Seguro que voy a repetir ideas; es probable que vuelva al mismo esquema, seguramente hasta doblaré palabras. Qué le vamos a hacer. Será porque hay asuntos en los que mi forma de pensar no ha cambiado y situaciones que me tocan de cerca. Vamos.
Tengo desde hace mucho tiempo como una pelea con los historiadores. Entiéndase con los historiadores que se mueven cerca de donde suelto mis pasos, por geografía o por lecturas. Consiste este distanciamiento, solo mental, que yo ya no estoy para ninguna otra disidencia, en afirmar por mi parte que los estudios históricos solo me sirven para entender mejor mi presente y para proyectar el futuro. Solo, solo, solo y otra vez solo para eso.
Cuando planteo esta afirmación, suelo encontrarme con que ellos asienten sin discusión. Otra cosa bien diferente, me parece, es que, casi cada vez que publican algún escrito, dedican prácticamente todos sus esfuerzos a la taxonomía de datos y a la reproducción de documentos. Después, cuando los leo, me parece andar repitiendo asuntos propios de ratón de biblioteca. A mí me gustaría que esos datos sirvieran de base para, desde ellos, ajustar ideas, sacar conclusiones, elaborar teorías. Vamos, para mojarse en el pensamiento. A veces tengo incluso una impresión un poco más débil para ellos: me siento como si hicieran el trabajo manual para que después yo pueda analizar y extraer esas conclusiones que les exijo a ellos. Hay algún historiador local que, según entiendo, sí se dejaba pelos en la gatera; por eso me gustaba bastante más que otros. Recuerdo aquí su nombre: José Luis Majada Neila.
Ayer asistí a la presentación de un libro que recoge la historia del Casino Obrero de Béjar en sus últimos veinticinco años. No está disponible el texto en librerías; es obvio, pues, que no lo he leído. Afirmaré también, para que no haya equívocos, que, tanto al autor como a los que le acompañaban en la presentación, les concedo todo mi crédito en la materia: desde luego tienen más capacidad que yo para tratar estos asuntos.
Pero es que allí se describió el índice del libro y todo el esfuerzo se iba en el repaso de actos y la acumulación de datos. Incluso una parte se gastó en el recuerdo de anécdotas personales que ni siquiera eran del autor. Menos mal que la tercera parte, más breve y no sé si con los asistentes ya cansados y con escasa atención, dejó en público una reflexión acerca del concepto de “sociabilidad”, concepto que podría venir a explicar los valores de este tipo de asociaciones. Solo para esta parte, para rumiar este concepto y similares es para lo que a mí me sirve cualquier tipo de historia, la de este Centro y al de cualquier otra asociación o comunidad humana.
En efecto, el Casino Obrero de Béjar ha sido siempre un diálogo con la ciudad y uno de los centros en los que la sociabilidad se ha concretado en muchos de sus aspectos en la comunidad bejarana. Y no el único; acaso ni siquiera el más importante. ¿Cómo ha sido ese diálogo? ¿Qué otras instituciones han servido también para el desahogo y la expresión de las relaciones humanas en esta ciudad estrecha? ¿Ha sido o no bueno el pretendido apoliticismo de esta institución? ¿Ha existido realmente ese apoliticismo? ¿Cuál es la actualidad de su lema? ¿Tiene vigencia y futuro este tipo de instituciones en el siglo veintiuno? ¿Realmente sigue siendo interclasista la institución?
Tengo la impresión de que, como casi siempre, nos quedamos a la puerta de la casa. Y esta tiene muchas habitaciones interiores. Hay que pasar adentro, y dar la luz, y limpiar la basura, y calmar la sed, y renovar la pintura, y, a veces, hasta cambiar el edificio.
Yo no puedo hacer otra cosa que darle las gracias al autor por su trabajo, pero me temo que los lectores corren el peligro de quedarse en las anécdotas, en las identificaciones personalistas y en los detalles varios. Cómo me gustaría provocar otra serena charla acerca del Casino Obrero en su pasado, su presente y su futuro, precisamente a partir de todos los datos compendiados en el libro que ayer se presentó al público.
sábado, 18 de diciembre de 2010
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1 comentario:
Completamente de acuerdo contigo, Antoñito.
Un abrazo.
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