Dejaré anotada, como fin de año, las lista de mis últimos libros leídos. Echo la vista atrás y se me ofrecen varias consideraciones, pero no estoy con ganas. Baste la lista como recuerdo. Algún día daré opinión.
.- Antología poética; Quevedo 9/10. Rel.
.- Del fuego; José Manuel Regalado (Poesía) 9/11.
.- Libro de los muertos; Elías Canetti (Prosa) 9/14.
.- Tradiciones salmantinas. Folklore; Varios 9/16.
.- Todos los parques no son un paraíso; Antonio Roig (Prosa) 9/21.
.- Perséfone; Ricardo Emilio Bofill (Novela) 9/22.
.- El cielo de Salamanca; VV. AA. (Poesía y Prosa) 9/23.
.- No haya edén, amapola; Andrés Martín Domínguez (Poesía) 9/30 Rel.
……………………………………………………………………………………………………………………….
.-Leyendas; G.A. Bécquer (Prosa) 10/4 Rel.
.- Juan Carlos Martínez Peña (Catálogo y textos) 10/9.
.- Decidme cómo es un árbol; Marcos Ana (Memorias) 10/24.
.- Harto de dar patadas a un bote; Jesús Urceloy (Poesía, sonetario) 10/27.
……………………………………………………………………………………………………………………….
.- Lo que me queda por vivir; Elvira Lindo (Novela) 11/1.
.- La interpretación de los sueños; Sigmund Freud 11/6.
.- Que yo soy normal; L.F. Comendador (Nov.) 11/10.
.- Riña de gatos; Eduardo Mendoza (Novela) 11/15.
.- Cancionero y romancero de ausencias; Miguel Hernández (Poesía) 11/14 Rel.
.- El rayo que no cesa; Miguel Hernández (Poesía) 11/16. Rel.
.- Hoja de ruta; José Luis Morante (Poesía) 11/19.
.- Viento del pueblo; Miguel Hernández (Poesía) 11/22. Rel.
.- Cancionero y romancero de ausencias: Miguel Hernández (Poesía) 11/25 Otra vez.
…………………………………………………………………………………………………………………
.- La cultura-mundo; Gilles Pipovetsky (Ensayo) 12/4.
.- La cultura-mundo; Gilles Lipovetsky (Ensayo) 12/10 (Nueva lectura).
.- Delirio del desarraigo; Juan José Cantón (Poesía) 12/12.
.-Alfileres; Josep M. Rodríguez (Poesía. Haikus) 12/13.
.- La ceniza y la espuma; (Poesía) 12/15.
.- Diario; Ana Frank. 12/19.
.- Muñeca rusa; Ángel González González (Poesía) 12/20.
.- Confesiones; San Agustín; (Prosa) 12/30.
jueves, 30 de diciembre de 2010
miércoles, 29 de diciembre de 2010
HAY MADERA
Estas últimas semanas del año, que cortan los vértices de esa pirámide bifronte que olvida el año viejo y saluda al nuevo año, son propicias para que, en las poblaciones pequeñas, las calles se vean más pobladas y para que aquellas caras que no se ven en el resto de la temporada reaparezcan con el paso del tiempo a cuestas y con la añoranza de tiempos pasados. Es también momento que aprovechan las instituciones para mostrar lo último del ciclo, que no suele ser lo menos lúcido.
Hoy mismo he tenido ocasión de asistir a dos manifestaciones artísticas en Béjar que vienen a demostrar el empuje creador que sigue latiendo de paredes para dentro y, como ha ocurrido hoy, de paredes para fuera.
En el Casino Obrero exponen varios pintores bejaranos: Antonio Garrido, Manuel Blázquez y Alberto Hernández. No es la exposición que más me ha impresionado pero sé que son tres artistas con base y con técnica, con ganas y con experimentación, con dominio de la técnica y con ideas que llevar al cuadro. Repito que la exposición no es la que más me ha entusiasmado, pero eso no impide que reconozca el valor de estos creadores. Al fin y al cabo, mis conocimientos pictóricos son los que son y llegan hasta donde llegan. Cualquiera de los tres expositores tiene todo que enseñarme.
En el salón más amplio he asistido a una proyección de diapositivas -menos mal que, por una vez, se le ha comido el terreno a las eternas partidas- que recogía impresiones de todo el año que acaba en esta ciudad. Eran cinco los fotógrafos: Jesús Arana, Eloy Hernández, Elices, Luis y Julián. Tampoco ha sido para mí una proyección fantástica -vaya por Dios cómo andaba mi gusto en esta fecha-; sin embargo, tengo que reproducir la misma impresión. Conozco a los fotógrafos, sé de su estupendo quehacer, he visto otros trabajos suyos que me han gustado mucho. O sea, que puedo asegurar que hay madera de la buena en su trabajo. Y faltaban otros muchos -Manolo Casadiego, por ejemplo-. He visto en el último mes otras exposiciones y he acudido a otros actos culturales en los que se proponían trabajos de otros tantos bejaranos.
Sé que en esta ciudad estrecha en la que vivo existe un buen puñado de personas que no se conforman con la descripción de los hechos sino que se esfuerzan por dar sentido a lo que ven, miran, tocan, oyen o sienten. Quiero decir que hay gente que merece la pena y que animan a seguir pensando que la llama sigue viva.
Me sigo preguntando por qué no tienen más predicamento público y por qué razón, en su patria chica se valora mucho más cualquier elemento que tenga procedencia foránea que lo que crece en los huertos próximos. La paternidad de esta admiración mal entendida es múltiple pero bien merecería una reflexión social. Porque estoy seguro de que se produce algo similar en todos los lugares.
Apuntaré tres ramas que sujetan el hecho. La primera apunta -otra vez- a los medios de comunicación, que crean sus modelos y sus diosecillos a los que hay que mantener para que no se venga abajo el negocio. La segunda tiene que ver con las personas que se dejan llevar por esa escala de valores impuesta y no reflexionada, o que, en el extremo opuesto, acuden a los actos no por el valor de la creación sino por asuntos familiares. La tercera se dirige directamente a los creadores que también se dejan llevar por el elemento snob de lo menos próximo.
El resultado apreciativo es el que es. Y no es el mejor.
Me quedo con ese gran puñado de hombres y mujeres que en Béjar sigue en su empeño de buscar algo más que la descripción de los hechos para asomarse al fantástico mundo del pensamiento y de la creación.
Hoy mismo he tenido ocasión de asistir a dos manifestaciones artísticas en Béjar que vienen a demostrar el empuje creador que sigue latiendo de paredes para dentro y, como ha ocurrido hoy, de paredes para fuera.
En el Casino Obrero exponen varios pintores bejaranos: Antonio Garrido, Manuel Blázquez y Alberto Hernández. No es la exposición que más me ha impresionado pero sé que son tres artistas con base y con técnica, con ganas y con experimentación, con dominio de la técnica y con ideas que llevar al cuadro. Repito que la exposición no es la que más me ha entusiasmado, pero eso no impide que reconozca el valor de estos creadores. Al fin y al cabo, mis conocimientos pictóricos son los que son y llegan hasta donde llegan. Cualquiera de los tres expositores tiene todo que enseñarme.
En el salón más amplio he asistido a una proyección de diapositivas -menos mal que, por una vez, se le ha comido el terreno a las eternas partidas- que recogía impresiones de todo el año que acaba en esta ciudad. Eran cinco los fotógrafos: Jesús Arana, Eloy Hernández, Elices, Luis y Julián. Tampoco ha sido para mí una proyección fantástica -vaya por Dios cómo andaba mi gusto en esta fecha-; sin embargo, tengo que reproducir la misma impresión. Conozco a los fotógrafos, sé de su estupendo quehacer, he visto otros trabajos suyos que me han gustado mucho. O sea, que puedo asegurar que hay madera de la buena en su trabajo. Y faltaban otros muchos -Manolo Casadiego, por ejemplo-. He visto en el último mes otras exposiciones y he acudido a otros actos culturales en los que se proponían trabajos de otros tantos bejaranos.
Sé que en esta ciudad estrecha en la que vivo existe un buen puñado de personas que no se conforman con la descripción de los hechos sino que se esfuerzan por dar sentido a lo que ven, miran, tocan, oyen o sienten. Quiero decir que hay gente que merece la pena y que animan a seguir pensando que la llama sigue viva.
Me sigo preguntando por qué no tienen más predicamento público y por qué razón, en su patria chica se valora mucho más cualquier elemento que tenga procedencia foránea que lo que crece en los huertos próximos. La paternidad de esta admiración mal entendida es múltiple pero bien merecería una reflexión social. Porque estoy seguro de que se produce algo similar en todos los lugares.
Apuntaré tres ramas que sujetan el hecho. La primera apunta -otra vez- a los medios de comunicación, que crean sus modelos y sus diosecillos a los que hay que mantener para que no se venga abajo el negocio. La segunda tiene que ver con las personas que se dejan llevar por esa escala de valores impuesta y no reflexionada, o que, en el extremo opuesto, acuden a los actos no por el valor de la creación sino por asuntos familiares. La tercera se dirige directamente a los creadores que también se dejan llevar por el elemento snob de lo menos próximo.
El resultado apreciativo es el que es. Y no es el mejor.
Me quedo con ese gran puñado de hombres y mujeres que en Béjar sigue en su empeño de buscar algo más que la descripción de los hechos para asomarse al fantástico mundo del pensamiento y de la creación.
martes, 28 de diciembre de 2010
TODA LA HISTORIA
Cuenta Ovidio, al comienzo de sus Metamorfosis, que hubo un tiempo muy remoto en el que por todas partes se extendía una masa confusa a la que llamaban Caos. Después un Dios separó la tierra del cielo, hizo que surgieran los campos y los valles, los bosques, las montañas… A todo ello añadió fuentes, lagos, ríos, nubes, vientos…. Cuando todo esto estuvo bien ordenado, brillaron por primera vez los astros. Después todo se habitó con seres vivientes.
Pero se echaba en falta un ser más noble que los demás creados. Fue entonces cuando Prometeo modeló con sus manos la tierra y la lluvia para crear al ser humano, y lo hizo con la forma de los dioses y además con el rostro levantado para que pudiera mirar el cielo y contemplar las estrellas. Seguro que después descansó.
Da cuenta, además, Ovidio de que, desde que surgió el ser humano, cuatro edades se han sucedido en la tierra.
La Edad de Oro, sin guerras ni castigos, sin murallas ni leyes porque no eran necesarias, con frutos permanentes y con eterna primavera. Y eso que Saturno devoraba a sus hijos. Júpiter, sin embargo, huyó de la quema.
La Edad de Plata, época del dominio de Júpiter sobre el resto de los dioses. La primavera tuvo que compartir el año con otras estaciones menos favorables y el ser humano tuvo necesidad de refugiarse y de cultivar la tierra.
La Edad de Bronce, más cruel y ya con inclinación a la violencia.
La Edad del duro Hierro, que vio la desaparición de la honradez, de la verdad y de la justicia, sustituidas por el engaño, la injusticia y la violencia, la tierra fue dividida y se apoderó del hombre la pasión por la posesión, el ser humano penetró en el interior de la tierra para robarle sus tesoros y fabricar con ellos armas mortíferas, y la guerra se adueñó del universo.
Han pasado dos mil años desde que el poeta escribió esta majestuosa obra. Desde entonces, centenares y centenares de historiadores se han dejado los sesos en investigaciones enjundiosas y complicadas. ¿Para qué? ¿No lo tenían ya todo aquí? Todo, salvo que queramos seguir añadiendo edades para rebajar la valía de los metales.
A partir de esta introducción, el autor se dedica a reproducir mitos en los que la esencia es la metamorfosis que los protagonistas sufren, las transformaciones fraudulentas en las que la naturaleza va dejando la huella de tanta falta de verdad, de tanto desasosiego, de tanta mentira apenas encubierta, de tanta sinrazón, de tanta pasión y de tanto ajetreo humano y divino.
Me alegro de que hace solo unos años tuviera la osadía de reinterpretar poéticamente todas las metamorfosis de Ovidio. Quedé satisfecho del trabajo. Y casi agotado. Tal vez habrá que ponerlo en circulación y sacarlo del cajón porque sigo confiando en su valor.
Por cierto, en la obra se trata, como se ve, todo el Génesis, pero también toda la creación del hombre, el diluvio universal y tantos otros hechos después recogidos por los textos del Libro y que han servido de base para las religiones monoteístas.
Estamos en tiempos de límites, de cambios de año, de balances, de propósitos y de planes. Aquí hay un gran índice del que echar mano. Desde nuestro siglo, por supuesto. Y desde el sentido común.
Pero se echaba en falta un ser más noble que los demás creados. Fue entonces cuando Prometeo modeló con sus manos la tierra y la lluvia para crear al ser humano, y lo hizo con la forma de los dioses y además con el rostro levantado para que pudiera mirar el cielo y contemplar las estrellas. Seguro que después descansó.
Da cuenta, además, Ovidio de que, desde que surgió el ser humano, cuatro edades se han sucedido en la tierra.
La Edad de Oro, sin guerras ni castigos, sin murallas ni leyes porque no eran necesarias, con frutos permanentes y con eterna primavera. Y eso que Saturno devoraba a sus hijos. Júpiter, sin embargo, huyó de la quema.
La Edad de Plata, época del dominio de Júpiter sobre el resto de los dioses. La primavera tuvo que compartir el año con otras estaciones menos favorables y el ser humano tuvo necesidad de refugiarse y de cultivar la tierra.
La Edad de Bronce, más cruel y ya con inclinación a la violencia.
La Edad del duro Hierro, que vio la desaparición de la honradez, de la verdad y de la justicia, sustituidas por el engaño, la injusticia y la violencia, la tierra fue dividida y se apoderó del hombre la pasión por la posesión, el ser humano penetró en el interior de la tierra para robarle sus tesoros y fabricar con ellos armas mortíferas, y la guerra se adueñó del universo.
Han pasado dos mil años desde que el poeta escribió esta majestuosa obra. Desde entonces, centenares y centenares de historiadores se han dejado los sesos en investigaciones enjundiosas y complicadas. ¿Para qué? ¿No lo tenían ya todo aquí? Todo, salvo que queramos seguir añadiendo edades para rebajar la valía de los metales.
A partir de esta introducción, el autor se dedica a reproducir mitos en los que la esencia es la metamorfosis que los protagonistas sufren, las transformaciones fraudulentas en las que la naturaleza va dejando la huella de tanta falta de verdad, de tanto desasosiego, de tanta mentira apenas encubierta, de tanta sinrazón, de tanta pasión y de tanto ajetreo humano y divino.
Me alegro de que hace solo unos años tuviera la osadía de reinterpretar poéticamente todas las metamorfosis de Ovidio. Quedé satisfecho del trabajo. Y casi agotado. Tal vez habrá que ponerlo en circulación y sacarlo del cajón porque sigo confiando en su valor.
Por cierto, en la obra se trata, como se ve, todo el Génesis, pero también toda la creación del hombre, el diluvio universal y tantos otros hechos después recogidos por los textos del Libro y que han servido de base para las religiones monoteístas.
Estamos en tiempos de límites, de cambios de año, de balances, de propósitos y de planes. Aquí hay un gran índice del que echar mano. Desde nuestro siglo, por supuesto. Y desde el sentido común.
domingo, 26 de diciembre de 2010
DÁNDOLE LA MANO A UNA NIÑA
Hoy miro hacia una luz desconcertada y limpia
y doy gracias al cielo porque impide los ocres
que a mi vista cansada transportaban los días.
Hay miradas que agotan y voces que destiñen
la hermosura del día con sus colmillos negros.
A veces pasan cosas, se desconcierta el mundo,
la luz se esconde y grita por no poder dar fe
de lo que ve desde lo alto, en su conciencia limpia.
Se alborota la paz de las laderas con gritos
de las fieras que buscan definir su territorio,
las plazas y las calles son destino
al que va sin remedio cada día
todo el cortejo anómico de la desolación,
hay gritos de agonía por todos los rincones,
se adormece el empeño y se viola la paz
con guerra permanente a vida o muerte.
¿Cómo no iba a sentirse la luz desconcertada
si llegaba con ansias de frecuentar la risa y la alegría,
si confiaba en colarse con traje de etiqueta
en el mar del silencio de los corazones?
Hoy veo a la luz desconcertada y limpia,
preguntando a la nieve si es bueno su camino,
si detiene su paso o aviva su salida,
mirándome de lado y recelosa.
Yo le prometo un baile de sosiego y de calma,
le doy fe en mi palabra de hacer cualquier milagro
pequeño, diminuto, de los de andar por casa,
para no acelerar su desconcierto ni hacer brotar sus lágrimas.
Miro hacia la montaña, blanca, limpia, cuajada,
me desnudo en la luz para que sienta celos,
doy la mano a una niña que anda por los pasillos de mi casa,
y la luz se ilumina, toma bríos, se complace,
cambia de cara, ríe, baila y me pide
un lugar donde hacer morada y guardia.
Es otra vez el mundo en movimiento.
y doy gracias al cielo porque impide los ocres
que a mi vista cansada transportaban los días.
Hay miradas que agotan y voces que destiñen
la hermosura del día con sus colmillos negros.
A veces pasan cosas, se desconcierta el mundo,
la luz se esconde y grita por no poder dar fe
de lo que ve desde lo alto, en su conciencia limpia.
Se alborota la paz de las laderas con gritos
de las fieras que buscan definir su territorio,
las plazas y las calles son destino
al que va sin remedio cada día
todo el cortejo anómico de la desolación,
hay gritos de agonía por todos los rincones,
se adormece el empeño y se viola la paz
con guerra permanente a vida o muerte.
¿Cómo no iba a sentirse la luz desconcertada
si llegaba con ansias de frecuentar la risa y la alegría,
si confiaba en colarse con traje de etiqueta
en el mar del silencio de los corazones?
Hoy veo a la luz desconcertada y limpia,
preguntando a la nieve si es bueno su camino,
si detiene su paso o aviva su salida,
mirándome de lado y recelosa.
Yo le prometo un baile de sosiego y de calma,
le doy fe en mi palabra de hacer cualquier milagro
pequeño, diminuto, de los de andar por casa,
para no acelerar su desconcierto ni hacer brotar sus lágrimas.
Miro hacia la montaña, blanca, limpia, cuajada,
me desnudo en la luz para que sienta celos,
doy la mano a una niña que anda por los pasillos de mi casa,
y la luz se ilumina, toma bríos, se complace,
cambia de cara, ríe, baila y me pide
un lugar donde hacer morada y guardia.
Es otra vez el mundo en movimiento.
viernes, 24 de diciembre de 2010
BEATAE MATRES VIRGINES
Escucho en mis altavoces “Vespro della Beata Vergine”, Claudio Monteverdi. Me pongo un poco melosín y, vete a saber por qué -seguramente sí lo sé-, me instalo en el recuerdo. Es casi Navidad. Me envuelvo en la bruma sabrosa de la música, de esas voces lanzadas, como gritos de satisfacción, al viento y de esas notas de contento y de anuncio que terminan tantas veces con el grito de gloria “Aleluya, Aleluya”.
Luego vienen los suaves de la narración para volverse pronto en nuevos gritos de triunfo. Hay respuestas de voces femeninas que parecen agradecidas, serenas y armoniosas. Son respuestas de aceptación, de agradecimiento, de diálogo fluido con las otras voces varoniles que anuncian lo que anuncian. Ni un sonido estridente, ni una nota de desagrado. El diálogo sigue hasta que termina en suave armonía. Vuelve otra vez el coro a elevarse a lo etéreo, a dialogar con nadie, solo con sus cantores, con el cielo y los aires, con lo sagrado y alto. No hay silencio de música y las notas solamente acompañan la melodía de las diversas voces. Esto sí que es diálogo y monólogo. Por momentos hay aire de baile y de corro feliz, pero todo acompasado y sin estridencias. Sigue el diálogo fragmentado en frases cortas. Todo es alabanza, todo es alegría…
En este ambiente sigo con mis líneas. Es fiesta de solsticio, ya se sabe. O se debería saber. O al menos anunciarse, que de anuncios se trata. Es orto de la luz y la esperanza, es nacimiento, en suma, de la vida.
Esta cultura cristiana, que basa sus doctrinas en algo tan difuso como un jefe sin una presencia histórica segura, que se apodera de las fiestas del ciclo natural para imponer las suyas, que fija esa luz en clave masculina, debería afirmar más la clave de esa Vergine, de esa madre de luz y de misterio, de ese camino extraño y necesario, de ese recipiente oscuro y sagrado que contiene la vida mientras se va gestando y tomando forma humana.
No estoy muy seguro de que esta religión cristiana le dé la suficiente importancia, salvo en los niveles de expresión y costumbres populares -y de esto poca cosa hasta el S XIII-, a esa figura femenina y, por extensión, a todas las figuras portadoras excelsas de lo que será vida.
Es el ser que se sujeta a todos los mandatos que la vida le impone, que dice sin aristas ese fiat a que obligan las leyes de la naturaleza, que durante tantos meses mima lo que no ve con los ojos externos, que se priva de todo pensando en el inerme nasciturus, que se somete a todos los caprichos que la vida le manda, que pare con dolor pero recoge el fruto entre sus brazos con signos de alegría y de cariño, que amamanta feliz desde su cuerpo al nacido, que forma una pareja sin remedio por más que cada día el nuevo ser ponga distancia y hasta termine perdiéndose en cualquier templo de los que van saliendo por ahí, que siempre está de guardia por si hay heridas que curar, que nunca desfallece, que ve bien cualquier cosa y convierte la pasiva en activa, o al revés, siempre con buena cara, que vive, pasa y muere sin ruidos ni estridencias, que ordena hacia el cariño nuestras vidas, que se pierde sin nombre en el olvido…
Esta es la madre buena, este es el vientre fértil, esta es la voz fecunda, este es el fiel testigo de la vida.
Tampoco estoy seguro de que esta sociedad le haya otorgado demasiadas medallas. Ya se sabe, no son unidades económicas contables como madres, solo estorbos y faltas al trabajo, pérdidas en las cuentas y escasos beneficios, reproductoras fieles de manos que valdrán para el trabajo en otros tiempos, y en tantísimos casos descanso del guerrero.
Si muriera o muriese cualquier soldado raso en acto de servicio -no hay medida si es oficial o jefe-, se erigirán excelsos monumentos, se celebrarán ritos, se guardará memoria.
Las madres dan la vida mientras mueren y dejan sus cuerpos anchos y un poco ajados mientras se va su tiempo en tiempo de sus hijos. Estas sí que merecen todas un monumento de eterna permanencia, de recuerdo fecundo, y un medallero inmenso.
Es tiempo de la luz. Es tiempo de las madres. Es tiempo de la vida. Es tiempo de dar gracias. Es tiempo de cantar Aleluya, Aleluya. Que viva su recuerdo.
