jueves, 2 de diciembre de 2010

UN PERRO APERREADO

Hasta hace muy pocos años, veía la corriente del río desde mi terraza. Hoy apenas la adivino y su rumor me llega un poco más lejano. En el plano inclinado que forma el espacio entre mi terraza y el río se han interpuesto unas construcciones de pisos hundidos en la misma vera del cauce. Nunca he entendido cómo han podido llegar los permisos de la Confederación Hidrográfica del Tajo, pero ahí están. No pierdo demasiado pues solo es un trocito de cauce en la inmensa visión de mi terraza y está allá en lo hondo.

En una pequeña terraza de esas casas vive un perro grande que se pasa la vida ladrando. Hasta mi balcón llegan sus ladridos con la sordina que imponen los metros de distancia y el desnivel notable, pero lo puedo oír si estoy atento y hasta lo puedo ver. El pobre se pasea en un recinto pequeño, cuadrado y encogido, como si estuviera en un patio carcelario o castigado en una galería de peligrosos. Vive en un tercer piso, que es el último del edificio. En la esquina izquierda de la terraza le han construido una caseta también pequeña y oscura. En ella pasa las noches, supongo que hasta que su dueño tenga a bien encerrarlo y negarle el espacio más abierto.

Dentro y fuera del habitáculo, el perro ladra y ladra sin descanso, en un quejido interminable que supongo que indica su situación de escasa libertad por el pequeño espacio y por su falta de movimientos. Desde mi atalaya escucho lejanos sus gemidos pero lo puedo ver haciendo círculos, como si estuviera sacando agua de una noria. En cuanto puede, y como para cambiar de actividad, sube sus patas delanteras sobre el borde de la pared que hace balcón y asoma su cabeza para mirar hacia la calle. Por la calle acostumbran a pasar otros perros a los que sus dueños han llevado a pasear por un momento. Entonces el perro de la terraza se pone aún más lastimero y arrecia en sus ladridos.

¿Qué quiere afirmar entonces el perro? ¿Tal vez su territorio? ¿Acaso su situación allí subido? ¿Será su soledad?

Pobrecillo perro. Y pobrecitos los vecinos que viven en el edificio. ¿No merecen una denuncia sus dueños por carceleros y por malos ciudadanos?

Sospecho que vivimos unos años en los que el individualismo feroz nos hace olvidar algo tan obvio como que cada día somos más en este pequeño planeta, que cada día y cada hora que pasa el respeto a la integridad física de los demás nos condiciona y debería poner límites a nuestras actuaciones, los límites de la educación, del sentido común y del civismo, que la moda de los animales de compañía solo es aceptable desde su cuidado y desde su respeto, desde sus condiciones de vida positivas y desde su libertad de movimientos. A veces tengo dudas sobre si ese aparente amor que algunos animales muestran a sus dueños no será una manifestación exagerada de miedo y hasta de terror.

El perro sigue incansable con sus ladridos. Sus congéneres corretean por la calle mientras él sigue encerrado en aquel habitáculo, dando vueltas como enloquecido. Los dueños no dan señales de vida. Los vecinos estarán desquiciados con esa música estridente encima de sus cuerpos y de sus vidas. El río sigue escondido entre los árboles. Yo continúo aquí arriba en mi terraza contemplando la escena. La vida sigue igual cada mañana.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

Usted también puede y DEBE hacer algo por el pobre perro. ¿Será posible!!. ¡Pero es que no hay nadie que pueda acercarse hasta la casa y hablar con sus propietarios crueles o quizás ignorantes, y advertirles de lo que sucede en su ausencia prolongada, pero que conocen los vecinos.
Y si no atienden, hacer la denuncia correspondiente. Hay protectoras de animales, que le orientarán. Y si no en el Ayuntamiento tomarán las medidas oportunas.
Aunque quizás después de su "acto ejemplar", le ocurra como con el que iba debajo de la tartana -de la película 'Viridiana' de Luis Buñuel- que tras ser comprado al carretero y liberado, vuelve con su amo maltratador. Y en la escena siguiente D. Jorge (Paco Rabal), ve que no es el único que padece esa situación brutal, aceptada como costumbre.

Quería haber puesto un comentario en el blog de pancho, pero ya me he puesto de mal humor.

Mañana será otro día. Pero antes me pasaré por su entrada de ayer.

Saludos. Gelu