Tenía una deuda a crédito y se me vencían las letras del contrato. Quiero decir que hacía mucho tiempo que tenía ganas de pasar por mi vista las imágenes de esa calle tan larga de la muerte que había visto en los medios, siempre desde la perspectiva del dolor y de la muerte, del suicidio en las venas, de lo oscuro en los ojos, de lo negro en la vida. Otro día me habían llevado en coche a pasar por el trozo de calle algo más transitable de ese pozo sin fondo, de esa flecha sin norte, de esa espada de nata que es la Cañada Real. Ya entonces pude ver, literalmente de pasada, pues no es aconsejable, ni yo me lo permito, pararme a comprobar otros detalles, lo que hay allí varado.
Eran tal vez las once y media de la mañana. El día era gris. Pintaba sábado. Las carreteras hacen recovecos en autovías que cruzan y se pierden hacia todas las partes. En una de ellas, un desvío a la derecha nos dejó en una rotonda. A partir de ella, comenzaba el infierno.
La Cañada es cañada por antigua y por pública, por común y por uso de paso ganadero. Hoy es solo una inmensa calle descarnada en la que se ha quedado a vivir la muerte disfrazada de andrajos y de lumbre blanca. En efecto, el asfalto no conoce aquel sitio. Solo baches y aguas, paredes desconchadas de colores grisáceos, ladrillos en el suelo y contrastes de puertas que esconden (solo algunas) mucho lujo en sus adentros. Tan solo es una calle que se alarga hasta el olvido por la que apenas galopan los caballos de la velocidad. Son los otros caballos los que reinan y pacen, los que piafan y trotan, los que callan y mueren. Apenas a los lados se abren algunas plazas que dan a campo abierto. Lo demás todo campo, gris y ceniciento, agónico en esta mañana de diciembre.
Pero en esos espacios agonizan los hombres y sobreviven los niños en medio de la calle, los brazos se estiran ofreciendo al efímero visitante la muerte a manos llenas. Qué caras, Dios mío, las de aquellas efigies, las de aquellos peleles en torno de una lumbre o al lado de una tienda improvisada que oculta todo el peso de la muerte.
Porque lo que se hacía visible era la cara oscura, tenebrosa y sombría, lóbrega y renegrida, de los que en realidad trafican con los otros, de los que sí que mueven el negocio del delirio, de los que se enriquecen a costa de los tristes oferentes.
Las caras de los pequeños camellos de la droga blanca aparecían sombrías y asustadas, como sin poder tenerse en pie, lacayos sin sentido de la ruina y del aniquilamiento, cadáveres andantes en espera del pico o del olvido.
Porque al lado de la miseria horrible se dejaban mirar los coches amplios, los del lujo ganado malamente, al amparo de la explotación y del negocio sucio, del tráfico sin celo y sin escrúpulo; y detrás de algunas puertas se adivinaban lujos prohibidos, clandestinos, ilegales, proscritos y excluidos del discurrir diario y normalito. Eran los menos, claro, porque, en cualquier esquina, sin pudor ni reparo, se tambaleaba un joven o se miraba cualquier hombre maduro con la jeringa en ristre o el papel preparado.
Fue solo una pasada, un cambio de dirección en medio del fango y otra vez hacia atrás. La vida con la muerte en medio de la calle, la sinrazón desnuda, el hombre hecho guiñapo y oferta del destino.
Dicen que es el lugar de España en el que más a la vista se desnuda la droga. Debe de ser verdad pues resulta difícil imaginarse más clara la herida de la muerte.
Aquello fue una imagen simplemente, un fogonazo duro y luminoso, una ráfaga gris de plomo y metralleta. El asunto es el antes y el después, la causas y los hechos que llevan hasta el fango y hasta el cieno moral de aquel depósito. Parece que la fuerza animal de la cañada, circulante y ansiosa de la vida, se hubiera estabulado para siempre, enterrada en estiércol y en basura.
Era media mañana. ¿Qué le dará la noche a La Cañada, cuando la luz se olvide de las caras y el deseo se adueñe de tantos aspirantes a los tristes efectos de los delirios blancos?
jueves, 16 de diciembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Ha descrito muy acertadamente aquel segmento de la Cañada Real que conocemos como "Valdemingómez". Pero me gustaría invitarle a conocer el resto de la Cañada, porque Valdemingómez constituye sólo una fracción que no la puede definir. Le ofrezco dos enlaces para conocernos un poquito mejor:
http://www.canadarealmerinas.es/
http://lacomunidad.elpais.com/canada-real-galiana
Un saludo.
Publicar un comentario