Luego vienen los suaves de la narración para volverse pronto en nuevos gritos de triunfo. Hay respuestas de voces femeninas que parecen agradecidas, serenas y armoniosas. Son respuestas de aceptación, de agradecimiento, de diálogo fluido con las otras voces varoniles que anuncian lo que anuncian. Ni un sonido estridente, ni una nota de desagrado. El diálogo sigue hasta que termina en suave armonía. Vuelve otra vez el coro a elevarse a lo etéreo, a dialogar con nadie, solo con sus cantores, con el cielo y los aires, con lo sagrado y alto. No hay silencio de música y las notas solamente acompañan la melodía de las diversas voces. Esto sí que es diálogo y monólogo. Por momentos hay aire de baile y de corro feliz, pero todo acompasado y sin estridencias. Sigue el diálogo fragmentado en frases cortas. Todo es alabanza, todo es alegría…
En este ambiente sigo con mis líneas. Es fiesta de solsticio, ya se sabe. O se debería saber. O al menos anunciarse, que de anuncios se trata. Es orto de la luz y la esperanza, es nacimiento, en suma, de la vida.
Esta cultura cristiana, que basa sus doctrinas en algo tan difuso como un jefe sin una presencia histórica segura, que se apodera de las fiestas del ciclo natural para imponer las suyas, que fija esa luz en clave masculina, debería afirmar más la clave de esa Vergine, de esa madre de luz y de misterio, de ese camino extraño y necesario, de ese recipiente oscuro y sagrado que contiene la vida mientras se va gestando y tomando forma humana.
No estoy muy seguro de que esta religión cristiana le dé la suficiente importancia, salvo en los niveles de expresión y costumbres populares -y de esto poca cosa hasta el S XIII-, a esa figura femenina y, por extensión, a todas las figuras portadoras excelsas de lo que será vida.
Es el ser que se sujeta a todos los mandatos que la vida le impone, que dice sin aristas ese fiat a que obligan las leyes de la naturaleza, que durante tantos meses mima lo que no ve con los ojos externos, que se priva de todo pensando en el inerme nasciturus, que se somete a todos los caprichos que la vida le manda, que pare con dolor pero recoge el fruto entre sus brazos con signos de alegría y de cariño, que amamanta feliz desde su cuerpo al nacido, que forma una pareja sin remedio por más que cada día el nuevo ser ponga distancia y hasta termine perdiéndose en cualquier templo de los que van saliendo por ahí, que siempre está de guardia por si hay heridas que curar, que nunca desfallece, que ve bien cualquier cosa y convierte la pasiva en activa, o al revés, siempre con buena cara, que vive, pasa y muere sin ruidos ni estridencias, que ordena hacia el cariño nuestras vidas, que se pierde sin nombre en el olvido…
Esta es la madre buena, este es el vientre fértil, esta es la voz fecunda, este es el fiel testigo de la vida.
Tampoco estoy seguro de que esta sociedad le haya otorgado demasiadas medallas. Ya se sabe, no son unidades económicas contables como madres, solo estorbos y faltas al trabajo, pérdidas en las cuentas y escasos beneficios, reproductoras fieles de manos que valdrán para el trabajo en otros tiempos, y en tantísimos casos descanso del guerrero.
Si muriera o muriese cualquier soldado raso en acto de servicio -no hay medida si es oficial o jefe-, se erigirán excelsos monumentos, se celebrarán ritos, se guardará memoria.
Las madres dan la vida mientras mueren y dejan sus cuerpos anchos y un poco ajados mientras se va su tiempo en tiempo de sus hijos. Estas sí que merecen todas un monumento de eterna permanencia, de recuerdo fecundo, y un medallero inmenso.
Es tiempo de la luz. Es tiempo de las madres. Es tiempo de la vida. Es tiempo de dar gracias. Es tiempo de cantar Aleluya, Aleluya. Que viva su recuerdo.
jueves, 23 de diciembre de 2010
MALOS TIEMPOS
La Cadena 4 cambia de dueño y cambia de modos y de modales. CNN+ se queda por el camino.
Las empresas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Ya se sabe, casi como con la categoría del ser humano. Muchas ni siquiera crecen, y se quedan pronto en el olvido. Hasta aquí todo parece repetido y soportable: nada nuevo bajo el sol.
Tampoco es importante que el nombre del difunto sea uno u otro, salvo, claro, para sus accionistas. Algo bien diferente es lo que viene a demostrar la tendencia y lo que evidencian las proporciones.
La desaparición de cualquier medio de comunicación es, antes que nada, una voz que enmudece, una forma de ver el mundo, de hacer visible esa visión, de poner en el escaparate otro modelo para comparar y, en su caso, comprar.
No todas las voces son igualmente respetables. Ni mucho menos. Respetables son las personas, pero no las ideas que incorporan. Y, aun así, uno siente que las voces plurales no son lo peor y que, si se respetaran los límites del sentido común y de alguna racionalidad, todos cabemos y la pluralidad se muestra superior a la singularidad y a la única voz.
Aquí he expresado varias veces mis precauciones casi infinitas respecto de los medios de comunicación. Solo volveré a recordar aquí en manos de quiénes están las acciones y la escala de valores que incorpora el dinero y ese mundo de los mercados.
Pero en todo hay grados y a ellos me acojo. Por eso creo que algunos profesionales de estos medios se salvaban, en mi apreciación, de la quema general y de la medianía. Por encima de todos, quiero destacar el caso de Iñaki Gabilondo. Son muchos años viéndolo trabajar y siguiendo su trayectoria. No es cosa de un día ni de una moda. Detrás de su trabajo hay inevitablemente una escala de valores que a mí me agrada. Por desgracia, desde hace muchos años también, él ha sido el blanco de los medios más escorados a la derecha, que, coño, son todos pues todos sirven al mismo dios: el capital y los accionistas. En el fondo, tengo la impresión de que todos los que tanto lo han insultado aspiraron siempre a parecerse en alguna medida a él y a arrebatarle sus oyentes. Seguramente habrá ganado el suficiente dinero –se lo he oído decir a él mismo- como para no tener ninguna preocupación personal. No es eso lo que se lamenta aquí. Se lamenta el apagón de otra voz lúcida y dispuesta a dar cabida a posibilidades pero no a dejarse llevar por el fanatismo, a decir lo que pensaba pero no desde el insulto como medio y como fin, a sembrar también la duda en sí mismo y en los demás como fórmula para seguir creciendo en busca de la verdad, frente a tanto fanático e insultador profesional subido en púlpito religioso o regalado. Yo siento que se vayan estos profesionales. Los insultos que se pueden leer y oír en muchos medios, dirigidos a Gabilondo, estos días dan muestra de la barbarie en la que andamos instalados en este país y de lo que nos puede esperar después de lo que se viene cocinando en odio desde hace tantos años.
Y, por encima de todo ello, me quedo en la reflexión de los escasos lugares que quedan en el panorama de la exposición pública desde medios potentes. ¿Qué voz le queda a las ideas de progreso en este país? Apenas se oyen los ecos. Y, lo que es peor, si esto sigue con este ritmo, pronto no se oirá ni el silencio. Malos tiempos.
Las empresas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Ya se sabe, casi como con la categoría del ser humano. Muchas ni siquiera crecen, y se quedan pronto en el olvido. Hasta aquí todo parece repetido y soportable: nada nuevo bajo el sol.
Tampoco es importante que el nombre del difunto sea uno u otro, salvo, claro, para sus accionistas. Algo bien diferente es lo que viene a demostrar la tendencia y lo que evidencian las proporciones.
La desaparición de cualquier medio de comunicación es, antes que nada, una voz que enmudece, una forma de ver el mundo, de hacer visible esa visión, de poner en el escaparate otro modelo para comparar y, en su caso, comprar.
No todas las voces son igualmente respetables. Ni mucho menos. Respetables son las personas, pero no las ideas que incorporan. Y, aun así, uno siente que las voces plurales no son lo peor y que, si se respetaran los límites del sentido común y de alguna racionalidad, todos cabemos y la pluralidad se muestra superior a la singularidad y a la única voz.
Aquí he expresado varias veces mis precauciones casi infinitas respecto de los medios de comunicación. Solo volveré a recordar aquí en manos de quiénes están las acciones y la escala de valores que incorpora el dinero y ese mundo de los mercados.
Pero en todo hay grados y a ellos me acojo. Por eso creo que algunos profesionales de estos medios se salvaban, en mi apreciación, de la quema general y de la medianía. Por encima de todos, quiero destacar el caso de Iñaki Gabilondo. Son muchos años viéndolo trabajar y siguiendo su trayectoria. No es cosa de un día ni de una moda. Detrás de su trabajo hay inevitablemente una escala de valores que a mí me agrada. Por desgracia, desde hace muchos años también, él ha sido el blanco de los medios más escorados a la derecha, que, coño, son todos pues todos sirven al mismo dios: el capital y los accionistas. En el fondo, tengo la impresión de que todos los que tanto lo han insultado aspiraron siempre a parecerse en alguna medida a él y a arrebatarle sus oyentes. Seguramente habrá ganado el suficiente dinero –se lo he oído decir a él mismo- como para no tener ninguna preocupación personal. No es eso lo que se lamenta aquí. Se lamenta el apagón de otra voz lúcida y dispuesta a dar cabida a posibilidades pero no a dejarse llevar por el fanatismo, a decir lo que pensaba pero no desde el insulto como medio y como fin, a sembrar también la duda en sí mismo y en los demás como fórmula para seguir creciendo en busca de la verdad, frente a tanto fanático e insultador profesional subido en púlpito religioso o regalado. Yo siento que se vayan estos profesionales. Los insultos que se pueden leer y oír en muchos medios, dirigidos a Gabilondo, estos días dan muestra de la barbarie en la que andamos instalados en este país y de lo que nos puede esperar después de lo que se viene cocinando en odio desde hace tantos años.
Y, por encima de todo ello, me quedo en la reflexión de los escasos lugares que quedan en el panorama de la exposición pública desde medios potentes. ¿Qué voz le queda a las ideas de progreso en este país? Apenas se oyen los ecos. Y, lo que es peor, si esto sigue con este ritmo, pronto no se oirá ni el silencio. Malos tiempos.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
CANCIÓN PARA TODO EL AÑO
CANCIÓN PARA TODO EL AÑO
Que el corazón sepa lo que hay que saber,
que no rompa sueños de amor la razón,
que todos perciban que hay luz en ti mismo,
que todos escuchen la sed de tu voz.
Que la otra mejilla sea siempre la otra,
que no haya enemigos en tu corazón,
que venza el que evite empezar la batalla,
que no haya vencido ni mal ganador.
Que huyan de las páginas de los diccionarios,
que ni las palabras enfrenten su voz,
que vida, amor, risa, llenen los espacios,
que queden vacíos muerte, odio y dolor.
Que sean mayoría los números pares,
que el plural sea el número más consolador,
que sea solo un dicho tirar de la manta,
que todos prefieran nosotros a yo.
Que nada sea todo ni todo sea nada,
que lo más complejo sea solo una flor,
que la vida sople con aires de fiesta,
que un año sea un año cargado de amor.
Que el señor desánimo sea un desconocido,
que todos se alegren cuando ría yo,
que todo se ofrezca por ser vos quien sois,
que nada se compre por la voz en off.
Que el tiempo te encuentre siempre de viaje,
que el espacio sepa que no hay estación,
que tú seas tú mismo y los otros pronombres,
que seas siempre un hola y nunca un adiós.
N.B. Para los que se asomen a esta ventana y para todos los que no saben que existe. Felices fiestas y un abrazo.
Que el corazón sepa lo que hay que saber,
que no rompa sueños de amor la razón,
que todos perciban que hay luz en ti mismo,
que todos escuchen la sed de tu voz.
Que la otra mejilla sea siempre la otra,
que no haya enemigos en tu corazón,
que venza el que evite empezar la batalla,
que no haya vencido ni mal ganador.
Que huyan de las páginas de los diccionarios,
que ni las palabras enfrenten su voz,
que vida, amor, risa, llenen los espacios,
que queden vacíos muerte, odio y dolor.
Que sean mayoría los números pares,
que el plural sea el número más consolador,
que sea solo un dicho tirar de la manta,
que todos prefieran nosotros a yo.
Que nada sea todo ni todo sea nada,
que lo más complejo sea solo una flor,
que la vida sople con aires de fiesta,
que un año sea un año cargado de amor.
Que el señor desánimo sea un desconocido,
que todos se alegren cuando ría yo,
que todo se ofrezca por ser vos quien sois,
que nada se compre por la voz en off.
Que el tiempo te encuentre siempre de viaje,
que el espacio sepa que no hay estación,
que tú seas tú mismo y los otros pronombres,
que seas siempre un hola y nunca un adiós.
N.B. Para los que se asomen a esta ventana y para todos los que no saben que existe. Felices fiestas y un abrazo.
martes, 21 de diciembre de 2010
"SI HE DE MORIR..."
“SI HE DE MORIR…”
Marca límites claros
al discurrir violento de mis inclinaciones.
No dejes que me nuble
la distancia sin nombre del lejano horizonte.
Ponme el dedo en la llaga
para no ver las causas de la presente herida.
Quémame en esta hoguera
y no quede de mí ni la huella febril de las cenizas.
Dame tu mano tierna
para cerrar mis ojos a la atracción fatal de los recuerdos.
Máteme tu presencia
anulando los ecos de otras voces extrañas.
He visto el horizonte de la muerte,
su figura vestida de pared muy opaca.
He sentido el sabor de la certeza,
de la frontera inútil y abismada
hacia el reino confuso de la ausencia.
Ese horizonte cierto, impenetrable,
me anula los espacios y me niega los tiempos,
me abandona sin causa a la intemperie,
al gozo y al dolor, al sinsentido.
La misma observación ha de empujarme
a deshojar con prisa y sin reparos
los frutos sazonados de la vida.
Ni sí ni no, ni todo lo contrario.
Solo amor, gozo, dicha, gusto, vida.
Marca límites claros
al discurrir violento de mis inclinaciones.
No dejes que me nuble
la distancia sin nombre del lejano horizonte.
Ponme el dedo en la llaga
para no ver las causas de la presente herida.
Quémame en esta hoguera
y no quede de mí ni la huella febril de las cenizas.
Dame tu mano tierna
para cerrar mis ojos a la atracción fatal de los recuerdos.
Máteme tu presencia
anulando los ecos de otras voces extrañas.
He visto el horizonte de la muerte,
su figura vestida de pared muy opaca.
He sentido el sabor de la certeza,
de la frontera inútil y abismada
hacia el reino confuso de la ausencia.
Ese horizonte cierto, impenetrable,
me anula los espacios y me niega los tiempos,
me abandona sin causa a la intemperie,
al gozo y al dolor, al sinsentido.
La misma observación ha de empujarme
a deshojar con prisa y sin reparos
los frutos sazonados de la vida.
Ni sí ni no, ni todo lo contrario.
Solo amor, gozo, dicha, gusto, vida.
lunes, 20 de diciembre de 2010
CUENTO DE NAVIDAD
Una hermosa tarde de primavera en una ciudad pequeña. Un campesino trabaja su pequeña finca aricando y preparando el terreno. Por la vera de la finca pasa un hacendado, dueño a la vez de una fábrica de tejidos.
El hacendado empresario pregunta al labrador por su trabajo. Preparo mis tierras para que en verano me den frutos, le responde el campesino. ¿Cuántas horas dedicas a tu trabajo? Solo las necesarias para que las plantas crezcan libres de malas hierbas. ¿Y el resto del tiempo? Lo dedico a mi familia: juego con mis hijos, trabajo en mi casa, ayudo a mis vecinos, aprendo la sabiduría de los mayores y leo en los libros.
El hacendado empresario se quedó mirando para el campesino y le preguntó por qué no cultivaba un terreno más grande. El campesino le respondió que no necesitaba más frutos para cubrir sus necesidades, que prefería dedicar la vida a las actividades que le acababa de enumerar.
Si supieras, le dijo el empresario; yo comencé como tú, con muy poca cosa, con un pequeño taller de confección, hace muchos años, y ahora soy dueño de una fábrica enorme y de un número de acciones que ni yo sé cuántas son. El campesino se quedó mirando para el empresario sin saber qué contestarle. Al cabo de un silencio embarazoso, le preguntó por el proceso.
Mira, le dijo, en el pequeño taller yo echaba muchas horas, apenas salía de allí. Al cabo de unos años, puse una tienda en la que vendía las prendas que confeccionaba en el taller primitivo. Más tarde amplié las ventas abriendo otras tiendas en lugares distintos. Como me fue bien, subcontraté esas tiendas y yo me dediqué a confeccionar todas las prendas que vendían ya otros. Pronto hice tratos con empresarios de grandes almacenes y con gente de la administración y me puse a confeccionar para ellos, abrí una fábrica grande y amplié todos mis negocios, compré acciones de esas compañías y terminé invirtiendo en la bolsa. Como estaba cansado de dedicar toda mi vida a los negocios, dejé todo mi dinero en manos de una compañía de inversores y yo ahora sigo los pasos de mis dividendos simplemente por teléfono.
¿Y a qué dedica usted su tiempo ahora? De nuevo se produjo un silencio un poco embarazoso. Poseo una pequeña huerta en la que cultivo hortalizas y en la que me paso buenos ratos en estas tardes hermosas de primavera, doy paseos con mis nietos y converso con las gentes de mi barrio. Ah, y me gusta hacer buenos pasteles de verdura en la cocina. Cuando quiera le invito a tomar uno.
El campesino miró al hacendado empresario y recordó aquel sabio refrán que alguien le había enseñado no sabía bien cuándo: “Para andar ese camino no hacían falta tantas alforjas”. Pero no lo reprodujo en público.
Pase usted, que vamos a echar un buen trago de mi bota. Es vino añejo y en bota sabe superior.
La tarde caía solitaria y sobria. Los primeros brotes de los árboles anunciaban la tibia y orgullosa primavera.
El hacendado empresario pregunta al labrador por su trabajo. Preparo mis tierras para que en verano me den frutos, le responde el campesino. ¿Cuántas horas dedicas a tu trabajo? Solo las necesarias para que las plantas crezcan libres de malas hierbas. ¿Y el resto del tiempo? Lo dedico a mi familia: juego con mis hijos, trabajo en mi casa, ayudo a mis vecinos, aprendo la sabiduría de los mayores y leo en los libros.
El hacendado empresario se quedó mirando para el campesino y le preguntó por qué no cultivaba un terreno más grande. El campesino le respondió que no necesitaba más frutos para cubrir sus necesidades, que prefería dedicar la vida a las actividades que le acababa de enumerar.
Si supieras, le dijo el empresario; yo comencé como tú, con muy poca cosa, con un pequeño taller de confección, hace muchos años, y ahora soy dueño de una fábrica enorme y de un número de acciones que ni yo sé cuántas son. El campesino se quedó mirando para el empresario sin saber qué contestarle. Al cabo de un silencio embarazoso, le preguntó por el proceso.
Mira, le dijo, en el pequeño taller yo echaba muchas horas, apenas salía de allí. Al cabo de unos años, puse una tienda en la que vendía las prendas que confeccionaba en el taller primitivo. Más tarde amplié las ventas abriendo otras tiendas en lugares distintos. Como me fue bien, subcontraté esas tiendas y yo me dediqué a confeccionar todas las prendas que vendían ya otros. Pronto hice tratos con empresarios de grandes almacenes y con gente de la administración y me puse a confeccionar para ellos, abrí una fábrica grande y amplié todos mis negocios, compré acciones de esas compañías y terminé invirtiendo en la bolsa. Como estaba cansado de dedicar toda mi vida a los negocios, dejé todo mi dinero en manos de una compañía de inversores y yo ahora sigo los pasos de mis dividendos simplemente por teléfono.
¿Y a qué dedica usted su tiempo ahora? De nuevo se produjo un silencio un poco embarazoso. Poseo una pequeña huerta en la que cultivo hortalizas y en la que me paso buenos ratos en estas tardes hermosas de primavera, doy paseos con mis nietos y converso con las gentes de mi barrio. Ah, y me gusta hacer buenos pasteles de verdura en la cocina. Cuando quiera le invito a tomar uno.
El campesino miró al hacendado empresario y recordó aquel sabio refrán que alguien le había enseñado no sabía bien cuándo: “Para andar ese camino no hacían falta tantas alforjas”. Pero no lo reprodujo en público.
Pase usted, que vamos a echar un buen trago de mi bota. Es vino añejo y en bota sabe superior.
La tarde caía solitaria y sobria. Los primeros brotes de los árboles anunciaban la tibia y orgullosa primavera.
domingo, 19 de diciembre de 2010
LIBERTAD:ESE OSCURO OBJETO DE DESEO
Estas fechas repiten cada año los deseos mejores y las felicitaciones privadas, semipúblicas y públicas. Ya lo haré yo cualquier día. A mi casa llegan formatos más o menos originales, aunque a todos les concedo el valor de la amistad y de las palabras sinceras. Quiero creer que así es.
Lo cierto es que no todas tienen la misma originalidad ni la misma enjundia. Algunas me ayudan a pensar un poco y me liberan algún minuto del día en que las recibo.
Uno de estos días he recibido una postal con este texto: “La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho” Víctor Hugo. Luego acompañan firmas y anagramas. Todo un frontispicio para una tarde de domingo como esta, sin perspectivas de mucho sol ya ni de experiencias raras.
Como se ve, el autor francés fraccionaba, o mejor diferenciaba, el concepto según contextos. Como si no sirviera por sí mismo sino solo aplicado a un campo determinado. En todo caso, las tres acepciones son aplicables al sujeto hombre, y esto es lo importante.
En la filosofía, se ve al ser humano pensante, como tratando de alcanzar lo desnudo de la idea, la organización conceptual universal, la verdad a la intemperie, el sol en el cenit o la sombra en medio de la noche. Aquí el ser se ha despojado de la individualidad y se ha convertido en un buscador de la piedra última, en un arquitecto del palacio final, en un simple vehículo de la propia idea. O casi.
En el arte, el individuo vuelve a individualizarse pero con el deseo de apartarse de la norma, del común, de la medianía, del factor común, de lo mostrenco y grosero, de lo consabido. Ahora el ser, el artista, anda buscando sin saber siquiera lo que busca, sin control definido, sin sapiencia perfecta, sin control de sus pasos, sin dibujo del arco donde tal vez ande la meta. Es que ni siquiera desea que haya meta, porque es el camino el lugar del deslumbramiento, el trayecto el que da sentido a su experiencia, el rincón del iniciado el que justifica su esfuerzo. Aquí la libertad no tiene aristas definidas ni cuentas ajustables a ciencia concebida, la libertad es acto de un dios en creación, en fiesta y en orgía. O casi.
