Naturalmente, la teórica tiene unos límites más amplios que la real y desgraciadamente no resultan coincidentes. Convendría, por tanto, que no nos engañaran tampoco con este concepto, como lo hacen con otros, algunos de su misma familia. ¿O hace falta dejar al descubierto la trampa que se nos cuela con la hermosísima palabra liberal? ¿Os suena eso de los liberales? Los que se proclaman liberales, ¿en qué forma de llenar el concepto de libertad están pensando? A algunas de esas formas yo también quisiera apuntarme, pero no sé si a las mismas con las que se les llena la boca a ellos. Sospecho que no.
Deberíamos pues preocuparnos por ensanchar los límites de la libertad real, de esa que podemos ver y tocar cada día y cada hora, de esa que podemos practicar o ver pasar de largo a cada momento. Cuanto más ensanchemos esos límites, más podremos aplicar la segunda parte del concepto que nos avisa de “la responsabilidad de los actos”.
Porque, en efecto, se decía en la definición que, con la posibilidad de obrar de una manera o de otra, se adquieren unas responsabilidades. Y, del mismo modo que no queremos renunciar a la libertad real como plataforma en la que desarrollar nuestra vida, no deberíamos querer renunciar a nuestras obligaciones y a las distintas consecuencias que se derivan según obremos de una forma o de otra. Si no lo admitiéramos así, renunciaríamos al principio de analogía y, sin ese principio, es imposible la convivencia humana racional y positiva.
En esta situación, reflexionar acerca del concepto de libertad es ponernos en la tesitura de elegir en nuestros actos diarios, en nuestras manifestaciones, en nuestros apoyos, en nuestra distribución del tiempo, en nuestras participaciones, en nuestras ayudas, en nuestra formación, en nuestra escala de valores y, en fin, en una forma de estar en la vida desde la mañana hasta el momento de conciliar el sueño.
Cuanto más ensanchemos las posibilidades reales, más campo tendremos para la elección de actos y de formas de comportamiento. Por ello parece imprescindible luchar denodadamente por crear espacios de igualdad de oportunidades, para que se aproximen los valores de la libertad real con los de la libertad teórica. El ser humano, cualquiera de nosotros, es un ser libre, pero lo es en un espacio y en un tiempo, y trabajar para que ese espacio y ese tiempo sean espacios y tiempos de igualdad de condiciones es ayudar a crear las bases para que, después, nuestras elecciones de cada día, esas decisiones en las que vamos gastando nuestras fuerzas, sean más personales y más variadas sin faltar por ello a la igualdad en la que tenemos que sentirnos siempre. ¿Quién no adivina que aquí tiene todo el campo abierto la participación social, la política, el mundo de la ampliación de derechos y de todo lo que, en definitiva, regula nuestras vidas?
Hay personas que se han distinguido por trabajar sin descanso en ensanchar la teoría y la práctica de la libertad, que han intentado en sus participaciones aclararnos un poco más una idea justa y real de lo que tiene que ser la libertad en la teoría; y hay personas que han ejercido justamente en la toma de decisiones, asumiendo la responsabilidad de sus actos, y lo han hecho sobre todo pensando en agrandar las posibilidades de los demás tanto como las suyas. Esos son los auténticos héroes de la libertad, son nuestros ejemplos, son los que nos marcan la pauta para que también nosotros pensemos de vez en cuando en lo que significa y lo que implica el concepto de libertad y para que ejerzamos ese derecho libremente y con la responsabilidad de asumir todas las consecuencias.
