lunes, 13 de diciembre de 2010

SÍ, BOANA / BIODIVERSIDAD HUMANA

Y el mundo del dinero, a pesar de circular por autopistas sin semáforos, tiene centros de decisión muy determinados y tiene también a un grupo de lugartenientes bien reducido que ordena el tráfico a su antojo y capricho.

Cualquier ramo de actividad que consideremos apunta, en último término, al otro lado del charco, y en concreto a Wall Street. Desde USA se supervisa todo y todo se ordena. En el mundo no hay más que una bolsa de valores y, si allí estornudan, aquí nos acatarramos. Para que el imperio no se manche demasiado ni sus componentes se sientan mal en ningún momento, la producción la encargan a las sucursales repartidas por el mundo, que trabajan en unas condiciones de explotación bien conocidas para que, más tarde, el producto se reparta por todo el planeta y se ordene según las decisiones de los accionistas en el cuartel central. Naturalmente, la acción puede ser directa o indirecta, con lavado de cara o a lo bruto. El caso es que, de la manera que sea, ellos gestionan comercialmente nuestras actividades y, lo más importante, nuestra moral, nuestra ética y nuestra forma de ser.

De nuevo, lo más importante, con serlo y mucho, no es esto. Lo fundamental es que la producción, la distribución, el reparto, el nuevo orden de vida que esto comporta, la nueva ética que de ello se deriva, están condicionadas y hasta acordadas por un número muy reducido de personas. Se produce, entonces, un déficit de participación social absolutamente insoportable para la dignidad humana que, otra vez, apenas si tiene posibilidades de irse acomodando mansamente en ese nuevo orden que le viene impuesto desde fuera. La moral y la ética la imponen los mercados, los mercados están controlados por los dueños de las acciones, estos grandes dueños son muy pocos, la sociedad está condicionada por sus decisiones, las sociedades son muy poco participativas y la democracia real se resiente y hasta se volatiliza.

¿Hasta qué punto podríamos decir que el mundo se ha americanizado? Músicas, cines, literatura, elementos técnicos, pinturas, modelos culturales, modelos económicos, costumbres, lengua… Cada cual sabrá qué cuentas le salen. La Historia da cuenta de varios imperios. Este es el último. Tal vez el más tentacular y el más intenso.

Los súbditos del imperio no parecen tomárselo muy a mal a tenor de los signos de respeto, de admiración y de adoración que muestran. Considerar las atenciones que los medios de comunicación dan a cualquier anécdota de los EEUU es tan descorazonador como revelador del grado de papanatismo en el que nos movemos.

Descubrir hasta qué punto los representantes del imperio (embajadas, gerentes, encargados de negocios…) nos vigilan (véase papeles Wikileaks) es cuando menos sonrojante.

Como se propone en todos los casos, ¿cómo encontrar escape a esta imposición, a este dirigismo y a esta supervisión tan llena de aristas deficitarias?

Tal vea lo primero será volver al viejo esquema de los principios, a la necesidad de considerar principal al ser humano por el hecho de serlo, y solo después y en orden secundario al mercado y a todas sus exigencias. Hay que encontrar alma en el ser humano ya que el alma en el mercado se escabulle y se escurre como si en realidad no existiera. Si existe ética en el mundo comercial es una ética que en poco considera al ser humano como tal pues lo supedita a la cuenta de resultados y lo convierte en súbdito de quien toma las decisiones, no en su nombre precisamente. Hay que volver al hombre, al ser que siente y razona, al ser con dignidad, al ser de la igualdad y al ser de la participación.

Pero como esto parece música celestial, apuntaremos alguna posibilidad de esas que sirvan para matar el gusanillo y para acallar un poquito la conciencia.

La participación social, en estructuras pequeñas (ONGs, clubs, asociaciones…) o en estructuras grandes (partidos políticos, corrientes de pensamiento…), se presenta tal vez más necesaria que nunca.

La colaboración, en la pequeña proporción que nos permiten nuestras necesidades individuales, en todo el fenómeno del comercio justo es otro pequeño escape.

Las consideraciones teóricas en pequeñas dosis, en foros públicos mayores o menores (blogs, conferencias…) de la situación en la que nos encontramos.

El apoyo a las medidas que ayuden a la supervivencia de los productos y de los elementos culturales de otros lugares distintos del imperio y que no sean gestionados directa o indirectamente por él.

Apoyar los productos nacionales como defensa de una mínima libertad real del comercio y como parapeto frente a la invasión de los modelos imperiales. Cuánto se podría aquí analizar y proponer para el mundo del cine, por ejemplo…

Desaprobación, al menos parcial y temporal, de los principales símbolos más representativos del imperio (cocacola, hamburguesas, mundo de las marcas…).

Hace no muchos días, un ex jugador de fútbol francés, Eric Cantona, proponía un suma de acciones pequeñitas que, sumadas, podrían hacer pensar a los gurús del imperio. Proponía exactamente retirar muchos pequeños ahorros de los bancos para que la gran banca reaccionara e hiciera circular el capital que tiene ahogado al consumidor y al pequeño empresario. Parece un acto simbólico y poco productivo. De momento. Habrá que esperar para ver qué nuevas ocurrencias se proponen en los próximos tiempos.

Porque algo habrá que hacer para romper esta dinámica de concentración de decisiones.

Ya se ve que son proposiciones de andar por casa, de poca monta, de escasa trascendencia general. Pero acaso de mayor calado en el plano individual.

Porque lo que realmente hay que hacer es repensar el sistema, reordenar la escala de valores y producir un mundo nuevo. Pero ya hemos mentado a la bicha. Y se puede enfadar. Dejémosla que duerma. Y nosotros a dormir con ella. Pero, por lo que más quiera cada uno, que no sea por engaño externo, que los que nos engañemos seamos nosotros, sabiendo que nos estamos engañando.

Aún propondré otra fórmula, más enjundiosa y más duradera y consistente. No es nada nuevo, ya veréis.

Pero hoy no.

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