lunes, 17 de enero de 2011

COMO EN CUALQUIER ESQUINA

A la hora del mediodía me encontraba paseando por los alrededores de lo que popularmente se conoce en Salamanca como la Puerta de Zamora. Había terminado los encargos que me habían llevado a la capital y aguardaba la llegada de otras personas que habían viajado conmigo. La temperatura resultaba agradable y hasta ganas me habían dado de quitarme el abrigo: quién lo diría, mediados de enero y Salamanca. La gente bullía de un lado para otro y los coches no dejaban ni un solo espacio libre. Yo caminaba despacio y me hacía largos lentos de una acera a otra. Y pensaba en la cantidad de variables que hay que ajustar para que la convivencia nos permita sencillamente sobrevivir.

En un momento determinado me llamó la atención JM, compañero en las tareas docentes, él desde la inspección educativa. Charlamos tan solo unos momentos. Me comparaba con Unamuno paseando y pensando en lo humano y en lo divino. Lo cierto es que contemplaba y pensaba, pensaba y contemplaba. Esta vez JM lo clavaba.

La gente, como epidemia que dura todo el año -y en aquel lugar todas las horas- pasaba sin pararse, buscaba cada uno su camino y no molestaba a los que caminaban a su lado. ¿Cuántos proyectos de vida se mezclaban en tan poco espacio? ¿Cuántos roces se escondían en la apacibilidad del lugar sin que salieran de su escondrijo ni provocaran ningún altercado aparente?

Su expresión física tan diferente, su ritmo variado, su faz y sus vestidos, su soledad o su compañía, su horario y sus premisas, sus ilusiones varias, sus medidas del tiempo, sus edades, sus anclajes al mundo, su visión de la vida, su respirar con fuerzas o el dejarse llevar por el instinto, sus miradas furtivas o sus ojos al viento… La vida se paseaba en el instante y en aquel altozano que mira hacia la Plaza en una riada humana interminable.

Me dio tiempo también a mirar los lugares tan diversos, expresión bien visible de ese caos aparente en el que se mantiene la débil convivencia. Una iglesia redonda a cuya puerta mendigaba una anciana y una devota iba descargando su conciencia con una limosna, una rotonda extensa que distribuye vehículos en todas direcciones, un puesto de periódicos, estrecho escaparate de flases de la vida, algún bar con fumadores mirando a los que pasan, comercios en rebajas, en eternas rebajas, que se extinguen sin entender que el suyo es un morir a plazos y una muerte anunciada, un puesto de quinielas en el que mucha gente se duerme en el empeño irracional de salir de su estado de miseria, terapias imposibles (hoy todo sirve como prefijo de terapia, pues que todo cura si uno cree que se cura del mal de la inseguridad en el que nos movemos), anuncios de bufetes de abogados para cualquier pelea, pues todo se discute si se paga al contado la minuta, más anuncios de cierre de comercios, alguna sede abierta de instituciones públicas, las sedes de los bancos que no faltan… Y todo desde el alza de las aceras, que semejan las primeras gradas de un coso en el que corre el tiempo en cada coche, en filas ordenadas al compás del color de los semáforos…

Qué corto aquel espacio y aquel tiempo. Cuánta variable junta. Se había armado la paz en apariencia. La guerra -quién lo sabe- tal vez iba por dentro.

1 comentario:

Jesús Majada dijo...

Muy pausado, muy hermoso, muy sereno, muy pensado...