martes, 10 de mayo de 2011

DEMOCRACIA ÉTICA

Es casi media noche y acabo de venir del Buen Pastor. Junta larguísima, como cada mes, y charla posterior en torno de una mesa bien abastada. Los residentes dormían en sus respectivas habitaciones. Ni un solo ruido exterior a la sala de juntas. Noche estrellada y temperatura agradable. La primavera reina en su esplendor. Atrás un buen fin de semana con mi familia (sábado) y con mis amigos en Monfragüe (domingo). El mundo anda desparramado y sigiloso en el entorno. Cada uno andará a lo que haya que hacer.

Sigue la música de fondo de las elecciones y no sé muy bien en qué tono se manifiestan los participantes y los aspirantes a representar a los demás. Escribo a representar y lo hago con conciencia pues, en su lugar, podía haber escrito liderar y no lo he hecho. Seguramente porque las concepciones de la vida pública a las que apuntan son totalmente distintas.

Continúo dándole vueltas al significado de esas participaciones y no lo tengo del todo claro. Siempre he pensado que el esquema debería ser más o menos este: existencia de algunas ideas organizadas, pensamiento de que esas ideas son de lo menos malo para una feliz convivencia entre los ciudadanos de una comunidad, exposición de esas ideas, predisposición a ayudar desde esa concepción aunque individualmente cueste tiempo y esfuerzo, y sometimiento a la voluntad de los electores, de tal manera que, si no es aceptada la propuesta, no pasa nada, sencillamente queda ahí en reserva por si en alguna ocasión sirviera. Y nada de gente compungida cuando se pierde, que, entre otras cosas, se libera uno de tiempo y de preocupaciones.

No estoy demasiado seguro de que este sistema funcione en la práctica, entre otras cosas porque eso significaría que se actuaría por los principios, por la ética, y no por el vencedor y por el vencido, por unos esquemas de ideas (ideologías) y no por la inercia de la victoria y la derrota.

Para ello necesitamos partidos basados en la ética, pensadores de sensatez y de sentido común, líderes, ahora sí, de las costumbres y de la honradez. Y no es fácil que el elector se encuentre a gusto en los modelos que se le presentan. Nos fallan por todas partes referentes de verdades generales, de principios que abarquen a todos los seres humanos por el hecho de serlo. Los residuos que uno parece intuir que quedan se hallan proscritos socialmente y refugiados o en el extrarradio del sistema o en partidos de izquierda en los que no cuentan demasiado. Tal vez por ello el votante medio se sienta perdido y confuso, sin saber qué palillo tocar ni en quién confiar. Ya no es tiempo de refugios religiosos, aunque buenos y cizañosos brotes se pueden observar, y los refugios sustitutorios, si no se hallan en la ética, se diluyen en los sistemas comerciales y publicitarios.

Si un votante quiere hacer recuento de lo que ha visto en los últimos cuatro años, tal vez se le vaya el resumen en enfrentamientos que poco tienen que ver con las ideas y sí mucho con los rifirrafes personales de sus representantes. Los medios de comunicación ponen el campo, establecen las reglas, seleccionan los tiempos, arbitran los partidos, determinan los vencedores y vencidos…, y los representantes se someten a su veredicto, con el único ánimo de que sus figuras individuales se mantengan a flote y puedan permanecer en el partido.

Y unos cuantos idealistas pensando todavía en las utopías, en los valores éticos y en su defensa, en la necesidad de ensalzar aquello que abarque a todos y que pueda ser modificado por todos. Qué pesados. Benditos pesados.

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