Echaré un vistazo a la segunda de esas patas que sostienen a ese mundo omnipresente del hipercapitalismo de los últimos años, la hipertecnología.
No necesito esforzarme demasiado para que la realidad me anegue y me empequeñezca. La afirmación de que en los últimos decenios se han producido más avances técnicos que en el resto de la Historia no incluye ninguna exageración. Es una realidad apabullante que hay que contemplar, gozar y, si se puede, analizar. No es seguro, sin embargo, que los principios básicos de la ciencia se hayan ni aumentado ni modificado demasiado. Los principios básicos se resisten a ser alcanzados y a ser descubiertos. Y tal vez no sean demasiados. En ello andan los científicos reales y más vocacionales, pero el mercado inmediato no permite el sosiego que este apartado merece. Tal vez por ello, o son las grandes compañías, que lo amortizan todo en muy corto tiempo, o son los poderes públicos los que apoyan, y en escasa medida, tales investigaciones. Algo muy distinto son los desarrollos de esos principios, es decir, las técnicas. En este apartado, la mirada se aturde y no da abasto ni siquiera para enumerar la cantidad enorme de elementos técnicos que han venido a hacer nuestra vida más llevadera y menos atada a nuestras actividades manuales: mundo de la automoción, de los electrodomésticos, de los medios de comunicación, robotizaciones, mundo de la medicina, la bioquímica, la ecología… Sencillamente apabullante.
Las sociedades más “adelantadas” se han ocupado un poco más del desarrollo científico y mucho más del desarrollo técnico. Se decía no hace muchos años que Estados Unidos pedía a Europa que formara científicos y que, una vez formados, los mandara a América para desarrollar los principios en los desarrollos técnicos.
¿Es bueno tanto adelanto técnico? No es fácil encontrarle, a primera vista, perjuicios. Todo deslumbra y ciega, todo atrae con su canto de sirenas, todo parece irresistible. Sea, pero acaso no es oro todo lo que reluce.
Lo más importante es que esa hipertecnología que todo lo invade no es un departamento estanco que tanto nos subyuga. Tal es su fuerza, en cantidad y en calidad, que ha conseguido modificar la ética y la moral de los ciudadanos y de las sociedades. Su poder ha impregnado, o tal vez ha anegado, la forma de ver la vida y los comportamientos del individuo menos avezado y con menos poder de protección. Las formas de pensar y de actuar se someten sin demasiada oposición a las exigencias del mundo de la técnica y los esfuerzos se ordenan a lo que disponga ese mundo y a los plazos que nos imponga para acercarnos a él, para introducirnos en él y para diluirnos en él. Y aquí los plazos son de letras y de renuncias constantes a todo lo que la tecnología no haya sometido a sus dominios. Un ejemplo sencillo: ¿cuántas personas no ordenan sus gastos mensuales teniendo como prioridad la exigencia del pago de la letra de un coche? Pues eso. De modo que la técnica termina por imponer sus principios, su ética y su moral. ¿O en nuestra escala de valores no anda en la cúspide la obtención de alguno de los aparatos que más lucen según la publicidad?
Indagar hasta qué punto condiciona nuestra escala de valores este mundo hipertecnificado aparece tan apasionante como imposible en estas líneas. Este, con mucha diferencia, me resulta a mí el peligro más importante.
Pero es que asoman más peligros a ese mundo que a primera vista parecía tan atractivo y maravilloso. Son los que tienen que ver más directamente con los propios elementos físicos. Y no son pocos los que ha acarreado el desarrollo hipertecnológico: desastres nucleares, desastres ecológicos (cambio climático, por ejemplo), nuevas enfermedades, alimentos contaminados. La exageración en el desarrollo técnico necesita, parece una obviedad, productos físicos más abundantes; algunos se extraen después de desechar otros muchos y comportan peligros evidentes. No en vano, el mundo de todo lo que rodea a la ecología crece exponencialmente en los últimos decenios.
A la vista de beneficios y perjuicios, cabe formularse algunas preguntas de difícil respuesta: ¿Puede haber un crecimiento desregulado mucho tiempo?, ¿este crecimiento puede ser infinito?, ¿quién tiene capacidad para ponerle los límites razonables?, ¿a qué ritmo se tiene que producir ese crecimiento?, ¿a costa de qué se está produciendo la hipertecnificación?... Desde luego que a casota de cambios morales muy profundos y de modificaciones y de peligros naturales muy notables.
Por si todo esto fuera poco, el mundo de internet ha venido a universalizar todo y a la vez a individualizarlo, a poner todo al alcance de la mano de cualquiera y a encerrar más a cada individuo en su soledad física y tal vez moral. Los vecinos son todos, pero nadie sabe en realidad dónde vive cada uno; empieza a haber más relaciones virtuales que contactos físicos y reales.
Todo ello implica un estado de inseguridad en el individuo, que tiene que combatir moviéndose en un universo convulso y de dimensiones formidables, pero a la vez en espacios personales y particularizados. Son las nuevas condiciones del hombre no ya sapiens sino tecno-sapiens. Esto le ha impuesto una nueva vida, una nueva moral, una organización social diferente.
¿Cuáles? Y yo qué sé. Hoy no.
martes, 7 de diciembre de 2010
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