Todos los conceptos suman para su definición una serie de elementos. Quisiera haceros pensar, también de manera rápida y en tono casi coloquial, en un elemento que forma parte de la idea de libertad. La libertad se entiende para el uso y el desarrollo del ser humano y es en él donde tiene su aplicación más visible. ¿Alguno sería capaz de concebir la existencia real de un ser humano sin sus relaciones con los demás? Resultaría imposible. El ser humano no es más que una suma de relaciones: familiares, amistosas, vecinales, de paisanos, de colegas, de camaradas, de diálogos callados con uno mismo y con sus ideas… Todo su desarrollo se le va en eso: nos reunimos, celebramos actos de todo tipo, nos apuntamos en asociaciones y, con demasiada frecuencia, sufrimos el mal de la soledad, o sea de la falta de presencia y de relación.
¿Cómo se puede, entonces, pensar en la libertad sin tener presente su aplicación social, su naturaleza plural, su parentesco con la justicia social y con la igualdad? Por eso intentamos distinguir la libertad del libertinaje, y esa misma libertad del egoísmo y del beneficio propio.
No vivimos en un momento demasiado propicio para la libertad entendida como posibilidad real de tomar decisiones y de que estas redunden en beneficio de la comunidad o simplemente del otro, de ese que nos rodea y que comparte nuestros días, nuestras ilusiones y nuestros desalientos; más bien parece que se ha apoderado de nosotros un sentimiento particularista y egoísta que nos impide ver nuestra dependencia de los demás y nuestra convivencia con los demás. Por eso es momento de volver a gritar en favor de todos aquellos que, desde cualquier posición, arriman el hombro a favor de los demás, buscando que los otros tengan alguna oportunidad real de poder elegir entre varias posibilidades, a favor de los más débiles, de aquellos que menos posibilidades tienen en la vida y que, en términos reales, menos pueden ejercitar el concepto de libertad.
Y quiero recordar de nuevo aquí que esos héroes existen en todos los niveles, en escaparates más visibles o en lugares más escondidos, tejiendo la intrahistoria día a día para que esta sea un poco más llevadera. En el fondo, queremos premiar a todos ellos, en cualquier lugar en el que se hallen. Y queremos también premiarnos un poco a todos nosotros para animarnos a pensar un poco más en el concepto y en la práctica cotidiana de la libertad, de esa libertad que se ejercita en cada momento y con cada decisión que tomamos. Nuestra vida, con ello, será un poco más justa, un poco más llena y un poco más gozosa. Y eso no nos lo puede quitar nadie, nadie; es, sin duda, uno de nuestros más preciados tesoros.
Tal vez pensando en estas cosas cotidianas pero tan importantes afirmaba Cervantes: “La libertad es uno de los más preciados dones que a los hombres dieran los dioses; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
O proclamaba el Mahatma Gandhi: “No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna.”
O Platón cuando escribía: “Donde reina el amor sobran las leyes”
O cuando afirmaba Kant: “Si en sus acciones las personas están determinadas por causas naturales, es decir, si carecen de libertad, no podemos atribuirles responsabilidad.”
O Carlos Marx: “Libertad, control total sobre las fuerzas alienadas del ser humano… La libertad es ser capaz de dominar la naturaleza y la eliminación del poder de fuerzas sociales alienadas… Libertad es autodeterminación.”
O en fin, invocaban Agustín García Calvo y Amancio Prada en aquel inolvidable texto que aquí hemos recordado ya alguna vez, y que hoy podemos dedicar a la premiada, Soraya Rodríguez, como reconocimiento y como petición: “Libre te quiero / como arroyo que brinca / de peña en peña, / pero no mía. // Grande te quiero, / como monte preñado / de primavera, / pero no mía. // Buena te quiero, / como pan que no sabe / su masa buena, / pero no mía. // Alta te quiero, / como chopo que al cielo / se despereza, / pero no mía. // Blanca te quiero, / como flor de azahares / sobre la tierra, / pero no mía. // Pero no mía, / ni de Dios ni de nadie, / ni tuya siquiera.
Así te queremos a ti, así quermos a todos nuestros héroes de la libertad, así nos queremos nosotros también un poquito, por eso tenemos que trabajar todos cada día. A ello os invito. Muchas gracias.
domingo, 7 de noviembre de 2010
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