En la política, la persona se pluraliza, se concreta en referencias, se busca las aristas, se limita en los derechos de todos los demás, se mueve con la espada de la ley pendiente de sus actos, se cobija en las letras de la norma, se ve social y debe abrir los ojos para no desviarse y para no romper el equilibrio, se mueve en las aceras al compás del semáforo, la vida le concierne desde el concepto extraño de la sociabilidad, tiene que hacer horarios en tiempos y en espacios contando con los otros y dibujar la vida con colores que aguanten la mirada plural de los vecinos, tiene que… O casi.
Nihil mihi alienum puto. Nada me es ajeno. A mí tampoco. Porque soy ser humano. Y a veces soy aprendiz de filósofo, otras veces intento algún puntito de creación, y siempre aspiro a ver la norma como algo que me mata pero que a la vez me permite la supervivencia en este extraño mundo en el que habito o acaso que me habita.
Hace apenas dos meses disertaba en público precisamente tratando de concretar este extraño concepto de la libertad. No está mal como deseo. Otra cosa es la realidad de cada hora. Ahí seguimos. También en estas fiestas y viendo cómo se nos echa encima el nuevo año. Pues eso.
Lo cierto es que no todas tienen la misma originalidad ni la misma enjundia. Algunas me ayudan a pensar un poco y me liberan algún minuto del día en que las recibo.
Uno de estos días he recibido una postal con este texto: “La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho” Víctor Hugo. Luego acompañan firmas y anagramas. Todo un frontispicio para una tarde de domingo como esta, sin perspectivas de mucho sol ya ni de experiencias raras.
Como se ve, el autor francés fraccionaba, o mejor diferenciaba, el concepto según contextos. Como si no sirviera por sí mismo sino solo aplicado a un campo determinado. En todo caso, las tres acepciones son aplicables al sujeto hombre, y esto es lo importante.
En la filosofía, se ve al ser humano pensante, como tratando de alcanzar lo desnudo de la idea, la organización conceptual universal, la verdad a la intemperie, el sol en el cenit o la sombra en medio de la noche. Aquí el ser se ha despojado de la individualidad y se ha convertido en un buscador de la piedra última, en un arquitecto del palacio final, en un simple vehículo de la propia idea. O casi.
En el arte, el individuo vuelve a individualizarse pero con el deseo de apartarse de la norma, del común, de la medianía, del factor común, de lo mostrenco y grosero, de lo consabido. Ahora el ser, el artista, anda buscando sin saber siquiera lo que busca, sin control definido, sin sapiencia perfecta, sin control de sus pasos, sin dibujo del arco donde tal vez ande la meta. Es que ni siquiera desea que haya meta, porque es el camino el lugar del deslumbramiento, el trayecto el que da sentido a su experiencia, el rincón del iniciado el que justifica su esfuerzo. Aquí la libertad no tiene aristas definidas ni cuentas ajustables a ciencia concebida, la libertad es acto de un dios en creación, en fiesta y en orgía. O casi.
En la política, la persona se pluraliza, se concreta en referencias, se busca las aristas, se limita en los derechos de todos los demás, se mueve con la espada de la ley pendiente de sus actos, se cobija en las letras de la norma, se ve social y debe abrir los ojos para no desviarse y para no romper el equilibrio, se mueve en las aceras al compás del semáforo, la vida le concierne desde el concepto extraño de la sociabilidad, tiene que hacer horarios en tiempos y en espacios contando con los otros y dibujar la vida con colores que aguanten la mirada plural de los vecinos, tiene que… O casi.
Nihil mihi alienum puto. Nada me es ajeno. A mí tampoco. Porque soy ser humano. Y a veces soy aprendiz de filósofo, otras veces intento algún puntito de creación, y siempre aspiro a ver la norma como algo que me mata pero que a la vez me permite la supervivencia en este extraño mundo en el que habito o acaso que me habita.
Hace apenas dos meses disertaba en público precisamente tratando de concretar este extraño concepto de la libertad. No está mal como deseo. Otra cosa es la realidad de cada hora. Ahí seguimos. También en estas fiestas y viendo cómo se nos echa encima el nuevo año. Pues eso.
sábado, 18 de diciembre de 2010
DATOS PARA REFLEXIONAR
Seguro que voy a repetir ideas; es probable que vuelva al mismo esquema, seguramente hasta doblaré palabras. Qué le vamos a hacer. Será porque hay asuntos en los que mi forma de pensar no ha cambiado y situaciones que me tocan de cerca. Vamos.
Tengo desde hace mucho tiempo como una pelea con los historiadores. Entiéndase con los historiadores que se mueven cerca de donde suelto mis pasos, por geografía o por lecturas. Consiste este distanciamiento, solo mental, que yo ya no estoy para ninguna otra disidencia, en afirmar por mi parte que los estudios históricos solo me sirven para entender mejor mi presente y para proyectar el futuro. Solo, solo, solo y otra vez solo para eso.
Cuando planteo esta afirmación, suelo encontrarme con que ellos asienten sin discusión. Otra cosa bien diferente, me parece, es que, casi cada vez que publican algún escrito, dedican prácticamente todos sus esfuerzos a la taxonomía de datos y a la reproducción de documentos. Después, cuando los leo, me parece andar repitiendo asuntos propios de ratón de biblioteca. A mí me gustaría que esos datos sirvieran de base para, desde ellos, ajustar ideas, sacar conclusiones, elaborar teorías. Vamos, para mojarse en el pensamiento. A veces tengo incluso una impresión un poco más débil para ellos: me siento como si hicieran el trabajo manual para que después yo pueda analizar y extraer esas conclusiones que les exijo a ellos. Hay algún historiador local que, según entiendo, sí se dejaba pelos en la gatera; por eso me gustaba bastante más que otros. Recuerdo aquí su nombre: José Luis Majada Neila.
Ayer asistí a la presentación de un libro que recoge la historia del Casino Obrero de Béjar en sus últimos veinticinco años. No está disponible el texto en librerías; es obvio, pues, que no lo he leído. Afirmaré también, para que no haya equívocos, que, tanto al autor como a los que le acompañaban en la presentación, les concedo todo mi crédito en la materia: desde luego tienen más capacidad que yo para tratar estos asuntos.
Pero es que allí se describió el índice del libro y todo el esfuerzo se iba en el repaso de actos y la acumulación de datos. Incluso una parte se gastó en el recuerdo de anécdotas personales que ni siquiera eran del autor. Menos mal que la tercera parte, más breve y no sé si con los asistentes ya cansados y con escasa atención, dejó en público una reflexión acerca del concepto de “sociabilidad”, concepto que podría venir a explicar los valores de este tipo de asociaciones. Solo para esta parte, para rumiar este concepto y similares es para lo que a mí me sirve cualquier tipo de historia, la de este Centro y al de cualquier otra asociación o comunidad humana.
En efecto, el Casino Obrero de Béjar ha sido siempre un diálogo con la ciudad y uno de los centros en los que la sociabilidad se ha concretado en muchos de sus aspectos en la comunidad bejarana. Y no el único; acaso ni siquiera el más importante. ¿Cómo ha sido ese diálogo? ¿Qué otras instituciones han servido también para el desahogo y la expresión de las relaciones humanas en esta ciudad estrecha? ¿Ha sido o no bueno el pretendido apoliticismo de esta institución? ¿Ha existido realmente ese apoliticismo? ¿Cuál es la actualidad de su lema? ¿Tiene vigencia y futuro este tipo de instituciones en el siglo veintiuno? ¿Realmente sigue siendo interclasista la institución?
Tengo la impresión de que, como casi siempre, nos quedamos a la puerta de la casa. Y esta tiene muchas habitaciones interiores. Hay que pasar adentro, y dar la luz, y limpiar la basura, y calmar la sed, y renovar la pintura, y, a veces, hasta cambiar el edificio.
Yo no puedo hacer otra cosa que darle las gracias al autor por su trabajo, pero me temo que los lectores corren el peligro de quedarse en las anécdotas, en las identificaciones personalistas y en los detalles varios. Cómo me gustaría provocar otra serena charla acerca del Casino Obrero en su pasado, su presente y su futuro, precisamente a partir de todos los datos compendiados en el libro que ayer se presentó al público.
Tengo desde hace mucho tiempo como una pelea con los historiadores. Entiéndase con los historiadores que se mueven cerca de donde suelto mis pasos, por geografía o por lecturas. Consiste este distanciamiento, solo mental, que yo ya no estoy para ninguna otra disidencia, en afirmar por mi parte que los estudios históricos solo me sirven para entender mejor mi presente y para proyectar el futuro. Solo, solo, solo y otra vez solo para eso.
Cuando planteo esta afirmación, suelo encontrarme con que ellos asienten sin discusión. Otra cosa bien diferente, me parece, es que, casi cada vez que publican algún escrito, dedican prácticamente todos sus esfuerzos a la taxonomía de datos y a la reproducción de documentos. Después, cuando los leo, me parece andar repitiendo asuntos propios de ratón de biblioteca. A mí me gustaría que esos datos sirvieran de base para, desde ellos, ajustar ideas, sacar conclusiones, elaborar teorías. Vamos, para mojarse en el pensamiento. A veces tengo incluso una impresión un poco más débil para ellos: me siento como si hicieran el trabajo manual para que después yo pueda analizar y extraer esas conclusiones que les exijo a ellos. Hay algún historiador local que, según entiendo, sí se dejaba pelos en la gatera; por eso me gustaba bastante más que otros. Recuerdo aquí su nombre: José Luis Majada Neila.
Ayer asistí a la presentación de un libro que recoge la historia del Casino Obrero de Béjar en sus últimos veinticinco años. No está disponible el texto en librerías; es obvio, pues, que no lo he leído. Afirmaré también, para que no haya equívocos, que, tanto al autor como a los que le acompañaban en la presentación, les concedo todo mi crédito en la materia: desde luego tienen más capacidad que yo para tratar estos asuntos.
Pero es que allí se describió el índice del libro y todo el esfuerzo se iba en el repaso de actos y la acumulación de datos. Incluso una parte se gastó en el recuerdo de anécdotas personales que ni siquiera eran del autor. Menos mal que la tercera parte, más breve y no sé si con los asistentes ya cansados y con escasa atención, dejó en público una reflexión acerca del concepto de “sociabilidad”, concepto que podría venir a explicar los valores de este tipo de asociaciones. Solo para esta parte, para rumiar este concepto y similares es para lo que a mí me sirve cualquier tipo de historia, la de este Centro y al de cualquier otra asociación o comunidad humana.
En efecto, el Casino Obrero de Béjar ha sido siempre un diálogo con la ciudad y uno de los centros en los que la sociabilidad se ha concretado en muchos de sus aspectos en la comunidad bejarana. Y no el único; acaso ni siquiera el más importante. ¿Cómo ha sido ese diálogo? ¿Qué otras instituciones han servido también para el desahogo y la expresión de las relaciones humanas en esta ciudad estrecha? ¿Ha sido o no bueno el pretendido apoliticismo de esta institución? ¿Ha existido realmente ese apoliticismo? ¿Cuál es la actualidad de su lema? ¿Tiene vigencia y futuro este tipo de instituciones en el siglo veintiuno? ¿Realmente sigue siendo interclasista la institución?
Tengo la impresión de que, como casi siempre, nos quedamos a la puerta de la casa. Y esta tiene muchas habitaciones interiores. Hay que pasar adentro, y dar la luz, y limpiar la basura, y calmar la sed, y renovar la pintura, y, a veces, hasta cambiar el edificio.
Yo no puedo hacer otra cosa que darle las gracias al autor por su trabajo, pero me temo que los lectores corren el peligro de quedarse en las anécdotas, en las identificaciones personalistas y en los detalles varios. Cómo me gustaría provocar otra serena charla acerca del Casino Obrero en su pasado, su presente y su futuro, precisamente a partir de todos los datos compendiados en el libro que ayer se presentó al público.
jueves, 16 de diciembre de 2010
POR LA CAÑADA REAL
Tenía una deuda a crédito y se me vencían las letras del contrato. Quiero decir que hacía mucho tiempo que tenía ganas de pasar por mi vista las imágenes de esa calle tan larga de la muerte que había visto en los medios, siempre desde la perspectiva del dolor y de la muerte, del suicidio en las venas, de lo oscuro en los ojos, de lo negro en la vida. Otro día me habían llevado en coche a pasar por el trozo de calle algo más transitable de ese pozo sin fondo, de esa flecha sin norte, de esa espada de nata que es la Cañada Real. Ya entonces pude ver, literalmente de pasada, pues no es aconsejable, ni yo me lo permito, pararme a comprobar otros detalles, lo que hay allí varado.
Eran tal vez las once y media de la mañana. El día era gris. Pintaba sábado. Las carreteras hacen recovecos en autovías que cruzan y se pierden hacia todas las partes. En una de ellas, un desvío a la derecha nos dejó en una rotonda. A partir de ella, comenzaba el infierno.
La Cañada es cañada por antigua y por pública, por común y por uso de paso ganadero. Hoy es solo una inmensa calle descarnada en la que se ha quedado a vivir la muerte disfrazada de andrajos y de lumbre blanca. En efecto, el asfalto no conoce aquel sitio. Solo baches y aguas, paredes desconchadas de colores grisáceos, ladrillos en el suelo y contrastes de puertas que esconden (solo algunas) mucho lujo en sus adentros. Tan solo es una calle que se alarga hasta el olvido por la que apenas galopan los caballos de la velocidad. Son los otros caballos los que reinan y pacen, los que piafan y trotan, los que callan y mueren. Apenas a los lados se abren algunas plazas que dan a campo abierto. Lo demás todo campo, gris y ceniciento, agónico en esta mañana de diciembre.
Pero en esos espacios agonizan los hombres y sobreviven los niños en medio de la calle, los brazos se estiran ofreciendo al efímero visitante la muerte a manos llenas. Qué caras, Dios mío, las de aquellas efigies, las de aquellos peleles en torno de una lumbre o al lado de una tienda improvisada que oculta todo el peso de la muerte.
Porque lo que se hacía visible era la cara oscura, tenebrosa y sombría, lóbrega y renegrida, de los que en realidad trafican con los otros, de los que sí que mueven el negocio del delirio, de los que se enriquecen a costa de los tristes oferentes.
Las caras de los pequeños camellos de la droga blanca aparecían sombrías y asustadas, como sin poder tenerse en pie, lacayos sin sentido de la ruina y del aniquilamiento, cadáveres andantes en espera del pico o del olvido.
Porque al lado de la miseria horrible se dejaban mirar los coches amplios, los del lujo ganado malamente, al amparo de la explotación y del negocio sucio, del tráfico sin celo y sin escrúpulo; y detrás de algunas puertas se adivinaban lujos prohibidos, clandestinos, ilegales, proscritos y excluidos del discurrir diario y normalito. Eran los menos, claro, porque, en cualquier esquina, sin pudor ni reparo, se tambaleaba un joven o se miraba cualquier hombre maduro con la jeringa en ristre o el papel preparado.
Fue solo una pasada, un cambio de dirección en medio del fango y otra vez hacia atrás. La vida con la muerte en medio de la calle, la sinrazón desnuda, el hombre hecho guiñapo y oferta del destino.
Dicen que es el lugar de España en el que más a la vista se desnuda la droga. Debe de ser verdad pues resulta difícil imaginarse más clara la herida de la muerte.
Aquello fue una imagen simplemente, un fogonazo duro y luminoso, una ráfaga gris de plomo y metralleta. El asunto es el antes y el después, la causas y los hechos que llevan hasta el fango y hasta el cieno moral de aquel depósito. Parece que la fuerza animal de la cañada, circulante y ansiosa de la vida, se hubiera estabulado para siempre, enterrada en estiércol y en basura.
Era media mañana. ¿Qué le dará la noche a La Cañada, cuando la luz se olvide de las caras y el deseo se adueñe de tantos aspirantes a los tristes efectos de los delirios blancos?
Eran tal vez las once y media de la mañana. El día era gris. Pintaba sábado. Las carreteras hacen recovecos en autovías que cruzan y se pierden hacia todas las partes. En una de ellas, un desvío a la derecha nos dejó en una rotonda. A partir de ella, comenzaba el infierno.
La Cañada es cañada por antigua y por pública, por común y por uso de paso ganadero. Hoy es solo una inmensa calle descarnada en la que se ha quedado a vivir la muerte disfrazada de andrajos y de lumbre blanca. En efecto, el asfalto no conoce aquel sitio. Solo baches y aguas, paredes desconchadas de colores grisáceos, ladrillos en el suelo y contrastes de puertas que esconden (solo algunas) mucho lujo en sus adentros. Tan solo es una calle que se alarga hasta el olvido por la que apenas galopan los caballos de la velocidad. Son los otros caballos los que reinan y pacen, los que piafan y trotan, los que callan y mueren. Apenas a los lados se abren algunas plazas que dan a campo abierto. Lo demás todo campo, gris y ceniciento, agónico en esta mañana de diciembre.
Pero en esos espacios agonizan los hombres y sobreviven los niños en medio de la calle, los brazos se estiran ofreciendo al efímero visitante la muerte a manos llenas. Qué caras, Dios mío, las de aquellas efigies, las de aquellos peleles en torno de una lumbre o al lado de una tienda improvisada que oculta todo el peso de la muerte.
Porque lo que se hacía visible era la cara oscura, tenebrosa y sombría, lóbrega y renegrida, de los que en realidad trafican con los otros, de los que sí que mueven el negocio del delirio, de los que se enriquecen a costa de los tristes oferentes.
Las caras de los pequeños camellos de la droga blanca aparecían sombrías y asustadas, como sin poder tenerse en pie, lacayos sin sentido de la ruina y del aniquilamiento, cadáveres andantes en espera del pico o del olvido.
Porque al lado de la miseria horrible se dejaban mirar los coches amplios, los del lujo ganado malamente, al amparo de la explotación y del negocio sucio, del tráfico sin celo y sin escrúpulo; y detrás de algunas puertas se adivinaban lujos prohibidos, clandestinos, ilegales, proscritos y excluidos del discurrir diario y normalito. Eran los menos, claro, porque, en cualquier esquina, sin pudor ni reparo, se tambaleaba un joven o se miraba cualquier hombre maduro con la jeringa en ristre o el papel preparado.
Fue solo una pasada, un cambio de dirección en medio del fango y otra vez hacia atrás. La vida con la muerte en medio de la calle, la sinrazón desnuda, el hombre hecho guiñapo y oferta del destino.
Dicen que es el lugar de España en el que más a la vista se desnuda la droga. Debe de ser verdad pues resulta difícil imaginarse más clara la herida de la muerte.
Aquello fue una imagen simplemente, un fogonazo duro y luminoso, una ráfaga gris de plomo y metralleta. El asunto es el antes y el después, la causas y los hechos que llevan hasta el fango y hasta el cieno moral de aquel depósito. Parece que la fuerza animal de la cañada, circulante y ansiosa de la vida, se hubiera estabulado para siempre, enterrada en estiércol y en basura.
Era media mañana. ¿Qué le dará la noche a La Cañada, cuando la luz se olvide de las caras y el deseo se adueñe de tantos aspirantes a los tristes efectos de los delirios blancos?
miércoles, 15 de diciembre de 2010
LUNES DE PASO
Pasé el fin de semana -10 a 12 de diciembre- a caballo entre Ávila y Madrid. En Ávila con mis hijos y con Sara, cada día más linda y hermosa, cada día más autosuficiente en mecánica y en palabrería, y en Madrid con mi hermana, con Pedro y con mi sobrino Sergio. También vino Juan Pablo desde Salamanca y compartió con nosotros algunas horas; otras las dedicó a sus amigos.
Solemos ir a Madrid cada dos o tres meses, y lo hacemos con un esquema sencillo: el de pasar algunas horas con los hermanos y el de contrastar la pequeña ciudad con la gran urbe. Y esto mismo es lo que hemos vuelto a practicar durante este fin de semana. El ejercicio me parece provechoso pues la oposición es muy fuerte y, para mis gustos, reafirmarme en la idea de que la alabanza de aldea me sigue ganando es algo que me complace.
No me resulta sencillo resumir esta idea porque también constato la inmensa gama de posibilidades sociales, comerciales, culturales y de todo tipo que ofrece la gran ciudad. Negar esa realidad creo que no sería honrado por mi parte. Pero creo que abarco un panorama un poco más sedimentado desde la distancia y desde esta atalaya de la tranquilidad y del apartamiento. Creo que los medios de comunicación con los que cuento me permiten estar en medio del caos pero desde la distancia y desde la conciencia espacial de la libertad y desde el hermoso sonido del silencio. Sé de sobra que, todavía hoy, si no estás de vez en cuando físicamente cerca del núcleo, te puedes perder y te pierdes de hecho en las circunvalaciones y en el silencio de los oscuros planetas que orbitan alrededor del sol. Bueno, qué le vamos a hacer. Es otra posibilidad.
Ya la realidad muestra que casi todo el volumen de población se hacina en las ciudades, y que cada día esta concentración crece geométricamente. No habrá cultura común si no es la ciudadana, la urbanita. Lo sé. A mí solo me rozará ocasionalmente, en estos días aislados en los que la situación me lleva hasta el centro de la gran ciudad y me engulle entre sus calles, y me deja sin ver que el cielo es amplio, y que en otros lugares el horizonte es dueño del cielo de la tarde, y que la nieve suma sus colores al gris de los montes y de las sierras, y que en el amplio espacio del campo todo es más permanente que la inmensa epidemia que puebla las aceras y que invade las calles con los coches, y que la masa gris que se esconde bajo los abrigos anda acaso solitaria y bastante despistada, sin una meta fija y con todo pendiente de una sesión fugaz de tiempo y marcas.
Pero también he dicho que necesito verlo, sentirlo que me roza y que me grita, que me cerca y me mide por tres días, que me mira de frente y que me reta, que me llena la mente de burbujas, la cabeza de imágenes fugaces, la mente de disfraces comerciales, la voluntad de luces, de inmenso griterío, la razón y otras cosas de intensa soledad en medio del barullo y del gran tráfago.
Solo después me quedo con los ecos, con el silencio lento y cadencioso de mi terraza, gris en estos días, para probar de nuevo estas horas de fondo musical, de tibieza en el aire, de desnudez del tiempo entre las ramas, de la sierra otra vez en tono oscuro, de estas palabras pobres que resumen la voz de un breve y simple pensamiento.
Fui de compras, asistí a una sesión muy cómica en teatro, tomé cañas en Rivas, al amparo del frío y en torno de una mesa que ofrecía amistad, paseé por la noche, llena siempre de gente, vi la ciudad en bruma, como enorme fantasma, presencié las hileras eternas y fugaces de los coches, revisé una vez más ese Madrid hermoso de los Austrias, volví otra vez a Atocha y estuve otro ratito con el recuerdo triste de las víctimas del horror, la locura y el loco fanatismo, y recordé de nuevo: “Siempre la claridad viene del cielo” / no confundir el cielo con los dioses, hice un aparte para pasar veloz dentro de un coche y comprobar in situ lo hondo y negro de la vida en la hilera de muerte de La Cañada Real. Y comprobé otra vez, eso seguro, el cariño real de mis hermanos.
