sábado, 11 de diciembre de 2010

LA INVASIÓN DE LA CULTURA ¿DE QUÉ CULTURA?

Ya se ha dicho más arriba que la estructura del mercado y del comercio lo ocupa todo, y que es todo lo que se ha adaptado a sus reglas y a sus condiciones.

El mundo de la cultura no se escapa de esos condicionamientos. Y no lo hace porque necesita, como cualquier otro producto, ponerse bajo el foco, tras los cristales del escaparate universal, para que todo el contorno se entere de su existencia, de su posible valor y de su interés para ser adquiridos.

Hoy más que nunca vivimos en una cultura de masas y cualquier creación cultural tiene que ponerse en el nivel adecuado para que esas masas puedan ser compradoras de la misma. Sigue existiendo el arte elitista, pero queda refugiado en las bodegas oscuras de los grandes inversores y afecta a pocas producciones y a escasos autores. Los demás, casi todos, tienen que ajustarse a las leyes que les imponga el mercado. De esta manera, las coordenadas en las que se produce lo más puro del acto creativo están contaminadas por la repercusión social necesaria para poder poner en circulación el producto.

Son muchas y fundamentales las consecuencias que de todo eso se derivan. Señalaré solo una: la simplicidad necesaria para poder ser interpretada y consumida la obra de arte por cualquier comprador-consumidor. Todo está en el escaparate, y el cristal del establecimiento no es precisamente el de una sala de arte y ensayo.

El proceso de “secularización” del arte no es muy antiguo en la Historia, pero en los últimos tiempos la velocidad de ampliación se ha multiplicado exponencialmente.

Tal vez haya sido el cine el ejemplo primero y más ilustrativo. Ya nació con el signo del espectáculo como fundamento y, desde su inicio, el empeño en comercializar la imagen y la fama de los integrantes no ha hecho más que crecer y multiplicarse.

Dos datos para el convencimiento: a) La entrega de los Oscar en la que todo se sustancia en escaparate de “estrellas”, figuraciones, escotes y fiestas. Nada de películas ni de elementos artísticos, solo escaparate y más escaparate para un mundo absolutamente idiotizado y complaciente. b) Las promociones de las películas. En esas promociones se gasta más dinero que en el mismo rodaje. El comercio tiene más importancia que el arte y la creación se supedita, en su concepción y en su realización, a las leyes del comercio y del capital. Como para seguir yo creyendo en el artificio hollyvoodiense. Por favor.

Algo similar sucede en el mundo de la televisión, que sustituyó y en parte engulló al propio cine. En ese mundo, lo que importa es la pose, la apariencia y, en los últimos años, el escándalo. Este medio, aparentemente universalizador, ha conseguido realmente reducir el mundo a lo que aparece en pantalla; lo demás es como si no existiera: en realidad no existe. Dominar ese medio es conseguir dominar los principales elementos que tejen la escala de valores de la sociedad, lo que equivale a condicionar la opinión, a formarla y a conducir en realidad la vida de las comunidades. A nadie debería extrañarle que los grupos de presión se esfuercen al máximo para que se les den concesiones de emisoras. En España, además, hay dirigentes políticos que no han sentido ni el más mínimo rubor en concederlas a grupúsculos afines, saltándose las más elementales reglas del mercado libre que dicen defender. Los favores se pagan después generosamente en informaciones sesgadas, en comentarios tendenciosos y en programaciones escasamente equilibradas.

Y como, también aquí, lo que interesa realmente es la cuenta de resultados, todo se trivializa, se simplifica groseramente y se somete a la presencia de seres que rozan el escándalo y que caen de lleno en la falta de formación y en el exhibicionismo, en el famoseo y en el chismorreo y el marujeo más grosero y zafio: es la mejor fórmula para que el espectador se deje llevar sin aportar criterios propios y conciencia crítica de lo que ve y de lo que se le presenta. El mundo sería casi inconcebible hoy sin la televisión y tener su control es interés prioritario de quien quiere situarse en condiciones favorables para el dominio del mundo del capital también y de todo lo que comporta. El interés es mucho mayor que el de conseguir el poder político.

Aunque en grado menor, algo parecido sucede con el mundo de la radio y de otros medios de comunicación. No hay más que mirar en qué tipo de manos están todos los medios para extraer consecuencias acerca de los intereses que en ellos se encierran.

Tal vez, junto al caso de la televisión, internet sea el último ejemplo de lo que se viene afirmando. Este medio ha puesto todo al alcance de todos y, también en alguna medida lo ha trivializado todo. Cualquiera puede expresarse, desde cualquier lugar y desde cualquier nivel. Hasta yo mismo lo hago, con perdón. Es el medio masificado, es el medio que exige niveles comprensibles para ser aceptado, es el medio que hace a todos “artistas”, aunque sea de pacotilla.

El creador que quiera darse a conocer en tiempo real no tiene más remedio que someterse a las reglas del inmenso escaparate de los medios e incluso crear con el goteo en el pensamiento de que es la masa la que impone las condiciones y el canon.

El artista es otro obrero más que trabaja para la empresa, para el medio, para la estructura comercial, para el capital. Solo si logra entrar con algo de éxito en la rueda del escaparate tendrá alguna posibilidad de decir algo personal. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Primero hay que ser Belén Esteban, más tarde ya veremos.

¿A qué altura hemos colocado, entonces, la creación cultural? ¿Y la dignidad del creador? Busquemos, de nuevo, elementos positivos, que alguno tiene que haber.

El primero tal vez sea el de no sacralizar demasiado el trabajo creador pues sale de la mano de personas con las mismas posibilidades que los demás, y también con las mismas obligaciones: hay que socializar la creación cultural.

El segundo apunta a la posibilidad de que, de esta manera, sea mucho más amplio el número de personas que se acerca a esa cultura a través de museos, exposiciones, viajes organizados, internet, medios audiovisuales…

El tercero es el de que el nivel medio seguramente suba y se gane en cantidad lo que acaso se pierda en calidad.

El cuarto es que seguramente la conciencia del mantenimiento y de la conservación de elementos culturales se acentúe.

El quinto…

O sea, que no hay mal que por bien no venga. El acento de la maldad se sigue poniendo no en la creación sino en su sometimiento al comercio y en la preponderancia casi absoluta de este frente al acto creador, el espíritu servil de la cultura frente a la eficacia como meta, en la triste realidad de que sean los medios comerciales y de escaparate los que crean más elementos de referencia y de ejemplo social que los talentos y el esfuerzo, que el valor de la cultura haya seguido el mismo camino del desprestigio que han seguido las estructuras políticas o religiosas, que el arte y la cultura se hayan convertido en buena manera en antiarte y en incultura.

En esta cesta cada creador cultural pone los huevos en la esquina que mejor le parece. Nadie puede obligar a nadie a ser héroe individualmente. Pero tampoco a sentirse sucio en cualquier momento. Allá cada cual. Es tan difícil sustraerse a ciertos encantos…

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