domingo, 2 de enero de 2011

NI EN SOL NI EN FA

A mí no me ha dado mucho el tiempo para pasarme algunas horas de francachela en estas noches de fiesta y en estos días de solaz. En realidad es que me trae muy al fresco casi todo lo que se cocina en los entresijos de estas fiestas y no digamos ya en el sistema que las sustenta. Me resulta cada vez más evidente que no quiero ni siquiera combatirlo, ni llevar la contraria a quienes tan bien se lo pasan siguiendo las actividades y las costumbres de la mayoría. Es que sencillamente no me importan nada y no me siento atraído por casi nada de lo que veo. Me conformo con estar con mi familia más próxima, con pensar en otras personas que querría tener cerca y que, para mi desconsuelo, o no están o no van a estar ya nunca. Lo demás ni lo entiendo ni ya realizo esfuerzos por entenderlo.

Conservo, eso sí, alguna actividad muy particular, como la de dar un paseo el día de Noche Vieja, después del ritual de las campanadas, para, desde la oscuridad y en contraste con los ruidos de enfrente, mirar hacia el cielo, ver las estrellas y pasear un rato en silencio pensando en la tontería que para la naturaleza supone esta noche. Entonces se me acumulan recuerdos y se me resumen algunas ideas que me persiguen y que no terminan de darme sosiego sino tal vez cada día un poco más de seguridad en que nunca voy a dar con la meta que busco sin saber bien cómo. Vale.

El caso es que en los dos últimos días del año, ya viejo, he dedicado horas a la lectura de Las Confesiones, de San Agustín, obra reconocida en la historia del pensamiento cristiano. Prometo que la he leído procurando no exteriorizar prejuicios para que mi mente se sienta receptiva y hasta mí lleguen todas las enseñanzas posibles. Incluso hasta practico el “tolle, lege; tolle, lege”. Pues no hay manera.
Admito en el autor la mejor voluntad, no discuto que, para la práctica religiosa, las “ideas” que en la obra se describen resulten muy prácticas y especialmente consoladoras y hasta entusiasmantes. Pero en mi pequeña mente no caben ni resisten un análisis mínimamente riguroso.

Sigo evidenciando También aquí una raíz para el Dios de oposición de bien y de mal, de amenaza continua para el ser que no practica de acuerdo con las interpretaciones de las jerarquías, de anulación del ser humano por el sometimiento irracional y contradictorio…

Aun dejando a un lado la explicación razonada de la misma existencia de ese Dios, ¿cómo es posible ni siquiera imaginarlo desde perspectivas de pecado y de castigo?, ¿quién se atreve a considerar la realidad de un castigo eterno en un ser infinitamente bondadoso?, ¿a quién se le ocurre ese cuento de jugar con seres a buenos y malos, a pruebas de a ver si te pillo o no te dejas pillar? ¿Por qué hay que degradar a ese Dios de esa manera?, ¿a qué intereses obedece esta concepción y esta explicación? Porque la Iglesia y los concilios siempre han andado muy cerca de las estructuras de poder, de los Estados y propias. ¿No será porque estas interpretaciones sirven muy bien a la resignación y al funcionamiento de las comunidades, y evitan en buena parte sus luchas internas? Según el obispo de Alcalá, hasta favorecen la resignación y aminoran las víctimas de la violencia doméstica. Qué risa.

No me gustaría interpretar los textos fuera de su contexto histórico, y sé que el de esta obra es el siglo cuarto, es el momento de la decadencia del imperio romano, y es el momento de cambio de estructuras, tan apropiado para modificar también las influencias religiosas en las nuevas realidades sociales y políticas. No en vano, Agustín de Hipona escribió La Ciudad de Dios con la clara intención de incardinar la ciudad de los hombres en esa ciudad ideal y religiosa.

Frente a esta incomprensión racional, tengo que seguir confesando que hay prácticas de liturgia que me agradan, que me serenan, que me llenan los sentidos, que me aquietan, que me hacen sentir complacencia, que… Como hay también paseos que me hacen respirar profundo o me hacen extender la vista y me llenan de contento.

En fin, es otra vez solo un apunte que encierra algo más largo y sistemático. Tal vez para otro día y para otro sitio

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