Estas últimas semanas del año, que cortan los vértices de esa pirámide bifronte que olvida el año viejo y saluda al nuevo año, son propicias para que, en las poblaciones pequeñas, las calles se vean más pobladas y para que aquellas caras que no se ven en el resto de la temporada reaparezcan con el paso del tiempo a cuestas y con la añoranza de tiempos pasados. Es también momento que aprovechan las instituciones para mostrar lo último del ciclo, que no suele ser lo menos lúcido.
Hoy mismo he tenido ocasión de asistir a dos manifestaciones artísticas en Béjar que vienen a demostrar el empuje creador que sigue latiendo de paredes para dentro y, como ha ocurrido hoy, de paredes para fuera.
En el Casino Obrero exponen varios pintores bejaranos: Antonio Garrido, Manuel Blázquez y Alberto Hernández. No es la exposición que más me ha impresionado pero sé que son tres artistas con base y con técnica, con ganas y con experimentación, con dominio de la técnica y con ideas que llevar al cuadro. Repito que la exposición no es la que más me ha entusiasmado, pero eso no impide que reconozca el valor de estos creadores. Al fin y al cabo, mis conocimientos pictóricos son los que son y llegan hasta donde llegan. Cualquiera de los tres expositores tiene todo que enseñarme.
En el salón más amplio he asistido a una proyección de diapositivas -menos mal que, por una vez, se le ha comido el terreno a las eternas partidas- que recogía impresiones de todo el año que acaba en esta ciudad. Eran cinco los fotógrafos: Jesús Arana, Eloy Hernández, Elices, Luis y Julián. Tampoco ha sido para mí una proyección fantástica -vaya por Dios cómo andaba mi gusto en esta fecha-; sin embargo, tengo que reproducir la misma impresión. Conozco a los fotógrafos, sé de su estupendo quehacer, he visto otros trabajos suyos que me han gustado mucho. O sea, que puedo asegurar que hay madera de la buena en su trabajo. Y faltaban otros muchos -Manolo Casadiego, por ejemplo-. He visto en el último mes otras exposiciones y he acudido a otros actos culturales en los que se proponían trabajos de otros tantos bejaranos.
Sé que en esta ciudad estrecha en la que vivo existe un buen puñado de personas que no se conforman con la descripción de los hechos sino que se esfuerzan por dar sentido a lo que ven, miran, tocan, oyen o sienten. Quiero decir que hay gente que merece la pena y que animan a seguir pensando que la llama sigue viva.
Me sigo preguntando por qué no tienen más predicamento público y por qué razón, en su patria chica se valora mucho más cualquier elemento que tenga procedencia foránea que lo que crece en los huertos próximos. La paternidad de esta admiración mal entendida es múltiple pero bien merecería una reflexión social. Porque estoy seguro de que se produce algo similar en todos los lugares.
Apuntaré tres ramas que sujetan el hecho. La primera apunta -otra vez- a los medios de comunicación, que crean sus modelos y sus diosecillos a los que hay que mantener para que no se venga abajo el negocio. La segunda tiene que ver con las personas que se dejan llevar por esa escala de valores impuesta y no reflexionada, o que, en el extremo opuesto, acuden a los actos no por el valor de la creación sino por asuntos familiares. La tercera se dirige directamente a los creadores que también se dejan llevar por el elemento snob de lo menos próximo.
El resultado apreciativo es el que es. Y no es el mejor.
Me quedo con ese gran puñado de hombres y mujeres que en Béjar sigue en su empeño de buscar algo más que la descripción de los hechos para asomarse al fantástico mundo del pensamiento y de la creación.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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1 comentario:
Yo tambien pienso que hay madera, y cada día me sorprendo más de la gente interesante que conozco a menudo, nunca pensé que esta pequeña ciudad me diera tanta vidilla.
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