Una hermosa tarde de primavera en una ciudad pequeña. Un campesino trabaja su pequeña finca aricando y preparando el terreno. Por la vera de la finca pasa un hacendado, dueño a la vez de una fábrica de tejidos.
El hacendado empresario pregunta al labrador por su trabajo. Preparo mis tierras para que en verano me den frutos, le responde el campesino. ¿Cuántas horas dedicas a tu trabajo? Solo las necesarias para que las plantas crezcan libres de malas hierbas. ¿Y el resto del tiempo? Lo dedico a mi familia: juego con mis hijos, trabajo en mi casa, ayudo a mis vecinos, aprendo la sabiduría de los mayores y leo en los libros.
El hacendado empresario se quedó mirando para el campesino y le preguntó por qué no cultivaba un terreno más grande. El campesino le respondió que no necesitaba más frutos para cubrir sus necesidades, que prefería dedicar la vida a las actividades que le acababa de enumerar.
Si supieras, le dijo el empresario; yo comencé como tú, con muy poca cosa, con un pequeño taller de confección, hace muchos años, y ahora soy dueño de una fábrica enorme y de un número de acciones que ni yo sé cuántas son. El campesino se quedó mirando para el empresario sin saber qué contestarle. Al cabo de un silencio embarazoso, le preguntó por el proceso.
Mira, le dijo, en el pequeño taller yo echaba muchas horas, apenas salía de allí. Al cabo de unos años, puse una tienda en la que vendía las prendas que confeccionaba en el taller primitivo. Más tarde amplié las ventas abriendo otras tiendas en lugares distintos. Como me fue bien, subcontraté esas tiendas y yo me dediqué a confeccionar todas las prendas que vendían ya otros. Pronto hice tratos con empresarios de grandes almacenes y con gente de la administración y me puse a confeccionar para ellos, abrí una fábrica grande y amplié todos mis negocios, compré acciones de esas compañías y terminé invirtiendo en la bolsa. Como estaba cansado de dedicar toda mi vida a los negocios, dejé todo mi dinero en manos de una compañía de inversores y yo ahora sigo los pasos de mis dividendos simplemente por teléfono.
¿Y a qué dedica usted su tiempo ahora? De nuevo se produjo un silencio un poco embarazoso. Poseo una pequeña huerta en la que cultivo hortalizas y en la que me paso buenos ratos en estas tardes hermosas de primavera, doy paseos con mis nietos y converso con las gentes de mi barrio. Ah, y me gusta hacer buenos pasteles de verdura en la cocina. Cuando quiera le invito a tomar uno.
El campesino miró al hacendado empresario y recordó aquel sabio refrán que alguien le había enseñado no sabía bien cuándo: “Para andar ese camino no hacían falta tantas alforjas”. Pero no lo reprodujo en público.
Pase usted, que vamos a echar un buen trago de mi bota. Es vino añejo y en bota sabe superior.
La tarde caía solitaria y sobria. Los primeros brotes de los árboles anunciaban la tibia y orgullosa primavera.
lunes, 20 de diciembre de 2010
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