Ahora que los ruidos se han vuelto ecos, ahora que los vientos se han calmado, ahora que el tiempo ha vuelto a sus medidas con nuevos episodios que ocultan los anteriores, ahora que el vértigo de la vida nos ocupa en otras tonterías igual de ineficientes, ahora que el Papa ha vuelto a sus cuarteles de invierno y al lujo de las piedras de San Pedro, quiero dejar nota de un hecho que me parece importantísimo. Como siempre, mucho más por lo que deja de deducción que por el hecho mismo. Se trata de la retirada de la Ley de Libertad Religiosa.
Este Gobierno anda asustado en demasiadas cosas y tal vez quiera concentrar sus esfuerzos y atenciones en asuntos económicos, en procurar la salida de la crisis como sea. Y ese como sea implica la asunción de todo el modelo llamado liberal, con sus normas y mitos, con sus falsas libertades de mercado y con sus injusticias evidentes. Cuando le haya hecho el trabajo sucio y haya puesto en “ordeno y mando” a todo el sistema, vendrán los otros y se aprovecharán de la limpieza para mejorar los grandes números y para apuntalar por otros muchos años la inercia de la injusticia y del todo está bien con tal de que los grandes números sumen lo suficiente. Allá ellos.
En este contexto, el Presidente del Gobierno se achica, se acon…goja y se turba, siente la llamada del espíritu, se cae del caballo y se postra en oración. El resultado es que retira la presentación de esa Ley de Libertad Religiosa. La argumentación ha sido muy sencilla. Y muy tramposa. Esta: “Se propondrá cuando exista un mayor consenso.” Olé tus narices. Qué pensamiento más hermoso, que convocatoria feliz a la convivencia y a la aproximación social, qué espíritu tan abierto y servicial… Qué tontería.
Cualquiera querría firmar la realidad del consenso. Supongo. A cualquiera le gustaría que las normas fueran el resultado de la voluntad común. A cualquiera le encantaría que no hubiera discrepancias. Supongo. Aunque no estoy del todo seguro.
Pero jugar este juego es hacer trampa continuamente. El esquema ya se ha propuesto aquí en alguna otra ocasión. Se desarrolla de esta manera: La derecha política, por principio (son conservadores), tiende a no modificar lo existente; por eso, cuando gobierna no se modifica ninguno de los grandes principios, solo se reforman aquellos que favorecen sus apetencias. La izquierda política, por principio (son progresistas) tiende a modificar lo que existe para transformar la realidad; por esa razón se proponen, cuando gobierna, modificaciones más llamativas y de alcance mayor. La derecha no necesita eso del consenso para modificar nada, sencillamente porque no lo quiere modificar. La izquierda no puede conseguir el consenso porque necesita el concurso de la derecha y esta se niega a ello. De este modo, este juego siempre se juega en el campo de la derecha y con las trampas de los números y de las voluntades. Para colmo, se apropian de la opinión social achacando a la izquierda que no cultiva la política del consenso. Así sucede en este y en todos los casos: educación, sanidad, justicia… Y se quedan tan frescos. Y hasta aspiran a ir al cielo.
Como el Presidente del Gobierno aspire a la buena voluntad del consenso, apañado va a ir y apañados nos va a tener a todos. La retirada de esta ley implica, una vez más, una concesión intolerable a la iglesia católica y perturba, una vez más, el desarrollo de la convivencia social desde unos presupuestos de respeto y de igualdad de oportunidades, de racionalidad y de argumentación.
La inercia es la inercia, y nos sostiene a todos en la repetición de los días de la vida. Pero eso no asegura precisamente ni que tengamos razón ni que lo mejor sea seguir dejándose llevar por la corriente. Por cierto, sospecho que, incluso electoralmente, esta falta de cuajo no favorece precisamente a quien se ha achicado y ha sentido estrechamiento en la garganta. A pesar de todo, ahí los tenéis, perseguidos por todas partes. Pobrecitos ellos.
lunes, 22 de noviembre de 2010
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