lunes, 14 de febrero de 2011

CON FLORES A MARÍA

Me da miedo que el miedo
condene mis impulsos a cien años de cárcel
y a dormir largo tiempo el sueño de los justos.
Me asusta que la vida me dé sustos
y me sacuda el tiempo de sembrar
la cosecha que transforme el futuro.
No quiero ni pensar que no hay cuidado
que cuide de mi mismo y me acobarda
sospechar que mis manos
no amenazan al viento para decirle basta.

Sé que este apocamiento
que me encoge y me lleva de la mano
hasta el refugio dulce de tus labios,
hasta la masa blanda de tus senos,
no es solo una pasión
que anule la potencia de otros brazos;
es también un contraste luminoso
entre la faz oscura y la zozobra
de esa imagen externa que me llega
desde cualquier esquina
y la quietud hermosa de todo
lo que tú me regalas
para fundar las horas y los días,
para crear sin miedo y ver la vida
sin recelos que agiten
mi incierta voluntad y mi memoria;
como si fuera alegre en una barca
que luce en proa y en popa
este frontis: “Querer y ser querido”.

Sé que puedes pensar
que este amor es amor interesado.
Tal vez tengas razón y no lo niego.
¿Es el amor acaso una mentira,
un imposible agitador de miedos,
un refugio seguro y egoísta
desde donde mirar con menos sobresalto
la progresión del cauce de la vida?

Ya ves que hoy no está el horno para bollos,
que no me como el mundo
ni te ofrezco los reinos de la luna.
Hoy ando más prosaico,
más como a ras de tierra, suplicante
tan solo de un refugio
que -no lo dudes- compartiré contigo
si ves también que todo
se te muestra borroso
y te animas a cerrarle las puertas
a toda la invasión de enfrentamientos,
de luchas, de porfías,
para quedarte solo con la pobre certeza
de que aquí hay una mano
y unos ojos dispuestos
para sentir la fuerza del relámpago,
que luce, pasa y muere
dejándonos ahítos
de ansiedad y de gozo.

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