Ávila me acogió con mi familia, con el silencio lento de sus calles de siempre, con una historia eterna guardada en las murallas, con mi nieta en mis brazos y jugando a la vida y a las risas, con su sueño tan largo mientras yo la contemplo, con la charla sencilla y sin dobleces, con la intuición de que a veces “el mundo está bien hecho”, con la sensación clara de que aquella es mi gente.
Hoy es lunes de paso y de contraste, de ciudad y de aldea, de silbo que se afirma sin saber bien por qué ni por qué causa, de imágenes recientes, de pensamientos largos. Voy a seguir rumiándolos en un corto paseo por el parque.
Solemos ir a Madrid cada dos o tres meses, y lo hacemos con un esquema sencillo: el de pasar algunas horas con los hermanos y el de contrastar la pequeña ciudad con la gran urbe. Y esto mismo es lo que hemos vuelto a practicar durante este fin de semana. El ejercicio me parece provechoso pues la oposición es muy fuerte y, para mis gustos, reafirmarme en la idea de que la alabanza de aldea me sigue ganando es algo que me complace.
No me resulta sencillo resumir esta idea porque también constato la inmensa gama de posibilidades sociales, comerciales, culturales y de todo tipo que ofrece la gran ciudad. Negar esa realidad creo que no sería honrado por mi parte. Pero creo que abarco un panorama un poco más sedimentado desde la distancia y desde esta atalaya de la tranquilidad y del apartamiento. Creo que los medios de comunicación con los que cuento me permiten estar en medio del caos pero desde la distancia y desde la conciencia espacial de la libertad y desde el hermoso sonido del silencio. Sé de sobra que, todavía hoy, si no estás de vez en cuando físicamente cerca del núcleo, te puedes perder y te pierdes de hecho en las circunvalaciones y en el silencio de los oscuros planetas que orbitan alrededor del sol. Bueno, qué le vamos a hacer. Es otra posibilidad.
Ya la realidad muestra que casi todo el volumen de población se hacina en las ciudades, y que cada día esta concentración crece geométricamente. No habrá cultura común si no es la ciudadana, la urbanita. Lo sé. A mí solo me rozará ocasionalmente, en estos días aislados en los que la situación me lleva hasta el centro de la gran ciudad y me engulle entre sus calles, y me deja sin ver que el cielo es amplio, y que en otros lugares el horizonte es dueño del cielo de la tarde, y que la nieve suma sus colores al gris de los montes y de las sierras, y que en el amplio espacio del campo todo es más permanente que la inmensa epidemia que puebla las aceras y que invade las calles con los coches, y que la masa gris que se esconde bajo los abrigos anda acaso solitaria y bastante despistada, sin una meta fija y con todo pendiente de una sesión fugaz de tiempo y marcas.
Pero también he dicho que necesito verlo, sentirlo que me roza y que me grita, que me cerca y me mide por tres días, que me mira de frente y que me reta, que me llena la mente de burbujas, la cabeza de imágenes fugaces, la mente de disfraces comerciales, la voluntad de luces, de inmenso griterío, la razón y otras cosas de intensa soledad en medio del barullo y del gran tráfago.
Solo después me quedo con los ecos, con el silencio lento y cadencioso de mi terraza, gris en estos días, para probar de nuevo estas horas de fondo musical, de tibieza en el aire, de desnudez del tiempo entre las ramas, de la sierra otra vez en tono oscuro, de estas palabras pobres que resumen la voz de un breve y simple pensamiento.
Fui de compras, asistí a una sesión muy cómica en teatro, tomé cañas en Rivas, al amparo del frío y en torno de una mesa que ofrecía amistad, paseé por la noche, llena siempre de gente, vi la ciudad en bruma, como enorme fantasma, presencié las hileras eternas y fugaces de los coches, revisé una vez más ese Madrid hermoso de los Austrias, volví otra vez a Atocha y estuve otro ratito con el recuerdo triste de las víctimas del horror, la locura y el loco fanatismo, y recordé de nuevo: “Siempre la claridad viene del cielo” / no confundir el cielo con los dioses, hice un aparte para pasar veloz dentro de un coche y comprobar in situ lo hondo y negro de la vida en la hilera de muerte de La Cañada Real. Y comprobé otra vez, eso seguro, el cariño real de mis hermanos.
Ávila me acogió con mi familia, con el silencio lento de sus calles de siempre, con una historia eterna guardada en las murallas, con mi nieta en mis brazos y jugando a la vida y a las risas, con su sueño tan largo mientras yo la contemplo, con la charla sencilla y sin dobleces, con la intuición de que a veces “el mundo está bien hecho”, con la sensación clara de que aquella es mi gente.
Hoy es lunes de paso y de contraste, de ciudad y de aldea, de silbo que se afirma sin saber bien por qué ni por qué causa, de imágenes recientes, de pensamientos largos. Voy a seguir rumiándolos en un corto paseo por el parque.
martes, 14 de diciembre de 2010
VUELVE EL HOMBRE (Y NO ES UNA MARCA DE COLONIA)
¿Cuál iba a ser, si no? Yo no conozco otra mejor, por densa y consistente. Es la que transita por el mundo de la educación del ser humano, como portador de posibilidades de regulación de conocimientos, como actor de aplicación de esos conocimientos, como protagonista de la escala de valores éticos a la que puede someter a esos conocimientos, y como impulsor de una nueva vida en la que el ser humano vuelva a ser eje de toda actividad, principio y fin, y no apéndice ni conejillo de indias.
Si a este enorme monstruo del hipermercado en que se ha convertido el mundo no podemos oponerle ningún rival que logre destronarlo ni derribarlo en batalla, al menos habrá que buscar la fórmula de ponerle un traje de fiesta, una cara más amable y un aspecto menos formidable. Es claro que parezco un mendigo pidiendo pan y clemencia pero lo hago desde la rabia y desde la constatación de que, a día de hoy, la batalla anda demasiado desigual.
Decía que ese lavado de cara, tal vez preludio de alguna revolución, pasa por arreglar y mejorar el mundo de la educación, ese mundo en el que a cada individuo, desde la igualdad real de oportunidades, se le enseñe a encauzar su propia vida, a ordenarla y a conducirla desde una mirada crítica y personal.
Ya sé que es un mundo complejísimo y que no se puede articular en un esquema. Me he pasado toda mi vida en las aulas, dándole vueltas mentales a este asunto, y lo único que tengo claro en la madurez de mi vida es que esta tarea es absolutamente clave en cualquier comunidad. Sobre la materia he escrito ya bastante y no quisiera repetirme demasiado. Por lo demás, siento que esto no es más que un desahogo pues no sé de nadie que me haya consultado nunca ni de nadie que me haya pedido consejo en nada. Ni siquiera sé si este breve esquema será realmente leído por alguien, y, menos aún, compartido.
Pero algunos apuntes habrá que dejar aquí también.
Por ejemplo la conciencia de que la escuela no solo es una obligación sino un privilegio para los estudiantes y para la sociedad de la que forman parte.
Por ejemplo que el profesorado necesita tomar conciencia de que es un elemento más del engranaje, pero solo eso. A la escuela no va a salvar la vida a nadie ni a demostrar ninguna cosa, sino a orientar a sus alumnos.
Por ejemplo que todo el sistema educativo (he escrito TODO) necesita de una evaluación continua y una revisión para adaptarse al ritmo al que se modifica la propia sociedad.
Por ejemplo que la escuela necesita mezclar sabiamente la disciplina con la creatividad y la enseñanza según el ritmo de cada alumno.
Por ejemplo que la enseñanza supone esfuerzo y planteamientos a largo plazo, no recompensas inmediatas ni hedonistas: para eso ya están la vida y sus atractivos.
Por ejemplo que tampoco la enseñanza tiene que ser ningún sufrimiento continuo.
Por ejemplo que existe una relación notable entre el ritmo de la casa y el ritmo de la escuela, en rigor, esfuerzo y costumbres.
Por ejemplo que hay que premiar de manera más visible el esfuerzo individual y la excelencia, y no dejarse llevar por la medianía y hasta por la vergüenza entre los alumnos esforzados.
Por ejemplo que hay que reconocer socialmente el valor de los profesionales que se dedican a este nobilísimo trabajo.
Por ejemplo que no hay que minusvalorar lo ya descubierto y conseguido partiendo cada día de la nada y descubriendo mediterráneos. Lo clásico tiene el valor de lo clásico y lo moderno tiene que currarse su valor y su sitio.
Por ejemplo que los elementos técnicos tienen que incorporarse sin reservas como medios útiles para la enseñanza.
Por ejemplo que los ejemplos del mundo laboral tenían que estar mucho más presentes en la escuela.
Por ejemplo que el fin último no es aprender elementos sino aprender a clasificar y a discriminar elementos, para ponerlos al servicio de la mente de un ser crítico.
Por ejemplo que acaso los programas tendrían que ajustarse más a los grandes temas y menos a los elementos concretos, sobre todo porque estos cambian ahora a toda velocidad. Quiero decir que hay que aprender ideas y evolución de ideas antes que datos.
Por ejemplo que, en el fondo, todo tiene que estar orientado a formar ciudadanos críticos y dispuestos a enfrentar su propia vida y no a ser apéndices gregarios de las modas y de los modos que les imponen los mercados. Lo que tenemos que hacer es formar ciudadanos y seres vivos, tenemos que volver a poner de moda el humanismo y el valor de todo lo que afecte al ser humano como tal y no como consumidor irracional.
Solo en este contexto se podrá pensar en una política cultural y social para un contexto en el que el valor de la creación cultural adquiera su sitio digno y, sobre todo, un contexto en el que el hombre sea exactamente eso, solo eso y nada más que eso: el hombre. En tal contexto -y vuelvo a los comienzos de este esquema de ensayo-, uno tiene la seguridad de que tiene al menos el mismo valor que Ronaldo. Y vuelvo a pedir perdón por personificar y por provocar.
N.B. Hasta aquí se ha dibujado un esquema breve de una visión no demasiado optimista de la situación del mundo. Ojalá que esa visión anduviera equivocada y no obedeciera a la realidad. Me temo que, por esta vez, tengo algo de razón. Y no me gustaría que mis hijos, ni los hijos de mis hijos, terminaran por perder la conciencia de sus posibilidades ni de su libertad para decir en algún momento basta.
Cada uno termina posando su vista en los espacios y en los tiempos más inmediatos.
Creo que el esquema sigue sirviendo en igual medida. Acaso me tome la molestia de intentar ejemplificar con elementos más próximos y más inmediatos. Veremos.
Si a este enorme monstruo del hipermercado en que se ha convertido el mundo no podemos oponerle ningún rival que logre destronarlo ni derribarlo en batalla, al menos habrá que buscar la fórmula de ponerle un traje de fiesta, una cara más amable y un aspecto menos formidable. Es claro que parezco un mendigo pidiendo pan y clemencia pero lo hago desde la rabia y desde la constatación de que, a día de hoy, la batalla anda demasiado desigual.
Decía que ese lavado de cara, tal vez preludio de alguna revolución, pasa por arreglar y mejorar el mundo de la educación, ese mundo en el que a cada individuo, desde la igualdad real de oportunidades, se le enseñe a encauzar su propia vida, a ordenarla y a conducirla desde una mirada crítica y personal.
Ya sé que es un mundo complejísimo y que no se puede articular en un esquema. Me he pasado toda mi vida en las aulas, dándole vueltas mentales a este asunto, y lo único que tengo claro en la madurez de mi vida es que esta tarea es absolutamente clave en cualquier comunidad. Sobre la materia he escrito ya bastante y no quisiera repetirme demasiado. Por lo demás, siento que esto no es más que un desahogo pues no sé de nadie que me haya consultado nunca ni de nadie que me haya pedido consejo en nada. Ni siquiera sé si este breve esquema será realmente leído por alguien, y, menos aún, compartido.
Pero algunos apuntes habrá que dejar aquí también.
Por ejemplo la conciencia de que la escuela no solo es una obligación sino un privilegio para los estudiantes y para la sociedad de la que forman parte.
Por ejemplo que el profesorado necesita tomar conciencia de que es un elemento más del engranaje, pero solo eso. A la escuela no va a salvar la vida a nadie ni a demostrar ninguna cosa, sino a orientar a sus alumnos.
Por ejemplo que todo el sistema educativo (he escrito TODO) necesita de una evaluación continua y una revisión para adaptarse al ritmo al que se modifica la propia sociedad.
Por ejemplo que la escuela necesita mezclar sabiamente la disciplina con la creatividad y la enseñanza según el ritmo de cada alumno.
Por ejemplo que la enseñanza supone esfuerzo y planteamientos a largo plazo, no recompensas inmediatas ni hedonistas: para eso ya están la vida y sus atractivos.
Por ejemplo que tampoco la enseñanza tiene que ser ningún sufrimiento continuo.
Por ejemplo que existe una relación notable entre el ritmo de la casa y el ritmo de la escuela, en rigor, esfuerzo y costumbres.
Por ejemplo que hay que premiar de manera más visible el esfuerzo individual y la excelencia, y no dejarse llevar por la medianía y hasta por la vergüenza entre los alumnos esforzados.
Por ejemplo que hay que reconocer socialmente el valor de los profesionales que se dedican a este nobilísimo trabajo.
Por ejemplo que no hay que minusvalorar lo ya descubierto y conseguido partiendo cada día de la nada y descubriendo mediterráneos. Lo clásico tiene el valor de lo clásico y lo moderno tiene que currarse su valor y su sitio.
Por ejemplo que los elementos técnicos tienen que incorporarse sin reservas como medios útiles para la enseñanza.
Por ejemplo que los ejemplos del mundo laboral tenían que estar mucho más presentes en la escuela.
Por ejemplo que el fin último no es aprender elementos sino aprender a clasificar y a discriminar elementos, para ponerlos al servicio de la mente de un ser crítico.
Por ejemplo que acaso los programas tendrían que ajustarse más a los grandes temas y menos a los elementos concretos, sobre todo porque estos cambian ahora a toda velocidad. Quiero decir que hay que aprender ideas y evolución de ideas antes que datos.
Por ejemplo que, en el fondo, todo tiene que estar orientado a formar ciudadanos críticos y dispuestos a enfrentar su propia vida y no a ser apéndices gregarios de las modas y de los modos que les imponen los mercados. Lo que tenemos que hacer es formar ciudadanos y seres vivos, tenemos que volver a poner de moda el humanismo y el valor de todo lo que afecte al ser humano como tal y no como consumidor irracional.
Solo en este contexto se podrá pensar en una política cultural y social para un contexto en el que el valor de la creación cultural adquiera su sitio digno y, sobre todo, un contexto en el que el hombre sea exactamente eso, solo eso y nada más que eso: el hombre. En tal contexto -y vuelvo a los comienzos de este esquema de ensayo-, uno tiene la seguridad de que tiene al menos el mismo valor que Ronaldo. Y vuelvo a pedir perdón por personificar y por provocar.
N.B. Hasta aquí se ha dibujado un esquema breve de una visión no demasiado optimista de la situación del mundo. Ojalá que esa visión anduviera equivocada y no obedeciera a la realidad. Me temo que, por esta vez, tengo algo de razón. Y no me gustaría que mis hijos, ni los hijos de mis hijos, terminaran por perder la conciencia de sus posibilidades ni de su libertad para decir en algún momento basta.
Cada uno termina posando su vista en los espacios y en los tiempos más inmediatos.
Creo que el esquema sigue sirviendo en igual medida. Acaso me tome la molestia de intentar ejemplificar con elementos más próximos y más inmediatos. Veremos.
lunes, 13 de diciembre de 2010
SÍ, BOANA / BIODIVERSIDAD HUMANA
Y el mundo del dinero, a pesar de circular por autopistas sin semáforos, tiene centros de decisión muy determinados y tiene también a un grupo de lugartenientes bien reducido que ordena el tráfico a su antojo y capricho.
Cualquier ramo de actividad que consideremos apunta, en último término, al otro lado del charco, y en concreto a Wall Street. Desde USA se supervisa todo y todo se ordena. En el mundo no hay más que una bolsa de valores y, si allí estornudan, aquí nos acatarramos. Para que el imperio no se manche demasiado ni sus componentes se sientan mal en ningún momento, la producción la encargan a las sucursales repartidas por el mundo, que trabajan en unas condiciones de explotación bien conocidas para que, más tarde, el producto se reparta por todo el planeta y se ordene según las decisiones de los accionistas en el cuartel central. Naturalmente, la acción puede ser directa o indirecta, con lavado de cara o a lo bruto. El caso es que, de la manera que sea, ellos gestionan comercialmente nuestras actividades y, lo más importante, nuestra moral, nuestra ética y nuestra forma de ser.
De nuevo, lo más importante, con serlo y mucho, no es esto. Lo fundamental es que la producción, la distribución, el reparto, el nuevo orden de vida que esto comporta, la nueva ética que de ello se deriva, están condicionadas y hasta acordadas por un número muy reducido de personas. Se produce, entonces, un déficit de participación social absolutamente insoportable para la dignidad humana que, otra vez, apenas si tiene posibilidades de irse acomodando mansamente en ese nuevo orden que le viene impuesto desde fuera. La moral y la ética la imponen los mercados, los mercados están controlados por los dueños de las acciones, estos grandes dueños son muy pocos, la sociedad está condicionada por sus decisiones, las sociedades son muy poco participativas y la democracia real se resiente y hasta se volatiliza.
¿Hasta qué punto podríamos decir que el mundo se ha americanizado? Músicas, cines, literatura, elementos técnicos, pinturas, modelos culturales, modelos económicos, costumbres, lengua… Cada cual sabrá qué cuentas le salen. La Historia da cuenta de varios imperios. Este es el último. Tal vez el más tentacular y el más intenso.
Los súbditos del imperio no parecen tomárselo muy a mal a tenor de los signos de respeto, de admiración y de adoración que muestran. Considerar las atenciones que los medios de comunicación dan a cualquier anécdota de los EEUU es tan descorazonador como revelador del grado de papanatismo en el que nos movemos.
Descubrir hasta qué punto los representantes del imperio (embajadas, gerentes, encargados de negocios…) nos vigilan (véase papeles Wikileaks) es cuando menos sonrojante.
Como se propone en todos los casos, ¿cómo encontrar escape a esta imposición, a este dirigismo y a esta supervisión tan llena de aristas deficitarias?
Tal vea lo primero será volver al viejo esquema de los principios, a la necesidad de considerar principal al ser humano por el hecho de serlo, y solo después y en orden secundario al mercado y a todas sus exigencias. Hay que encontrar alma en el ser humano ya que el alma en el mercado se escabulle y se escurre como si en realidad no existiera. Si existe ética en el mundo comercial es una ética que en poco considera al ser humano como tal pues lo supedita a la cuenta de resultados y lo convierte en súbdito de quien toma las decisiones, no en su nombre precisamente. Hay que volver al hombre, al ser que siente y razona, al ser con dignidad, al ser de la igualdad y al ser de la participación.
Pero como esto parece música celestial, apuntaremos alguna posibilidad de esas que sirvan para matar el gusanillo y para acallar un poquito la conciencia.
La participación social, en estructuras pequeñas (ONGs, clubs, asociaciones…) o en estructuras grandes (partidos políticos, corrientes de pensamiento…), se presenta tal vez más necesaria que nunca.
La colaboración, en la pequeña proporción que nos permiten nuestras necesidades individuales, en todo el fenómeno del comercio justo es otro pequeño escape.
Las consideraciones teóricas en pequeñas dosis, en foros públicos mayores o menores (blogs, conferencias…) de la situación en la que nos encontramos.
El apoyo a las medidas que ayuden a la supervivencia de los productos y de los elementos culturales de otros lugares distintos del imperio y que no sean gestionados directa o indirectamente por él.
Apoyar los productos nacionales como defensa de una mínima libertad real del comercio y como parapeto frente a la invasión de los modelos imperiales. Cuánto se podría aquí analizar y proponer para el mundo del cine, por ejemplo…
Desaprobación, al menos parcial y temporal, de los principales símbolos más representativos del imperio (cocacola, hamburguesas, mundo de las marcas…).
Hace no muchos días, un ex jugador de fútbol francés, Eric Cantona, proponía un suma de acciones pequeñitas que, sumadas, podrían hacer pensar a los gurús del imperio. Proponía exactamente retirar muchos pequeños ahorros de los bancos para que la gran banca reaccionara e hiciera circular el capital que tiene ahogado al consumidor y al pequeño empresario. Parece un acto simbólico y poco productivo. De momento. Habrá que esperar para ver qué nuevas ocurrencias se proponen en los próximos tiempos.
Porque algo habrá que hacer para romper esta dinámica de concentración de decisiones.
Ya se ve que son proposiciones de andar por casa, de poca monta, de escasa trascendencia general. Pero acaso de mayor calado en el plano individual.
Porque lo que realmente hay que hacer es repensar el sistema, reordenar la escala de valores y producir un mundo nuevo. Pero ya hemos mentado a la bicha. Y se puede enfadar. Dejémosla que duerma. Y nosotros a dormir con ella. Pero, por lo que más quiera cada uno, que no sea por engaño externo, que los que nos engañemos seamos nosotros, sabiendo que nos estamos engañando.
Aún propondré otra fórmula, más enjundiosa y más duradera y consistente. No es nada nuevo, ya veréis.
Pero hoy no.
Cualquier ramo de actividad que consideremos apunta, en último término, al otro lado del charco, y en concreto a Wall Street. Desde USA se supervisa todo y todo se ordena. En el mundo no hay más que una bolsa de valores y, si allí estornudan, aquí nos acatarramos. Para que el imperio no se manche demasiado ni sus componentes se sientan mal en ningún momento, la producción la encargan a las sucursales repartidas por el mundo, que trabajan en unas condiciones de explotación bien conocidas para que, más tarde, el producto se reparta por todo el planeta y se ordene según las decisiones de los accionistas en el cuartel central. Naturalmente, la acción puede ser directa o indirecta, con lavado de cara o a lo bruto. El caso es que, de la manera que sea, ellos gestionan comercialmente nuestras actividades y, lo más importante, nuestra moral, nuestra ética y nuestra forma de ser.
De nuevo, lo más importante, con serlo y mucho, no es esto. Lo fundamental es que la producción, la distribución, el reparto, el nuevo orden de vida que esto comporta, la nueva ética que de ello se deriva, están condicionadas y hasta acordadas por un número muy reducido de personas. Se produce, entonces, un déficit de participación social absolutamente insoportable para la dignidad humana que, otra vez, apenas si tiene posibilidades de irse acomodando mansamente en ese nuevo orden que le viene impuesto desde fuera. La moral y la ética la imponen los mercados, los mercados están controlados por los dueños de las acciones, estos grandes dueños son muy pocos, la sociedad está condicionada por sus decisiones, las sociedades son muy poco participativas y la democracia real se resiente y hasta se volatiliza.
