jueves, 6 de enero de 2011

EL CIGARRO COMO PRETEXTO

Durante estos días se machaca a la opinión con comentarios acerca de la bondad o la maldad de la nueva norma que prohíbe fumar en casi todos los locales. Todas las noticias se sitúan en un tiempo que les da consistencia o que las envía directamente al cesto de los papeles. De tal manera que, una vez más, se demuestra que la noticia es el medio y no su contenido. En cuanto pasen estos tres próximos días y vuelva la actividad llamada política, que encoge al resto de la realidad porque se ajusta mejor al formato de los medios, este asunto pasará a segundo plano y nos tendremos que enfrentar a lo que ellos quieran, según convenga a sus intereses.

A pesar de todo, esta noticia a mí sí me parece de alcance, y, como tantas veces, no por el texto en sí sino por lo que simboliza. Hay cosas que crecen en la periferia del bosque y que no nos deberían hurtar la mirada y la visión de lo que se guarda en el corazón del mismo. Cada cual tiene su situación personal de fumador o de no fumador, o hasta de fumador pasivo, que no es poca cosa; en todos los países se tiende a ser cada vez más restrictivo en este asunto del tabaco: no parece lógico pues que, si se promulga una nueva ley, se ponga uno en la cola del pelotón o en el medio de él sino a la cabeza, para tener adelantado tiempo y para que la ley valga para mucho tiempo; tampoco parece que haya que andar dándole muchas vueltas al asunto de los perjuicios que el producto causa; situar la discusión en los niveles barriobajeros que uno cree observar en ciertos medios -en los más escorados a la derecha sobre todo- tampoco merece mucho la pena; escuchar públicamente incitaciones a la sumisión ante las leyes tampoco parece lo más indicado -en este país se incita a la rebelión desde los medios públicos cada dos por tres y nunca pasa nada: hasta que pase-; en fin…

A mí me llama mucho más la atención el hecho de que, también en esta ley, se juega con el concepto de libertad, en este caso, de la libertad para fumar y de la libertad para no fumar.

Ayer mismo afirmaba que resulta dificilísimo definir qué es eso de la libertad. Y no solo en la teoría sino sobre todo en la práctica. Vuelvo a preguntarme si es posible imaginar siquiera el concepto de libertad como algo absoluto en el individuo considerado como tal. Y mis resultados son rotundamente negativos. Siguen siéndolo.

Ya me gustaría, pero me parece imposible de toda imposibilidad tanto en la teoría como en la práctica. ¿Qué es eso de un ser humano solo y único? ¿Dónde está? ¿Cómo se realiza? ¿Qué derechos tiene que no influyan en los demás? Ya he dicho más de una vez que el ser humano no es él más sus circunstancias, como decía Ortega. Tengo para mí que el ser humano es exactamente la suma de sus circunstancias. Pero es que la práctica apabulla y, desde la mañana a la noche, se muestra como una red de relaciones plurales y difíciles entre individuos. De modo que la libertad, si hay tal, se alcanza desde la pluralidad, tiene que nacer y crecer en la pluralidad y solo desde ella podremos intentar que revierta en la individualidad.

Todo esto es lo que justifica la existencia de los códigos. Quiero decir los positivos, porque todo aquello que se ancla en el derecho natural se me escapa y corre el peligro de deshumanizarme y de dejarme a la intemperie, al azar y al antojo del fuerte y del poderoso. Y eso me da más miedo.

La sabiduría popular lo ha resumido a su manera con aquel “tus derechos terminan donde empiezan los de los demás”.

Como ahogarse también en esa colectividad, sin oportunidad para que cada cual ponga su grano de arena y para que organice ilusoriamente un poco su vida personal, el ser humano individual también quedaría reducidísimo, la existencia de esos códigos positivos tienen que tener como fin primordial precisamente el de salvaguardar las posibilidades de cada uno para que nadie se desenganche de la vida y de su propio proyecto de vida.

En ese terreno extraño nos tenemos que mover, en los medios de un albero en el que un morlaco cinqueño nos acosa y nos enseña los cuernos de la muerte. Vamos a torear con tino, con templanza, con quietud, con ánimo y compartiendo aplausos, sin arrimarnos demasiado al morlaco porque nos puede empitonar, pero dejando también que el que quiera se fume su purito, al menos el día de la fiesta del pueblo. O sea, lo de siempre, un poquito de sentido común y de buena voluntad. Por parte de los del tendido del siete, que fuman pero que tienen el futuro legal y sanitario un poco más negro cada día, pero también por el lado de los que se sientan en los tendidos del cuatro, que acaso estén llamando demasiado la atención. Vale.

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