jueves, 17 de febrero de 2011

TU PIEL GUARDA LA EDAD DE MI MEMORIA

TU PIEL GUARDA LA EDAD DE MI MEMORIA

Hoy dejaré la luz rozando los espejos
azules de los restos de tus días.
Tu piel guarda la edad de mi memoria
pues no hay ninguna página
que se haya escrito nunca en mi cuaderno
sin la mezcla de estilos que atesora
la paleta cubierta de tus colores densos.

Voy fundiendo versiones
de una diversa y fiel fotografía,
en un flash-back sereno y demorado
en el que, con la cruel certeza
de la continuidad,
te despojo del tiempo y te voy renovando
hasta verte en el punto de salida
de un azar luminoso que dio cauce
a un imprevisto alegre y misterioso
de algo que nace, crece y se sucede
sencillamente porque así es la vida.

Hay como un simple y feliz asentimiento
después de contemplar lo que se ha ido tejiendo
con el paso rendido de los días,
con la impresión serena de esa contemplación,
con la luz y las sombras que han compartido todo.

Si te hubieras marchado de la presencia
limpia de mis manos,
bien hubiera sabido dibujar tus rasgos
para dar con tus huesos
cuarenta años más tarde
en cualquier recoveco del camino,
en cualquier rueda imbécil de reconocimiento:
quedó tan bien grabada tu secuencia
de rasgos y de horas desde el primer instante…

Y fundo las secuencias, las imágenes,
en un juego imposible de muñecas rusas…,
y las abro y las cierro tantas veces…

Te me has dado sin precio,
profesando con votos de por vida,
en un paisaje eterno y florecido
que va tomando forma según las estaciones
pero que guarda el eco y las semillas
de las primeras plantas,
de los arbustos jóvenes, del árbol
que sigue dando sombra
cuando el calor aprieta
o el frío nos convoca a sus raíces
para entender que, más allá de ellas,
mi memoria se pierde y se hace nada;
acaso porque el tiempo, mi tiempo
tiene principio y fin en tu mirada.

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