que a mí la poesía me gusta que tenga encarndura, que desdibuje siempre una tímida historia contada de otra manera pero que se vislumbra en el fondo del escenario. Seguramente en este caso acentúe la incomprensión el hecho de que la leo traducida del inglés y, si ya la traducción es imposible, la diferencia de culturas ( en el caso de Sylvia, americana e inglesa a medias) puede hacer el resto. En fin, solo hago confesión de algunas primeras sensaciones, que no son tan positivas como las que me dejó su íntimo diario.
Por la misma vía (gracias, Comendador) me llega "La musa de los muchachos", de Estratón de Sardes, poeta griego, una antología de poesía paidófila. Se trata de poemas breves, casi epigramáticos, en los que se viene a reflejar un panorama de este subgénero en la creación clásica. A mí me resultan mucho más actuales precisamente por la inmediatez que transmiten y por la frescura que alientan. La poesía clásica está muy alejada de la concepción actual, pero yo me sigo quedando con un elemento que me parece esencial todavía hoy. Me refiero al ritmo, al ritmo fónico, tan abandonado y a veces tan maltratado. La permisión y hasta la exlatación de la pederastia en Grecia y en Roma nos puede sonar a cuerno quemado, pero ahí está y no debe ser negada. Frente al rechazo actual, entonces se entendía incluso como una especie de protección hacia el menor que incluía la enseñanza y la transmisión de valores; nada que ver con el abuso por el abuso inmediato que hoy se describe. Existía entonces una concepción del hecho mucho más cultural y social. Cómo cambian los tiempos y las culturas. Conviene, entonces, no hacer comparaciones sin tener en cuenta el cambio radical en las variables. Por cierto, leo en algún sitio que hasta el cuarenta por ciento de los varones han tenido alguna vez algún inicio de atracción sexual masculina. Me pongo el cinturón de castidad para salir a la calle.
N.B. En un muchacho que apenas silabea se concentra todo un comentario de texto de las desigualdades sociales y de la mentira y pantomima en que nos movemos. Como para aplicar el principio liberal de sálvese quien pueda. Ya, ya.
martes, 25 de septiembre de 2007
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