martes, 11 de enero de 2011

LA FUERZA POR LA BOCA

A veces pasan cosas: sale el sol, termina la borrasca, los días ensanchan, las nubes se levantan… Y, a veces, algunas de esas cosas marcan una mella un poquito más honda en el palo donde van quedando las muescas de los días normales.

Ayer se produjo un comunicado de la banda ETA en la que hablan de un “alto el fuego permanente y de carácter general que puede ser verificado por la comunidad internacional”. Prácticamente todas las lecturas que conozco y sus interpretaciones apuntan a la insuficiencia de la propuesta y a la necesidad de no dar crédito bastante a sus palabras.

No quiero anotar mi lectura porque, en buena medida, coincide con el genérico. Me interesa un poco más observar la intensidad de esas reacciones.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde el último comunicado en el que esa banda terrorista anunciaba también el cese de las acciones. Sí sé que era en buen tiempo, que yo estaba poniendo notas y que paré para ir a comprar unos bombones y festejarlo con quien quiso acompañarme. Tampoco todos los que por allí estaban lo hicieron con el mismo entusiasmo, ni mucho menos. Yo sí me puse muy contento. Después ha pasado todo lo que ha pasado y estamos donde estamos.

Quiero seguir creyendo, aunque lo hago a regañadientes, que todos pensamos de la misma manera respecto de esta banda, o sea, que sus métodos son de todo punto condenables y que el rechazo tiene que ser absoluto. Lo hago a regañadientes porque no tengo más que abrir páginas, sobre todo digitales, para observar que una parte de la sociedad española, sobre todo la que se cobija bajo el paraguas de la derecha (adjetivada e intensificada como se quiera), se pasa el día afirmando que el Gobierno actúa en connivencia con ETA. Esto que, si tuviera algún viso de realidad, tendría un castigo altísimo, bien para los conniventes o bien para los acusadores falsos, en este país se puede escuchar en todas las esquinas, como se oyen los golpes de las gotas de lluvia en el suelo: no pasa nada y el agüilla va calando, hasta que un día nos encontremos mojados y con catarro de verdad. Algunos hasta hacen bandera pública de ello y convocan manifestaciones, que se llenan de exaltados. De modo que aquello de a regañadientes parece que tiene alguna justificación.

Pero, si pudiéramos o pudiésemos, digo, es un decir, dar por sentado esto, tal vez sería conveniente mirar con más sosiego y con más calma, ordenar el proceso para buscar los mejores fines y tener la mirada alta para ver el horizonte, desde el que viene el sol y vienen también las tormentas.

Tengo la impresión de que ahora interesa exigir algo más que lo que interesaba hace algún tiempo. Quiero decir que ahora se proclama la desaparición de ETA a fuego lento, en pira pública, con descuartizamiento minucioso de cada uno de sus componentes, con capuchón de reo y paseo en borrico por todas las calles, con música acusadora y en festejo público.

Y así no vamos bien, no vamos bien, no vamos bien.

Corremos el peligro de caer en peores errores que los que tratamos de eliminar. El último fin de cualquier pena es el de la reintegración del condenado en la comunidad, no el del escarnio público ni el de la vejación, entre otras cosas, para no azuzar la reacción del que se siente acorralado y débil.

Nadie ha dicho que ninguno de estos reos no sea culpable de sus hechos, nadie ha actuado en contra de que se cumplan los preceptos legales, ahora mismo se sigue deteniendo a más terroristas que nunca, la ley sigue su curso y la justicia actúa cada día. ¿Qué quiere esa tropa de exaltados, una pira en la Cibeles, o simplemente el linchamiento? La historia de cada día y la otra Historia, con mayúsculas, está llena de ejemplos en los que los individuos llegan a acuerdos desde la buena voluntad y desde la cesión del más fuerte; cualquier hora de nuestra vida particular y de la vida en comunidad nos lo ilustra, con la única exigencia de estar alfabetizados y de no actuar por impulsos descontrolados.

Sé muy bien que los afectados de forma más directa necesitan comprensión y afecto. Pero sé también que en nuestras sociedades, por suerte, no son los individuos los que dictan leyes para cada uno de ellos sino que es la colectividad la que nos libra de los deseos individuales y son los jueces los que, lejos de la calentura personal, interpretan esos preceptos.

Es muy fácil enfurecer a las masas, sobre todo si con ello conseguimos mayor audiencia y mejor cuenta de resultados. Otra vez el dinero. Y otra vez los medios. Coño.

Ah, y estoy casi convencido de que todos estos vociferantes se doblegarían con más facilidad a excesos si fueran de otro tipo y les favorecieran en sus ideas.

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