¿Hasta qué punto podríamos decir que el mundo se ha americanizado? Músicas, cines, literatura, elementos técnicos, pinturas, modelos culturales, modelos económicos, costumbres, lengua… Cada cual sabrá qué cuentas le salen. La Historia da cuenta de varios imperios. Este es el último. Tal vez el más tentacular y el más intenso.
Los súbditos del imperio no parecen tomárselo muy a mal a tenor de los signos de respeto, de admiración y de adoración que muestran. Considerar las atenciones que los medios de comunicación dan a cualquier anécdota de los EEUU es tan descorazonador como revelador del grado de papanatismo en el que nos movemos.
Descubrir hasta qué punto los representantes del imperio (embajadas, gerentes, encargados de negocios…) nos vigilan (véase papeles Wikileaks) es cuando menos sonrojante.
Como se propone en todos los casos, ¿cómo encontrar escape a esta imposición, a este dirigismo y a esta supervisión tan llena de aristas deficitarias?
Tal vea lo primero será volver al viejo esquema de los principios, a la necesidad de considerar principal al ser humano por el hecho de serlo, y solo después y en orden secundario al mercado y a todas sus exigencias. Hay que encontrar alma en el ser humano ya que el alma en el mercado se escabulle y se escurre como si en realidad no existiera. Si existe ética en el mundo comercial es una ética que en poco considera al ser humano como tal pues lo supedita a la cuenta de resultados y lo convierte en súbdito de quien toma las decisiones, no en su nombre precisamente. Hay que volver al hombre, al ser que siente y razona, al ser con dignidad, al ser de la igualdad y al ser de la participación.
Pero como esto parece música celestial, apuntaremos alguna posibilidad de esas que sirvan para matar el gusanillo y para acallar un poquito la conciencia.
La participación social, en estructuras pequeñas (ONGs, clubs, asociaciones…) o en estructuras grandes (partidos políticos, corrientes de pensamiento…), se presenta tal vez más necesaria que nunca.
La colaboración, en la pequeña proporción que nos permiten nuestras necesidades individuales, en todo el fenómeno del comercio justo es otro pequeño escape.
Las consideraciones teóricas en pequeñas dosis, en foros públicos mayores o menores (blogs, conferencias…) de la situación en la que nos encontramos.
El apoyo a las medidas que ayuden a la supervivencia de los productos y de los elementos culturales de otros lugares distintos del imperio y que no sean gestionados directa o indirectamente por él.
Apoyar los productos nacionales como defensa de una mínima libertad real del comercio y como parapeto frente a la invasión de los modelos imperiales. Cuánto se podría aquí analizar y proponer para el mundo del cine, por ejemplo…
Desaprobación, al menos parcial y temporal, de los principales símbolos más representativos del imperio (cocacola, hamburguesas, mundo de las marcas…).
Hace no muchos días, un ex jugador de fútbol francés, Eric Cantona, proponía un suma de acciones pequeñitas que, sumadas, podrían hacer pensar a los gurús del imperio. Proponía exactamente retirar muchos pequeños ahorros de los bancos para que la gran banca reaccionara e hiciera circular el capital que tiene ahogado al consumidor y al pequeño empresario. Parece un acto simbólico y poco productivo. De momento. Habrá que esperar para ver qué nuevas ocurrencias se proponen en los próximos tiempos.
Porque algo habrá que hacer para romper esta dinámica de concentración de decisiones.
Ya se ve que son proposiciones de andar por casa, de poca monta, de escasa trascendencia general. Pero acaso de mayor calado en el plano individual.
Porque lo que realmente hay que hacer es repensar el sistema, reordenar la escala de valores y producir un mundo nuevo. Pero ya hemos mentado a la bicha. Y se puede enfadar. Dejémosla que duerma. Y nosotros a dormir con ella. Pero, por lo que más quiera cada uno, que no sea por engaño externo, que los que nos engañemos seamos nosotros, sabiendo que nos estamos engañando.
Aún propondré otra fórmula, más enjundiosa y más duradera y consistente. No es nada nuevo, ya veréis.
Pero hoy no.
UNA LUCHA DESIGUAL
Aceptado el valor creciente de la cultura, la mayor influencia que ejerce en el mundo actual y reconociendo que su posición y su adaptación a las leyes del mercado es casi absoluta, habrá que aceptar que también se incorpora al mundo del hiperconsumo. De tal manera se consume cultura que cualquiera que volviera a nosotros con solo unos decenios de intermedio se quedaría estupefacto. Sin duda a ello ha contribuido la liberación de tiempo para el ocio, a causa de la revolución absoluta de la técnica. Todo lo que quiera ser realmente se tiene que poner a la vista y al olfato de cualquiera; no tiene más que someterse sin reparos a las leyes del hipercapitalismo que lo controla todo y lo ordena a su manera, lo distribuye, lo jerarquiza, decide desde sus leyes la bondad o la maldad de las cosas y sube a la cúspide sencillamente a quien le dé la gana.
Buena parte del tiempo libre -controladores mediante- se organiza en torno de la oferta cultural, que cada día es más extensa y hace depender de ella a mayor número de personas. Ahí se encuadra todo el mundo del turismo, de viajes diversos, de comidas, cines, libros, parques temáticos, marcas…. El mejoramiento de todo tipo de medios de comunicación ha contribuido en gran medida a que esa oferta de cultura esté más al alcance de la mano.
Nadie podría oponerse a que esto sea así. Las consideraciones negativas vendrán una vez más por el grado y por la manera en que todo esto se desnaturaliza y se pone al servicio de las estructuras del gran capital, que son las que realmente cuadriculan y promueven los grandes paquetes de oferta. El dinero se ha concentrado, las voluntades de han reducido en número a la hora de decidir, la participación social real parece solo una figuración y mucho menos una realidad concreta. Pero si hasta el inicio de los períodos estacionales o de vacaciones los marca El Corte Inglés: (Ya es primavera en El Corte Inglés).
Buena parte del esfuerzo del ciudadano de a pie se va en complacer esas necesidades creadas artificialmente por los grandes distribuidores de los productos, sean estos más generales o más específicamente culturales. ¿Cuántas son realmente las compañías de discos potentes en el mundo? No controlo esa realidad, pero puedo jugar -y ganar- a que son solo unas pocas. ¿Qué ocurre en nuestro país con las editoriales? Más de lo mismo. ¿Y con el mundo audiovisual? ¿Y con la distribución de los elementos técnicos necesarios que sirvan de soporte a esa cultura? ¿Y con…? Pues eso.
En tales circunstancias en las que el individuo se ve impotente para hacer frente a los grandes monstruos, ¿qué camino le queda? Ni siquiera si los grandes detentadores del poder asumieran alguna función de mecenas dejaría de acecharnos un grave peligro. ¿Cuál? El de hacer del mundo y sus habitantes un moldeado que responda a sus caprichos y a sus gustos. Es el peligro de la homogeneización. Y el de la rebaja del nivel. No hay que olvidar que el mercado necesita que los consumidores no se desanimen del todo ni pierdan alguna capacidad para comprar los productos; si así no fuera, la máquina dejaría de rodar, y esto sí que no se lo puede permitir ni el mundo del capitalismo salvaje. Parece que es un triste consuelo este de pensar que el edificio no se puede dejar caer del todo. Pero es que por el medio se siguen cayendo, y a pedazos, muchas habitaciones.
Esta necesidad de llegar con los productos a muchos exige inevitablemente que el nivel de lo que se ofrece sea comprensible y fácil de asumir para que, si es posible, entusiasme y se expanda. En ese sentido, el producto cultural, y el modelo del mundo por extensión, andan en el filo de la navaja, simplificando procedimientos y echando al mercado prototipos nada complejos. Ya sé que una élite del arte se funda precisamente en la novedad, a veces en la tontería del esnobismo por el esnobismo, pero esa es una ínfima parte que afecta a un tanto por ciento reducido de la población. Dicho con palabras más directas: ¿estos condicionamientos del mercado sobre el producto cultural empujan a trivializar la creación y terminan haciendo una sociedad más pastueña, más uniforme, más bruta y hasta más infantil? Por lo menos hay ejemplos que inducen a pensar en algo de eso.
Pero (otra vez algún pero) a pesar de las grandes marcas y de sus falsificaciones, a pesar del mundo como aldea global omnipresente, a pesar de todos estos peligros, aún hay vida después del dinero y del capital, después de la uniformización y después de la trivialización. ¿Dónde y cómo?
Echémosle algo de buena voluntad. Existen también muchas muestras de que el ser humano, a pesar de esa lucha desigual en la que está embarcado, se resiste a la uniformidad y da muestras de oponer toda la escasa resistencia que puede para encontrar algo de su identidad. No hay, de momento, peligro excesivo en la disgregación de los conceptos de nación y de los territorios establecidos, a pesar de ejemplos como el de nuestro mismo país. Cada día proliferan más las exquisiteces que se basan en la particularidad en vez de en la universalidad. No hay más que analizar el mundo de la gastronomía, por ejemplo, o el de la moda misma, que se afana en mostrar particularidades propias de cada territorio, o la música que, aunque mezcla cada día más, intenta dar a conocer las peculiaridades propias de cada lugar (ahí está el caso del flamenco), o incluso de la literatura o de la pintura… Cada lugar tiene sus características, que se hunden en los paisajes particulares, en las costumbres, en las relaciones específicas. Ah, y esas identidades particularizantes se buscan, a veces desesperadamente, en las relaciones humanas.
Pero esto aquí y ahora no toca.
Tal vez la prueba que puede resultar más consistente es la de que la propia naturaleza del arte está en la investigación y en la necesidad de encontrar cada día elementos diferentes a los usados en la ocasión anterior, es decir, que la expresión cultural, para ser tal, necesita las variables y la pluralidad, la innovación y no la repetición.
¿Quién ganará esta guerra tan desigual entre la universalidad y la particularidad? Sea cual sea el enfoque que queramos darle, lo que parece seguro es que será el mundo del dinero, con sus leyes y con sus exigencias, el que realmente ganará. La creación cultural será en los próximos años como sea y tendrá uniformidad o variedad, pero estará más que nunca sometida a la voluntad del escaso número de los que deciden en los ámbitos financieros. Ahí andamos
Buena parte del tiempo libre -controladores mediante- se organiza en torno de la oferta cultural, que cada día es más extensa y hace depender de ella a mayor número de personas. Ahí se encuadra todo el mundo del turismo, de viajes diversos, de comidas, cines, libros, parques temáticos, marcas…. El mejoramiento de todo tipo de medios de comunicación ha contribuido en gran medida a que esa oferta de cultura esté más al alcance de la mano.
Nadie podría oponerse a que esto sea así. Las consideraciones negativas vendrán una vez más por el grado y por la manera en que todo esto se desnaturaliza y se pone al servicio de las estructuras del gran capital, que son las que realmente cuadriculan y promueven los grandes paquetes de oferta. El dinero se ha concentrado, las voluntades de han reducido en número a la hora de decidir, la participación social real parece solo una figuración y mucho menos una realidad concreta. Pero si hasta el inicio de los períodos estacionales o de vacaciones los marca El Corte Inglés: (Ya es primavera en El Corte Inglés).
Buena parte del esfuerzo del ciudadano de a pie se va en complacer esas necesidades creadas artificialmente por los grandes distribuidores de los productos, sean estos más generales o más específicamente culturales. ¿Cuántas son realmente las compañías de discos potentes en el mundo? No controlo esa realidad, pero puedo jugar -y ganar- a que son solo unas pocas. ¿Qué ocurre en nuestro país con las editoriales? Más de lo mismo. ¿Y con el mundo audiovisual? ¿Y con la distribución de los elementos técnicos necesarios que sirvan de soporte a esa cultura? ¿Y con…? Pues eso.
En tales circunstancias en las que el individuo se ve impotente para hacer frente a los grandes monstruos, ¿qué camino le queda? Ni siquiera si los grandes detentadores del poder asumieran alguna función de mecenas dejaría de acecharnos un grave peligro. ¿Cuál? El de hacer del mundo y sus habitantes un moldeado que responda a sus caprichos y a sus gustos. Es el peligro de la homogeneización. Y el de la rebaja del nivel. No hay que olvidar que el mercado necesita que los consumidores no se desanimen del todo ni pierdan alguna capacidad para comprar los productos; si así no fuera, la máquina dejaría de rodar, y esto sí que no se lo puede permitir ni el mundo del capitalismo salvaje. Parece que es un triste consuelo este de pensar que el edificio no se puede dejar caer del todo. Pero es que por el medio se siguen cayendo, y a pedazos, muchas habitaciones.
Esta necesidad de llegar con los productos a muchos exige inevitablemente que el nivel de lo que se ofrece sea comprensible y fácil de asumir para que, si es posible, entusiasme y se expanda. En ese sentido, el producto cultural, y el modelo del mundo por extensión, andan en el filo de la navaja, simplificando procedimientos y echando al mercado prototipos nada complejos. Ya sé que una élite del arte se funda precisamente en la novedad, a veces en la tontería del esnobismo por el esnobismo, pero esa es una ínfima parte que afecta a un tanto por ciento reducido de la población. Dicho con palabras más directas: ¿estos condicionamientos del mercado sobre el producto cultural empujan a trivializar la creación y terminan haciendo una sociedad más pastueña, más uniforme, más bruta y hasta más infantil? Por lo menos hay ejemplos que inducen a pensar en algo de eso.
Pero (otra vez algún pero) a pesar de las grandes marcas y de sus falsificaciones, a pesar del mundo como aldea global omnipresente, a pesar de todos estos peligros, aún hay vida después del dinero y del capital, después de la uniformización y después de la trivialización. ¿Dónde y cómo?
Echémosle algo de buena voluntad. Existen también muchas muestras de que el ser humano, a pesar de esa lucha desigual en la que está embarcado, se resiste a la uniformidad y da muestras de oponer toda la escasa resistencia que puede para encontrar algo de su identidad. No hay, de momento, peligro excesivo en la disgregación de los conceptos de nación y de los territorios establecidos, a pesar de ejemplos como el de nuestro mismo país. Cada día proliferan más las exquisiteces que se basan en la particularidad en vez de en la universalidad. No hay más que analizar el mundo de la gastronomía, por ejemplo, o el de la moda misma, que se afana en mostrar particularidades propias de cada territorio, o la música que, aunque mezcla cada día más, intenta dar a conocer las peculiaridades propias de cada lugar (ahí está el caso del flamenco), o incluso de la literatura o de la pintura… Cada lugar tiene sus características, que se hunden en los paisajes particulares, en las costumbres, en las relaciones específicas. Ah, y esas identidades particularizantes se buscan, a veces desesperadamente, en las relaciones humanas.
Pero esto aquí y ahora no toca.
Tal vez la prueba que puede resultar más consistente es la de que la propia naturaleza del arte está en la investigación y en la necesidad de encontrar cada día elementos diferentes a los usados en la ocasión anterior, es decir, que la expresión cultural, para ser tal, necesita las variables y la pluralidad, la innovación y no la repetición.
¿Quién ganará esta guerra tan desigual entre la universalidad y la particularidad? Sea cual sea el enfoque que queramos darle, lo que parece seguro es que será el mundo del dinero, con sus leyes y con sus exigencias, el que realmente ganará. La creación cultural será en los próximos años como sea y tendrá uniformidad o variedad, pero estará más que nunca sometida a la voluntad del escaso número de los que deciden en los ámbitos financieros. Ahí andamos
sábado, 11 de diciembre de 2010
LA INVASIÓN DE LA CULTURA ¿DE QUÉ CULTURA?
Ya se ha dicho más arriba que la estructura del mercado y del comercio lo ocupa todo, y que es todo lo que se ha adaptado a sus reglas y a sus condiciones.
El mundo de la cultura no se escapa de esos condicionamientos. Y no lo hace porque necesita, como cualquier otro producto, ponerse bajo el foco, tras los cristales del escaparate universal, para que todo el contorno se entere de su existencia, de su posible valor y de su interés para ser adquiridos.
Hoy más que nunca vivimos en una cultura de masas y cualquier creación cultural tiene que ponerse en el nivel adecuado para que esas masas puedan ser compradoras de la misma. Sigue existiendo el arte elitista, pero queda refugiado en las bodegas oscuras de los grandes inversores y afecta a pocas producciones y a escasos autores. Los demás, casi todos, tienen que ajustarse a las leyes que les imponga el mercado. De esta manera, las coordenadas en las que se produce lo más puro del acto creativo están contaminadas por la repercusión social necesaria para poder poner en circulación el producto.
Son muchas y fundamentales las consecuencias que de todo eso se derivan. Señalaré solo una: la simplicidad necesaria para poder ser interpretada y consumida la obra de arte por cualquier comprador-consumidor. Todo está en el escaparate, y el cristal del establecimiento no es precisamente el de una sala de arte y ensayo.
El proceso de “secularización” del arte no es muy antiguo en la Historia, pero en los últimos tiempos la velocidad de ampliación se ha multiplicado exponencialmente.
Tal vez haya sido el cine el ejemplo primero y más ilustrativo. Ya nació con el signo del espectáculo como fundamento y, desde su inicio, el empeño en comercializar la imagen y la fama de los integrantes no ha hecho más que crecer y multiplicarse.
Dos datos para el convencimiento: a) La entrega de los Oscar en la que todo se sustancia en escaparate de “estrellas”, figuraciones, escotes y fiestas. Nada de películas ni de elementos artísticos, solo escaparate y más escaparate para un mundo absolutamente idiotizado y complaciente. b) Las promociones de las películas. En esas promociones se gasta más dinero que en el mismo rodaje. El comercio tiene más importancia que el arte y la creación se supedita, en su concepción y en su realización, a las leyes del comercio y del capital. Como para seguir yo creyendo en el artificio hollyvoodiense. Por favor.
Algo similar sucede en el mundo de la televisión, que sustituyó y en parte engulló al propio cine. En ese mundo, lo que importa es la pose, la apariencia y, en los últimos años, el escándalo. Este medio, aparentemente universalizador, ha conseguido realmente reducir el mundo a lo que aparece en pantalla; lo demás es como si no existiera: en realidad no existe. Dominar ese medio es conseguir dominar los principales elementos que tejen la escala de valores de la sociedad, lo que equivale a condicionar la opinión, a formarla y a conducir en realidad la vida de las comunidades. A nadie debería extrañarle que los grupos de presión se esfuercen al máximo para que se les den concesiones de emisoras. En España, además, hay dirigentes políticos que no han sentido ni el más mínimo rubor en concederlas a grupúsculos afines, saltándose las más elementales reglas del mercado libre que dicen defender. Los favores se pagan después generosamente en informaciones sesgadas, en comentarios tendenciosos y en programaciones escasamente equilibradas.
Y como, también aquí, lo que interesa realmente es la cuenta de resultados, todo se trivializa, se simplifica groseramente y se somete a la presencia de seres que rozan el escándalo y que caen de lleno en la falta de formación y en el exhibicionismo, en el famoseo y en el chismorreo y el marujeo más grosero y zafio: es la mejor fórmula para que el espectador se deje llevar sin aportar criterios propios y conciencia crítica de lo que ve y de lo que se le presenta. El mundo sería casi inconcebible hoy sin la televisión y tener su control es interés prioritario de quien quiere situarse en condiciones favorables para el dominio del mundo del capital también y de todo lo que comporta. El interés es mucho mayor que el de conseguir el poder político.
Aunque en grado menor, algo parecido sucede con el mundo de la radio y de otros medios de comunicación. No hay más que mirar en qué tipo de manos están todos los medios para extraer consecuencias acerca de los intereses que en ellos se encierran.
Tal vez, junto al caso de la televisión, internet sea el último ejemplo de lo que se viene afirmando. Este medio ha puesto todo al alcance de todos y, también en alguna medida lo ha trivializado todo. Cualquiera puede expresarse, desde cualquier lugar y desde cualquier nivel. Hasta yo mismo lo hago, con perdón. Es el medio masificado, es el medio que exige niveles comprensibles para ser aceptado, es el medio que hace a todos “artistas”, aunque sea de pacotilla.
El creador que quiera darse a conocer en tiempo real no tiene más remedio que someterse a las reglas del inmenso escaparate de los medios e incluso crear con el goteo en el pensamiento de que es la masa la que impone las condiciones y el canon.
El artista es otro obrero más que trabaja para la empresa, para el medio, para la estructura comercial, para el capital. Solo si logra entrar con algo de éxito en la rueda del escaparate tendrá alguna posibilidad de decir algo personal. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Primero hay que ser Belén Esteban, más tarde ya veremos.
¿A qué altura hemos colocado, entonces, la creación cultural? ¿Y la dignidad del creador? Busquemos, de nuevo, elementos positivos, que alguno tiene que haber.
El primero tal vez sea el de no sacralizar demasiado el trabajo creador pues sale de la mano de personas con las mismas posibilidades que los demás, y también con las mismas obligaciones: hay que socializar la creación cultural.
El segundo apunta a la posibilidad de que, de esta manera, sea mucho más amplio el número de personas que se acerca a esa cultura a través de museos, exposiciones, viajes organizados, internet, medios audiovisuales…
El tercero es el de que el nivel medio seguramente suba y se gane en cantidad lo que acaso se pierda en calidad.
El cuarto es que seguramente la conciencia del mantenimiento y de la conservación de elementos culturales se acentúe.
El quinto…
O sea, que no hay mal que por bien no venga. El acento de la maldad se sigue poniendo no en la creación sino en su sometimiento al comercio y en la preponderancia casi absoluta de este frente al acto creador, el espíritu servil de la cultura frente a la eficacia como meta, en la triste realidad de que sean los medios comerciales y de escaparate los que crean más elementos de referencia y de ejemplo social que los talentos y el esfuerzo, que el valor de la cultura haya seguido el mismo camino del desprestigio que han seguido las estructuras políticas o religiosas, que el arte y la cultura se hayan convertido en buena manera en antiarte y en incultura.
En esta cesta cada creador cultural pone los huevos en la esquina que mejor le parece. Nadie puede obligar a nadie a ser héroe individualmente. Pero tampoco a sentirse sucio en cualquier momento. Allá cada cual. Es tan difícil sustraerse a ciertos encantos…
El mundo de la cultura no se escapa de esos condicionamientos. Y no lo hace porque necesita, como cualquier otro producto, ponerse bajo el foco, tras los cristales del escaparate universal, para que todo el contorno se entere de su existencia, de su posible valor y de su interés para ser adquiridos.
