viernes, 21 de enero de 2011

AQUELLA ESTRECHA CELDA

Aquella estrecha celda en la que sonaba el clavecín acariciado por sus manos fue testigo de que se despertaban todas la sensaciones escondidas. Así lo contaba ella meses más tarde, cuando todo había terminado y los primeros paseos del otoño le habían permitido sentirse libre:

“Ella se sentía cada vez en más zozobra. No tardó mucho tiempo en levantarse la toca y en dejar al descubierto su cara y el pelo extendido y ondulante. Lo conservaba limpio y alargado, con un color oscuro y muy brillante. Se me acercó hasta rozar su silla con la mía y su cuerpo dejó sentir la alteración en la que se encontraba.
Levantó también mi toca hasta dejar mi cabeza al aire, con mi pelo más negro y atractivo que nunca. Ya casi tenía olvidada la atracción que siempre habían despertado mi pelo y mi cabeza, con los ojos estirados y mi boca de labios carnosos y perfectamente alineados.

Mi sensación, vacía de malicia, era tierna y sencilla; no adivinaba nada ni recogía otras ondas que no fueran las de agradar a la superiora, que tan bien me había acogido los primeros días, después de las extrañas experiencias que había tenido que soportar.

Sin ningún aparente aviso, colocó su mano en mi garganta, desnuda y femenina, y acarició mi espalda con la otra mano, suavemente, rozándola con lentitud en todas direcciones. Lo mismo hizo con mi garganta. La música calló y yo me dejaba hacer pensando que con ello devolvía el favor que la superiora me había hecho en el recibimiento.

Así permanecimos un buen rato. Ella parecía sentir un gran placer pues el ritmo se mantenía mientras de su boca salían suspiros y ternuras, susurros y sonidos entrecortados.

La mano que acariciaba la espalda cambió de posición y se estiró hasta rozar mis pies y mis rodillas. Ahora lo hacía con más lentitud que antes pero con una fortaleza más compacta, como si mis piernas y mis rodillas le pertenecieran y quisiera moldearlos a su antojo. De pronto, creció el ritmo mientras ascendían sus dedos por mis muslos. Mis hábitos se hinchaban, se moldeaban solos, crecían en sus texturas y perdían las fuerzas que entonces le quedaban.

Yo la miraba y aplicaba a su sentir mi desistimiento, mi presencia inocente que no sabía las causas de tanta ternura y de tanto cariño repentino. Las reglas anunciaban que la superiora podía mandar y que las hermanas obedecían. Además, me había convertido en una de sus preferidas desde el primer momento en el que traspasé los muros del convento.

Me animó a que relajara mi cuerpo, a que me abandonara a sus bondades, a que sintiera lo mucho que podía crecer el amor entre aquellas paredes y cómo la voluntad de Dios se hacía presente para bien mío y de todas las demás hermanas que llenaban las celdas. Ella era la superiora, la que personificaba la obediencia, la que regulaba la ternura, la que elegía a sus hermanas preferidas, la que mejor podría modular mi estancia en el camino hacia la voluntad divina.

Acarició mis muslos, surcó suavemente con las yemas de sus dedos mi espalda, besó mi frente, se remansó en mis ojos e hizo piel unida con mis labios durante mucho rato. Creció su agitación hasta el punto de que yo pensé en el paroxismo y me asusté; creí que andaba cercana al éxtasis o a cualquier arrobamiento. Y no me atrevía a cortar aquel arrebato de pasión, que, desde mi inocencia, no entendía muy bien a qué razones obedecía.

Cerró los ojos al cabo de muchos minutos, como si hubiera caído en un estado de semiinconsciencia, agotada en suspiros y en pálpitos. Me sujetó las manos con fuerza y me hizo postrarme en la cama de mi celda. Ella apoyó su cabeza en mis hombros y se dejó abandonar hasta el desfallecimiento.

Así estuvimos mucho rato. La campana nos sacó de la inconsciencia. Era la hora de vísperas y la capilla nos aguardaba con todas las hermanas en actitud de duda y extrañeza.

Aquellas sesiones se repitieron muchas tardes. En ellas se mezclaban la música y las manos, los suspiros y el llanto. Yo tardé mucho tiempo en entender los males de la madre. El convento era casa por la que corrían las voces y los ecos, los murmullos y muchos bisbiseos.”

Lo demás fue otra historia como tantas y la protagonista no tiene intención de dar detalles.

1 comentario:

Jesús Majada dijo...

Celebro esta primera (que yo sepa)aproximación a los aledaños de la literatura erótoca...