Qué calentitas son las noches del otoño-invierno cuando uno se esconde al calor de la casa y al abrigo de algún cariño o afecto duradero. Y qué frías las calles solitarias cuajadas por el frío y por la escarcha. A veces uno duerme bien pegado a esas sábanas, tersas y onduladas, que no permiten que se marche el calor a otros lugares y que van creando un pequeño y mullido rinconcito en el que te vas entregando a lo impreciso, hasta dar con tus huesos y con lo que te quede de conciencia en el reino de lo ambiguo, oscuro e indefinido. Entonces ya no te perteneces y quedas al amparo de lo que te mantiene en stand by hasta que por la mañana algo te recupera para la conciencia y para la reanudación del mundo de la otra realidad de lo concreto, lo claro y lo definido.
En el extraño mundo de la noche, uno se deja llevar, sin oponer ninguna resistencia, a mundos aparentemente inconexos que alguien ha tratado de explicar como continuaciones del mundo de los días y de la conciencia, aunque con leyes especiales. Dejémoslo estar.
Uno de estos días soñé algo turbador. Y digo que soñé porque por la mañana me vi en el mismo contexto que el del día anterior y sin que nada de lo que vi entre nieblas se hubiera convertido en realidad.
El sitio era solemne aunque pobremente adornado. La expectación, intensa. El salón, hasta arriba. Todo eran cámaras y micrófonos. Las primeras filas se habían reservado para todos los principales representantes del Gobierno. De pronto, tras un interminable séquito, apareció la figura del Presidente con aspecto serio y algo encorvado. Subió a la tribuna, extrajo de su bolsillo unos papeles y comenzó a leer:
“Hay circunstancias que exigen a los gobernantes tomar medidas excepcionales. Hoy estamos ante uno de esos casos. La situación del país se ha vuelto insostenible. Según las leyes del mercado, nuestra capacidad para devolver los préstamos que nos dan se ha vuelto inexistente. Ha sido siempre nuestro interés actuar desde el principio que sostiene la supremacía de las decisiones de las personas sobre los poderes económicos, el dominio de las voluntades expresadas en las urnas sobre las decisiones de los consejos de administración de las empresas y de las corporaciones económicas. Es evidente que no lo hemos conseguido y que otra realidad diferente se ha impuesto a nuestros deseos. Solo se nos ocurren dos posturas ante esta realidad ineludible, o la dimisión, para que otros se encarguen de seguir los dictados del libre mercado, o la revolución. Preferimos en esta situación la primera, pero no estamos dispuestos a encabezarla porque nos parece una deshumanización absoluta y porque no queremos dirigir algo en lo que no creemos.
De acuerdo con estas consideraciones, en estos mismos momentos presentamos la dimisión y damos paso a otras personas dispuestas a encabezar los cambios necesarios para salir de esta crisis que nos aqueja”.
No se admitieron preguntas ni el Presidente se prestó a aclarar ninguna de las palabras del escueto comunicado.
Aún no habían pasado diez minutos y ya se habían producido dos hechos bien diversos: la bolsa había subido el tres por ciento y en algunas esquinas se escuchaban las voces de grupos espontáneos que se acercaban a las entidades bancarias con caras de pocos amigos y con los ánimos exaltados.
Los sueños no duran eternamente. Este tampoco. Me desperté turbado y sin saber en cuál de estos grupos me había parecido atisbar mi propia figura. Una buena ducha y un buen desayuno me calmaron un poco. Solo un poco.
domingo, 28 de noviembre de 2010
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