Hoy más que nunca vivimos en una cultura de masas y cualquier creación cultural tiene que ponerse en el nivel adecuado para que esas masas puedan ser compradoras de la misma. Sigue existiendo el arte elitista, pero queda refugiado en las bodegas oscuras de los grandes inversores y afecta a pocas producciones y a escasos autores. Los demás, casi todos, tienen que ajustarse a las leyes que les imponga el mercado. De esta manera, las coordenadas en las que se produce lo más puro del acto creativo están contaminadas por la repercusión social necesaria para poder poner en circulación el producto.
Son muchas y fundamentales las consecuencias que de todo eso se derivan. Señalaré solo una: la simplicidad necesaria para poder ser interpretada y consumida la obra de arte por cualquier comprador-consumidor. Todo está en el escaparate, y el cristal del establecimiento no es precisamente el de una sala de arte y ensayo.
El proceso de “secularización” del arte no es muy antiguo en la Historia, pero en los últimos tiempos la velocidad de ampliación se ha multiplicado exponencialmente.
Tal vez haya sido el cine el ejemplo primero y más ilustrativo. Ya nació con el signo del espectáculo como fundamento y, desde su inicio, el empeño en comercializar la imagen y la fama de los integrantes no ha hecho más que crecer y multiplicarse.
Dos datos para el convencimiento: a) La entrega de los Oscar en la que todo se sustancia en escaparate de “estrellas”, figuraciones, escotes y fiestas. Nada de películas ni de elementos artísticos, solo escaparate y más escaparate para un mundo absolutamente idiotizado y complaciente. b) Las promociones de las películas. En esas promociones se gasta más dinero que en el mismo rodaje. El comercio tiene más importancia que el arte y la creación se supedita, en su concepción y en su realización, a las leyes del comercio y del capital. Como para seguir yo creyendo en el artificio hollyvoodiense. Por favor.
Algo similar sucede en el mundo de la televisión, que sustituyó y en parte engulló al propio cine. En ese mundo, lo que importa es la pose, la apariencia y, en los últimos años, el escándalo. Este medio, aparentemente universalizador, ha conseguido realmente reducir el mundo a lo que aparece en pantalla; lo demás es como si no existiera: en realidad no existe. Dominar ese medio es conseguir dominar los principales elementos que tejen la escala de valores de la sociedad, lo que equivale a condicionar la opinión, a formarla y a conducir en realidad la vida de las comunidades. A nadie debería extrañarle que los grupos de presión se esfuercen al máximo para que se les den concesiones de emisoras. En España, además, hay dirigentes políticos que no han sentido ni el más mínimo rubor en concederlas a grupúsculos afines, saltándose las más elementales reglas del mercado libre que dicen defender. Los favores se pagan después generosamente en informaciones sesgadas, en comentarios tendenciosos y en programaciones escasamente equilibradas.
Y como, también aquí, lo que interesa realmente es la cuenta de resultados, todo se trivializa, se simplifica groseramente y se somete a la presencia de seres que rozan el escándalo y que caen de lleno en la falta de formación y en el exhibicionismo, en el famoseo y en el chismorreo y el marujeo más grosero y zafio: es la mejor fórmula para que el espectador se deje llevar sin aportar criterios propios y conciencia crítica de lo que ve y de lo que se le presenta. El mundo sería casi inconcebible hoy sin la televisión y tener su control es interés prioritario de quien quiere situarse en condiciones favorables para el dominio del mundo del capital también y de todo lo que comporta. El interés es mucho mayor que el de conseguir el poder político.
Aunque en grado menor, algo parecido sucede con el mundo de la radio y de otros medios de comunicación. No hay más que mirar en qué tipo de manos están todos los medios para extraer consecuencias acerca de los intereses que en ellos se encierran.
Tal vez, junto al caso de la televisión, internet sea el último ejemplo de lo que se viene afirmando. Este medio ha puesto todo al alcance de todos y, también en alguna medida lo ha trivializado todo. Cualquiera puede expresarse, desde cualquier lugar y desde cualquier nivel. Hasta yo mismo lo hago, con perdón. Es el medio masificado, es el medio que exige niveles comprensibles para ser aceptado, es el medio que hace a todos “artistas”, aunque sea de pacotilla.
El creador que quiera darse a conocer en tiempo real no tiene más remedio que someterse a las reglas del inmenso escaparate de los medios e incluso crear con el goteo en el pensamiento de que es la masa la que impone las condiciones y el canon.
El artista es otro obrero más que trabaja para la empresa, para el medio, para la estructura comercial, para el capital. Solo si logra entrar con algo de éxito en la rueda del escaparate tendrá alguna posibilidad de decir algo personal. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Primero hay que ser Belén Esteban, más tarde ya veremos.
¿A qué altura hemos colocado, entonces, la creación cultural? ¿Y la dignidad del creador? Busquemos, de nuevo, elementos positivos, que alguno tiene que haber.
El primero tal vez sea el de no sacralizar demasiado el trabajo creador pues sale de la mano de personas con las mismas posibilidades que los demás, y también con las mismas obligaciones: hay que socializar la creación cultural.
El segundo apunta a la posibilidad de que, de esta manera, sea mucho más amplio el número de personas que se acerca a esa cultura a través de museos, exposiciones, viajes organizados, internet, medios audiovisuales…
El tercero es el de que el nivel medio seguramente suba y se gane en cantidad lo que acaso se pierda en calidad.
El cuarto es que seguramente la conciencia del mantenimiento y de la conservación de elementos culturales se acentúe.
El quinto…
O sea, que no hay mal que por bien no venga. El acento de la maldad se sigue poniendo no en la creación sino en su sometimiento al comercio y en la preponderancia casi absoluta de este frente al acto creador, el espíritu servil de la cultura frente a la eficacia como meta, en la triste realidad de que sean los medios comerciales y de escaparate los que crean más elementos de referencia y de ejemplo social que los talentos y el esfuerzo, que el valor de la cultura haya seguido el mismo camino del desprestigio que han seguido las estructuras políticas o religiosas, que el arte y la cultura se hayan convertido en buena manera en antiarte y en incultura.
En esta cesta cada creador cultural pone los huevos en la esquina que mejor le parece. Nadie puede obligar a nadie a ser héroe individualmente. Pero tampoco a sentirse sucio en cualquier momento. Allá cada cual. Es tan difícil sustraerse a ciertos encantos…
viernes, 10 de diciembre de 2010
UN PARÉNTESIS DE CONSUELO
Con este panorama tan descorazonador que uno logra atisbar y, sobre todo, en el que uno no ve cómo se puede derribar al monstruo que todo lo llena, si no es con una acción totalmente revolucionaria, ¿cómo puede un cualquiera encontrar la forma de consolarse un poquito? Pues acaso buscando los resquicios positivos, o menos malvados, que le puedan quedar a este sistema virtual y engañoso.
Por ejemplo, a pesar de la superestructura del capital, todavía el esquema político del mundo parece que se mantiene. La verdad es que cada día con menos poder de decisión y más como fámulo de los poderes económicos, pero ahí está. Todavía se sigue hablando de naciones y de comunidades territoriales, sociales y políticas. No es fácil adivinar si por mucho tiempo ni en qué condiciones, sin embargo.
Otro hecho importante es que los BOEs siguen en manos de los representantes de los ciudadanos; claro que con las mismas o mayores limitaciones y servilismos que las naciones.
Tampoco parece probable que, de momento, el hipercapitalismo pueda reducir a cero las concepciones religiosas, sean estas buenas o malas, benignas o perniciosas; sin embargo, también es evidente que las arrastra a todas, incluso en sus secciones más fanáticas, a sus propios estilos de vida.
Es posible pensar que, al menos a corto plazo, esta superestructura no va a conseguir la desestructuración total de los grandes referentes históricos, como civilizaciones, religiones, y que, más bien, va a tratar de adaptarse camaleónicamente a cada una de las variantes nacionales o regionales para ajustar el producto a las señales identitarias de cada territorio.
Ya no me salen más bondades y escasamente creo en las que he enumerado, ya se ve que muy matizadamente y casi a regañadientes. No será porque no le echo buenos ánimos. Pero, para mí, no hay más cera que la que arde.
Porque he de volver después a ese mundo en el que el individuo anda arrojado y apenas tiene orientación ni asideros mínimamente seguros.
Pero hoy no.
Por ejemplo, a pesar de la superestructura del capital, todavía el esquema político del mundo parece que se mantiene. La verdad es que cada día con menos poder de decisión y más como fámulo de los poderes económicos, pero ahí está. Todavía se sigue hablando de naciones y de comunidades territoriales, sociales y políticas. No es fácil adivinar si por mucho tiempo ni en qué condiciones, sin embargo.
Otro hecho importante es que los BOEs siguen en manos de los representantes de los ciudadanos; claro que con las mismas o mayores limitaciones y servilismos que las naciones.
Tampoco parece probable que, de momento, el hipercapitalismo pueda reducir a cero las concepciones religiosas, sean estas buenas o malas, benignas o perniciosas; sin embargo, también es evidente que las arrastra a todas, incluso en sus secciones más fanáticas, a sus propios estilos de vida.
Es posible pensar que, al menos a corto plazo, esta superestructura no va a conseguir la desestructuración total de los grandes referentes históricos, como civilizaciones, religiones, y que, más bien, va a tratar de adaptarse camaleónicamente a cada una de las variantes nacionales o regionales para ajustar el producto a las señales identitarias de cada territorio.
Ya no me salen más bondades y escasamente creo en las que he enumerado, ya se ve que muy matizadamente y casi a regañadientes. No será porque no le echo buenos ánimos. Pero, para mí, no hay más cera que la que arde.
Porque he de volver después a ese mundo en el que el individuo anda arrojado y apenas tiene orientación ni asideros mínimamente seguros.
Pero hoy no.
jueves, 9 de diciembre de 2010
!A COMPRAR!
A finales de 2010, una buena parte de la población mundial pasa hambre y las desigualdades económicas son mayores que nunca en este planeta. Existe un importantísimo volumen de población que se mueve en la subsistencia, en la baja estima, en la desregulación y en los arrabales del bienestar.
Pues hasta estos indigentes sufren el acoso del mercado y del hiperconsumo, y su aspiración es la de acercarse a la velocidad de gastar la energía y los productos que tienen las personas de los llamados primeros mundos. En los momentos en los que notan el aumento de sus posibilidades para consumir con más velocidad, parecen experimentar como un aumento de satisfacción y hasta de felicidad. Acaso no es toda la verdad esa verdad. Veamos.
En el mundo occidental, este en el que nos movemos, la tecnología -ya se dejó dicho- lo llena todo y lo invade todo. Todos aspiramos a ser dueños de elementos que aparentemente hacen más agradable nuestra existencia. Sea. Pero abramos un poco más los ojos. Los últimos adelantos técnicos apuntan más hacia el individuo que a la colectividad, intentan la satisfacción personal antes que la colectiva. De nuevo, el caso paradigmático vuelve a ser internet, con su potencia universalizadora pero también con el aislamiento que produce y el enclaustramiento a que conduce. Algo semejante se podría decir del móvil o de los elementos de reproducción musical o de imágenes.
Este hecho produce algunas consecuencias de importancia capital. De nuevo se puede observar que el tiempo y el espacio se desregulan, en el sentido de que se hacen particulares y de uso individual para cada usuario. En una familia hoy nos podemos encontrar con que un componente se va a dormir a hora temprana mientras que otro dedica varias horas de la noche a cualquier afición personal. La repetición de estos usos personalizados del tiempo y del espacio termina modelando unas costumbres y hasta una moral y una ética personalizadas e individualizadas, y, por acumulación, también social. Solo este fenómeno sería suficiente como para intentar conocer y regular, hasta donde se pudiera, este asunto del hipercapitalismo y del hiperconsumismo.
Y es que el mundo del comercio se ha vuelto ubicuo y omnipresente; sus poderes son tan amplios, que nos acosa por todas las esquinas y en todo momento. Se produce tanto y existe tal necesidad de mover el mercado para seguir produciendo y que la cadena ruede, que nos encontramos con una superoferta imposible de digerir en condiciones de normalidad y en un ambiente en el que el consumo fuera tan solo un elemento más de la vida del ser humano.
Pero nada de esto es así. El comercio busca la cuadratura del círculo. Y no la va a encontrar nunca. Se tiene tal capacidad de producción que, por más que la publicidad acose, cada vez hay más oferta, más productos almacenados, más situaciones especiales del comercio (rebajas, mercadillos, necesidades de eliminar producción…) y más lugares en los que la situación física y anímica es ideal para que el intercambio comercial se produzca: horarios ininterrumpidos, fiestas cada vez más comercializadas, calendarios pensados solo para el consumo, compras por internet, grandes almacenes en los que existe de todo y que invitan a pasar una jornada en ellos, publicidad absolutamente agresiva, idealización de los productos y del mundo que dicen representar… Parece sencillamente imposible sustraerse a los encantos de esta superestructura universal en tiempo y espacio. Pero pasear por las calles de casi cualquier pequeña ciudad y ver los pequeños comercios es tanto como echarse a temblar y a compadecer a las personas que, casi literalmente, gastan inútilmente el tiempo allí solos ante la falta de clientes, con el consiguiente malestar y enfado personal, y con el también consiguiente despilfarro social de energías para casi nada.
Y, por si fuera poco, ese estado de omnipresencia del comercio ha impregnado a todos los productos, no solo a los tradicionalmente comerciales. También el arte, la cultura, la política o la religión se hallan supeditados a las estructuras comerciales y a sus esquemas de venta, de manera que la superestructura es el comercio, no el producto. A estos esquemas obedecen los telepredicadores, las páginas web de los conventos, las subastas de arte, las promociones y los premios literarios, los gastos en promoción de las películas que, vergonzosamente, son mayores que los utilizados en la creación de la obra artística, y muchas de las actuaciones políticas (el caso de las últimas elecciones catalanas y sus vídeos lo ilustra perfectamente).
Esta hiperinfluencia (uso conscientemente muchas veces los hiper-) se apodera sin remedio de las posibilidades del ser humano y lo convierte en un ser cautivo e indefenso ante el poderío del mundo del dinero y del consumo, en un ser hiperconsumidor hasta terminar modificando sus conductas y sus comportamientos.
Naturalmente, cada individuo tiene sus defensas según su formación, su cultura, sus costumbres o su capacidad reflexiva, pero el ambiente genérico es sencillamente apabullante y de muy difícil digestión. No parece demasiado exagerado, entonces, hablar hoy del homo consumidor pues poco se escapa a esta influencia. Hasta el punto de que se han desarrollado nuevas enfermedades directamente relacionadas con el consumo exagerado: la patología del consumidor compulsivo, las bulimias como respuestas a los modelos físicos impuestos por las modas y el mundo del consumo y del comercio, las dietas exageradas que producen tantos desequilibrios…
Porque es tal vez en esta variable de los modelos estéticos en la que se ve mejor la influencia de los consumos alimenticios y de sus tipos. Hasta hace tres días en el tiempo, el modelo de belleza tenía que ver con el cuerpo poco esquelético, con el color blanco y con la tez sonrosada; las mujeres se tapaban la cara y las manos en sus trabajos del campo para mantener su color blanquecino. Hoy todo se somete al imperio de un cuerpo escaso de carnes y al color moreno. El comercio se ha preocupado de crear toda una industria de cosméticos, vacaciones, gimnasios, y tejidos que simulan contribuir a conseguir tal fin. Y parece que con todo el éxito, según la legión de seguidores que tiene y la docilidad que muestran con tal de apuntarse al modelo.
Aplíquese el análisis a cualquiera otra variable y extráiganse consecuencias razonables y razonadas.
De manera que podríamos simplificar una cadena con estos componentes: Superproduccion, superoferta, superpublicidad, omnipresencia del mundo comercial, consumidor que se vuelve inerme y compulsivo. Pero también -y tal vez esto vuelva a ser lo más importante- consumidor desorientado y manipulado en unos niveles absolutamente escandalosos.
Sirva todo ello con tal de alcanzar algún grado superior de felicidad en el ser humano. Pero, ¿se cumplirá ese objetivo de ser un poco más felices con el mundo del consumidor compulsivo? Todo parece indicar, desgraciadamente, que no.
Hay evidencias en contra y hasta hallazgos de equipos multidisciplinares que investigan durante toda su vida y que han descubierto la existencia de momentos de felicidad un poco más baratos y bastante menos caros. Un equipo de la universidad de Harvard acaba de publicar el hallazgo de un grupo de amigos que, paseando por el campo y disfrutando de la naturaleza, parecían encontrarse un poco menos tristes e infelices. Me parece que estos investigadores están propuestos para el premio Nóbel.
Tal vez lo consigan: el hallazgo lo merece. Yo mismo me he sentido muy contento con mi nieta estos días en casa jugando y riéndome. Juro que me ha salido muy barato. Lo malo es que se ha ido y ahora estoy un poquito más triste. Cachis.
Pues hasta estos indigentes sufren el acoso del mercado y del hiperconsumo, y su aspiración es la de acercarse a la velocidad de gastar la energía y los productos que tienen las personas de los llamados primeros mundos. En los momentos en los que notan el aumento de sus posibilidades para consumir con más velocidad, parecen experimentar como un aumento de satisfacción y hasta de felicidad. Acaso no es toda la verdad esa verdad. Veamos.
En el mundo occidental, este en el que nos movemos, la tecnología -ya se dejó dicho- lo llena todo y lo invade todo. Todos aspiramos a ser dueños de elementos que aparentemente hacen más agradable nuestra existencia. Sea. Pero abramos un poco más los ojos. Los últimos adelantos técnicos apuntan más hacia el individuo que a la colectividad, intentan la satisfacción personal antes que la colectiva. De nuevo, el caso paradigmático vuelve a ser internet, con su potencia universalizadora pero también con el aislamiento que produce y el enclaustramiento a que conduce. Algo semejante se podría decir del móvil o de los elementos de reproducción musical o de imágenes.
Este hecho produce algunas consecuencias de importancia capital. De nuevo se puede observar que el tiempo y el espacio se desregulan, en el sentido de que se hacen particulares y de uso individual para cada usuario. En una familia hoy nos podemos encontrar con que un componente se va a dormir a hora temprana mientras que otro dedica varias horas de la noche a cualquier afición personal. La repetición de estos usos personalizados del tiempo y del espacio termina modelando unas costumbres y hasta una moral y una ética personalizadas e individualizadas, y, por acumulación, también social. Solo este fenómeno sería suficiente como para intentar conocer y regular, hasta donde se pudiera, este asunto del hipercapitalismo y del hiperconsumismo.
Y es que el mundo del comercio se ha vuelto ubicuo y omnipresente; sus poderes son tan amplios, que nos acosa por todas las esquinas y en todo momento. Se produce tanto y existe tal necesidad de mover el mercado para seguir produciendo y que la cadena ruede, que nos encontramos con una superoferta imposible de digerir en condiciones de normalidad y en un ambiente en el que el consumo fuera tan solo un elemento más de la vida del ser humano.
Pero nada de esto es así. El comercio busca la cuadratura del círculo. Y no la va a encontrar nunca. Se tiene tal capacidad de producción que, por más que la publicidad acose, cada vez hay más oferta, más productos almacenados, más situaciones especiales del comercio (rebajas, mercadillos, necesidades de eliminar producción…) y más lugares en los que la situación física y anímica es ideal para que el intercambio comercial se produzca: horarios ininterrumpidos, fiestas cada vez más comercializadas, calendarios pensados solo para el consumo, compras por internet, grandes almacenes en los que existe de todo y que invitan a pasar una jornada en ellos, publicidad absolutamente agresiva, idealización de los productos y del mundo que dicen representar… Parece sencillamente imposible sustraerse a los encantos de esta superestructura universal en tiempo y espacio. Pero pasear por las calles de casi cualquier pequeña ciudad y ver los pequeños comercios es tanto como echarse a temblar y a compadecer a las personas que, casi literalmente, gastan inútilmente el tiempo allí solos ante la falta de clientes, con el consiguiente malestar y enfado personal, y con el también consiguiente despilfarro social de energías para casi nada.
Y, por si fuera poco, ese estado de omnipresencia del comercio ha impregnado a todos los productos, no solo a los tradicionalmente comerciales. También el arte, la cultura, la política o la religión se hallan supeditados a las estructuras comerciales y a sus esquemas de venta, de manera que la superestructura es el comercio, no el producto. A estos esquemas obedecen los telepredicadores, las páginas web de los conventos, las subastas de arte, las promociones y los premios literarios, los gastos en promoción de las películas que, vergonzosamente, son mayores que los utilizados en la creación de la obra artística, y muchas de las actuaciones políticas (el caso de las últimas elecciones catalanas y sus vídeos lo ilustra perfectamente).
Esta hiperinfluencia (uso conscientemente muchas veces los hiper-) se apodera sin remedio de las posibilidades del ser humano y lo convierte en un ser cautivo e indefenso ante el poderío del mundo del dinero y del consumo, en un ser hiperconsumidor hasta terminar modificando sus conductas y sus comportamientos.
Naturalmente, cada individuo tiene sus defensas según su formación, su cultura, sus costumbres o su capacidad reflexiva, pero el ambiente genérico es sencillamente apabullante y de muy difícil digestión. No parece demasiado exagerado, entonces, hablar hoy del homo consumidor pues poco se escapa a esta influencia. Hasta el punto de que se han desarrollado nuevas enfermedades directamente relacionadas con el consumo exagerado: la patología del consumidor compulsivo, las bulimias como respuestas a los modelos físicos impuestos por las modas y el mundo del consumo y del comercio, las dietas exageradas que producen tantos desequilibrios…
Porque es tal vez en esta variable de los modelos estéticos en la que se ve mejor la influencia de los consumos alimenticios y de sus tipos. Hasta hace tres días en el tiempo, el modelo de belleza tenía que ver con el cuerpo poco esquelético, con el color blanco y con la tez sonrosada; las mujeres se tapaban la cara y las manos en sus trabajos del campo para mantener su color blanquecino. Hoy todo se somete al imperio de un cuerpo escaso de carnes y al color moreno. El comercio se ha preocupado de crear toda una industria de cosméticos, vacaciones, gimnasios, y tejidos que simulan contribuir a conseguir tal fin. Y parece que con todo el éxito, según la legión de seguidores que tiene y la docilidad que muestran con tal de apuntarse al modelo.
Aplíquese el análisis a cualquiera otra variable y extráiganse consecuencias razonables y razonadas.
De manera que podríamos simplificar una cadena con estos componentes: Superproduccion, superoferta, superpublicidad, omnipresencia del mundo comercial, consumidor que se vuelve inerme y compulsivo. Pero también -y tal vez esto vuelva a ser lo más importante- consumidor desorientado y manipulado en unos niveles absolutamente escandalosos.
Sirva todo ello con tal de alcanzar algún grado superior de felicidad en el ser humano. Pero, ¿se cumplirá ese objetivo de ser un poco más felices con el mundo del consumidor compulsivo? Todo parece indicar, desgraciadamente, que no.
