sábado, 8 de enero de 2011

HOY TODO FUE TORRENTE EN LAS LADERAS





Hoy el cuerpo me pide repetirme, volver al aire puro de los montes, pensar (es lo mismo que penar sin el silbido de la ese; e igual que pesar, su pareja en el doblete, porque pensar no es más que pesar y sopesar) que el mal trago de la noche, con mi cuerpo algo chungo, se ha quedado en el tiempo del olvido, sentirme otra vez alto, verme de otra manera.

Y es que hoy volví con Manolo y con Jesús a echarme al campo. El día pintaba gris y amenazaba lluvia. Pero nosotros, a estas alturas del partido, tenemos vara alta en los muñidores de los tiempos atmosféricos (el acceso a los de los otros tiempos aún nos queda lejos, pero andamos en ello y cualquier día…) y siempre pedimos habitación propicia para andar y hollar los caminos con cierta tranquilidad y con la confianza de quien parece que menudea por sus propiedades. De modo que el cielo se contuvo, tranquilizó sus nubes, las fijó allá en lo alto y quiso que nos contemplara subiendo en automóvil hacia Candelario, con la sierra allá arriba, escondida en su nieve y en sus densos nublados. Poca nieve y además escondida: solo el lomo más alto conserva el color blanco y este año son ya al menos tres veces las que se ha venido con nosotros, monte abajo, río abajo, valle abajo, horizonte abajo, camino de su mar y de nuestro olvido. Y tres veces son muchas para tanto torrente y para tanto blanco convertido en espuma y en líquido elemento. Es como si esta vez no quisiera quedarse en sus alturas, contemplándonos libre durante el largo invierno, guardándonos la espalda contra las largas tardes del estío, dando envidia a los cielos y celebrando siempre esa orgía de contrastes nocturnos y de fuentes regando los sudores cuando el calor se ensaña y la derrite. Todo esto en el invierno (nada que ver con infierno). Qué osadía, qué ganas de dar guerra, qué bárbaros deseos.

La nieve, ya se sabe, se desploma en las fuentes, en los raudos regatos, en las limpias y claras torrenteras, en los ríos incipientes y ya con barbas blancas, en los huecos estrechos de las peñas, en la más encogida y humilde regadera, en los canalillos que se pierden en los prados, en las grietas hundidas en la tierra, en los sitios más íntimos y en los lugares claros y visibles.

Todo el camino fue una torrentera, todo fue a toda prisa, todo descenso en rápidos torrentes. Sólo la presa grande de Navamuño recogía en su regazo las aguas que le daban sus laderas y que el río Cuerpo de Hombre le prestaba por unos fríos meses.
Aún tiene vientre amplio nuestra presa y quiere que lo llenen con las aguas los senos escondidos de las sierras. Cabe, cabe más agua; dádmela sin descanso, parecía decir mientras la contemplábamos camino del collado y de otro valle.

El otro valle era como vecino nuestro, nuestro amigo, un conocido de muchas mañanas de sábado y paseo. Era el valle de Hervás, hoy también gris y fresco, con su Pinajarro dentro de la niebla y su sierra de Honduras ocultando las cumbres y mostrando sin pudor ni recato sus laderas, pedregosas y atentas al mandato del cielo. Bajamos por el valle, paramos a asustarnos con las aguas, bravías y furiosas, del regato Balozano (quizá ninguna vez tan grande ni tan impetuoso), subimos por caminos hoy maltrechos por efectos de lluvias de otros días, ascendimos al cielo de las pistas, vimos siempre regatos llenos de agua, cauces rápidos del ansia de la nieve por bajar hasta el valle, cascadas como nunca en los parajes, vientos acompañando sus caminos, el horizonte amplio del oeste, los pueblos en el valle, los cerezos guardando el tiempo exacto que le pide la tierra antes de dar sus frutos allá en junio, dos pantanos manchando las llanuras lejanas…

Y nosotros en medio, comiendo las viandas en cualquier merendero, dando frente a los aires, meciéndonos al son del viento de la sierra, pisando siempre agua, sintiéndonos un poco como el agua, mojándonos los pies y otras prendas con la marea de las cascadas, dando vueltas a tres o cuatro ideas con la herramienta alegre de la conversación, sintiéndonos de nuevo poca cosa en medio de la fuerza de la naturaleza, volviendo en procesión ladera abajo, procurando la bonanza en la llanura, volviendo satisfechos hacia casa, pensando nuevamente que hay placeres que cuesta poco esfuerzo conseguirlos. Y siempre con la fotos de Jesús y Manolo, que parece que quieren llevarse en su mochila los mejores paisajes. Ellos saben que van a volver pronto y el campo los espera, pero son impacientes y se lo llevan todo.

Todo quedó en su sitio; solo nosotros tres volvimos a buscar de nuevo el aire y la palabra en las aceras.

Cuando llegamos a Béjar, el cielo amenazaba otra vez lluvia. Nosotros habíamos dado orden de reposo solo para las horas que ocupan la mañana.
N.B. Fotos de Manolo Casadiego. Gracias.

1 comentario:

Gelu dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

Pues el tiempo parece que les obedeció.
La naturaleza toda parece que estaba esperando a sus amigos. Creo que le gusta posar y lucirse para que Manolo y Jesús la fotografíen.
La piedra exultante con su 'canesú' natural de gala, verde con adornos.

Y el agua que en un pricipio impone, se ilumina y se remansa.

Saludos.