sábado, 4 de diciembre de 2010

LA CULTURA SE DILUYE EN UN TODO MÁS EXTENSO

Porque acaso habría que empezar por el principio y asomarse al contexto real en el que se produce, se multiplica, se distribuye y se valora la cultura. O sea, que, de nuevo, volvemos al valor de las verdades según el ambiente en el que se desarrollen. Y, si no es para remover los cimientos del las verdades, si es que estas los tienen, sí lo será al menos para intentar remodelar la concreción de esas verdades y atreverse a proponer no solo su supervivencia sino su acrecentamiento y su continua revalorización.

Es labor de ensayo extenso y no de esbozos escuetos de blog. Pero algo se podrá dejar ver en algunas líneas. No sería poco volver a constatar que las cosas suceden por algo y que las causas preceden a las consecuencias.

La primera constatación evidente es la de que la cultura se ha convertido en una parte de un todo más extenso y ya no es ningún mundo aparte que adorna ni explica por sí misma el discurrir del mundo. La cultura es ya una parte más de ese mundo dominado por la única superestructura real y absoluta: el poder de la economía, el hipercapitalismo que todo lo invade y lo domina. De tal manera que la cultura se entiende, en su concepción, en su creación, en su distribución y en su valoración como un producto más, sujeto a las reglas del mercado. Parece afirmación demasiado rotunda pero me temo que, por desgracia, bien cierta. Hasta ahora, la concepción cultural se quedaba, en parte al menos, al margen de las reglas groseras del comercio y el creador hasta estaba adornado con el halo de lo misterioso y de la excepción. Hoy todo ha cambiado en el grueso de la gran cultura. Los museos, las actividades musicales, el mundo del cine, las producciones literarias, los premios…, todo se mueve al ritmo de la publicidad y de las promociones, y estas tienen la misma concepción que la venta de un jabón o de un coche cualquiera.

Un recorrido somero por la importancia de la cultura, siempre tomada en sentido extenso, a lo largo de la Historia nos haría detenernos al menos en tres estaciones distintas.

La primera tiene que ver con un período indefinido y largo, que nos lleva a la cultura como elemento casi religioso y sustentador de las demás variables de la vida. Se concreta en las sociedades primitivas y en ellas los elementos culturales y simbólicos son duraderos e inmutables, sirven de apoyo para la explicación de todos los hechos y mantienen las tradiciones como algo sagrado e imperecedero. Entonces sí que la “cultura” era una superestructura real y poderosa, y sus representantes unos sátrapas magos y hechiceros de sus valores.

La segunda apunta al momento de la revolución racional, a la época moderna, al momento en el que, de alguna manera, siquiera sea en forma teórica, se separan los elementos racionales de los elementos sagrados y de fe. En ese momento la cultura se diversifica y ofrece posibilidades y soluciones desde la religión y desde la razón, En alguna forma, el arte se fragmenta y se crean diversos tipos de cultura: lo religioso frente a lo racional, el arte popular frente al arte culto, el arte por el arte frente al arte articulado. Lo mismo que se empezaba a democratizar la sociedad se empezaba a democratizar la cultura, con todas sus consecuencias e implicaciones.

La tercera estación nos detiene en los últimos decenios. Es el momento de la globalización, del abandono de los sistemas absolutos de razón, del postmodernismo, del hipercapitalismo, del dominio del dinero y de las reglas del mercado, de la invasión del individualismo y del consumismo compulsivo. En este ambiente global se mueve la cultura y se mueven las creaciones culturales. Y es ahí donde la creación ha perdido tal vez su autonomía, o al menos se ha tenido que someter, como el resto de los productos, a las reglas del mercado. De ese modo, no solo la cultura habrá impregnado -acaso muy poco- el mundo global sino que este ha impregnado a su vez el mundo cultural. Al servicio de ambas direcciones, de los intercambios mutuos, se hallan los medios de comunicación, que se han convertido, hoy más que nunca, en auténticos fines, más que en simples medios, pues, no en vano, la principal globalización es la de los propios medios de comunicación. Por ello, habría que dedicar otras líneas a considerar esos medios en su amplitud y en su importancia.
Pero hoy no.

Qué lejos todo esto del trabajo callado del creador oculto y solitario, qué mundos tan distantes y distintos se dibujan entre el forjador de palabras, por ejemplo, o el del creador de melodías, con todo ese caos aparente de los medios y de las reglas implacables del comercio.

Hoy hace frío en Béjar. Ha nevado. El suelo brilla blanco y el sol refulge en rayos transparentes. Qué soledad de frío y de nostalgia. En Wall Street se anuncia una apertura a la baja y los mercados tiemblan. A Vargas Llosa lo leen en la India e Imagine de John Lennon suena en el Himalaya. Desde México vienen a oír al coro de monjes de Silos. Yo puedo comprar un canguro australiano sin moverme de mi terraza. El mundo anda convulso.

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