Hay evidencias en contra y hasta hallazgos de equipos multidisciplinares que investigan durante toda su vida y que han descubierto la existencia de momentos de felicidad un poco más baratos y bastante menos caros. Un equipo de la universidad de Harvard acaba de publicar el hallazgo de un grupo de amigos que, paseando por el campo y disfrutando de la naturaleza, parecían encontrarse un poco menos tristes e infelices. Me parece que estos investigadores están propuestos para el premio Nóbel.
Tal vez lo consigan: el hallazgo lo merece. Yo mismo me he sentido muy contento con mi nieta estos días en casa jugando y riéndome. Juro que me ha salido muy barato. Lo malo es que se ha ido y ahora estoy un poquito más triste. Cachis.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
¿Y SI ME PIDO UNA PIZZA?
A ver si le buscamos algún resquicio a esta nueva vida, a esta nueva moral y a esta nueva organización.
Hasta hace no mucho -ya se ha dicho otro día- las culturas se apoyaban y hasta se hundían en principios sagrados. Estos principios, si no racionales, sí eran consistentes y duraderos pues o bien la sociedad no se planteaba su análisis en profundidad ni su cambio, o bien diversas fuerzas lo impedían.
La modernidad se puede resumir, aunque sea en forma gruesa, en el descubrimiento del individuo y de su valor por encima de cualquier otra consideración o fundamento. Cuando hay divergencia entre razón y fe, será ya la razón la que reivindique su supremacía. Esa es la verdadera modernidad. El ser humano no solo se descubre fundamento sino igual ante las posibilidades: la razón es elemento universal y común. Y, desde ese descubrimiento, también asume las exigencias de ordenar su propia vida con las leyes que crea convenientes. Ahora ya no solo existen las tradiciones, ahora es que se pueden cambiar y hasta negar.
Según esta nueva situación, entran en conflicto toda una serie de realidades que hasta no hace mucho reinaban sin demasiada controversia. Es el caso de las tradiciones, de las influencias religiosas, de las estructuras morales sin cuestionar, de las instituciones inamovibles, de las relaciones familiares, de los partidos políticos…
Todo esto ha quebrado, al menos en su intensidad, en los últimos decenios. Cualquier repaso somero nos lo confirma. Piénsese si no qué sucede con estas dos instituciones: la familiar y la política.
La institución familiar, a pesar de ser la más estimada, ha adquirido una diversidad formal imprevista hace solo unos años. El modelo único hace aguas por todas partes y las cifras lo confirman. A fecha de hoy, y esto se ha producido en muy escasos años, se celebran tantos o más matrimonios civiles que religiosos, se multiplican las familias monoparentales, los divorcios son moneda común, el reparto de funciones entre el hombre y la mujer felizmente casi nada tiene que ver con lo que sucedía hace veinte o treinta años: incorporación de la mujer al mundo del trabajo, educación compartida, decisiones también compartidas, reparto de autoridad, tiempos libres separados… Es tal la suma de diferencias, que solo con esta institución se podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que la sociedad ha sufrido una revolución extraordinaria. Y las implicaciones que este cambio profundo conlleva son para ensayo largo por importantes y numerosas. Todas ellas apuntan hacia un individualismo cada vez más evidente.
Algo similar sucede con las adhesiones de tipo político. Las grandes organizaciones políticas y sindicales sufren hoy tal vez uno de sus momentos más preocupantes en cuanto a adhesión, afiliación o simplemente comprensión. Por las razones que sean -algunas ya se han expuesto en otras líneas- todo se conjura para hacer parecer que todas las formaciones sociales son similares y la teoría de la equidistancia tiene legión de seguidores. Desde la caída del muro, y con los resúmenes que se presentan de la experiencia del socialismo real, nada hay consistente que se pueda oponer ni siquiera al capitalismo más salvaje. No sé si los representantes públicos de las distintas formaciones políticas representan tampoco las opciones más sólidas ni si contribuyen muy en positivo a la estima y al enganche en esas estructuras. La abstención aumenta por doquier y, en época de crisis, aún más. Es también fenómeno que merece un desarrollo extenso pero que creo que tiene que partir de las evidencias que aquí solo se enumeran.
Valgan estos dos ejemplos de lo que se extiende en todos los campos de la convivencia social.
¿Qué le sucede al individuo particular en esta situación tan zozobrante? Pues, entre otras muchas cosas, que se desconcierta, que se esconde y se repliega en sí mismo y que se hace mucho más hombre hiperindividualizado. El hiperindividualismo era -es- otra de las características de este mundo del hipercapitalismo. Es el nuevo homo individualis. Pero también es el homo dudans, el homo timorosus… el hombre hallado y, en alguna medida, también perdido en el marasmo y en la falta de asideros convincentes.
¿Cómo se puede combatir esta situación? ¿Qué banderines de enganche sustituyen a estos que se han perdido?
Porque el ser humano, a pesar de los pesares, sigue siendo un animal social, no puede desengancharse de los demás y su vida se concreta en una red de relaciones y termina siendo sus propias circunstancias. Perdidas sus ataduras y sus seguridades de antaño, desinflado en sus referencias religiosas, de clases, de representación pública, desnortado en algún modo en las reglas de la estructura familiar, más solo y solitario que nunca a pesar de tener todo el mundo a su alcance, huérfano de metas comunitarias que le resulten creíbles, lejos de teorías filosóficas, religiosas o políticas que expliquen de manera global el mundo, ¿adónde puede acudir?, ¿qué le puede servir al menos de placebo para engañarse en esa soledad?, ¿en qué se puede diluir para dejar que el tiempo corra de la forma menos mala posible?
Seguramente esté encontrando vías en las redes sociales algo de ese sucedáneo, tal vez los rebrotes de agrupaciones particulares obedezcan a esta situación de individualismo: ONG, grupos de todo tipo, peñas, sociedades deportivas, asociaciones varias, cofradías, sectas, clubes… Pero todo en grupos fragmentados y particulares. Y con el triste contentamiento de que pasar el rato no muy mal es suficiente. El hombre está en todo el mundo y todo el mundo está en cada hombre, pero el ser humano anda solo y temeroso, se ha creado el caldo de cultivo para todo aquello que favorezca el hiperindividualismo.
De él se benefician todos los grupos que auspician, en la teoría o en la práctica, el valor individualizado. Ahí está el éxito casi generalizado de las opciones políticas de derechas, llamadas liberales de derechas, y el alza evidente de las opciones extremistas. Y ahí está el señuelo casi invencible del hedonismo como forma de huir de la soledad y hasta de la angustia, como intento de arreglar tanto desarreglo y tanto grito solitario, tanta soledad y tanto aislamiento invirtiendo en uno mismo y en su regalo. Y no es un hedonismo cualquiera. El ser humano se ha dejado engatusar por el hedonismo que encuentra su espacio y su tiempo, su antes y después, su contexto apropiado, en los mercados y en el consumo. De tal manera que aquello que había desregularizado todo se ofrece ahora para intentar arreglarlo. Quién lo hubiera dicho. Para ello necesita que el ser humano se torne dócil y dispuesto a consumir sin descanso. Será -es ya- el hombre consumidor.
Habrá que pensarlo. Pero hoy no.
Hasta hace no mucho -ya se ha dicho otro día- las culturas se apoyaban y hasta se hundían en principios sagrados. Estos principios, si no racionales, sí eran consistentes y duraderos pues o bien la sociedad no se planteaba su análisis en profundidad ni su cambio, o bien diversas fuerzas lo impedían.
La modernidad se puede resumir, aunque sea en forma gruesa, en el descubrimiento del individuo y de su valor por encima de cualquier otra consideración o fundamento. Cuando hay divergencia entre razón y fe, será ya la razón la que reivindique su supremacía. Esa es la verdadera modernidad. El ser humano no solo se descubre fundamento sino igual ante las posibilidades: la razón es elemento universal y común. Y, desde ese descubrimiento, también asume las exigencias de ordenar su propia vida con las leyes que crea convenientes. Ahora ya no solo existen las tradiciones, ahora es que se pueden cambiar y hasta negar.
Según esta nueva situación, entran en conflicto toda una serie de realidades que hasta no hace mucho reinaban sin demasiada controversia. Es el caso de las tradiciones, de las influencias religiosas, de las estructuras morales sin cuestionar, de las instituciones inamovibles, de las relaciones familiares, de los partidos políticos…
Todo esto ha quebrado, al menos en su intensidad, en los últimos decenios. Cualquier repaso somero nos lo confirma. Piénsese si no qué sucede con estas dos instituciones: la familiar y la política.
La institución familiar, a pesar de ser la más estimada, ha adquirido una diversidad formal imprevista hace solo unos años. El modelo único hace aguas por todas partes y las cifras lo confirman. A fecha de hoy, y esto se ha producido en muy escasos años, se celebran tantos o más matrimonios civiles que religiosos, se multiplican las familias monoparentales, los divorcios son moneda común, el reparto de funciones entre el hombre y la mujer felizmente casi nada tiene que ver con lo que sucedía hace veinte o treinta años: incorporación de la mujer al mundo del trabajo, educación compartida, decisiones también compartidas, reparto de autoridad, tiempos libres separados… Es tal la suma de diferencias, que solo con esta institución se podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que la sociedad ha sufrido una revolución extraordinaria. Y las implicaciones que este cambio profundo conlleva son para ensayo largo por importantes y numerosas. Todas ellas apuntan hacia un individualismo cada vez más evidente.
Algo similar sucede con las adhesiones de tipo político. Las grandes organizaciones políticas y sindicales sufren hoy tal vez uno de sus momentos más preocupantes en cuanto a adhesión, afiliación o simplemente comprensión. Por las razones que sean -algunas ya se han expuesto en otras líneas- todo se conjura para hacer parecer que todas las formaciones sociales son similares y la teoría de la equidistancia tiene legión de seguidores. Desde la caída del muro, y con los resúmenes que se presentan de la experiencia del socialismo real, nada hay consistente que se pueda oponer ni siquiera al capitalismo más salvaje. No sé si los representantes públicos de las distintas formaciones políticas representan tampoco las opciones más sólidas ni si contribuyen muy en positivo a la estima y al enganche en esas estructuras. La abstención aumenta por doquier y, en época de crisis, aún más. Es también fenómeno que merece un desarrollo extenso pero que creo que tiene que partir de las evidencias que aquí solo se enumeran.
Valgan estos dos ejemplos de lo que se extiende en todos los campos de la convivencia social.
¿Qué le sucede al individuo particular en esta situación tan zozobrante? Pues, entre otras muchas cosas, que se desconcierta, que se esconde y se repliega en sí mismo y que se hace mucho más hombre hiperindividualizado. El hiperindividualismo era -es- otra de las características de este mundo del hipercapitalismo. Es el nuevo homo individualis. Pero también es el homo dudans, el homo timorosus… el hombre hallado y, en alguna medida, también perdido en el marasmo y en la falta de asideros convincentes.
¿Cómo se puede combatir esta situación? ¿Qué banderines de enganche sustituyen a estos que se han perdido?
Porque el ser humano, a pesar de los pesares, sigue siendo un animal social, no puede desengancharse de los demás y su vida se concreta en una red de relaciones y termina siendo sus propias circunstancias. Perdidas sus ataduras y sus seguridades de antaño, desinflado en sus referencias religiosas, de clases, de representación pública, desnortado en algún modo en las reglas de la estructura familiar, más solo y solitario que nunca a pesar de tener todo el mundo a su alcance, huérfano de metas comunitarias que le resulten creíbles, lejos de teorías filosóficas, religiosas o políticas que expliquen de manera global el mundo, ¿adónde puede acudir?, ¿qué le puede servir al menos de placebo para engañarse en esa soledad?, ¿en qué se puede diluir para dejar que el tiempo corra de la forma menos mala posible?
Seguramente esté encontrando vías en las redes sociales algo de ese sucedáneo, tal vez los rebrotes de agrupaciones particulares obedezcan a esta situación de individualismo: ONG, grupos de todo tipo, peñas, sociedades deportivas, asociaciones varias, cofradías, sectas, clubes… Pero todo en grupos fragmentados y particulares. Y con el triste contentamiento de que pasar el rato no muy mal es suficiente. El hombre está en todo el mundo y todo el mundo está en cada hombre, pero el ser humano anda solo y temeroso, se ha creado el caldo de cultivo para todo aquello que favorezca el hiperindividualismo.
De él se benefician todos los grupos que auspician, en la teoría o en la práctica, el valor individualizado. Ahí está el éxito casi generalizado de las opciones políticas de derechas, llamadas liberales de derechas, y el alza evidente de las opciones extremistas. Y ahí está el señuelo casi invencible del hedonismo como forma de huir de la soledad y hasta de la angustia, como intento de arreglar tanto desarreglo y tanto grito solitario, tanta soledad y tanto aislamiento invirtiendo en uno mismo y en su regalo. Y no es un hedonismo cualquiera. El ser humano se ha dejado engatusar por el hedonismo que encuentra su espacio y su tiempo, su antes y después, su contexto apropiado, en los mercados y en el consumo. De tal manera que aquello que había desregularizado todo se ofrece ahora para intentar arreglarlo. Quién lo hubiera dicho. Para ello necesita que el ser humano se torne dócil y dispuesto a consumir sin descanso. Será -es ya- el hombre consumidor.
Habrá que pensarlo. Pero hoy no.
martes, 7 de diciembre de 2010
EL HOMO TECNO-SAPIENS
Echaré un vistazo a la segunda de esas patas que sostienen a ese mundo omnipresente del hipercapitalismo de los últimos años, la hipertecnología.
No necesito esforzarme demasiado para que la realidad me anegue y me empequeñezca. La afirmación de que en los últimos decenios se han producido más avances técnicos que en el resto de la Historia no incluye ninguna exageración. Es una realidad apabullante que hay que contemplar, gozar y, si se puede, analizar. No es seguro, sin embargo, que los principios básicos de la ciencia se hayan ni aumentado ni modificado demasiado. Los principios básicos se resisten a ser alcanzados y a ser descubiertos. Y tal vez no sean demasiados. En ello andan los científicos reales y más vocacionales, pero el mercado inmediato no permite el sosiego que este apartado merece. Tal vez por ello, o son las grandes compañías, que lo amortizan todo en muy corto tiempo, o son los poderes públicos los que apoyan, y en escasa medida, tales investigaciones. Algo muy distinto son los desarrollos de esos principios, es decir, las técnicas. En este apartado, la mirada se aturde y no da abasto ni siquiera para enumerar la cantidad enorme de elementos técnicos que han venido a hacer nuestra vida más llevadera y menos atada a nuestras actividades manuales: mundo de la automoción, de los electrodomésticos, de los medios de comunicación, robotizaciones, mundo de la medicina, la bioquímica, la ecología… Sencillamente apabullante.
Las sociedades más “adelantadas” se han ocupado un poco más del desarrollo científico y mucho más del desarrollo técnico. Se decía no hace muchos años que Estados Unidos pedía a Europa que formara científicos y que, una vez formados, los mandara a América para desarrollar los principios en los desarrollos técnicos.
¿Es bueno tanto adelanto técnico? No es fácil encontrarle, a primera vista, perjuicios. Todo deslumbra y ciega, todo atrae con su canto de sirenas, todo parece irresistible. Sea, pero acaso no es oro todo lo que reluce.
Lo más importante es que esa hipertecnología que todo lo invade no es un departamento estanco que tanto nos subyuga. Tal es su fuerza, en cantidad y en calidad, que ha conseguido modificar la ética y la moral de los ciudadanos y de las sociedades. Su poder ha impregnado, o tal vez ha anegado, la forma de ver la vida y los comportamientos del individuo menos avezado y con menos poder de protección. Las formas de pensar y de actuar se someten sin demasiada oposición a las exigencias del mundo de la técnica y los esfuerzos se ordenan a lo que disponga ese mundo y a los plazos que nos imponga para acercarnos a él, para introducirnos en él y para diluirnos en él. Y aquí los plazos son de letras y de renuncias constantes a todo lo que la tecnología no haya sometido a sus dominios. Un ejemplo sencillo: ¿cuántas personas no ordenan sus gastos mensuales teniendo como prioridad la exigencia del pago de la letra de un coche? Pues eso. De modo que la técnica termina por imponer sus principios, su ética y su moral. ¿O en nuestra escala de valores no anda en la cúspide la obtención de alguno de los aparatos que más lucen según la publicidad?
Indagar hasta qué punto condiciona nuestra escala de valores este mundo hipertecnificado aparece tan apasionante como imposible en estas líneas. Este, con mucha diferencia, me resulta a mí el peligro más importante.
Pero es que asoman más peligros a ese mundo que a primera vista parecía tan atractivo y maravilloso. Son los que tienen que ver más directamente con los propios elementos físicos. Y no son pocos los que ha acarreado el desarrollo hipertecnológico: desastres nucleares, desastres ecológicos (cambio climático, por ejemplo), nuevas enfermedades, alimentos contaminados. La exageración en el desarrollo técnico necesita, parece una obviedad, productos físicos más abundantes; algunos se extraen después de desechar otros muchos y comportan peligros evidentes. No en vano, el mundo de todo lo que rodea a la ecología crece exponencialmente en los últimos decenios.
A la vista de beneficios y perjuicios, cabe formularse algunas preguntas de difícil respuesta: ¿Puede haber un crecimiento desregulado mucho tiempo?, ¿este crecimiento puede ser infinito?, ¿quién tiene capacidad para ponerle los límites razonables?, ¿a qué ritmo se tiene que producir ese crecimiento?, ¿a costa de qué se está produciendo la hipertecnificación?... Desde luego que a casota de cambios morales muy profundos y de modificaciones y de peligros naturales muy notables.
Por si todo esto fuera poco, el mundo de internet ha venido a universalizar todo y a la vez a individualizarlo, a poner todo al alcance de la mano de cualquiera y a encerrar más a cada individuo en su soledad física y tal vez moral. Los vecinos son todos, pero nadie sabe en realidad dónde vive cada uno; empieza a haber más relaciones virtuales que contactos físicos y reales.
Todo ello implica un estado de inseguridad en el individuo, que tiene que combatir moviéndose en un universo convulso y de dimensiones formidables, pero a la vez en espacios personales y particularizados. Son las nuevas condiciones del hombre no ya sapiens sino tecno-sapiens. Esto le ha impuesto una nueva vida, una nueva moral, una organización social diferente.
¿Cuáles? Y yo qué sé. Hoy no.
No necesito esforzarme demasiado para que la realidad me anegue y me empequeñezca. La afirmación de que en los últimos decenios se han producido más avances técnicos que en el resto de la Historia no incluye ninguna exageración. Es una realidad apabullante que hay que contemplar, gozar y, si se puede, analizar. No es seguro, sin embargo, que los principios básicos de la ciencia se hayan ni aumentado ni modificado demasiado. Los principios básicos se resisten a ser alcanzados y a ser descubiertos. Y tal vez no sean demasiados. En ello andan los científicos reales y más vocacionales, pero el mercado inmediato no permite el sosiego que este apartado merece. Tal vez por ello, o son las grandes compañías, que lo amortizan todo en muy corto tiempo, o son los poderes públicos los que apoyan, y en escasa medida, tales investigaciones. Algo muy distinto son los desarrollos de esos principios, es decir, las técnicas. En este apartado, la mirada se aturde y no da abasto ni siquiera para enumerar la cantidad enorme de elementos técnicos que han venido a hacer nuestra vida más llevadera y menos atada a nuestras actividades manuales: mundo de la automoción, de los electrodomésticos, de los medios de comunicación, robotizaciones, mundo de la medicina, la bioquímica, la ecología… Sencillamente apabullante.
Las sociedades más “adelantadas” se han ocupado un poco más del desarrollo científico y mucho más del desarrollo técnico. Se decía no hace muchos años que Estados Unidos pedía a Europa que formara científicos y que, una vez formados, los mandara a América para desarrollar los principios en los desarrollos técnicos.
¿Es bueno tanto adelanto técnico? No es fácil encontrarle, a primera vista, perjuicios. Todo deslumbra y ciega, todo atrae con su canto de sirenas, todo parece irresistible. Sea, pero acaso no es oro todo lo que reluce.
Lo más importante es que esa hipertecnología que todo lo invade no es un departamento estanco que tanto nos subyuga. Tal es su fuerza, en cantidad y en calidad, que ha conseguido modificar la ética y la moral de los ciudadanos y de las sociedades. Su poder ha impregnado, o tal vez ha anegado, la forma de ver la vida y los comportamientos del individuo menos avezado y con menos poder de protección. Las formas de pensar y de actuar se someten sin demasiada oposición a las exigencias del mundo de la técnica y los esfuerzos se ordenan a lo que disponga ese mundo y a los plazos que nos imponga para acercarnos a él, para introducirnos en él y para diluirnos en él. Y aquí los plazos son de letras y de renuncias constantes a todo lo que la tecnología no haya sometido a sus dominios. Un ejemplo sencillo: ¿cuántas personas no ordenan sus gastos mensuales teniendo como prioridad la exigencia del pago de la letra de un coche? Pues eso. De modo que la técnica termina por imponer sus principios, su ética y su moral. ¿O en nuestra escala de valores no anda en la cúspide la obtención de alguno de los aparatos que más lucen según la publicidad?
Indagar hasta qué punto condiciona nuestra escala de valores este mundo hipertecnificado aparece tan apasionante como imposible en estas líneas. Este, con mucha diferencia, me resulta a mí el peligro más importante.
Pero es que asoman más peligros a ese mundo que a primera vista parecía tan atractivo y maravilloso. Son los que tienen que ver más directamente con los propios elementos físicos. Y no son pocos los que ha acarreado el desarrollo hipertecnológico: desastres nucleares, desastres ecológicos (cambio climático, por ejemplo), nuevas enfermedades, alimentos contaminados. La exageración en el desarrollo técnico necesita, parece una obviedad, productos físicos más abundantes; algunos se extraen después de desechar otros muchos y comportan peligros evidentes. No en vano, el mundo de todo lo que rodea a la ecología crece exponencialmente en los últimos decenios.
A la vista de beneficios y perjuicios, cabe formularse algunas preguntas de difícil respuesta: ¿Puede haber un crecimiento desregulado mucho tiempo?, ¿este crecimiento puede ser infinito?, ¿quién tiene capacidad para ponerle los límites razonables?, ¿a qué ritmo se tiene que producir ese crecimiento?, ¿a costa de qué se está produciendo la hipertecnificación?... Desde luego que a casota de cambios morales muy profundos y de modificaciones y de peligros naturales muy notables.
Por si todo esto fuera poco, el mundo de internet ha venido a universalizar todo y a la vez a individualizarlo, a poner todo al alcance de la mano de cualquiera y a encerrar más a cada individuo en su soledad física y tal vez moral. Los vecinos son todos, pero nadie sabe en realidad dónde vive cada uno; empieza a haber más relaciones virtuales que contactos físicos y reales.
Todo ello implica un estado de inseguridad en el individuo, que tiene que combatir moviéndose en un universo convulso y de dimensiones formidables, pero a la vez en espacios personales y particularizados. Son las nuevas condiciones del hombre no ya sapiens sino tecno-sapiens. Esto le ha impuesto una nueva vida, una nueva moral, una organización social diferente.
¿Cuáles? Y yo qué sé. Hoy no.
lunes, 6 de diciembre de 2010
UN GIGANTE QUE DA MIEDO
Esta superestructura en que se ha convertido el hipercapitalismo se robustece cada día y causa dificultades casi insalvables y alguna que otra satisfacción. Porque se ha transformado en un monstruo que asusta, que da mucho miedo, que engorda sin que nadie le ponga algún remedio, porque no parece que haya forma de hacerle frente, porque abarca todo y a todos, porque el individuo lo mira y echa a correr, o no lo mira y se refugia en él aunque sepa que tiene poco sentido y mucha injusticia incorporada. Si se ha hecho dueño de la producción, de la distribución, de los medios que lo regulan o lo desregulan y hasta ha anulado o configurado de nuevo los conceptos de espacio y tiempo, ¿qué le queda al individuo cuando ve frente a sí, detrás de sí, por delante y por detrás, antes y después, ese inmenso monstruo del mundo del dinero? La primera reacción es la del miedo, por ser suave y dejar algún resquicio a la esperanza.
Pero, aunque sea desde lejos y con muchísima cautela, habrá que echarle el ojo y contemplarlo, por si se puede deducir algo en provecho propio y en beneficio de la colectividad. Por ejemplo vislumbrar cuáles son las patas más gruesas en las que se asienta este mundo dominado por el capital. Por claro y completo, suscribo el esquema que describen Gilles Lypovetsky y Jean Serroy (2010). Son estas: el hipercapitalismo, la hipertecnificación, el hiperconsumo y el hiperindividualismo.
Del análisis de estas cuatro componentes tal vez podríamos extraer una imagen no demasiado distorsionada de lo que vivimos y del genérico en el que se asienta la cultura.
Hay una cadena de acontecimientos que se sustentan y que se explican unos a otros. De ese modo, el movimiento de uno de ellos implica la carrera y la nueva posición del siguiente. Aquí se enumeran algunos pero la explicación da para más reflexión y para más consecuencias. Vamos.
Si se desterritorializa la producción, se modifican todos los elementos de la sociedad primitiva (por ejemplo algo tan doloroso como la desubicación de las sucesivas generaciones, que se disgregan por motivos laborales) y también los elementos que implica el mercado. El apartado siguiente es el paso franco a la especulación. Todos conocemos empresas que cambian de sede por abaratar los costes de producción. De la mano se llevan las concesiones sociales (terrenos, impuestos…) de los que se benefician y que paga toda la comunidad. Naturalmente, esto solo lo pueden hacer las empresas de cierto tamaño, es decir, las que realmente pueden influir algo en el mercado. Los mercados, en esta dinámica, tiene la obligación de “liberalizarse” y en este momento también son los países más pobres los que tienen que ceder ante esa apertura de los mercados pues es bien sabido que, cuando las condiciones aprietan, los países poderosos vuelven enseguida los ojos a los aranceles propios y a las restricciones. No es posible entonces concebir sistemas particulares ni mercados parciales: todo es global y todo está globalizado. Es el momento para que actúe el mercado especulativo financiero con toda su crudeza. Del producto se ha pasado al dinero y de este a los números y a los dividendos. ¿Quién tiene capacidad para conocer realmente lo que sucede en el mundo de la banca y de los movimientos de capitales? Ni los particulares ni los gobiernos. El campo para que los dueños de las acciones se muevan a su gusto y controlen literalmente el mundo está totalmente abonado. Todo ese mundo se torna entonces opaco y escurridizo, el gigante se agranda, crece y crece, y termina por estallar. No soy economista, pero ya he dicho muchas veces que aspiro al sentido común y no creo equivocarme mucho al afirmar que las diversas crisis mundiales tienen su origen en esta opacidad y en esta desregulación. Se afirmaba no hace mucho que el mundo financiero andaba jugando con valores cien veces superiores a los que representaba todo el dinero, que ya por sí mismo no es más que un símbolo. ¿Cómo no van a llegar las burbujas y los estallidos financieros?
Lo peor es que, cada vez que esto se produce, lo que tiene que hacer la comunidad es buscar la fórmula de arreglar el desaguisado para que la bola siga su curso. Los gobiernos se las ven y se las desean para darles gustos a los mandatarios financieros y recortan derechos, suprimen avances y hasta piden perdón a los que han creado todos los desaguisados. El panorama español actual es un ejemplo inmejorable para ser analizado desde esta perspectiva.
Y, si no pueden los gobiernos, ¿qué puede hacer un ciudadano de a pie? Poco más que asustarse. Porque el mundo hipercapitalista, ese monstruo que asusta, no se conforma con nada y cada día pide más. Cuando se encuentra fuerte, y ahora lo está más que nunca, asusta al trabajador y lo explota sin piedad, lo condiciona y lo pone en situación de desconfianza en la empresa y en sí mismo, pues está asustado por si le toca a él personalmente desaparecer de la cadena de producción. El productor ahora cuenta menos que nunca; solo importa el proceso productivo en las mejores condiciones para que la cuenta de resultados y los dividendos resulte positiva. Y esto, ahora por primera vez, afecta no solo al trabajador de a pie sino también a los directivos. De este modo, el hipercapitalismo está creando una sociedad en la que sus integrantes se hallan no solo físicamente desorientados, sino, lo que es peor, psíquicamente descorazonados y sin una meta que perseguir.
¿Adónde mirar, en esa situación, para buscar literalmente consuelo? No resulta nada sencillo, a algo menos en estos tiempos. Hasta hora, existían algunos modelos de vida a los que agarrarse con cierta fuerza. Venían del campo de la religión o de la ideología, o de las organizaciones sindicales, o de la ilusión de ruptura de regímenes antidemocráticos. ¿Qué asideros le quedan al hombre de comienzos del siglo veintiuno? El socialismo teórico anda por los suelos y no se ve la forma de que recupere fuerzas, por más que el análisis, parte por parte, le dé tanta razón. La religión, como suma de conceptos absolutos, aunque sin base racional, tampoco pasa por su mejor momento, y lo que se observa es una suma de actuaciones minúsculas que se enfrentan al capitalismo salvaje pero que ni se unen ni parecen ofrecer más que fuerzas a la contra y no propuestas globalizadoras y positivas. Es el panorama, por muy oscuro que parezca.
Los intelectuales parece que se han recogido en sus horarios y en sus casas adosadas a ver pasar el tiempo y los partidos de izquierda que tienen alguna fuerza en el mundo occidental apenas si se atreven a ponerle una cara más vistosa y menos vergonzosa al mundo hipercapitalista, y poco más.
Los jóvenes, en términos generales, tampoco parecen tener ojos ni esfuerzos para otra cosa que no se ganar dinero y entrar por alguna puerta en el mundo de los triunfadores sociales, que no son precisamente ni los caminos intelectuales ni los de empeño social sino los del dinero y los de la fama lograda de cualquier manera y al amparo del mínimo esfuerzo (cine, deportes, programas televisivos…). Y luego los principales representantes del capitalismo hablan de la necesidad del esfuerzo y del trabajo. Cuánto fariseo.
Es verdad que podemos fijar los ojos en elementos que nos pueden consolar un poco. Un poco y para disimular. Existen los derechos humanos, que se van ampliando y universalizando, existen algunos resquicios en algunos medios que, al menos de vez en cuando y en pequeños tragos, nos traen imágenes y pensamientos que nos remueven y que por un momento nos hacen decir basta, y hasta existen fórmulas de extensión que pueden ser universales aunque partan de una simple habitación. Pero no es bueno engañarse demasiado, sobre todo si no somos conscientes de que nos estamos engañando.
El ogro es tan grande que los gobiernos se asustan y pierden el oremus con tal de complacerlo. ¿Qué puede hacer un ser individual y sin poderes?
Es bueno perderse alguna mañana por el campo. La naturaleza es hermosa y duradera.
MI nieta está conmigo y eso casi me basta. Me queda algún refugio. No molesten, por favor, a quien se aleja huyendo del fantasma.
Pero, aunque sea desde lejos y con muchísima cautela, habrá que echarle el ojo y contemplarlo, por si se puede deducir algo en provecho propio y en beneficio de la colectividad. Por ejemplo vislumbrar cuáles son las patas más gruesas en las que se asienta este mundo dominado por el capital. Por claro y completo, suscribo el esquema que describen Gilles Lypovetsky y Jean Serroy (2010). Son estas: el hipercapitalismo, la hipertecnificación, el hiperconsumo y el hiperindividualismo.
Del análisis de estas cuatro componentes tal vez podríamos extraer una imagen no demasiado distorsionada de lo que vivimos y del genérico en el que se asienta la cultura.
Hay una cadena de acontecimientos que se sustentan y que se explican unos a otros. De ese modo, el movimiento de uno de ellos implica la carrera y la nueva posición del siguiente. Aquí se enumeran algunos pero la explicación da para más reflexión y para más consecuencias. Vamos.
Si se desterritorializa la producción, se modifican todos los elementos de la sociedad primitiva (por ejemplo algo tan doloroso como la desubicación de las sucesivas generaciones, que se disgregan por motivos laborales) y también los elementos que implica el mercado. El apartado siguiente es el paso franco a la especulación. Todos conocemos empresas que cambian de sede por abaratar los costes de producción. De la mano se llevan las concesiones sociales (terrenos, impuestos…) de los que se benefician y que paga toda la comunidad. Naturalmente, esto solo lo pueden hacer las empresas de cierto tamaño, es decir, las que realmente pueden influir algo en el mercado. Los mercados, en esta dinámica, tiene la obligación de “liberalizarse” y en este momento también son los países más pobres los que tienen que ceder ante esa apertura de los mercados pues es bien sabido que, cuando las condiciones aprietan, los países poderosos vuelven enseguida los ojos a los aranceles propios y a las restricciones. No es posible entonces concebir sistemas particulares ni mercados parciales: todo es global y todo está globalizado. Es el momento para que actúe el mercado especulativo financiero con toda su crudeza. Del producto se ha pasado al dinero y de este a los números y a los dividendos. ¿Quién tiene capacidad para conocer realmente lo que sucede en el mundo de la banca y de los movimientos de capitales? Ni los particulares ni los gobiernos. El campo para que los dueños de las acciones se muevan a su gusto y controlen literalmente el mundo está totalmente abonado. Todo ese mundo se torna entonces opaco y escurridizo, el gigante se agranda, crece y crece, y termina por estallar. No soy economista, pero ya he dicho muchas veces que aspiro al sentido común y no creo equivocarme mucho al afirmar que las diversas crisis mundiales tienen su origen en esta opacidad y en esta desregulación. Se afirmaba no hace mucho que el mundo financiero andaba jugando con valores cien veces superiores a los que representaba todo el dinero, que ya por sí mismo no es más que un símbolo. ¿Cómo no van a llegar las burbujas y los estallidos financieros?
Lo peor es que, cada vez que esto se produce, lo que tiene que hacer la comunidad es buscar la fórmula de arreglar el desaguisado para que la bola siga su curso. Los gobiernos se las ven y se las desean para darles gustos a los mandatarios financieros y recortan derechos, suprimen avances y hasta piden perdón a los que han creado todos los desaguisados. El panorama español actual es un ejemplo inmejorable para ser analizado desde esta perspectiva.
Y, si no pueden los gobiernos, ¿qué puede hacer un ciudadano de a pie? Poco más que asustarse. Porque el mundo hipercapitalista, ese monstruo que asusta, no se conforma con nada y cada día pide más. Cuando se encuentra fuerte, y ahora lo está más que nunca, asusta al trabajador y lo explota sin piedad, lo condiciona y lo pone en situación de desconfianza en la empresa y en sí mismo, pues está asustado por si le toca a él personalmente desaparecer de la cadena de producción. El productor ahora cuenta menos que nunca; solo importa el proceso productivo en las mejores condiciones para que la cuenta de resultados y los dividendos resulte positiva. Y esto, ahora por primera vez, afecta no solo al trabajador de a pie sino también a los directivos. De este modo, el hipercapitalismo está creando una sociedad en la que sus integrantes se hallan no solo físicamente desorientados, sino, lo que es peor, psíquicamente descorazonados y sin una meta que perseguir.
¿Adónde mirar, en esa situación, para buscar literalmente consuelo? No resulta nada sencillo, a algo menos en estos tiempos. Hasta hora, existían algunos modelos de vida a los que agarrarse con cierta fuerza. Venían del campo de la religión o de la ideología, o de las organizaciones sindicales, o de la ilusión de ruptura de regímenes antidemocráticos. ¿Qué asideros le quedan al hombre de comienzos del siglo veintiuno? El socialismo teórico anda por los suelos y no se ve la forma de que recupere fuerzas, por más que el análisis, parte por parte, le dé tanta razón. La religión, como suma de conceptos absolutos, aunque sin base racional, tampoco pasa por su mejor momento, y lo que se observa es una suma de actuaciones minúsculas que se enfrentan al capitalismo salvaje pero que ni se unen ni parecen ofrecer más que fuerzas a la contra y no propuestas globalizadoras y positivas. Es el panorama, por muy oscuro que parezca.
Los intelectuales parece que se han recogido en sus horarios y en sus casas adosadas a ver pasar el tiempo y los partidos de izquierda que tienen alguna fuerza en el mundo occidental apenas si se atreven a ponerle una cara más vistosa y menos vergonzosa al mundo hipercapitalista, y poco más.
Los jóvenes, en términos generales, tampoco parecen tener ojos ni esfuerzos para otra cosa que no se ganar dinero y entrar por alguna puerta en el mundo de los triunfadores sociales, que no son precisamente ni los caminos intelectuales ni los de empeño social sino los del dinero y los de la fama lograda de cualquier manera y al amparo del mínimo esfuerzo (cine, deportes, programas televisivos…). Y luego los principales representantes del capitalismo hablan de la necesidad del esfuerzo y del trabajo. Cuánto fariseo.
Es verdad que podemos fijar los ojos en elementos que nos pueden consolar un poco. Un poco y para disimular. Existen los derechos humanos, que se van ampliando y universalizando, existen algunos resquicios en algunos medios que, al menos de vez en cuando y en pequeños tragos, nos traen imágenes y pensamientos que nos remueven y que por un momento nos hacen decir basta, y hasta existen fórmulas de extensión que pueden ser universales aunque partan de una simple habitación. Pero no es bueno engañarse demasiado, sobre todo si no somos conscientes de que nos estamos engañando.
El ogro es tan grande que los gobiernos se asustan y pierden el oremus con tal de complacerlo. ¿Qué puede hacer un ser individual y sin poderes?
Es bueno perderse alguna mañana por el campo. La naturaleza es hermosa y duradera.
MI nieta está conmigo y eso casi me basta. Me queda algún refugio. No molesten, por favor, a quien se aleja huyendo del fantasma.
domingo, 5 de diciembre de 2010
OTRAS MEDIDAS
La cultura, entendida en sentido amplio, se mueve en los medios de comunicación y se hace universal; pero a la vez potencia las reacciones individuales y las respuestas particulares.
Hasta el último corte de la globalización, la cultura eran las culturas y, en diversos grados y extensiones, cada comunidad ejercía sus propias leyes y sus particulares formas de organización. Hoy esto está sobrepasado. La cultura solo tiene los límites del mundo pues traspasa fronteras a la velocidad de la luz y la inmensa oferta cultural se concreta, en el mismo momento, en Pekín, en Los Ángeles o en Madrid. Cualquier elemento de moda, de cinematografía o de evento deportivo lo confirman sin dejar resquicio para la duda. Existe pues otra superestructura cultural que, si no anula, al menos empequeñece a las otras culturas más locales.
Esta superoferta, además, se renueva cada vez con más velocidad. Es una ley sin excepciones en el hipercapitalismo. Cada día se producen más elementos de mercado, se ofrecen más productos y se necesita imperiosamente que estos mercados se renueven. Cualquier ejemplo sirve, pero véase el de la moda, en concreto, el sistema comercial de Zara. Pero lo mismo sucede con el cine o con los libros. ¿Quién se acuerda de algún libro de éxito de hace solo algunos años? ¿Qué significa eso de la canción del verano? ¿Cuánto duran las “mejores” películas en pantalla? ¿Todavía no nos damos cuenta de que, en realidad, estamos siempre en rebajas y en renovación constante de ofertas? ¿Cuántas veces cada día se nos insta a que renovemos utensilios para que la producción no se detenga?
El tiempo y el espacio también han sido superados y redefinidos por el imperio del hipercapitalismo. El mundo es, más que nunca, una aldea global, y una oferta musical se está produciendo en estos mismos momentos tanto en Tokio como en Buenos Aires. Y lo mismo un libro, o un concierto, o una representación teatral. El pasado apenas cuenta pues poco tiene que ver con la cuenta de resultados, y todo está orientado al presente y a las perspectivas del mercado, es decir, hacia el futuro.
En este espacio y en este tiempo modificados y empequeñecidos, nunca se ha ofertado tanto como ahora y el consumidor jamás ha tenido tantas posibilidades como en este momento de elegir entre todas las ofertas existentes. Nada que se idee en Japón escapará a los grandes almacenes de Madrid ni nada de lo que se cree en Suecia se escapa de la posibilidad de pasar a formar parte de cualquiera de las habitaciones de nosotros mismos. Los medios de comunicación, en toda su diversidad, han posibilitado que esto sea así. Y los adelantos técnicos, por supuesto. Todo circula en forma real o en forma de transferencia, en visión real o en imaginación mediática; todo el mundo puede ver, y acaso vea, los mundiales de fútbol, y al mismo tiempo, todo el mundo puede conocer-y en España se conoce por el papanatismo de los medios de comunicación con el imperio- si ha nevado en Nuevo México o se ha quedado encerrado un buen señor en un pueblo de Arkansas. Yo mismo puedo asomarme casi a diario a esta ventana y decir hola-aquí estoy a todo el mundo; literalmente a todo el mundo. Es el mundo tecnificado. Sin él no se podrían sustentar ni la oferta ni la aldea global.
Pero hay que considerar al mismo tiempo que, de toda esa oferta inmensa y en tiempo real, se extrae la posibilidad de que cada uno ordene su mundo de manera particular. No existe contradicción; al menos en la teoría. En la época del trueque, la uniformidad era mayor que la de ahora mismo, fundamentalmente porque la oferta era extremadamente limitada y, además, las costumbres imponían también esa uniformidad.
Solo desde la multiplicidad de oferta se puede diversificar el consumo y concretar posibilidades diversas y diferentes. Sobre todo si las posibilidades de compra de productos estuvieran bien repartidas. Pero ese es otro cantar y pocos están dispuestos a cantarlo.
¿Supone esa diversidad la ruptura de cierta seguridad y de elementos fiables a los que ajustarse como eran los de la ciencia apartada del dominio del dinero? Veremos.
Pero hoy no.
Hasta el último corte de la globalización, la cultura eran las culturas y, en diversos grados y extensiones, cada comunidad ejercía sus propias leyes y sus particulares formas de organización. Hoy esto está sobrepasado. La cultura solo tiene los límites del mundo pues traspasa fronteras a la velocidad de la luz y la inmensa oferta cultural se concreta, en el mismo momento, en Pekín, en Los Ángeles o en Madrid. Cualquier elemento de moda, de cinematografía o de evento deportivo lo confirman sin dejar resquicio para la duda. Existe pues otra superestructura cultural que, si no anula, al menos empequeñece a las otras culturas más locales.
Esta superoferta, además, se renueva cada vez con más velocidad. Es una ley sin excepciones en el hipercapitalismo. Cada día se producen más elementos de mercado, se ofrecen más productos y se necesita imperiosamente que estos mercados se renueven. Cualquier ejemplo sirve, pero véase el de la moda, en concreto, el sistema comercial de Zara. Pero lo mismo sucede con el cine o con los libros. ¿Quién se acuerda de algún libro de éxito de hace solo algunos años? ¿Qué significa eso de la canción del verano? ¿Cuánto duran las “mejores” películas en pantalla? ¿Todavía no nos damos cuenta de que, en realidad, estamos siempre en rebajas y en renovación constante de ofertas? ¿Cuántas veces cada día se nos insta a que renovemos utensilios para que la producción no se detenga?
El tiempo y el espacio también han sido superados y redefinidos por el imperio del hipercapitalismo. El mundo es, más que nunca, una aldea global, y una oferta musical se está produciendo en estos mismos momentos tanto en Tokio como en Buenos Aires. Y lo mismo un libro, o un concierto, o una representación teatral. El pasado apenas cuenta pues poco tiene que ver con la cuenta de resultados, y todo está orientado al presente y a las perspectivas del mercado, es decir, hacia el futuro.
En este espacio y en este tiempo modificados y empequeñecidos, nunca se ha ofertado tanto como ahora y el consumidor jamás ha tenido tantas posibilidades como en este momento de elegir entre todas las ofertas existentes. Nada que se idee en Japón escapará a los grandes almacenes de Madrid ni nada de lo que se cree en Suecia se escapa de la posibilidad de pasar a formar parte de cualquiera de las habitaciones de nosotros mismos. Los medios de comunicación, en toda su diversidad, han posibilitado que esto sea así. Y los adelantos técnicos, por supuesto. Todo circula en forma real o en forma de transferencia, en visión real o en imaginación mediática; todo el mundo puede ver, y acaso vea, los mundiales de fútbol, y al mismo tiempo, todo el mundo puede conocer-y en España se conoce por el papanatismo de los medios de comunicación con el imperio- si ha nevado en Nuevo México o se ha quedado encerrado un buen señor en un pueblo de Arkansas. Yo mismo puedo asomarme casi a diario a esta ventana y decir hola-aquí estoy a todo el mundo; literalmente a todo el mundo. Es el mundo tecnificado. Sin él no se podrían sustentar ni la oferta ni la aldea global.
Pero hay que considerar al mismo tiempo que, de toda esa oferta inmensa y en tiempo real, se extrae la posibilidad de que cada uno ordene su mundo de manera particular. No existe contradicción; al menos en la teoría. En la época del trueque, la uniformidad era mayor que la de ahora mismo, fundamentalmente porque la oferta era extremadamente limitada y, además, las costumbres imponían también esa uniformidad.
Solo desde la multiplicidad de oferta se puede diversificar el consumo y concretar posibilidades diversas y diferentes. Sobre todo si las posibilidades de compra de productos estuvieran bien repartidas. Pero ese es otro cantar y pocos están dispuestos a cantarlo.
¿Supone esa diversidad la ruptura de cierta seguridad y de elementos fiables a los que ajustarse como eran los de la ciencia apartada del dominio del dinero? Veremos.
Pero hoy no.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)